lunes, febrero 28, 2011

Resulta que hoy empezaron las clases y yo tuve que empezar a hacer doble jornada. Y no hablo de jornada completa. Doble jornada. Once horas estoy metida acá. Escuchando a madres criticar a las maestras de sus hijos. Cabeceando frente al monitor porque ayer me quedé despierta hasta tardísimo. Anotando pedidos de libros de texto. Y mientras anoto no puedo entender cómo no les da vergüenza a los editores permitir que haya libros escolares que se llaman "Caramelos de coco y dulce 2" o "Tomi, Pili y Luli 3".
Loco, con el manual Kapelusz -que en Junio ya estaba deshecho- salimos todos bastante bien.
¿O no?

domingo, febrero 27, 2011

Mis amigas están de acuerdo en dos cosas acerca de mí.

1. Si fuera hombre, me iría mucho mejor románticamente. Romance, no sexo. En cuando a vida sexual andaría más o menos igual.
Flor dice que es porque me muero de ganas de portar un pene, yo no estoy tan segura de que así sea. Digo, me parece un sistema fascinante y me encantaría experimentar un par de días qué se siente tener pito; pero no, no es eso. Para mí es porque mis defectos y virtudes serían mejor apreciados si fuera hombre. Eso no me convierte en masculina, simplemente hay algo que está levemente chingado.

2. Si mi vida tuviera género, sería comedia de Woody Allen.
El exceso de neurosis plasmada en el ámbito de lo discursivo convierte mis relaciones en puro blablableo, así que ellas dicen que podría ser una de las comedias esas llenas de parejas, infidelidades, remates ingeniosos y jazz de fondo. En mi opinión, apenas llego a capítulo de Dawson's Creek, aunque les juro que hago lo que puedo.

Están de acuerdo en muchas más cosas, como por ejemplo en que a veces cocino rico, que soy una aparata, que pareciera que todo me chupa un huevo, que tanto libro y película afectaron mi manera de ver la realidad, que me gusta meterme en quilombos y que tengo talento para deletrear; pero eso es de público conocimiento

sábado, febrero 26, 2011

¿Estoy pasándole la lija a los libros que tienen el lomo superior lleno de polvo? No.
¿Estoy cargando libros en Mercado Libre? No.
¿Estoy reorganizando estanterías para hacer lugar para los libros de texto? No.
¿Estoy preparando devoluciones? No.
¿Estoy vendiendo libros? No. Esta sí que no es culpa mía, hace dos horas que no entra nadie.
¿Estoy actualizando precios? No.

Averiguo dónde carajo se puede conseguir harina de maíz blanco precocida para hacer arepas. Planeo una pronta visita al barrio chino. Me fijo el precio del Campari. Me caliento con un hombre que me dice que me va a hacer correr peligro. Como galletitas con semillas de lino. Compro bombachas online.
Esquivo el trabajo como si fuera la peste.

UPDATE: ojota, que me acabo de hacer la linda y le vendí a un viejo El Cementerio de Praga, de Eco. Digo, como para que mi jefe no se dé cuenta de que hace tres horas no hago una goma.

viernes, febrero 25, 2011

En uno de esos diálogos extraños que suelo tener con mi jefe y una clienta sexagenaria súper canchera, el patrón se pregunta cuántas veces me habrán hecho el verso entrando desde lo literario. Abro la boca y revoleo los ojos, preparada para hacerme la canchera y decir que demasiadas, pero no, cierro la boca, pienso unos segundos y me doy cuenta de que casi nunca.
Me han hecho el verso con la música, con el dibujo y la pintura, con el baile, con la escritura, con el cine, con el teatro, con la escultura; no con la literatura.
Todos sonríen y dicen "qué bueno" cuando les digo que trabajo en una librerìa, pero nada más.
Que me gusta leer pero no tengo tiempo. Que sí, pero qué te puedo decir a vos que sos la experta. Que sólo en las vacaciones y cosas entretenidas. Que me gusta mucho García Márquez. Eso es lo que me dicen.
¿Hay algo más deserotizante que un tipo diciendo que le gusta García Márquez?
Sí, uno diciendo que le cae bien Vargas Llosa.

miércoles, febrero 23, 2011

Días en los que te despertás y sabés que la vas a pasar, como mínimo, para el orto. Eso es actitud, eh, pero en serio, hay días malparidos y uno lo sabe. Porque llueve, dormiste apenas cuatro horas, tenés resaca y es como si todavía no hubiera bajado el faso. Porque no tenés paraguas y desde la casa de Flor hasta la parada del bondi hay varias cuadras; y otras varias cuadras hay desde donde te deja el bondi hasta tu casa. Entonces aceptás la propuesta de tu amiga de acompañarla a su local, desayunar juntas y esperar a que pare la lluvia para ir a tratar de dormir un par de horas antes de tener que entrar a trabajar. Y mientras tu amiga arregla cuestiones laborales, vos te sentás frente a la compu y ves su facebook abierto. Primero corroborás que en tu perfil no se pueden ver las fotos y después, una idea que de tan brillante te pone un poco la piel de gallina.

¿Por qué no buscás desde el fb de Flor al chico ese al que estuviste viendo durante el año pasado y al que, después de cortar, decidiste bloquear porque no querías amargarte? Dale, ¿por qué no espiás al flaco este que se apareció después de siete años para hacerte acordar lo mucho que te gustaba y lo poco capacitada que estabas emocionalmente a los veinte años y, de paso, alegrarte el invierno y la primavera? Pero sí, metete, fijate si le escribió en el muro a alguna chirusa que va a tener el placer de escucharle la voz esa con la que a veces te despertaba -profunda, grave, acogedora- y te hacía poner como quinceañera. Aprovechá la oportunidad para mirar de vuelta sus fotos y pensar que es probable que pase mucho tiempo hasta que vuelvas a cruzarte con un hombre así, que calza perfecto con tu ideal físico masculino y que además es un amor de persona. Arriesgate a asumir que tal vez nunca más un tipo te va a invitar una noche a su casa para tomar una cervecita, darte de fumar, sacarte la ropa, masajear cada parte -ca.da.par.te- de tu cuerpo con aceite de almendras, cogerte un par de veces, cocinarte rico y volverte a coger; en ese puto orden. Si total, ¿qué podés perder? ¿La paciencia? ¿La compostura? ¿El temple? Dale, que te morís de ganas.

Esa idea tenés y mientras tipeás el nombre del muchacho en cuestión, ya sabés que de brillante no tiene un carajo. Pero retroceder nunca, reindirse jamás, una vez que empezás, la terminás y que sea lo que dios quiera. Entonces ahí está él, con las fotos, el muro, la chirusa con apodo cliché comentándole pavadas y sus dibujos, tan buenos sus dibujos.
Después de un rato tu amiga te pregunta que qué hacés y vos, derrotadísima, confesás el desliz. Chusmean un poco a sus amigos, porque entre ellos está un ex de ella y se toman un té con limón mientras que miran las ventanas del Pizzurno a través de la vidriera. No volvés nada a tu casa, porque te da fiaca, así que te tomás el 12 hasta el laburo y te morís de embole, sueño y nostalgia. Hasta que viene la clienta a la que le prestaste tu versión de Madame Bovary (c'est moi) y te la devuelve junto con un jaboncito de un aroma que te transporta a algún lugar silvestre y maravilloso. Y, por primera vez en el día, sonreís.
La estás pasando, como mínimo, para el orto; pero sonreís.

lunes, febrero 21, 2011

Hasta tercer grado fui a una escuela alemana. Alemana y privada. Yo no entendía una goma de alemán, me rompía las pelotas tener pegada la vincha roja a la cabeza para que no se me desmadraran los rulos y me aburría muchísimo; así que cuando mi mamá me dijo que me iban a cambiar de colegio, mucho drama no me hice. Creo que ya desde la tierna infancia se iba planteando esta necesidad de cambio que persiste hasta ahora. Estar demasiado tiempo en un mismo lugar que no termina de satisfacerme me asfixia.

Parece que justo antes de empezar cuarto grado a mi madre le informaron que iban a aumentar la cuota y, sabiendo que no iba a poder pagarla sin endeudarse, se puso a buscar otra escuela. El problema fue que era pleno febrero y casi todos los cupos de los colegios cercanos a mi casa estaban llenos. Empezó a ampliar el radio barrial y terminó consiguiendo una vacante en una primaria detrás de Parque Centenario.

En un principio, mi mamá se levantaba a las 7 de la mañana, me traía el desayuno a la cama y nos tomábamos el subte B desde Pasteur hasta Ángel Gallardo. Ya promediando el año, la que se levantaba para llevar el desayuno era yo, eso cuando dormía en mi casa; en general, me quedaba en lo de mis abuelos, que vivían -y viven- a dos cuadras del parque. Como era de esperarse, para septiembre yo sólo veía a mis papás y a mi hermana una vez por semana; el resto del tiempo, con los abuelos, siendo malcriada. Mi abuelo sí entendía que yo no podía tomar cosas calientes a la mañana y me despertaba con el jugo de naranja recién exprimido y un abrazo. Mi abuela me daba plata ilimitada para stickers y me dejaba apoyar la cabeza en su regazo para ver la tele. Yo era feliz viviendo con mis abuelos y ni siquiera me daba cuenta de que no me importaba no ver a mi mamá por días y días. Con la misma soltura que había dejado el schule -sin lágrimas, sin posterior nostalgia-, me desprendí de mi mamá, mi papá y mi hermana; de mi cuarto y mi casa.
Antes de entrar a sexto grado me volvieron a cambiar de escuela. Mi madre sentía que cada vez había más distancia entre nosotras. Ya hacía un par de veranos que cuando llegaban las vacaciones yo armaba el bolso y me iba a pasar el verano entero a Pinamar; de vuelta, lejos de mi familia más cercana durante meses. En resumen, sintió que perdía a la primogénita y se la llevó para el nido de vuelta. Nuevamente, de mi parte no hubo quejas. Bah, nunca dije nada, porque sabía que no correspondía, pero la verdad es que yo prefería vivir con mis abuelos. No sólo por tener jugo recién exprimido todas las mañanas y un regazo mullido a mi disposición todo el tiempo, sino porque no me sentía parte de mi familia. A mi papá no lo llamaba "papá" y no tenía influencia directa sobre mi educación; mi mamá era un ser tan irritante como irritable, que cambiaba de humor como de bombacha, que podía pasar de la dulzura más enternecedora a la furia más desenfrenada sin detonante aparente; mi hermana era muy chica y demasiado traviesa, no teníamos espacios comunes. Completamente al margen, así me sentía; desatendida, incomprendida, lejana. Y por sobre todas las cosas, no involucrada. Si no los veía en meses -como sucedía en las vacaciones-, no los extrañaba. Si tenía que elegir dónde pasar mi tiempo libre, siempre elegía la casa de Parque Centenario, la de os jugos y regazos. No sé hasta qué punto había sentimientos negativos. Me duele reconocerlo, pero no sé si había sentimientos de alguna índole. Por algún motivo, no me eran indispensables.

Diez años después, mi mamá me echó de casa. Lo que yo deseaba desde chica -no vivir ahí- lo transformó en un acto de violencia. Me dio la oportunidad de condenarla y decirle todas las cosas que venía atragantándome desde que tenía uso de razón. Ella aprovechó para echarme en cara todas las veces que la había desilusionado con mi falta de ambición y compromiso. Viví con mis abuelos tres años más, desde los 21 hasta los 24, y desde ahí, a dos cuadras de Parque Centenario, fui construyendo el vínculo que tengo ahora con la mujer esta que me parió, que no será el más sano, pero se sostiene por amor. A mi papá empecé a llamarlo así después de cambiarme el apellido; porque aunque me haga la progre me parece que sí necesito las etiquetas. Con mi hermana nos fuimos volviendo cómplices a la distancia, viéndonos de vez en cuando pero conteniendonos si era necesario; hasta que el año pasado me la traje a vivir conmigo y a veces no me entra en la cabeza que haya sido alguna vez la pendejita que me hacía la vida imposible.
Y cuando nos sentamos los cuatro a la mesa y yo empiezo con mi monólogo sobre el buen hablar, el absurdo del matrimonio, el machismo en las mujeres o la Luna en Acuario, me siento parte de algo. Cuando no veo a mi papá por tres semanas, extraño hablar sobre películas y Paul Auster, lo extraño a él. Cuando alguien me rompe el corazón y me siento diminuta frente al monstruo de mi incapacidad afectiva, llamo a mi mamá, porque es la única que me tranquiliza.

Yo había empezado escribiendo esto para contar que en quinto grado me sentaron al lado del peor del grado y que nos terminamos haciendo amigos.
Me estoy convirtiendo en una flojita.

viernes, febrero 18, 2011

Quinto grado. Entrega de boletines -segundo o tercer bimestre-.
Miro las notas, todo fantástico; salvo educación física, obvio. Jugar al quemado me parecía lo más pelotudo del universo, además, el profesor era un banana a pedal que me cargaba por mi apellido.
Sigo mirando y llego hasta el lugar donde dice "Se destaca en". Abro bien grandes los ojos y me ruborizo.
"Dulzura" había puesto mi maestro Carlos, el que daba Naturales y Matemática.
Se destaca en dulzura. Me acuerdo y me muero de amor. No hacia mí misma -bueno, un poco sí- sino hacia Carlos, que cuando iba los domingos al Parque Centenario pasaba por el puesto de mi mamá para saludarme.

Así que tomen, todos esos que me tildan de fría, amarga y malhadada. De hecho, en un acto de egolatría sin igual, les digo que sigo destacándome en dulzura. No siempre, no con cualquiera; pero cuando me toman el tiempo, yastá, vuelvo a ser esa nena de diez años que odiaba jugar al quemado.
Si me dieran un boletín en este momento, no aprobaría educación física, pero me sacaría un 8 en comida de Oriente Medio.

miércoles, febrero 16, 2011

En algún momento de la pubertad, en casa se rompió el televisor y mis padres decidieron no reemplazarlo ni arreglarlo. Al principio fue raro cenar sin la pantalla de fondo o ir al colegio y no saber de qué estaban hablando mis compañeritos, pero después de un tiempo me terminé acostumbrando a leer antes de dormir en vez de mirar algún programa y me hice amiga de la radio. Lo mejor fue que las salidas al cine se multiplicaron.
Ya un poco más grande, cuando estaba tercer año, empecé a ir los martes a la casa de mi abuela. Salía de la escuela y llegaba justo para CQC, seguía con Cha cha cha y esperaba hasta la 1am, hora a la que empezaba la seguidilla de Friends, That 70's show, Dawson's Creek y creo que Felicity. Con esa dosis de televisión semanal estaba hecha.
Siempre me pareció buenísimo que mis padres hubieran decidido quitar la tele de casa. Calculo que en el momnto se debe haber sentido como un garrón. Tener que contar mi día en la cena a los 12 años suena más a pesadilla que a buen momento en familia; pero ahora, con una mirada diferente -iba a decir "adulta", pero todavía me cuesta ponerme en ese lugar-, me parece que fue una de las mejores cosas que hicieron respecto de la educación de mi hermana y mía.
Hace unos años, cuando ya me habían rajado del nido, volvieron a poner una tele. Al principio todo parecía bastante normal, pero cuando el año pasado iba a cenar y la conversación se frenaba porque empezaba Malparida, me empecé a alarmar. Mi mamá sabía los nombres de los gatos del programa de Tinelli. Mi papá veía Filmoteca en canal 7, sí, pero antes se daba una sobredosis de basura. Les transmití mi inquietud, pero se me rieron en la cara, así que me desentendí del asunto y listo.
Ayer íbamos en el 141 con mi hermana, yendo para casa, y le llega un mensaje de texto de nuestra madre: SE QUEMÓ LA TELE. POR FAVOR MIRÁ LA NOVELA DE ECHARRI ASÍ DESPUÉS ME CONTÁS. BESITO.

¿Cuál será el destino del matriarcado? ¿Adónde iremos a parar?

lunes, febrero 14, 2011

La vida no para de darme indicios de que ya estoy medio vieja. Todos los días encuentro una nueva cana, me duele en el cuerpo salir dos días seguidos, tiendo a prejuzgar a los jóvenes; esas cosas.
Me pasa esto y creo que mientras no se me caigan las tetas voy a llevar todo el asunto con bastante decencia. O no. Porque la vida te da sorpresas. Sorpresas horribles.

Hace un par de noches estaba compartiendo un momento conmigo misma, o sea, no quiero usar eufemismos para decir que me estaba toqueteando, así que eso, me estaba haciendo una paja -qué poco femenino que queda si lo digo de esa manera, menos mal que mi mamá no me lee el blog, si no, me retaría- y cuando estaba a punto de subir el último peldaño que me llevaría al éxtasis absoluto, me dio un calambre en la cadera.
Un calambre en la cadera.
¿Me captás? ¿Me sentís?
Un calambre en la cadera. ¿Saben a quiénes le dan calambres en la cadera? A mi abuela. Y a otros abuelos. Y a mí cuando me toco. Porque estoy vieja. Y, claramente, me falta potasio.


En otro orden de cosas, esta es la escena ¿literaria? de mi vida, en la que yo elijo sesgar mi completitud y crear un personaje al que sólo le importa que se la pongan o la quieran un poco; las dos cosas no, tampoco la pavada, el personaje aún tiene que evolucionar (aunque, por otro lado, yo estoy a punto caramelo). Y ¿cómo no hablar de San Valentín? Digo, si tengo blog de solterita, algo debería decir, ¿verdad? Decir que odio este día, que no voy a salir a la calle porque ver parejitas me da náuseas. O extrañar a algún hombre atento y dulce. O pensar que nunca voy a conocer a un hombre que quiera y me quiera.
Pero no.
El 14 de febrero como festejo del día de los enamorados me tiene sin cuidado. Porque es el cumpleaños de mi abuela y como torta. Y si como torta, no hay manera de sentirme mal. La vida está buenísima si le ponés una porción de torta al lado. Y la vida también está buenísima si tenés una abuela como yo, que se llama Zenona, y te salva de la conmiseración de San Valentín porque cumple años y hace torta.



Un calambre en la cadera. Mi vida como la conocía hasta ahora se desmorona.

viernes, febrero 11, 2011

Epa Epa Epa. Acabo de mirar para la vereda de enfrenta y resulta que en el videoclub no está el pelotudo que siempre pone cumbia al mango y que se piensa que es rocker porque de vez en cuando escucha Turf. Hay un treintañero barbudo y lleno de tatuajes que sale a la puerta a fumar Marlboro. Yo digo que está reemplazando al otro subnormal en receso vacacional y que nos vamos a lanzar miradas impúdicas mientras los autos nos pasan por el medio.





Epa Epa Epa. Acabo de recordar que, por default, tengo cara de orto y que soy incapaz de seducir a alguien si no tengo manera de expresarme a través de la palabra.





Epa Epa Epa. Acabo de darme cuenta de que no tengo ni un ápice de energía para destinar a estos susanitismos.

miércoles, febrero 09, 2011

Típico. Típico de mí II.
Cuando sueño algo que no me gusta o me altera, me despierto pensando que puede ser cierto. Esa certeza puede tener durabilidad variable; a veces, demasiada.

Ejemplo primero
Cierto señor que durmió incontables noches conmigo podría testificar que se despertó varias veces por un golpe propinado por quien les escribe. Codazo en los riñones, rodillazo en la tibia, patada, empujón; utilicé varias técnicas. Resulta que soñaba que me engañaba o que me decía algo feo y cuando la angustia me despertaba, pumba, violencia física y un traumático pasaje a vigilia al son de "la puta madre, ¿pero qué te pasa?". A los pocos segundos caía en la cuenta de que había sucedido todo en mi mente y seguía durmiendo lo más pancha.

Ejemplo segundo
Esto pasó sólo una vez, pero temo que vuelva a suceder. Un día, hace no mucho, soñé que estaba embarazada; que acababa de salir del hospital donde me habían dado la noticia y que cuando estaba por prenderme un pucho, me daba cuenta de que cigarrillo-alcohol-porro no more y casi psicotizaba ante el panorama de tener a un ser humano dependiendo de mí hasta los 18 años. Al otro día -o dos días después, no me acuerdo- llamé al muchacho con el que estaba en ese momento y lo interpelé acerca de la posible rotura del forro en nuestro último revolcón y demases paranoias.
Un llamado un día de semana, a las 4 de la tarde, que comienza con "soñé que estaba embarazada" NUNCA es bien recibido. Se lo cuento a las lectoras por si no lo sabían.

martes, febrero 08, 2011

Típico. Típico de mí -y de andá a saber cuántas más- soñar con un tipo al que no veo hace mucho y despertarme con la certeza de que el flaco está tratando de comunicarse telepáticamente conmigo. Bueno, no, telepatía no. Pero sí que está pensándome con intensidad.

domingo, febrero 06, 2011

Llegó el día. El momento que vine pateando durante los últimos seis meses: ordenar la biblioteca.
Durante meses tuve la pila de libros que venía leyendo al pie de la cama, después me dio un poco de vergüenza ser tan crota y los pasé al escritorio. La pila fue creciendo -entre ya leídos, leídos por la mitad y próximos a leer- y el escritorio me fue quedando chico. Desde antes de las fiestas empecé a mentalizarme, imaginé modos de clasificar y procastiné hasta hoy, que en un arranque de bienestar, me puse a limpiar a fondo mi habitación.
Como había sospechado, no tengo espacio, me falta un estante de 1.5 m y todos los de literatura latinoamericana quedaron encima -a modo de sombrerito, como diría mi jefe- del resto.
Saqué mucho polvo, recategoricé y, casi lo más importante, aparté para regalar o vender. Aunque, ahora que lo pienso, no me da la cara para ir a vender o canjear esto que separé. Así que si alguna -o alguno, no juzgo- quiere unas 10 novelitas románticas chotas, me chifla, porque me da vergüenza llevar esto al parque Rivadavia. Ojo, eh, que no es Corín Tellado; son como comedias románticas a lo Bridget Jone's Diary pero hechas libro. También hay uno de Stephen King que nunca pude terminar, un par que me regalaron personas que me desconocen por completo y uno de Isabel Allende, pero ese mejor lo llevo para los usados de la librería, no quiero perjudicar a nadie.

sábado, febrero 05, 2011

Hola, ¿qué tal?
Sí, estoy acá para contar que me parece que no me voy a recibir nunca.
Acabo de mirar los horarios de la cursada de este año y me quiero tirar en el medio de la calle para que me pise un auto. No hay manera posible de cursar todas las materias que debería, para eso tendría que aprender a manipular variables tiempo-espacio, y todos sabemos cómo me fue estudiando física.

¿Nadie quiere ser mi mecenas?

miércoles, febrero 02, 2011

Siempre me jacté de no ser celosa hasta que el gato de mi abuela se llevó una concubina -felina, por supuesto- al patio de la casa de Villa Crespo en la que yo viví con ellos -mi abuela y el gato, sin concubina felina- durante tres años. Tres años en los que compartí tardes y latas de atún con ese animal. Inviernos en los que me calenté los pies con él sobre las mantas. Veranos en los que nos tiramos en el sillón debajo del ventilador. Tardes en las que me hizo compañía mientras leía o estudiaba. Mi gato preferido en el mundo. Un amor profundo y comprometido era el que teníamos el uno por el otro. Hasta que apareció la turra esta con su cara de loca y su fertilidad productora de animalitos por doquier.
Ahora, él ya ni nos presta atención. Es un padre de familia, un esposo fiel. Cada vez que voy a lo de mi abuela, no me da ni cinco de bola y yo sufro en silencio. Bah, el silencio lo mantengo hasta que aparece la chirusa y le digo cosas horribles a escondidas.

Por motivos que nunca llegué a entender, el gato de mi abuela se llama Canela. Sí, Canela. Es color naranja y tiene los ojos verdes. Un verano mi abuelita nos dejó solos y yo me quedé sin plata para comprarle el alimento. Durante esos días el micho probó: revuelto de zapallitos, polenta, fideos con tuco, brócoli y remolacha; después, se borró durante dos días y yo estuve con el corazón en la boca, mirando por la ventana que da al patio, esperando su vuelta. Nos llevábamos fantásticamente y una vez me dejó que lo sacara a pasear a la calle a escondidas de su dueña. Tiene 10 años y está enorme, tiene cara de sesentón con experiencia de vida. Es lindo, es re lindo. Siempre lo dije, si Canela fuera hombre, a mí me re gustaría.

Soy celosa, soy re celosa.
Pero que nadie se entere.