Me exijo una solución, cualquiera, no importa qué; sólo es necesario recontextualizar para no dejarme llevar por la vorágine del nunca conformarse, la espiral de la insatisfacción, el agujero negro de la desesperanza injustificada.
Entonces, empieza el brainstorming esquizo. Me tiro a mí misma propuestas de toda clase, perniciosas, inútiles. Me induzco a manotear cualquiera y a actuar en consecuencia. Me entrego y opongo resistencia al mismo tiempo; la paso mal, muy mal. De todos modos acciono -o reacciono-. Me desubico, tomo decisiones apresuradas, huyo, me aislo.
Después, salgo, me emborracho, cocino, cojo, como, bailo, canto, río, me drogo, duermo, escribo, me toco y pienso. Como si nada. Como si no supiera que al correr la cortina, levantar la alfombra, espiar por la cerradura, me voy a encontrar con eso, escondido a medias.
Me hago la boluda hasta que cualquier ruidito, alguna frase, una canción, echa luz sobre lo mismo de siempre.
Y de vuelta lo mismo.
Hasta que se toque China con África.