jueves, diciembre 23, 2010

A Juan lo conocí hace más o menos un año y medio. Salimos un sábado a la noche, charlamos unas cuantas horas y terminé yéndome a casa en un taxi, sola, suponiendo que nunca más iba a verlo en mi vida. No porque no me hubiese gustado, sino porque en ningún momento de la noche el flaco dio algún indicio de interés. Todo muy ameno y un diálogo relativamente fluido, pero no mucho más que eso. Mentira, sí hubo algo más. Algo que en ese momento noté pero no cobró relevancia hasta hace bastante poco: una mirada que me resulta dificilísimo describir. Una mirada que al aparecer siempre me hizo sentir desubicada, distanciada, un poco rechazada. Como si yo estuviera haciendo o diciendo algo inmensamente ridículo y él se horrorizara por verme o escucharme.
Caminando por el pasillo de entrada de mi casa esa madrugada me dije a mí misma que sí, que el muchacho me había gustado, pero que toda la situación me gritaba HE'S JUST NOT THAT INTO YOU, así que decidí no poner ni media ficha y seguir en la mía. En ese momento acababa de salir de un duelo de 6 meses con forma de celibato y, para qué mentir, me estaba poniendo al día por el tiempo perdido.
Para cuando volvió a aparecer yo ya prácticamente me había olvidado de quién era. El tipo mandó un mensaje dos meses después de no haber tenido ningún tipo de contacto y a los pocos minutos de ida vuelta de sms se estaba invitando a mi casa a comer guiso de lentejas casero. Acepté porque estaba en la misma situación que él: caliente y con ganas de comer guiso de lentejas. También porque tenía ganas de cocinarle a un hombre. Aunque supiera que este tal Juan no se merecía (por paracaidista) el placer mezclado con stress que me representa cocinar para un otro, mis ganas de hacerme creer que podía jugar a la casita un rato ganaron. Necesitaba cocinarle a alguien después de tanto tiempo; a alguien que no fuera Nicolás.
Al otro día después de trabajar fui a comprar las cosas para cocinar y me fui para casa. Ani se había ido a lo del novio y Nat estaba de viaje, así que tenía la casa para mí sola. Me bañé, me encremé y me metí en la cocina. Abrí un tinto porque me estaba empezando a poner nerviosa y me puse a cortar, saltear, hervir y guisar. Para el momento en el que el guiso estaba encaminado y él tenía que estar tocando el timbre, yo ya estaba medio borracha, sí, pero bastante más relajada. Tan relajada que no me di cuenta de que no había dejado el fuego al mínimo para que la preparación redujera y pasó lo peor de lo peor: se me quemó el guiso de lentejas. Se me quemó. No hay peor tragedia que se me queme algo; y si es algo que cocino para otro, el sufrimiento es peor.
Ante la desventura culinaria, opté por reprimir mis más puros instintos melodramáticos y me dediqué a seguir entrándole al vino para olvidarme del desastre.
El sexo fue raro. Raro bien, pero raro. Tal vez yo venía demasiado acostumbrada a otro tipo de encuentros, con otro tipo de gente, pero lo que más recuerdo fue la sorpresa -grata- ante su dulzura. No me había parecido en ningún momento un tipo dulce o cariñoso, hasta que me desperté con una caricia muy suave a lo largo de mi brazo y su voz, tranquilísima, diciéndome que se iba.
Recorrí el pasillo de entrada de mi casa como aquella vez hacía dos meses, tratando de ordenar la situación en mi cabeza. Llegué a la misma conclusión que la vez anterior: no poner ni una ficha, seguir con mis cosas; aunque el tipo me gustara. Había algo que no cerraba por ningún costado.

Continuará...



Quiero informar que esto está escrito para el mismo Juan, que, a pesar de haberle pedido que no lea más mi blog, sigue entrando.

Ya está, eh. Leé cuando quieras. De hecho, me dieron ganas de que tuvieras mi percepción de los hechos. Digo, si tantas ganas tenés de saber qué tengo para escribir cada día -aunque no tengas deseos de lidiar con mi presencia en vivo y en directo-, te doy algo para que leas y te sientas literalmente identificado.

miércoles, diciembre 22, 2010

Me saca de quicio que mi jefe simule que leyó novelas que nunca abrió y que toda esta horda de viejas palermogólicas compre cualquier bazofia sólo porque el librero lo recomienda.
Me enerva hasta la ira en los puños que cuando soy yo la que recomienda cosas -que SI leí- me digan que van a volver a pasar cuando esté el señor.
A veces me dan ganas de salir a la puerta con un megáfono y que lo escuche bien clarito toda el barrio: "ESTE SEÑOR NO LEE UNA GOMA, VECINOS, ES UNA ESTAFA DE LIBRERO. EN SUS ÚLTIMAS VACACIONES SE LLEVÓ DAN BROWN Y DURANTE EL AÑO SE DEDICA AL CUENTO ERÓTICO Y NA-DA-MÁS".
Claro que despuès me doy cuenta de que el problema no es él. Ni las viejas chotas que confían ciegamente en su criterio.

El problema soy yo.
No doy intelectual
ni tengo cara de haber leído mucho
me faltan los lentes o portar cierta actitud
no sé qué, pero algo necesito
no me da el piné
la Cassandra de las libreras:
eso soy

martes, diciembre 21, 2010

Recién sobre el tren yendo a Tigre me enteré de que la casa del papá de Nieves quedaba a dos horas de lancha desde la estación fluvial. Debo haber puesto una cara muy particular, porque por un momento pensaron que me parecía demasiado lejos; hasta que expliqué que no, que todo lo contrario, que, justamente, lo que venía buscando era eso: a-le-ja-mien-to.
El río estaba bastante crecido y el primer día no pudimos hacer mucho más que comer tostadas con dulce de leche, tomar fernet, hacer cantos armónicos y hablar. Hablar, hablar y hablar. ¿Cuánto es que pueden hablar tres mujeres juntas? No hay límite. Si hiciéramos un esquema representativo de los temas tocados, nos quedaría un diagrama de árbol, una escala cromática, un mndala mágico, una vía láctea infinita. El sueño nos agarró relativamente temprano, así que a las 2 ya estábamos profundamente dormidas.
El domingo nos recibió con mucho sol, un vientito divino y el río bastante más bajo. Después de la preparación de la salsa criolla, las ensaldas y de la pasta de berenjenas asadas -que oficio de entrada- nos abocamos al asado propiamente dicho y no paramos de comer y tomar tinto con hielo hasta el mismo hartazgo. Creo que existe una sola característica que une a todas mis amigas: el placer ante el buen comer, el goce al cocinar.

Metido en los recovecos del ocio, el pensamiento tratando de emerger desde lo más profundo de las aguas de la negación. Como si la misma idea me hubiera llevado a aceptar sobre la hora la prpuesta de escapada. Como si hubiese sabido que tras 24 horas de descanso y armonía con el hábitat bajaría la guardia lo sufiente como para reconocerme a mí misma lo que venía esquivando desde hacía días.
Enfrentarme a las decisiones apresuradas y drásticas y reconocer que, tal vez, quizás, quién sabe, me apuré un poquito y me pasé de egocentrismo. Perdonarme, entenderme y obligarme a enmendar el error. Volver a sentir la fortaleza, respirar hondo y darme cuenta de que no es tan difícil.

Volví apenas colorada, bastante en paz y con un sentimiento de gratitud que hasta me sorprende.
De repente, me da la sensación de que estas sí van a ser felices fiestas.

sábado, diciembre 18, 2010

Huyo.
Después de una semana en la que pasó de todo y todavía no termina de caer la ficha.
Una gata nueva, terminar con una relación, flores de Bach, un señor seduciéndome, evasión de responsabilidades académicas, escritura, canto, desorden, malestar físico, ataques de ansiedad, el peso y la responsabilidad que trae la mirada del otro.
Huyo.
Nos tomamos el tren con Sol y Nieves hasta Tigre, nos subimos a la lancha, nos internamos en lo profundo del delta.
Como si eso me permitiera saber qué es lo que extraño tanto y no puedo poner en palabras.
Huyo. Me gusta huir.

martes, diciembre 14, 2010

Hoy, un hombre fue al local de Patricia -ex jefa, amiga, peronista y madre postiza-, compró una pulsera, pidió que se la envolvieran para regalo, escribió una dedicatoria en una tarjetita y pidió que entregaran el regalo a la chica de la librería.
Patricia caminó los pocos metros que la separan de la librería con una bolsa lila con un moño. Hizo la entrega con una sonrisa enorme y esperó a que la chica de la librería reaccionara.
La librera pidió detalles de la situación y Patricia describió al hombre regalador como interesante, educado y seductor. Con esos datos, no tardó en saber de quién se trataba; tampoco tardó en ruborizarse.
El hombre tiene edad suficiente para ser su padre -un padre joven, eso sí- y eso lo convierte en algo nuevo a los ojos de la chica de la librería. El hombre tiene otro código, más tradicional, pero no por eso menos atractivo, todo lo contrario.
La chica de la librería sabe que lo que hizo el hombre le va a alegrar el día, porque esas cosas no le pasan nunca y aunque se haga la canchera, es de público conocimiento que cada vez sucumbe más ante ese tipo de gestos.
El hombre hizo la jugada correcta. Ya le tomó el tiempo a la librera.
Una noche llegué del colegio y fui derecho para mi cuarto a tirarme a llorar en la cama. Hacía unos meses que había empezado primer año y tenía el diario íntimo de Garfield lleno de poemitas chotos dedicados a Alejandro, un pibe que estaba en cuarto año y usaba un gamulán mugriento que me enloquecía.
Mi mamá se sentó en una silla y me preguntó qué me pasaba. Le terminé contando porque sabía que no se iba a tragar excusas del estilo "me saqué un 5 en geografía" o "me peleé con fulanita". Le terminé contando porque estaba absolutamente desbordada por la situación. Tanto deseo me sofocaba. Me acarició el pelo y me dijo que no tenía que llorar por nadie, que cualquiera que me hiciera llorar no me merecía. Ah, porque en el matriarcado hay que manejarse en el orden de la meritocracia; y si una no acepta tal orden resulta que se convierte en una débil, hipersensible y pisoteada solterona.
En ese momento no supe poner en palabras que lo que me estaba diciendo me parecía una estupidez enorme; que lo que necesitaba era un abrazo y punto.
Yo no lloraba porque el del gamulán mugriento no me diera bola, lloraba porque no me entraba en el cuerpo el sentimiento, porque la maravilla que me generaba la sensación de enamoramiento adolescente me llevaba a un punto de emocionalidad casi absurda. Lloraba porque estaba sintiendo, y punto.
Tardé muchos años en volver a contarle algo por el estilo. Si llorar por alguien no estaba permitido, bueno, me encerraba en el baño y lloraba en la ducha. O en la plaza antes de entrar al contraturno de computación. O en el colectivo yendo a gimnasia. O en cualquier lugar en el que ella no estuviera.


Hoy fui a visitar a mi mamá y antes de contarle que había decidido ponerle fin a vínculo que me hizo muy feliz durante los últimos meses pero que también me enfrentó a la disyuntiva repitente del quiero-más-y-no-me-lo-van-a-dar-o-corto-por-lo-sano, le recordé esa noche de 1996.
A los cinco minutos ya me estaba diciendo que no me angustiara. Como si la orden pudiera tener algún efecto a esta altura del partido. Seguí llorando y le expliqué que el llanto no venía por no poder concretar algo más con este muchacho sino por esa misma sensación de enfrentarme al sentimiento que había tenido a los trece años.

No me desarma saberme no elegida; me despedaza el hecho de saberme diferente, más sana.
Despedazada en el sentido más literal. Levantar esos pedazos de lo que fui hasta ahora y ver que debajo yace otra, entera, receptiva a su propio deseo, mucho más auténtica. Fuerte.

No sé si esto es evolución.
Sin lugar a dudas es la revolución.

domingo, diciembre 12, 2010

Me pasé el día de ayer en balcones.
En el primero miré, respiré la lluvia. También lo miré a él, muy de reojo, mientras prendía un pucho tras otro y rompía la mitad de las leyes del Código de Señoritas-que-saben-qué-decir.
En el segundo espié a los vecinos de Sol y me sentí entre entera y despedazada. Fuerte, sí, pero hasta cierto punto ajena de tan hipersensible.
En el tercero, piso 17, miré hacia abajo mucho tiempo. Miré también hacia adelante, miré todas las luces, las antenas, los murciélagos, las nubes, los edificios. Miré durante horas y pensé muchas cosas. Lloré apenitas, porque si no se me corría el delineador.

Esto también va a pasar.
Eso me dije mientras se hacía de día.

jueves, diciembre 09, 2010

Estoy a esto de mandar absolutamente todo al carajo. Bueno, el profesorado no, porque es lo único que me dio alegría este año.
Esto no es evolución. Esto es revolución.

viernes, diciembre 03, 2010

Cuando tenés 15, 18, 20, 23 años que te guste o no un flaco está determinado por una serie de variables: música que escucha, carrera que estudia, instrumento que toca, ideología política, libros que lee, directores de cine favoritos (y si no sabe nada de directores, ¡next!), estilo al vestir y cada una tendrá su juego particular de etecéteras.
Sí, sí, después te enamorás de uno que escucha Jóvenes Pordioseros y estudia Organización de Eventos y la vida te tapa la boca. O al contrario, siempre salís con muchachos con buen gusto, ideales e intelecto inquieto y resulta que a la final terminan siendo unos neuróticos tibios que sólo se permiten escribir historias y nunca vivirlas en carne propia. Se imaginarán cuál de los dos casos me toco a mí.

Cuando tenés 26, 29, 32 años esas variables que antes determinaban el curso de un vínculo ya no tienen tanto peso. Qué importa si se sabe todas las letras de Sabina, devora Sidney Sheldon y vota como gorila. No, bueno, esto último sí importa. ¿Realmente tiene importancia que sea artista plástico, estudiante de física o abogado? No, bueno, abogados nunca más; y ya que estamos, guitarristas tampoco.

Y recién ahora me doy cuenta. Mi manía por etiquetarlo todo me movió el eje durante muchos años. Ahora las variables determinantes son completamente diferentes.
Me he convertido en una romántica. Quién lo hubiera dicho.

lunes, noviembre 29, 2010

Una mezcla de nostalgia, angustia, calentura y hormonazo. Eso siento. Me imagino una escena de sexo en este preciso instante, con este mismo estado de ánimo, y apuesto mis pocas pertenencias a que me convierto en una de esas que lloran cuando cogen. Una sola vez lloré después de acabar, el tipo ni se dio cuenta -como no se dio cuenta de nada, nunca, pero ese es otro asunto-; claro que fue parte de la puesta en escena que me había armado para mí misma: el tormento del amor inefable y nunca correspondido sólo podía ser cristalizado de un solo modo, llorando en silencio después del éxtasis de la intimidad, después de mirarlo a los ojos mientras el orgasmo nos atravesaba el cuerpo. O sea, puro blabla, pero de vez en cuando me gusta armarme shows para hacerme creer que soy una de esas mujeres intensas e inolvidables. Cada cual con su neurosis, no me pidan más que esto, hago lo que puedo.
El problemaa de este estado es que no queda otra más que esperar que decante y yo soy muy ansiosa. Y además, va a terminar mal. Nada bueno sale de la mezcla de nostalgia, angustia, calentura y hormonazo. En el mejor de los casos, me indispongo antes de tiempo. En el peor, salgo desesperada a encamarme con cualquiera para después sentirme vacía y desamparada. En el medio, se despliega un abanico de confusión, ataques de quinceañerismo y activación de los mágicos poderes de la Luna en Acuario.
Tengo el cuerpo impregnado de él. Su olor en mi ropa. La sensación en las uñas de la aspereza de su barba. Flashbacks, cientos de cuadros que forman secuencias, que foman escenas, que recrean momentos. Y todo eso me conmueve, me angustia, me calienta, me alborota.
La nostalgia es un bonus track que me manda la vida, porque es perra.

sábado, noviembre 27, 2010

Divino. Sin darme cuenta, volví a caer en el estado este que me hace sentir absolutamente incomprendida y sola. La palabra clave es SOLEDAD.
Porque claro, soy súper especial; mis sentimientos atraviesan matices desconocidos por el resto de los mortales.
Por eso, cuando trato de explicar qué me sucede nadie me entiende, nadie quiere comprender, todos miran para un costado. Oh, pobre de mí. Pobre insatisfecha salitaria.
Entonces -como siempre, mis mecanismos de defensa son siempre los mismos- el resaltador es el arma con la que batallo contra este estado; o mejor, dicho, es la herramienta que uso para evadirlo y negarlo. Estudio. Estudio unos apuntes de cognitivismo cultural que están hechos para subnormales. Estudio Las Doce Casas de Sasportas y me maravillo con los misterios de la astrología psicológica. Repaso en mi mente las desinencias de la tercera declinación. Conjugo el verbo "satifacer" en el modo subjuntivo. Aunque las clases hayan terminado, aunque ya no haya necesidad. Ocupo mi mente en repasar e incoporar información porque le tengo pavor a empezar de vuelta a pensar en todas esas cosas en las que termino pensando cuando me siento sola e incomprendida.
En los libros que leo no enseñan cómo pedir un abrazo.

viernes, noviembre 26, 2010

Las cosas estaban mal. Yo estaba mal. Cumplía años -algo que siempre me cruza bastante- y había tenido una especie de pelea con Nico. Pero había que festejar. Flor y Nat me ayudaban con los preparativos y ya había mandado el mail invitando a bastante gente; así que no me quedaba otra, iba a tener que tirar la casa por la ventana de un modo u otro.
No recuerdo mucho, pero sí me acuerdo de que Dedé andaba con muletas porque se había accidentado en el laburo, que mi hermana nunca vino, que le tiré las cartas a un amigo del pibe que salía con Flor y que después me hice la linda con otro, incluso le encajé un beso, y que terminó pasando la noche con Nat. Después de darme cuenta de que me le había tirado encima al flaco que había venido chamuyando mi amiga durante toda la fiesta, me encerré en mi cuarto a llorar. Llamé a un lector del blog al que no conocía pero con el que nos mandábamos infinidad de mensajes textos diarios. Sí, cuando estoy borracha y triste me entro a desesperar y llamar a un tipo que no conozco a las seis de la mañana para que venga a mi casa a conocerme me parece de lo más correcto. Lo peor del asunto es que el pibe vino; era raro. Fuimos a comprar puchos, subimos a mi cuarto, nos recostamos en la cama y no pronunció palabra. Está claro que no le gusté ni un poco porque en algún momento atiné a acariciarle el pelo y prácticamente sálió disparado, pidiéndome que fuera a abrirle.
Ya era de día y no podía dormir, la mente me tiraba veinte pensamientos por segundo que se arborizaban en panoramas nefastos de futuros de soledad eterna y reseca. Era una máquina de llanto, no podía parar.
A las once de la mañana bajé a tomar agua y llamé a Nico. Después de mandarme a gritar a la terraza a modo de terapia de descargue, me dijo que quería seguir durmiendo, que cualquier cosa hablábamos más tarde. Seguí llorando hasta que atardeció. También lloré los días siguientes. Lloraba porque Nico cada día se alejaba más, porque nadie me elegía, porque no le podía gustar a nadie. Lloraba día y noche; en el trabajo, en el bondi o en mi casa. Lloraba imperceptiblemente y a lss gritos pelados. Lloré lo que quedaba de primavera y el verano, otoño e invierno siguientes.
Hoy me acordé de ese cumpleaños choto; de ese año choto. Era como si me lo estuvieran contando, como si yo no lo hubiese vivido. Y ahí supe por qué.
Es que soy otra. La misma, pero otra.

jueves, noviembre 25, 2010

Él me llamaba La Reina de la Retórica y yo sonreía de costado. No me quedaba otra. Estar enamorada de El Rey de la Manipulación Discursiva te lleva a ciertos lugares de los que después no podés volver. Volví de la tristeza como constante; volví de la absoluta falta de respeto a mis deseos; volví de la desesperanza arraigada en el cuerpo; pero del malabarismo semántico, no. Probablemente porque la cualidad ya estaba ahí, desde siempre. Mi relación con las palabras, con lo discursivo, fue siempre muy estrecha, intensa.
Si no lo digo no lo creo. Si no hay relato -en cualquiera de sus formatos-, no sucedió.
¿Y la palabra ajena? Ah, cierto, la palabra del otro. Esa queda en el limbo del "no te creo nada". Hasta que se demuestre lo contrario.

miércoles, noviembre 24, 2010

"Bastante lejos del convento está esta", dijo mi madre refiriéndose a mi laica soltería.
"Vos buscate DOS, siempre DOS", dijo mi abuela con respecto a las elecciones de maridos.
"También te voy a regalar una canción", dijo mi papá y peló armónica.
"Feliz cumpleaños", me dijeron mis padres, mis dos abuelas, mi abuelo, mis tres tías, mis cuatro tíos, mis cuatro primos, mi hermana, Dedé, una amiga de mi mamá y una prima segunda.
"28", decían las velas sobre la torta.
"Gracias" y "te quiero mucho", dije incontables veces a lo largo de la noche.

viernes, noviembre 19, 2010

El Morochón era una bomba. Medía como dos metros, le estaban empezando a salir canas y tenía una mirada de ojos bien moros que me dejaba pelotuda. Él quería hablar de su producción artística a como diera lugar y yo, con mis 22 recién cumplidos, lo miraba embelezada, proyectando un futuro juntos de bohemia, mientras él monologaba sobre instalaciones, fotografía, guiones y poemas. Sospechaba que era puro blablá, que de arte sólo tenía las ganas, pero no me importaba nada, porque me llevaba un montón de años, era enorme, seductor y cuando menos lo esperaba me decía que inclinaba el cuello de manera exquisita (sic) o que tenía ojos para ser mirados bien de cerca, a distancia beso.
Vivía lejos, en lo profundo de Zona Norte, pero tampoco me importaba eso. Cargaba el morral con algún libro y hacía la combinación subte y 59 que me dejaba casi en la puerta de su casa y me bancaba la hora y media de viaje. El problema era a la vuelta, a altas horas de la madrugada, porque en esa época no había manera de hacerme dormir acompañada. Me pedía un remis y yo bajaba la ventanilla para tirarle un beso mientras el auto arrancaba.
Me dejaba sentarme en su regazo para que le pintara los ojos, me armaba porros y playlists maravillosas. Me besaba durante horas, me leía fragmentos de escritores beat y yo me sentía absolutamente deseada y cuidada; probablemente por eso nunca terminó de conmoverme el Morochón. No me movía ni un pelo a nivel emocional. No hubo caso.
Fui desapareciendo de a poco y aunque en algún momento pidió explicaciones, fueron de compromiso; la realidad es que me dejó ir sin problemas.
Hace un tiempo me lo sugirió el facebook. Pero no, cuarentones no. Todavía me siguen gustando los treintañeros.

martes, noviembre 16, 2010

- Uy, mirá, ahí tenés una cana.
- ¿¿¿Dónde???
- Uh, no. Mejor no te digo, te la vas a querer arrancar.
- No, no. DECIME.
- Acá.
- ME QUIERO MORIR. ESTOY VIEJA. ¡OTRA CANA! Y TENGO ARRUGAS, ¿ME ENTENDÉS? ¡TENGO ARRUGAS!
- ¿Dónde tenés arrugas, Ce?
- Acá. mirá, en la frente. No lo puedo creer. Me salen canas. Tengo arrugas. Es horrible.
- Te van a quedar bien las canas a vos...
- No. Esto es terrible. ¿Y sabés qué va a pasar un día? ¡SE ME VAN A CAER LAS TETAS!

Siempre que estoy por cumplir años, psicotizo. Pero este año es diferente, eh. Porque en realidad la arruga que tengo en la frente me la veo yo sola, la cana ni se nota y mis tetas todavía le vienen ganando a la gravedad. Aparte ayer me cortaron el pelo y parezco más joven.
El retorno de Saturno me va a agarrar hecha una piba.
Busqué el reloj durante tres horas.
Me acabo de dar cuenta de que lo tengo puesto.

No sé si son las endorfinas en sangre o que la memorización de declinaciones me quemó la bocha.

viernes, noviembre 12, 2010

El pletzalej con pastrón y pepino levanta cualquier mediodía.
Sí al hombre con rodete. Sí sí sí.
Mi padre fue todo un visionario al empezar a llamarme Barrileta.
yogurt natural + jugo de naranja + frutillas /duraznos + hielo + licuadora = desayuno de campeona
El ascendente es el signo que se alza en el horizonte en el momento del nacimiento.
Cada día me caen mejor mis compañeros de profesorado.
Los planetas son el qué, los signos son el cómo, las casas dónde/cuándo.
El que se fue sin que lo echen, vuelve sin que lo llamen.
Hace años que no me paso un peine.
is - is - em - is - i - e (sustantivos de 3era declinación, tema en i, masculinos/femeninos, singular)
es - es/is - es - ium - ibus - ibus (plural)
I'm easy. Like Sunday morning.

Y esas fueron las enseñanzas y conclusiones de la semana.

jueves, noviembre 11, 2010

Paso a inaugurar una nueva sección de este blog: A los veinte años me re cabían los treintañeros.
Ahora también me re caben, pero no es ese el punto.

Vamos a inventarle un nombre. Juan Carlos, ponele. Nunca me acosté con nadie llamado Juan Carlos, de hecho, el flaco este tenía un nombre súper lindo, pero en los blogs se acostumbra poner una inicial o un seudónimo y yo respeto el código blogger. Bah, salvo cuando empecé a llamar al Innombrable por su nombre, Nicolás; pero eso es porque dejó de ser un personaje y necesitaba dotarlo de realidad. Que fuera bien clarito para todas las instancias de psiquis: no fue Mr. Blonde quien me rompió el corazón sistemáticamente durante un lustro, no fue El Innombrable el que me dejó hecha una piltrafa célibe; fue Nicolás. Pero nada, estaba hablando de Juan Carlos.

Juan Carlos acababa de cumplir treinta años cuando lo conocí. Noviembre de 2003. Yo salía con un pisciano melanco que siempre me llevaba a Mundo Bizarro a pesar de mis quejas y no podía entender cómo yo prefería que fuéramos a la plaza a fumar un porrito y tomar una cerveza antes que echarme en un sillón de cuerina a beber en copitas triangulares tragos de colores. Y todo bien con el pisciano melanco, pero yo quería más. ¿Más qué? No sé, pero más. Otra cosa. Necesitaba que me sorprendieran. Y Juan Carlos se presentó como todo lo que se suponía que yo quería en un hombre: carisma, inteligencia, pasión, sentido del humor y una profesión que yo pudiera admirar (a esa edad todo el asunto de la profesión me tenía obsesionadísima). Es verdad, era medio banana. Recuerdo que tenía un sweater color natural que lo hacía recién salido de un velero, pero a mí no me importaba, porque era psicólogo, me contaba de sus pacientes y me garchaba en el diván del consultorio. Y ¿qué más podía querer una estudiante de psicología que escenificar la cristalización de sus pulsiones en un ámbito tan emblemático como "el consultorio"? Aparte, no era cualquier tipo de psicólogo, era psicólogo jungiano. Creo que durante lo poco que duró el romance me sentí mi propia ídola. Mentira, había un dejo de "dale, boluda, ¿no querías esto, vos? ¿no encaja con el perfil acaso?".
A decir verdad, era todo muy básico. Me tomaba el taxi, tocaba el timbre, nos manoseábamos en el ascensor, nos revolcábamos apenas él abría la puerta, hablábamos de sus pacientes o mis materias y volvíamos a coger. Después yo hojeaba libros un ratito y le pedía que me llamara un taxi. En la semana chateábamos o nos mandábamos mails softporn para alimentar el deseo y así, siempre lo mismo. ¿Por qué dije "básico"? No sé lo que es básico. Lo que tenía con Juan Carlos era divertido pero poco emocionante, no me satisfacía más que desde un lugar ficticio: "este tipo de hombre es el que vos querés, Cel", me decía a mí misma. Claro que en esa época también me decía que tenía que ser psicóloga y ya sabemos todos en qué terminó ese proyecto.
A él le debe haber pasado algo similar, porque de un día para el otro dejamos de hablarnos. Seguí entonces con el pisciano melanco, con el que teníamos discusiones inverosímiles acerca de nuestra relación y que con el tiempo se convirtió en Francisco-no-da-besos, un personaje monstruoso que me limó el cerebro con sus vaivenes y me dejó lo suficientemente hecha mierda como para que yo considerara que la única opción viable era el amor líquido. Pero esa es otra historia.
A Juan Carlos lo volví a ver un sábado a la mañana mientras esperaba el 124 en Corrientes. Si la memoria no me falla, era invierno de 2006. Iba con una chica de la mano y se lo notaba satisfecho. Ella era una de esas de pelo lacio divino y tenía pinta de ser psicóloga como él. Iban abrigados y felices. Yo andaba con resaca y los lentes me tapaban la mitad de la cara. Esconderme detrás de los vidrios oscuros me dio la libertad para inspeccionarlo de pies a cabeza.
No sentí absolutamente nada.

miércoles, noviembre 10, 2010

- Pero yo tenía la sensación de que te caía bien.
- ¡Obvio que me caías bien!
- ¿Si?
- ¡Claro!
- Y sí, a mí me parecía...
- ...
- Odiabas a todo el mundo. A mí por lo menos no me tratabas mal...

Y ese era el chico que me gustó durante todo segundo año y que mejor me caía de toda la división.
Siempre tuve problemas para demostrar interés, al parecer.

lunes, noviembre 08, 2010

Hay días en los que me reencuentro con ese alguien que fui alguna vez y me gusta el contraste, noto la evolución. Hay noches en las que llego a mi casa tan borracha que no puedo ni colgar las llaves en el ganchito. Hay días en los que llego tardísimo al trabajo y tardes que paso en pelotas, en la cama de un hombre que me gusta mucho. Hay días que arrancan con estudio pero que promediando el mediodía se transforman en bardo y no se apaga el porro hasta la hora de dormir. Hay tardes en las que el bajón viene en forma de licuados y chizitos. Hay días en los que el sueño me vence a las once de la noche y hay noches pobladas de sueños intensos.
Y hay tardes en las que me encierro en el baño de la librería para llorar.
Porque cumplo años en dos semanas y siempre me pegan para atrás los cumpleaños. Porque si no veo no creo y nunca veo nada. Porque -fiuuuu- me indispuse y suelo ponerme sensiblona. Porque sí. Quién sabe.
Hay días de mierda.

jueves, noviembre 04, 2010

En el asado con las chicas surgió el tema del cambio de nombres -tenemos varios ejemplos y anécdotas de gente cercana- y Flor planteó mi caso como algo "romántico" y si bien yo suelo tener una tendencia a subestimar o exagerarlo todo, esta vez me puse seria y dije que no. Cambiarse el apellido a los 18 años no es una cuestión romántica; tampoco es trágico, ojo, pero no le pongamos puntillas a lo que no se lo merece. Que mi papá -el biológico no, el que me crió-me haya querido dar el apellido desde que nací y que mi mamá lo haya esquivado hasta que ellos se casaron cuando yo cumplí 13 es algo que de romántico no tiene un pomo. Que yo me haya hecho la boluda hasta terminar el secundario tampoco tiene mucho de color rosa: estaba absolutamente conflictuada por tener que darle a mis compañeros explicaciones sobre mi pasado. Ahí está, lo dije. No me quise cambiar el apellido hasta terminado el colegio porque la simple idea de tener que pasar un informe acerca de mi situación genético-filial me hacía perder el aire. Claro que nadie me avisó que la entrega de diplomas iba a ser un año después de haber egresado y que las explicaciones las iba a tener que dar igual. Por suerte, para ese momento ya me sentía absolutamente cómoda con mi nuevo apellido y armé un speech explicativo muy canchero con el que todo el mundo quedó bastante conforme.
Así que romance las pelotas. Sí mucha duda, mucha reflexión y amor. No faltó amor. Aceptar el apellido de mi papá fue un acto de amor. Que se haya hecho cargo de mí fue un acto de amor. Que los cuatro sigamos comportándonos como familia es un acto de amor.
Tampoco me quiero poner a elaborar una digresión sobre la importancia del Nombre en cuanto a la identidad, el sentido de pertenencia y la mar en coche; si hace diez años elegí tomarme todo el asunto con la mayor naturalidad posible (porque una vez tomada la decisón fui al registro civil, hice los cambios pertinentes y se acabó el drama) no me voy a poner a neurotizar ahora. Sé que de algún modo me cambió la vida. Llamémoslo "ahora tenés un padre" o "según la numerología este apellido es más copado", o, no sé, a la gente le encanta conjeturar sobre las repercusiones que el hecho tuvo en mi vida. A mí nada más me importa que soy más feliz que cuando era Celeste Gòngora.

Aunque re garparía volver a tener el apellido de soltera de mi vieja para ser una profesora con apellido bien literario.

Mañana voy a la reunión de 10 años de egresados que organiza la escuela. Me dijo la tipa del departamento de alumnos que sigo figurando como Góngora.
Por una noche más vuelvo a ser la otra. Voy a agarrar a la anterior Celeste, esa que fui hasta los 18 y preguntarle "a ver ¿qué aprendiste en estos 10 años?".
Después les cuento qué onda.

miércoles, noviembre 03, 2010

El sábado me disfracé de madama para ir a una fiesta. Me puse un vestido que me prestó Dedé que no les puedo explicar cómo hace resaltar mis atributos delanteros, me calcé unos tacos altísimos -mentira, altísimos para mí que vivo al ras del suelo-, me encimé un coso que no sé cómo se llama pero re da madama y me maquillé un montón. Además de los accesorios de rigor, me llevé mi vaso de whisky, del que no me desprendí en toda la noche. Eso sí, vacío, pero no es ese el punto.

La gente pensó que estaba disfrazada de la viuda de Néstor.

lunes, noviembre 01, 2010

Cuando se acabó el diario para hacer el fuego del asado, bajé hasta mi cuarto, agarré esos dos que ya tenía en la mira y los llevé para arriba.
Lei una oración al azar por cada hoja arrancada, algo así como una manera de despedirme. Todo era sobre él. Mi mundo giraba en torno a una persona.
Fui haciendo bollitos y mirando cómo el fuego los iba consumiendo.
Ya al final él ni aparecía. Sí se nombraba a otros: sucesores, repetidores, receptáculos de proyección, aparentes santos griales, portadores de la salvación. Menos mal que hay otros.
Quemé mis diarios período 2007-2009, vórtices de mi neurosis. La mejor idea que me dieron en los últimos meses.

sábado, octubre 30, 2010

¿Sabés qué está bueno?
Dormir en bolas

Otras cosas también,
pero no es este el momento,
ni el lugar

martes, octubre 26, 2010

Algo que realmente me gustaría es agarrar y viajar hasta el año 2003 y ver cómo me comportaba en ese momento, poder tener acceso a esas miradas que seguramente me devolvía pero a las que nunca me pude enfrentar porque estaba demasiado ocupada mirándome el ombligo.
De todos modos, durante estos años guardé en algún rincón unas cuantas imágenes desde una subjetiva que dispara escenas en tonos fríos. Un dedo paseándose por mi remera rayada; mi mano acariciándole el pelo en la oscuridad; él yendose una madrugada lluviosa; su mano levantando mi pollera violeta.
Me agarra una especie de nostalgia y contrasto esos recuerdos resignificados con un presente que nos reencuentra un poco cansados del enrosque. A los 20 años la neura era una necesidad, llegando a los 28 es un accesorio del que estoy re podrida.
Ahora es como si todo fuera verde. O tonos tierra. Es olor a tierra mojada, que avisa que se viene la lluvia, que dice que la tormenta siempre viene acompañada de sensaciones que intoxican los sentidos.
Y si cierro los ojos todo es negro. Pero los abro, porque no puedo dejar de mirar, ya no puedo permitírmelo.

sábado, octubre 23, 2010

Ayer mientras iba por Salguero rumbo a Santa Fe fui aminorando el paso porque detras de mí venía una parejita casi a los gritos. Sí, soy una chusma. La cosa es que el pibe -que tenía un manejo de la palabra casi sexy- le dijo a la chica "salí de ese cuadradito nefasto donde vivís, por favor" y no se refería a un monoambiente. Después crucé la calle y me quedé con las ganas de saber qué iba a pasar después, pero también me quedé pensando en esos lugares que uno habita en su cabeza. Si sabré de cuadraditos nefastos...
Después me tomé el 29 a lo de Laurita y cancelamos la salida al cine para quedarnos en su cocina hablando. Con las geminianas se puede oscilar entre lo más íntimo y la abstracción más distante con una soltura que aliviana las angustias. Salvo que esas angustias no deban ser alivianadas sino atacadas, machacadas y transformadas, claro.

"¿Cuándo estoy?, ¿en qué momento se puede constatar una real presencia? Si lo único que hago es dejar todo a medio anudar ¿en qué clase de persona me convierte eso?, ¿qué clase de persona soy?"
Después de eso, uno de esos silencios que podrían extenderse hasta siempre, porque el otro acompaña en ese momento maravilloso del no-sonido, de la mente aquietada por la revelación y el abismo ante lo desconocido. Un silencio de llanto inminente sin pensamiento, sin necesidad de entendimiento, sin necesidad de intelectualización.

Esto yo ya lo viví.
digo tu nombre al viento
y el viento me llena los ojos de tierra
digo tu nombre al río
y el río pasa de largo
digo tu nombre entonces
a una canasta llena de huevos
digo tu nombre entonces a un semáforo
digo tu nombre, en fin, a muchas cosas
pero ninguna de estas acciones representa para mí
alguna ventaja apreciable y todo eso me parece
insensato
y en lugar de seguir diciendo tu nombre
salgo puerta por puerta con un portafolios
a vender enciclopedias
y me hago millonario
y después me muero
como todo el mundo

Mario Levrero

viernes, octubre 22, 2010

Después de una jornada HORRIBLE en la que mi jefe me avisó del inminente cierre de la librería, sufrí los espantosos dolores de la depilación para que después me cancelaran un encuentro y me quedaran las manos secas por haber maniobrado toda la tarde con libros polvorientos, me vi la cara en reflejo de la ventanilla del colectivo y era la estampa del más puro odio. Me asusté.
De todos modos, como la vida es perra pero de vez en cuando me sorprende, Lau le hizo dar a mi día un giro de 180 grados. Me regaló la entrada para Massive Attack, me sirvió helado y fue poniendo uno a uno los discos de vinilo de su madre. Empezamos con Carly Simon y Zeppelin, seguimos con Joe Cocker, pasamos por los Beatles en su etapa gurú maharishi y terminamos a los gritos pelados con Janis Joplin. Janis te hace liberar tensiones, es un hecho comprobado.
Me fui a dormir un poco borracha, bastante caliente, un poco desilusionada y un poco contenta. La expresión de odio hacía rato se había borrado de mi cara y pensé y sentí que tal vez nada es tan terrible.

miércoles, octubre 20, 2010

De a poco voy entrando en ese estado del para-qué-si-total-siempre-es-lo-mismo (Luna cuadratura Saturno). Salvo que esta vez veo un dejo de luz al final de túnel. Digo, por lo menos reconozco que la mitad de las veces que todo-termina-en-lo-mismo es culpa de mi capricho innato, como si todavía tuviera cuatro años y el hombre de turno no fuera el hombre de turno sino mi abuelo que siempre siempre claudicaba ante mis llantitos para darme lo que tanto (no) quería; claro que el hombre de turno suele ignorar la existencia de mis ataques infantiles en los que pego un par de gritos y digo que novamás, que seacabó. Simplemente me limito a mantener prudencial distancia para ver si el otro llega a discernir qué carajo es lo que me pasa. O, mejor dicho, me limito a mantener prudencial distancia porque esa es mi reacción automática frente a cualquier estímulo del orden de lo emocional (Luna en Acuario). Por si alguien se lo pregunta, no, nunca nadie se dio cuenta de qué carajo es lo que me pasa. Primero, porque nadie tiene la bola puta mágica y segundo, porque ante la más mínima intención de entendimiento de la situación me hago la canchera, que acá no pasa nada, que entendiste todo mal (exceso del elemento agua en la carta natal y su negación debido a la influencia del elemento aire en la respuesta refleja emocional).
Pero como hoy me crucé en el bondi a mi profesora de Expresión Oral y Escrita, me dijo que tenía pasta de profesora (Sol en 10) y justo yo venía re flasheada de la clase de latín (Saturno en 9) respondo como me sale: subrayo apuntes, hago declinaciones conjuntas, traduzco proposiciones incluidas adverbiales y pateo, pateo el sentimiento para adelante, para el costado (Ascendente cuadratura Mercurio); total, las oportunidades me llueven, mi minusvalía afectiva está sólo en mi cabeza, hay cosas más importantes en la vida que el romance y tengo toda la vida por delante.
Pelotuda.

martes, octubre 19, 2010

Me encanta crear cuentas en todas las redes sociales y cachivaches posibles para después dejar todo abandonado.
Al final me creé el formspring.me, porque cuando era chica me metía en el baño, me paraba frente al espejo, agarraba un cepillo a modo de micrófono y me entrevistaba a mí misma. Esquizofrenia infantil con producción era la mía.

http://formspring.me/celartemis

Pero además de seguir haciendo culto al exhibicionismo coloquial que me caracteriza, también puedo responder dudas gastronómicas, astrológicas, ortográficas, gramaticales y hasta ahí llegamos, mi campo de conocimiento es limitado.

lunes, octubre 18, 2010

Quiero que todos sepan que desde hace cuatro días no como otra cosa que no sean frutas y verduras. Ah, pero qué sana soy, eh. Qué jipi orgánica. Qué saludable.
Mentira, qué gorrrrda. Tengo que hacer esto porque durante todo el invierno le estuve dando duro a los guisos, al delivery y al whisky. Y sufro, no se dan una idea de cuánto sufro; pero como ya me deshinché y los pantalones me quedan flojos, me la bancaré estoicamente hasta el final.
Si no pensara en otra cosa que facturas, podría escribir algo acá; pero bueno, no. Me quiero comer una torta de casamiento entera.

Ah, de paso, le digo felizcumpleaños a mi libriano favorito, que tiene unos ojos que sonríen y que, por tener la Luna en Piscis, me entiende toda toda toda.

Mi reino por una lasagna.

martes, octubre 12, 2010

Soñé que era hombre y, por supuesto, tenía pene. Sí, tomá Freud, tenés razón. Mi inconsciente volvió a algún momento previo al complejo de castración y me hizo soñar que tenía pene (yo pondría "pija" que es la palabra que uso siempre, pero capaz es medio violento).
Igual, un bajón. Llegaba con mi mujer (!!!) de una fiesta y yo quería ponerla pero ella estaba muy cansada. La mina mandaba a dormir a nuestros hijos (!!!) y después se tiraba boca abajo en la cama, rendida por el cansancio. Yo trataba de calentarla un toque y la muy aguafiestas me tiraba la onda de que me la cogiera dormida. Ahí se me bajaba por completo; un tremendo garrón.
Al final, me tiraba al lado de ella y también me quedaba dormido.
Hay que ser turra, eh. La única vez que porto aparato reproductor masculino y la guacha no le pone ni un poco de onda.

El tamaño era normal, eh. Nada estrafalario.

viernes, octubre 08, 2010

Es justo en ese momento en el que voy entrando en trance que me gustaría abrir la boca para decir algo más que "sí" o "me encanta"; pero, justamente, porque de eso se trata el trance, mis facultades intelectuales merman para darle paso a lo sensorial. De repente todo es piel y química y pajaritos de colores y fuegos artificiales y esas cosas que los científicos intentan explicar con ECGs y las adolescentes calentonas con canciones de reguetón.
De todos modos reconozco que mi naturaleza es sabia -mucho más sabia que otras partes- y por eso me tapa la boca con un manto de gemidos. Porque ¿qué sería capaz de decir en esos momentos? ¿Podría ser yo una de esas que no ven las líneas divisorias y enuncian tequieros apresurados y cargados de moralina latente? ¿Podría hilvanar un rosario de guarradas irreproducibles en otro ámbito? Quién sabe.
La realidad es que me callo la boca y dicen por ahí que con la mirada todo lo digo.
Las palabras llegan después. Después de descansar y despertar en el mismo estado de ebullición que no me dejó caer rendida sobre la almohada la noche anterior. Me brotan las palabras por todos lados. Me lleno de palabras como hace unas horas me llené de piel, pajaritos y fuegos artificiales.
Te extrañaba, satisfacción.

jueves, octubre 07, 2010

A las nueve me despertó el llamado de una chica que pensó que estaba llamando a canal 7 y que antes de reconocer su equivocación me dijo un montón de cosas que no entendí. Después de un expresivo "¿Eh?" de mi parte, la chica pidió disculpas y yo seguí durmiendo. A las once volvió a sonar el teléfono, pero esta vez nadie se había equivocado. Era para mí y me alegró la mañana. Tanto, que no seguí hasta las doce como tenía planeado sino que salté de la cama para bañarme. No, bueno, salté de la cama porque de repente mi noche de jueves que iba a ser Mad Men y Boardwalk Empire con un cuarto de helado se transformó en velada en casa y cocinar para un muchacho que me llama a las once de la mañana y me saca las primeras sonrisas del día.
Todavía había sol cuando salí a la calle para ir a mi carnicería y verdulería amigas. Yo ando antojada de entraña, pero el carnicero siempre me cuenta la misma historia: que hay una sola por vaca, que le tengo que avisar con anticipación así me reserva, que con una para dos personas está muy bien y blabla. Al final me llevé un buen pedazo de vacío y estuve a punto de pedir bondiola de cerdo, pero por algún motivo me contuve. De ahí, caminé los dos metros hasta los bolivianos que me venden las paltas más cremosas y las espinacas más tiernas. El piola de Antonio, el verdulero, siempre me hace la misma, me llena de halagos a mí, llena de halagos su mercadería y trata de darme más de lo que le pedí, porque claro "no te podés perder estas frutillas, linda, llevate medio, no un cuarto", a lo que yo le tengo que explicar -como lo vengo haciendo desde el 2007- que soy yo sola, que medio kilo de frutillas es igual a que me las olvide en la heladera y las tenga que tirar en unos días. Le terminé debiendo dos pesos y me despidió con una simpatía que le admiro y envidio.
Llegué a casa, puse las cosas en la heladera y aparté unas mandarinas y frutillas para hacerme un licuado.
Medio kilo de frutillas cuando le había pedido un cuarto. Un kilo de mandarinas cuando estoy casi segura de que pedí medio. Antonio, petiso pícaro, si serás estafador.

miércoles, octubre 06, 2010

Si bien suelo ser víctima del mal timing, a veces es como si la sincronización estuviera de mi lado.
Claro que siempre es para cosas de lo más pelotudas, nunca para las importantes, pero bueno, algo es algo.
Mientras hoy lloraba frente al monitor por cosas que no vienen al caso y que tampoco podría publicar (porque esto de que todo mi pequeño mundo lea este blog es un peligro y ya me tiene las tetas re llenas), se terminó de bajar la segunda temporada de Mad Men.
Plop, hizo el torrent. Y yo me pasé el dorso de la mano derecha por la mejilla para secar lágrimas y puse rápido play. Sólo pude ver veinte minutos de Don Draper y su mirada misteriosa. Don Draper en remera blanca y su espalda contundente. Don Draper y sus Lucky sin filtro.

Me esperan unos días de hacerme cargo de ciertos límites que me había prometido poner por ahí. Me esperan encarnizadas luchas con mi ego y sus embates codependientes. Menos mal que tengo horas y horas de Don Draper.

viernes, octubre 01, 2010

Terminé el post anterior diciendo que caminar es la clave, el tema es que estando acá sentada desde hace cinco horas todo me empieza a sugerir que no, caminar no, que un par de medidas de black label sí, o que coger sin poder parar durante un par de horas también.
Claro que ir en vez de ir en busca de algo que me haga sentir momentáneamente mejor, me quedo acá atrás, fuera del alcance de la vista de mi jefe y lloro. Por ser tan minita, por que es viernes y no puedo ir sola al cine porque está lleno de gente, por ser tan minita, por ver a una madre siendo en extremo tierna con su hijita preciosa, por ser tan minita, por necesitar un abrazo eterno y no tener fuerza para pedirlo, por ser tan minita, por extrañar lo que nunca sucedió, por ser tan minita, por ser tan yo, por todo, por nada.
Insoportable.
Cuando ayer apagué la luz a las doce de la noche me dije que hoy a la mañana me iba a ir hasta el Parque Centenario a caminar. Todo esto calculando, como una monstruosidad, diez horas de sueño; el plan era darle un par de vueltas al parque, volver, pegarme un baño y hacer compras de almuerzo y cena. Abrí los ojos a las ocho y no, no way, todo tiene un límite, no voy a ser una de esas personas que se despiertan a las ocho de la mañana porque sí, así que me obligué a seguir durmiendo. Cuando miré el reloj ya eran las once y media. Me zampé once horas y media de sueño sin siquiera estar cansada. Voy a reencarnar en marmota.
Empecé entonces este día mal parido. Cancelé la idea de caminata en el parque por falta de tiempo. Me metí a ducharme y me tuve que lavar el pelo con jabón líquido porque se me acabó el shampoo. Me contaron chismes que sólo confirmaron mi premisa: "nadie me elige". Me pasé con el limón de la ensalada y uno de los aros de mi corpiño favorito me empezó a lastimar el costado de la teta.
Sin pensar demasiado, cargué mi aparatito de mp3 con la discografía de Faith no more y L7. Nunca escucho música fuera de mi casa, pero esta vez salí con los auriculares puestos y tiempo de sobra.
Hidalgo hasta Ángel Gallardo, que después es Estado de Israel y después Córdoba, en Medrano doblé a la izquierda y seguí hasta Charcas. Llegué a la librería un poco acalorada y con la mente en blanco.
La clave es caminar.

miércoles, septiembre 29, 2010

Cuando lo cotidiano me agobia, cuando las personas cercanas me presionan y juzgan, cuando surgen emociones que no sé controlar, me voy de vacaciones a un lugar que puede ser tan maravilloso como nefasto: mi cabeza.
Es un viaje con escalas, eso sí. No es que de repente, pumba, estoy metida para adentro. De hecho, a veces quedo a medio camino porque me necesitan en el mundo real y no me queda otra más que volver.
A continuación un breve recorrido por el tour que me hago cada dos o tres años.

1. Iniciando la travesía
Se despierta el interés por material de lectura que no estimule la imaginación sino que la organice. Por ejemplo, abandono las novelas para agarrar los libros de física que leo una y otra vez porque no hay manera de meterme la información en la bocha.

2. Mirando por la ventanilla del micro
Empieza a producirse el desprendimiento de la realidad per se. Esto es, comienzo a verlo todo desde una especie de afuera imaginario. Como si estuviera en un zoológico, miro al resto de la gente como si perteneciera a una especie diferente de la mía.

3. Uh, cagamos, se rompió no sé qué pendorcho, nos tenemos que quedar esperando el respueto en la ruta
El conflicto se presenta en forma de angustia inexplicable e insoportable. El mal humor se hace constante, lloro a escondidas y hago una retrospectiva de mi vida amorosa para convencerme de que no estoy hecha para relacionarme con el resto de los seres humanos.

4. El viajar es un placer
Se estabilizan los ànimos y me entrego al vicio, absolutamente convencida de que la única satisfacción posible es la que se obtiene a través de los sentidos. Me hundo en una nebulosa de scotch, sexo sin sentido, drogas blandas y delicias de oriente.

5. Houston...
Los seres queridos notan la distancia y la frialdad y arman la campaña del "¿y vos cómo estás?". Mientras mi entorno cuchichea a mis espaldas acerca de mi cambio de conducta, yo me encargo de repetir el mantra "me chupan todos un huevo, no necesito a nadie".

6. Un paisaje inquietante
Todo lo que no responde a la lógica deja de tener sentido y valor. Me encierro en mi casa y nadie me ve el pelo. Mientras disfruto de la soledad, aspiro a una vida sin ataduras sentimentales de ningún tipo. La autosuficiencia se eleva como la cualidad más atractiva y la única pregunta que le hago al universo es ¿qué sentido tiene acercarse a la gente?

7. No quiero volver nunca más
Se niega todo atisbo de emoción. Las relaciones interpersonales se limitan a conversaciones superficiales y sexo con desconocidos de los que no quiero saber ni el nombre. Todo lo que sucede, sucede en mi cabeza. No necesito nada del afuera. Me manejo con aparente soltura en la esfera de lo cotidiano, escondiendo el terrible secreto: estoy absolutamente ausente.


Hace unos días me subí al micro, los estoy mirando a todos desde la ventanilla.
Me quiero bajar. YA.

lunes, septiembre 27, 2010

No viene al caso cuál es la serie o los actores, la cosa es que la mina, muy linda ella, le dice al tipo con el que vino saliento durante el último tiempo que podrían haber sido una pareja maravillosa pero que no, tal vez en otra vida. Ella vuelve al flaco anterior, que la tuvo como amante durante cinco años y acaba de dejar a la esposa. Él es cínico y le tira un par de verdades un poco crueles. Se miran. Están en la cocina del departamento de él; es de mañana y el sol entra de manera exquisita. Se miran con mucho cariño y una pizca de resignación. Se besan y el la agarra del culo para sentarla en la mesada. Funde a negro y después se lo ve al tipo, sentado en el piso, solo. El sol sigue colándose por la ventana y baña todo de un color maíz de lo más acogedor.

La punzada. Horrible y al mismo tiempo inexplicable. Sin entender por qué, la angustia me fue cortando la respiración. ¿Existe lo contrario de la nostalgia? ¿El "todo tiempo pasado fue peor" y "Aquellos años infelices" vueltos sensación?

Yo sabía que cada vez que él se iba era porque pensaba que iba a encontrar algo mejor, más satisfactorio. No importaba cuánto lo adornara, cuánto quisiera protegerme de su propia crueldad y egoísmo; yo sabía y aceptaba resignada, intuyendo que ahí no se terminaba, que ya iba a volver convencido de que yo era la intemperie más segura. Cuando salía a la calle a parar un taxi lloraba de impotencia, porque no podía lograr ser suficiente para él. Ahora lloro por haberme permitido creer que quizás nunca voy a tener la capacidad de ser suficiente, sentirme en deuda y desventaja ante cada gesto cálido que recibo; por haber dejado que esa idea se fundiera con la imagen que tengo de mí.
Rota.

viernes, septiembre 24, 2010

Después de tantos años este asunto del blog dejó de tener un poco de sentido. Porque ¿para qué un blog? En serio, honestamente: ¿para qué? Y esta es una pregunta que me hago a mí, cada uno tendrá sus motivos. Con sinceridad me respondo. Pero me respondo en silencio, no es algo que tenga ganas de andar publicando. Aunque sí confieso que hasta hace un tiempo cada vez que me hice esa pregunta la respuesta tuvo un poco que ver con levantar tipos y otro poco con recibir aprobación ajena, pero, bueno, esos son simplemente los titulares. La realidad, más allá de ciertas motivaciones que ya perdieron vigencia, es que cada día que pasa me veo más limitada. A esta altura del partido, ¿para quién escribo?, ¿por qué este formato?, ¿aporta?
Ya no escribo para mí ni para un otro, me limito a encriptar y esconder. O, lo que es más común, tomar una pequeñísima parte de la cotidianeidad y adornarla, llenarla de merengue y puntilla; eso no está mal, me divierte, pero no es lo que quiero. Lo que yo quiero es soltar amarras y contarle a quien quiera leer que estoy maravillada con ciertos aspectos de la vida; que estos últimos seis o siete meses me zarandearon tanto que ahora me siento un poco mareada, pero feliz, muy feliz; que aunque la satisfacción vaya colándose por los tajos que ha ido abriendo la neurosis, tengo que seguir en mi lucha activa contra la supremacía del ego, porque se me revira y a la primera que le saco el ojo de encima, me arma quilombo. Quiero escribir sobre reencuentros que me sanan y me hacen brillar la mirada de un modo distinto; y sobre situaciones turbias que sacan lo peor de mí: la manipulación, los celos y las ganas de hacer reventar a todos con sólo abrir la boca y decir un par de cosas.

Elijo, muy a conciencia, callarme. Elijo seguir adornando lo nimio en pos de esconder lo importante. Elijo, con premeditación y tranquilidad, porque sé que se viene la revolución. La siento venir. Si apoyo la oreja en el suelo, siento cómo retumba mi cabeza.
De brazos abiertos la espero.

miércoles, septiembre 22, 2010

Cuenta mi madre que la hora de la comida era un suplicio. Yo no quería comer nada que no fueran caramelos o queso de rallar. Nada, eh. Nada de nada. Tengo un vago recuerdo incluso: un plato lleno de algo -probablemente carne, siempre hubo mucha carne en casa-, la expresión severa de mi mamá y un puñado de caramelos masticables en la punta de la mesa. Parece que ya de chiquita negociaba. Tres bocados decentes por cada caramelo. También cuenta que la mayoría de las veces terminaba armando berrinches tremendos que me dejaban los ojos hinchados de tanto llorar y la boca toda pegoteada de sugus de menta, que eran mis preferidos.
El romance con el queso sardo era otro asunto de preocupación, porque a la primera de cambio me lo afanaba de donde fuera que lo hubieran escondido y era capaz de zamparme medio kilo. Dejaba la cáscara negra tirada por el patio y mi abuela me perseguía para retarme, aunque la escena siempre terminara conmigo abrazándole una pierna y diciéndole "abuelita, te quiero mucho" y ella haciéndose la dura sin impartir castigo.

Lo terrible de que una nena de cuatro años sólo coma caramelos y queso es que eventualmente esto tiene repercusión en su peso. Dos kilos por debajo del ideal. A los cuatro años, dos kilos es un montón. Ahí mi mamá se empezó a preocupar. Tenía a su cargo a una nenita caprichosísima que no hacía absolutamente nada que no quisiera hacer, flaquita, ojerosa y absolutamente negada a la comida. Fue entonces que empezó el tour por todos los médicos y curanderos disponibles. Tengo decenas de recuerdos de salas de espera, viajes larguísimos en colectivo y señoras parecidas al Jorobado de Notre Dame que tiraban el cuerito. Finalmente, apareció el homeópata milagroso y no paré de comer durante los siguientes 23 años.

Mañana, en la casa del muchacho este, voy a cocinar canelones. Porque me salen ricos, porque hace un par de semanas que tengo ganas y porque hay que aprovechar antes del calor. Por todo eso y porque, como cuando tenía 4 años, si tengo ganas de algo, no puedo permitirme no hacerlo.

lunes, septiembre 20, 2010

Tengo una especie de bloqueo culinario. Es algo terrible.
Resulta que tengo muchas muchas ganas de cocinar para un hombre, pero no se me ocurre qué. Esto pasa porque mi fuerte son los platos invernales, apenas empieza a ponerse primaveral, cagué, no se me cae ni una idea Y no, no voy a hacer cualquier cosa. Primero, porque incluso cuando cocino para mí sola me seduzco con despliegues culinarios innecesarios pero absolutamente gratificantes. Segundo, porque siento que debo retribuirle a este muchacho todas las atenciones que tiene conmigo.

Entonces, vos, lector o lectora de It's my party and I cry if I want to (¿no te empieza a sonar la cancioncita en la cabeza? Porque a mí sí), copate, ayudá a esta humilde servidora que quiere agasajar a un señor de lo más apuesto, sensible, perceptivo y extremadamente observador.
¿Qué le cocino?
Hay gente que cuando se pone de moda algo lo rechaza por el simple hecho de que todo el mundo lo pondera. Hay gente que se suma a las tendencias sin ningún tipo de pudor. Hay gente que se jacta de haber sido pionera y su frase de cabecera es "cuando nadie sabía siquiera que x-cosa existía yo ya..."
Y hay gente que, dependiendo del caso, es de una clase u otra. Como yo.
Por eso odio los cupcakes de manera irracional sólo porque asocio el frosting de las tortitas estas con treintañeras al pedo con ilusiones de armar su propio emprendimiento y que después terminan haciendo el catering en los cumpleaños de sus sobrinos y nada más.
Por eso ayer me deleité con 7 capitulos al hilo de Mad Men. Una maravilla. Primero, y porque soy muy pajera, el protagonista. Segundo, la dirección de arte. Tercero, me parece un poco una maravilla y otro poco muy terrible que haya existido una época en la que la gente fumara en cualquier espacio público y chupara whisky o vodka en horario laboral. Cuarto, el guión; hacía bastante que una historia no me llevaba de la mano tan plácidamente.
También puedo ser de esas que dicen "yo ya usaba twitter en el 2007", pero en general me callo porque no me gusta pecar de pelotuda.

sábado, septiembre 18, 2010

Me duele una muela. El dolor va trepándome la cabeza. El oído, la sien, el lado derecho de la frente. Tengo la cabeza tomada por un dolor horrible y por la duda. No puedo convivir con la duda, ni con el dolor de muela.
Cuando salga de acá me voy para la guardia. En un par de horas, no más dolor.
Lo de la duda se lo encomiendo al cosmos.

miércoles, septiembre 15, 2010

¿Saben qué hace la librera mientras todos los lectores de palermo atacan las librerías de los shoppings? Bueno, quizás no están en Cúspide chusmeando los libros de arte carísimos, como hice yo ayer antes de entrar al cine; tal vez algunos estén tomando sol en alguna plaza o paseando con su perro, no lo sé ni me interesa. La cosa es que hace tres horas que mi jefe se fue por ahí y yo me quedé acá, pintándome las uñas de azul marino ("como la malparida" dijo mi madre hace un tiempo; ahí, en ese preciso instante, descubrió que su hija tiene mucho más talento que la nieta de Mirtha Legrand para poner cara de malparida), y preparando el serum reparador para las puntas resecas.
El serum, además de ser un nominativo de la segunda declinación, es un aceitito que me pongo en las yemas de los dedos y embadurno en el pelo porque el señor con el que me voy a ir a revolcar en un rato me dijo hace un tiempo que tengo lindo pelo pero "no te lo cuidás". Y si bien una parte de mi ego todavía se incomoda ante el recuerdo del comentario, no puedo más que coincidir. Digo, sí me lo cuido -y el que no me crea, que venga a ver el estante que me tocó en el organizador del baño-, pero tengo que bancarme las consecuencias de haber oscilado entre los caobas y el casi-negro durante unos años.
¿Qué hago hablando de pelo?

Mejor hablo de libros.
Ayer descubrí a Mario Levrero y fue amor a primera vista. Digo, recién voy por la página 40 y ya hay asesinatos de lo más violentos, un jefe de policía enterrado vivo y un monje zen de incógnito; todo envuelto en una nube de absurdo y reminiscencias de peli de los 50's.

Llegó mi jefe. Seguiría escribiendo, pero tengo que discutir sobre la militancia de los adolescentes y la mejor pizza de Buenos Aires.

martes, septiembre 14, 2010

No sé para qué me metí en un cine a ver una comedia romántica si ya no tengo problemas para llorar. El trato conmigo misma era ese en su momento, como no había manera de llorar por motivos reales, una vez al mes elegía el chick flick de turno, sacaba entrada, compraba pochoclos y me sentaba en alguno de los laterales para poder moquear a mis anchas sin que nadie me tuviera que escuchar. Fui Renee, Julia, Kate, Cameron, Meg, Sarah Jessica y Drew. Fui todas y después de salir de la sala, con los ojos un poco hinchados, siempre me sentí aliviada; infeliz pero aliviada.
No sé para qué me metí en un cine a ver una comedia romántica si ya no tengo problemas para llorar. Será que Drew siempre me tienta y necesitaba el ritual de tarde a solas conmigo misma, escondiéndome detrás de unos lentes enormes que me hacen ver todo color sepia. La sala estaba vacía -salvo una parejita justo detrás de mí- y no me pude terminar los pochoclos. Desprecié el flequillo de Justin Long y también desprecié esta costumbre puta que tengo de quererlo todo pero no poder hacerme cargo de nada.

viernes, septiembre 10, 2010

Tengo planeadísima la primavera.

Martini bianco con ginger ale y Mondo Cane de fondo.
Smoothies.
Llegada de Saturno Schrödinger a la casa. Un gatito negro con ojos fosforescentes y caracter de mierda.
Campari con naranja en la hamaca paraguaya mientras atardece.
Pescado a la parrilla y terraza.
Remitirme a los hechos, solo a los hechos.
Fernet, coca y amigas.
Vacío, mollejas y chinchulines; verduras asadas para Dedé que no come carne.
Respetar las ganas. Primero las ganas.
Inducir a Dedé a que abandone el vegetarianismo. Estamos hablando de una vegetariana que habla de cordero al horno y se le ilumina la mirada.
Continuar con este proceso de aceptación del ascendente en Piscis.
Paseos de domingo.
Comprender, asumir, incorporarlo de una vez: el único refugio es la ausencia de refugio.

jueves, septiembre 09, 2010

Esos veranos en Pinamar fueron todos iguales, desde los 9 hasta los 16. Almuerzo en familia, playa, y a la noche, ayudar a mis tías con su puesto en la feria y dos o tres horas de Wonderboy o PacLand. Bueno, no, siempre iguales no. A los 14 dejé de ir a la playa y a los jueguitos y empecé a leer a un ritmo de 8 o 9 horas por día. A los 16 fui con cinco amigas e hice vida de adolescente con libertad. A los 18 fui en enero exclusivamente para juntar plata; volví en marzo, para comer camarones hasta hartarme y hacer todas las siestas posibles antes de empezar el CBC. Después de eso mi familia dejó de hacer temporada en la costa y se terminaron los veranos en comunidad.
Entonces, en ese verano del 96 yo usaba una malla color lila y me quería pegar un tiro. Odiaba ese nuevo cuerpo, odiaba mis tetas, odiaba mis caderas, los pelos por todos lados, las hormonas, la mirada de los viejos verdes, la angustia inexplicable, las ganas constantes de estar sola. Pero más que nada odiaba haberme metido en el baile de hacer un curso de ingreso que me iba a ocupar un mes entero de vacaciones con la posibilidad de que la institución me rebotara, mandándome a andá a saber qué escuelita, porque mi mamá, tan segura y orgullosa de su primogénita, se negaba a investigar segundas opciones. Un febrero entero levantándome antes de las 7am, eso era lo que me provocaba furia; el resto, lo estoico de rendir exámenes y estudiar como posesa a tan tierna edad, me abultaba el pecho con narcisismo y espíritu guerrero.
Dos días antes de volver a Buenos Aires vino un chico a comprar una camisola. Yo no sé qué pasaba en 1996, pero parece que los pibes de trece años se compraban camisolas de fibrana. Un espanto, pero el chico me pareció tan lindo que no juzgué su elección y se la vendí. Antes de irse me preguntó cómo me llamaba y cuántos años tenía. Después hubo un coqueteo púber y una especie de invitación de su parte a que nos encontráramos por ahí alguna de esas noches. Como siempre fui lerda, me limité a ponerme colorada y no tomar en serio su propuesta. Él se hizo el pistola y dijo que me iba a pasar a buscar al otro día, que no me le iba a escapar. Esa noche fantaseé con besos frente al mar y delaraciones románticas en la fila para subir al samba. El corazoncito romanticón se me estremecía cuando evocaba la imagen del rubio chetito que compraba camisolas horribles de fibrana.
Al día siguiente llegué al puesto a la hora de siempre, con una pizca de rimmel y el pelo suelto. Mi tía me halagó el arrebato de coquetería y me comentó que un chico había preguntado por mí hacía veinte minutos, que le había dicho que iba a volver a pasar al otro día. Mi tía le tuvo que decir que al otro día yo ya estaría en un micro, haciendo problemas de superficie y aprendiéndome los ríos de Argentina, rumbo a un Buenos Aires pegajoso y sacrificado.
Trunco quedó mi amor de verano y ahí comencé a entender cómo funcionaba eso del mal timing.
Mentira, pasaron casi quince años y sigo sin entender.


Extraño, ¿no?. Cómo la mente dispara imágenes a partir de prácticamente cualquier cosa.
Ayer, mientras la profesora de Expresión Oral y Escrita revelaba que el verbo "enredar" es regular mi cabeza se transportó automáticamente a un aula del segundo piso del pelle. Y ahí estaba la profesora de Lengua, que tenía el primer módulo de todas las mañanas del curso de ingreso. Era una viejita de rubio ceniza y brushing cada dos días. Esa mañana en particular estuvo muy soleado y yo me senté en los bancos del medio. La señora iba anotando la conjuganción en el modo indicativo y yo me enrulaba un mechón de pelo que se iba convirtiendo en bucle. Yo enredo, tu enredas, él o ella enreda, decía ella a medida que dibujaba las letras en el pizarrón. Y yo miraba por la ventana, enrulando con desgano, con el corazoncito romanticón reclamándome atención, exigiendo más espacio.
Tal cual ahora.
Tal cual.

lunes, septiembre 06, 2010

Ah, pero se largó la primavera con todo, eh.
El chico del videoclub de enfrente puso cuarteto a todo volumen y me tapa con Ro-ro-ro-rodrigo la música clásica que me obliga a poner el patrón todos los días. Todo bien con la música clásica, incluso con la ópera, cada vez me copa más; el problema es los sábados al mediodía, hay un programa de zarzuela y ópera española que me taladra el cráneo. Sigue Rodrigo y a mí se me mueve el piecito involuntariamente.
Surge desde un lugar desconocido un deseo genuino de alimentarme sanamente y hacer dieta. No sólo porque la ropa de la primavera pasada me queda un cacho ajustada sino porque septiembre me suele pegar así, sano. Debe ser el Sol en Virgo. Ya me estuve anotando una recetas -voy googleando en vez de trabajar, claro-; muero por hacer unas berenjenas con ajo, yogurt y eneldo. ¿Dónde consigo eneldo fresco?
Volvió la temporada-marihuana también. Era de esperarse. O no, no lo sé. Si sé que estuve como ocho meses sin fumar prácticamente y que ahora empiezo a pensar nuevamente que todo -absolutamente todo- es mil veces mejor si estoy fumada. Comer, beber, charlar, coger, cocinar, pasear, ducharme; todo.
Ayer inauguré la hamaca paraguaya, lástima que ya era medio tarde, el sol no terminaba de pegar en la terraza y me dio frío. De todos modos, subir la escalera con mi almohadón y mi librito, poner los ganchos, tirarme y mecerme me hizo sentir muy feliz, aunque esa felicidad haya durado solo diez minutos.

Mete miedo tanta satisfacción.

viernes, septiembre 03, 2010

A los catorce años encontré una campera de corderoy bordó (o bordeaux, lo que sea) y no me la saqué en dos años. Porque los adolescentes son así, les cuesta desprender. Tenía corte de campera de jean y cuando se terminó la primavera de 1998 mi mamá me la tiró porque los puños se estaban deshaciendo en hilachas. La combinaba con mis oxford azul oscurísimo que tenían las botamangas hechas bolsa y las All Star azul marino que tenían la suela escrita con bic azul. Linyera desde la más tierna juventud, sí, señores. Si hacía calor, remera lisa, manga corta y de color estridente; como mucho, rayas. Si refrescaba, suéter escote V -petróleo o verde botella- que robaba del placard de mi abuelo. Le robaba la ropa a mi abuelo. Linyera, muy linyera lo mío. También tenía un pullover naranja que tenía agujeritos hechos POR LAS POLILLAS que tenía que ponerme a escondidas de mi madre porque cada vez que me lo veía armaba un escándalo. Me pintaba los ojos de azul -rimmel y delineador- y abusaba del Angel Face. Y el pelo, qué tema el pelo. Elaine Benes, Felicity (season01), Shakira recién llegada a USA, Cher, Carrie Bradshaw, Medusa; una mezcla de todas ellas. Cada noche me hacía unos rodetitos a lo huérfana de Cris Morena en toda la cabeza y me los dejaba durante un par de horas. Después del tratamiento me quedaban unos bucles que no puedo explicar, una belleza. Siempre se cerraba el asunto con media cola bajita y unos mechoncitos del frente enmarcando la cara.

Hoy me miré al espejo antes de salir y ahí estaba yo, con el pelo igual de salvaje que a los quince: puro volumen y frizz.
Sonreí, porque es como si mi cabellera entendiera mis estados de ánimo y se comportara acorde a eso. Porque, últimamente, no adolezco, pero me vengo sosteniendo en un estado de ensoñación quinceañeril que genera ternura en todos los que me aguantan.
Me gusta.

sábado, agosto 28, 2010

No sé si es porque dormí apenas 3 horas o si me da vergüenza reconocer ciertas cuestiones, pero la cosa es que podría escribir los versos más felices este mediodía y no me termino de animar. De veras, versos ("the horror", diría Conrad). Podría escribir poesías -etéreas, eternas- inspiradas en la salsa taratur y las berenjenas ahumadas; odas al modo ese que tiene de tocarme. Panegírica estoy y no me reconozco. Mejor agarro mi cuadernito y que nadie se entere de nada.


En otro orden de cosas, un muchacho con el que me vi un par de veces el año pasado SE DISCULPÖ por haberse borrado sin haber dicho siquiera chau. ¿Entienden la envergadura del asunto? Probablemente no, porque seguro que ustedes no tuvieron los primeros siete meses del 2010 minados de desaparecidos en acción, pero como yo sí, y sufrí como una marrana, se me llenó el corazón de gratitud ante tan noble gesto.


Me voy a dormir la siesta.

jueves, agosto 26, 2010

Ayer mientras mi hermana lustraba sus botas -sí, mi hermana lustra sus botas- y yo le explicaba cómo se hace una rica vinagreta para una ensalada, nos dimos cuenta de que nuestra madre es buena cocinera, pero tampoco la pavada. Y qué golpe tan tremendo ¿no? Porque una va por la vida asegurándole a la gente que no-sabés-cómo-cocina-mi-vieja, creyendo que Doña Petrona parió este cuerpito y resulta que no. Resulta que la lechuga sólo con aceite y sal y el puré sin nuez moscada. ¡El puré sin nuez moscada! Eso sí, la tortilla de papas, una maravilla; y ni hablar de las masas de pizza y tarta. Digo, mi madre es una madre como cualquier madre, que a veces cocina un pernil de cerdo durante 14 hs para festejar Año Nuevo y otras hace una polenta que podría usarse para fabricar ladrillos.
Pensaba en esto hoy, mientras buscaba tahini por todo Caballito, desesperada. Después la gente se sorprende cuando digo que mi barrio favorito es Villa Crespo; sólo tengo tres cosas para decir al respecto: sanguchitos de pastrón y pepino en cualquier panadería, pletzalej realmente decentes y el barcito de la esquina de Sarmiento y Río de Janeiro donde se pueden avistar estudiantes de Ciencia Política. De más está decir que me fui a tres negocios de cosas ricas y a dos dietéticas y del tahini ni noticias. Recién a dos cuadras de la librería, en el árabe buena onda que me provee almuerzos en forma de sandwichs de falafel, conseguí un bendito frasco.
Así que mañana me levanto tempranito para preparar el hummus y la pasta de berenjenas, el pollo con salsa de yogurt que completará la cena romántica se preparará en el momento. También festejo que Dedé se muda en octubre a casa comprando moldes para muffins.

El día que mi hermana se convirtió ofcialmente en roomate, fuimos al bazar y compramos, entre otras cosas, una tartera.

Hijas de nuestra madre, nietas de nuestros abuelos. Es inevitable.

sábado, agosto 21, 2010

Me levanté sola, después de ocho reglamentarias horas de sueño; de buen humor a pesar de los sueños perturbadores que había tenido. Le di de comer a Plutón, me comí una mandarina y me fui a bañar. Con la sensación de "es, oficialmente, un nuevo día" me enjogginé y me fui hasta el lavadero. La señora oriental -yo creo que es coreana, pero no la tengo muy clara con los taiwaneses todavía, así que por las dudas no arriesgo- que lava mi ropa y me atiende siempre con una sonrisa enorme estaba con el esposo, ese que parece salido de una peli de Kim ki duk y activa lo más pecaminoso de mi imaginación. Me gusta porque se nota que se llevan bien, que dividen tareas y que se sonríen mientras le tiran suavizante a los lavados de acolchados de la clase media caballitense. Pagué lo que me correspondía y caminé por Formosa con mis dos bolsas repletas y la mirada hacia arriba. Y durante una cuadra y media mi cabeza se llenó de pajaritos. Porque a veces me inunda la gratitud y no puedo parar de pensar en cosas lindas, de verle el costado positivo a todo. Entonces se me puebla el pensamiento con bichos afelpados, cupcakes, guirnaldas, y papel picado. Y qué lindo día, qué lindo agosto, qué lindo que llegue la primavera, qué lindo tener toda la ropa limpia, qué lindos los coreanos (o taiwaneses), qué lindo que ella use ojotas con medias y no le importe nada, qué lindo que él use esas poleras de mafioso cool que tan bien le quedan, qué lindo qué lindo qué lindo, qué lindo ponerme mi pollera azul y mi saquito rojo, qué lindo ver esta noche a un chico tan lindo, qué lindos los pajaritos, qué linda la vida, qué linda mi vida.
Y de repente, PUMBA, siento cómo mi pie derecho se resbala, siento mi rodilla izquierda flexionarse para evitar darme la cara contra la vereda. Lo próximo fue estar ya parándome, sin detenerme a mirar para atrás. Caminé rengueando los dos metros que me separaban de mi casa. A los diez minutos -después de haberme lavado el tremendo raspón- ya habían vueltos todos los pajaritos y animalitos a mi cabeza.
Torpe, sí, pero feliz.

viernes, agosto 20, 2010

Quiero que Manuel Puig sea mi tía abuela.
O mi novio. Todavía no me decido.
No, mejor mi tía abuela.

Aunque... ¿vieron qué lindo que era?

miércoles, agosto 18, 2010

El domingo recibí llamado de mi compañera de banco del secundario. Si había recibido el mail, me preguntó. El mail convocando a la reunión por el décimo aniversario de nuestro egreso de la sobrevalorada institución.
Recuerdo haber fantaseado con esta ocasión durante años, los primeros años después de ese egreso. Me imaginaba a mis 27 años con un futuro sólido como psicoanalista, una vida perfecta de soltería y autosuficiencia, mucha autosuficiencia. Nadie que me rompiera las pelotas, absoluto autoabastecimiento. Entonces esa exitosa Cel de casi treinta iría a la reunión de diez años de egresados a compartir anécdotas y chismes con sus antiguos compañeros, por supuesto, pero también con la esperanza de que ese que la había tenido enamorada desde los quince hasta los dieciocho la mirara con nuevos ojos y se animara a pegarse el revolcón que se venían debiendo desde hace una década.
Claro que a los veinte años me dijo que un día iban a inventar facebook y que el encuentro se iba a adelantar unos años, justo en uno de los peores momentos de mi vida: desempleada, mal cogida y depresiva. De más está decir que nadie me había avisado tampoco que iba a abandonar la carrera en la mitad, que la segunda parte de la veintena me iba a encontrar muy preocupada por mis relaciones interpersonales y que el autoabastecimiento era una ilusión adolescente. De todos modos la pasé bastante bien, parece que esto de abandonar y cambiar drásticamente el rumbo de las cosas es una cuestión generacional. Ah, y el pibe que me había tenido como loquita de tercero a quinto ahora estudia una de esas carreras chotas en un lugar más choto aun, parece más petiso que antes y... y como es obvio, no me gustó ni un poco.
Mi compañera de banco me preguntó si vamos a ir y yo le esquivé la pregunta tirándole los ultimos chismes, juro que pude escuchar cómo abría la boca en gesto de notelapuedocreerboluda. Porque al final de cuentas es eso: fulanita tuvo un hijo pero nadie sabe quién es el padre, menganita se hizo las tetas y no lo reconoce, a pirula la dejaron prácticamente plantada en el altar, magarcia chupómuchas pijas para llegar al puesto mediocre al que llegó, magoya es gigoló, fulano ahora es sexy, mengano se sigue acostando con pirula. Igualito a cuando éramos todos compañeritos. Igualito. Porque yo no sé a qué escuela habrás ido vos que estás leyendo esto, pero en la mía había UNA REVISTA que se encargaba de deschavar las intimidades de todo el mundo.

Hoy la llamo apenas llego para confirmar mi asistencia.

martes, agosto 17, 2010

Llegué a la librería y prendí la pc. Hablé con el jefe sobre las novedades y volví al monitor.
Ahí estaba la ventanita nefasta.
El Innombrable pidiendo ser mi contacto de msn.

Y no, no acepté. Hay cosas de las que no hay retorno.
En eso venía pensando el último tiempo. Eso me venía diciendo la gente. Porque durante años le dediqué la mayor parte de mi energía a una relación que sólo evolucionaba en mi cabeza. Y ahora -si bien a veces extraño ciertas sensaciones-, que siento que gran parte del trabajo está hecha, puedo mirar para atrás y no entender cómo fue que dejé que sucediera. En serio: ¿cómo? ¿Cómo me hice eso? ¿Cómo le hice eso?

A veces miro para atrás y es como si nada hubiese sucedido, como si lo hubiese visto en una película larguísima e intensa. No me reconozco, no lo puedo entender; pero esa es mi visión, subjetiva y negadora. Por suerte tengo a mis amigas y a mi hermana, que en su momento me bancaron cada una de las crisis, cada uno de los llantos y no se olvidan. No se olvidan de nada. Y me recuerdan, no dejan que yo olvide, que active los mecanismos de defensa y suavice eso que me consumió durante años.

Algunas otras veces miro para atrás y lo siento todo de vuelta. El malestar en el cuerpo, la palabra siempre atravesada y nunca enunciada. El rechazo tácito. El reclamo implícito. Y también esa sensación de sentirme contenida, cobijada, comprendida. Me atraviesan el cuerpo las sensaciones, revivo y lloro, porque no puedo más que emocionarme. Esas veces son las menos usuales.

Necesito escribirlo. Necesito hablarlo. Son las únicas herramientas que tengo para no caer en la nostalgia, para no empezar a creer que tal vez sería una buena idea saber qué es de su vida. No me importa qué es de su vida, no me interesa saber en qué anda. Y tengo que repetírmelo, hacerlo mantra, porque si no la tentación avanza y las ganas de contarle lo fantástica que es mi vida sin él crecen.

No hay retorno. lo siento como algo que emerge desde lo más íntimo. Nunca más. Nunca más él. Nunca más nosotros dos juntos. Es imposible. Es impensable. No me interesa.

No, gracias.

viernes, agosto 13, 2010

Puedo hacer un relato detalladísimo, minucioso, con actuaciones y recreaciones de voces en off. Puedo y me encanta. Que la historia de lugar a opiniones, anécdotas, confesiones y conjeturas. Estiro los momentos, me voy de tema, me voy lejos y vuelvo. Disfruto la narración, muchísimo.
Por eso ayer me tomé el tiempo de la cena y gran parte de la sobremesa para contar qué había pasado la noche anterior. Sol me tiroteaba a preguntas y Dedé tiraba sus comentarios mientras yo avanzaba en mi cuentito. Porque es así, al principio cuento el cuentito. Me dijo-le dije. Hizo esto, hice lo otro. No sabés qué gracioso cuando. Me encantó que. Y es eso, limitarme a lo concreto, al comentario chistoso frente a eso concreto y todas nos matamos de risa mientras seguimos tomando fernet.
Pero después, ya bien entrada la madrugada, cuando el atado de puchos estaba por terminarse y era más hora de irse a dormir que otra cosa, abrí la boca y fui sincera. Porque esto de dejar de caretearla es algo que se está convirtiendo en hábito y nadie para de festejármelo, como si durante los últimos años me hubiese comportado como una perra sin sentimientos sanos hacia nadie.

"Estás más pisciana", me dijeron.
"Es la idea", contesté.

jueves, agosto 12, 2010

Hoy a las once de la mañana sonó el timbre. Lo escuché entre sueños pero no pude ignorarlo, terminé despertándome y yendo a ver quién era. Abrí la ventanita que está en la puerta que da a la calle y me encontré con cuatro señores con cara de nada y un pelado en traje. "Somos de Telefé", me dijo un canoso, "Venimos porque nos llamó Xxxxx Xxxxxxxx por el tema de la obra de al lado".

- Pero Xxxxx Xxxxxxxx es el del timbre 3, yo soy del 2.
- Sí, pero tocamos el 3 y no nos atiende nadie. ¿No nos dejás hacer unas tomas desde tu terraza? Es un segundito nada más.
- No.
- Fulano, mostrale la cámara -le dijo al camarógrado que se estaba fumando un pucho; el tipo levantó la cámara a la altura de mis ojos- ¿Ves que tenemos la cámara? No tengas miedo. Somos de Telefé.
- Ni tengo miedo ni desconfío, pero si vos arreglaste con el vecino del 3 para venir y el tipo no está, es un tema suyo. Yo no te voy a abrir la puerta.

Temía que repitiera "somos de Telefé" así que cerré la ventanita después de un seco "chau".
Tal vez debiera haberles dicho que no me iba a prestar para esa paparruchada de clase media pretenciosa y cacerolera, pero la verdad es que cero ganas de argumentar en el pasillo, a través de un cuadradito de 10x10, cagándome de frío. Bueno, la verdad es que si se me hubiesen venido a la cabeza las palabras "paparruchada de clase media pretenciosa y cacerolera" las cosas habrían sido diferentes, pero ¿qué quieren que les diga? a las once de la mañana no me funca la neurona.

Entre los martillazos desde las 8am, el olorcito a asado de cada mediodía y los obreros saludándome desde la medianera, esta obra puta me está arruinando la vida.

martes, agosto 10, 2010

- No me digas "Celeste". Decime "Cele", "Cel", "Ce". "Celes", nunca.
- Me gustó "Ce". Te voy a llamar "Ce".
- Es el que mejor va.
- ¿Por?
- Porque cuando nací mi mamá no me llamó María Celeste. Me puso María Zenona, como mi abuela.
- ¿María Zenona?
- ¿Viste? Heavy. Menos mal que en el registro civil le dijeron que no me podían poner así, que era demasiado antiguo... Aunque pienso que ahora re podría llamarme Zenona. Lo llevaría con mucha actitud.
- Seguramente. El tema es de nena. Imaginate: siete u ocho años, alguno se enteraba de lo que significaba "seno" y cagabas.
- En sexto grado me empezaron a llamar "Celestetona".

sábado, agosto 07, 2010

"Chicas, no tengo novio y a ALGUIEN le tengo que cocinar"

Por eso, ayer a la noche, sopa de ajo -orgásmica- y ñoquis de calabaza rellenos. Cuatro horas estuve en la cocina. Cuatro. Pero con Flor, Lau y Dedé -y una considerable cantidad de vino y whiky, claro- se pasaron vo lan do.

En otro orden de cosas, me tumba la resaca.

viernes, agosto 06, 2010

Un ariano de una autenticidad que abruma, que siempre pregunta cómo estoy y tiene una visión de las relaciones que me deja pasmada de lo simple que parece. Un taurino que me sienta al lado suyo en el piano desde que tengo cuatro años y me hace cantar; que además de darme su apellido y soportar a mi madre desde hace 28 años, es un modelo de fieldad a sí mismo. Un geminiano que se me aparece en sueños y me deja mensajes en las paredes. Dos cancerianos: uno que me enseñó lo que era el socialismo y comer crustáceos crudos en la playa, otro que me regala whisky a cambio de tartas y me escucha siempre siempre. Un leonino que me abraza muy fuerte y sonríe con toda la cara. Un libriano que me inyecta seguridad cada vez que puede aunque sepa que a la primera de cambio me voy a amedrentar para volver a ser la misma tímida de siempre. El recuerdo de un escorpiano que cambio mi manera de relacionarme, que sacó lo mejor de mí. Un sagitariano demente que está seguro de que yo soy su guía en el mundo de las ciencias ocultas. Un capricorniano que no para de tirarme información y de desafiar mi capacidad de entendimiento, que me estimula del modo más acertado. Un acuariano que se recuesta en mi hombro y se deja ser sin ningún indicio de pudor o vergüenza, que me confía asuntos inconfesables y me invita al cine. Un pisciano que es la prueba concreta de que se puede vivir en armonía con ciertos ideales.
Cuando se me pasa por la cabeza la idea estúpida esa, la del "no hay hombres", me acuerdo de ellos. Mi cosmos masculino particular.

No, no me olvidé de virgo, me lo salteé a propósito.

miércoles, agosto 04, 2010

Vení, sí, vos. Vení. Acercate. Acercate así me escuchás bien clarito lo que te voy a decir. Más cerca; te lo digo al oído, bien bajito así nadie se entera.
Yo sé que entrás acá y leés lo que escribo. Que estás en el trabajo bien temprano y te metés; que te estás por ir y también te metés.
Y ahora te pregunto: ¿para qué, me querés decir? Si no tenés ganas de verme, ni de hablarme, ¿por qué todavía te dan ganas de leer?
No seas tontito, dejá de espiar desde detrás de una cortina, que te veo las patitas.

martes, agosto 03, 2010

Como todo el mundo me decía que la iba a odiar, había evitado ver la versión de Tim Burton de Alice in Wonderland. Hasta ayer. Consideré que ya era hora de decidir por mí misma y la alquilé. Bueno, parece que todo el mundo tenía razón, porque odié la peli, odié a Tim Burton y odié a toda esa gente que, cuando ofrezco el libro, dice "ah, pero ya vi la película".
Me fui a dormir indignada, con los pies un poco fríos y a las puteadas porque el despertador sonaba a las 9 cuando ya eran las 2 y media pasadas.
No me despertó el canto de los pajaritos: no me despertó el despertador -mentira, no tengo despertador, uso el servicio de alarma de Telefónica-; me despertó el vecino de atrás gritándole a los de la construcción de al lado. Miré el reloj y eran las 8 y media. En ese momento supe que ya no iba a poder volver a dormir. Escuché gritos y puteadas de ambos bandos hasta que sonó el teléfono y "gracias por utilizar nuestro servicio".
Cuando salí a prepararme el desayuno miré para arriba y a la derecha: cinco señores de mameluco azul picando la medianera y apreciando mi look de recién levantada, uno incluso me dijo buendía. Buen día tu hermana, forro, pensé, mientras pateaba escombros en el patio.
Salí apurada y me olvidé los guantes.
Y, por algún artilugio cósmico, estoy de un humor fantástico.
El día que entienda mis hormonas, dominaré el mundo.

lunes, agosto 02, 2010

"Memoria privilegiada" le dice mi abuelo; "condena" prefiero denominarla. Acordarse de absolutamente todo, hasta los más mínimos detalles es un pelotazo en contra. Salvo de vez en cuando.
Por eso, mientras le hacía una descripción de lo más meticulosa de lo que había sido nuestra primera salida -hace ya siete años-, lo que podría haber sido melancolía llegó solo hasta la nostalgia. Y me sentí de vuelta ahí, arriba de un 37 camino al Malba, comiendo biznike, caminando para Palermo, tomando cerveza, conjeturando sobre la vida de la gente que pasaba, tomando el 141 de vuelta a casa y sintiéndome confusa por no entender si había onda o no después de haber pasado ocho horas juntos. Me recordé a los veinte años, tan cínica, evitando que cualquiera se acercara. También lo recordé a él, tan personaje, con esa voz que hacía que mi hermana quedara medio tarada cada vez que le atendía el teléfono.
Podría haberle detallado cada salida que tuvimos. En serio, cada una. Pero me interrumpió con una invitación a tomar algo esta semana.
¿Podía acaso no aceptar?
cervezas + vino tinto + porro asesino de Flor + mucho apuro porque hay que retirar las entradas para ver El Origen = las chicas (Ani, Lau, Amarula, Flor et moi) poniendo lo que les faltaba tomar en botellitas + las chicas bastante borrachas y fumadas apurando al taxista y llegando justito a retirar las entradas + las chicas bastante fumadas y borrachas tomando de las botellitas en la calle + las chicas absolutamente borrachas y fumadas sintiéndose un poco adolescentes.

jueves, julio 29, 2010

Tal vez sea uno de esos días en los que veo la mitad del vaso lleno, pero no puedo dejar de pensar que cuando problemas reales acechan, hay algo que se acomoda. La lista de prioridades se reestructura y todo se empieza a observar desde otro ángulo. Me parece que lo que quiero decir es que suelo ahogarme en conflictos que acontecen solo en mi cabeza y que cuando sucede algo real es como si me pegaran un cachetazo corrector que me hace reaccionar y actuar como un ser un humano sensato y hasta se podría decir que en eje.
Entonces ahora me siento liviana, despejada. Y cada cosa que hasta hace un mes me atormentaba ahora... ahora nada.
¿Falta plata? Surge negocito con mi hermana. ¿Los tipos desaparecen? Es que a la vuelta de casa hay un agujero negro que los absorve y los transporta a la dimensión de los amantes fugitivos; si quieren lo llamo a Stephen Hawking para que explique. ¿Conflictos familiares? Más sonrisas y buen humor, nada más.
Iba a decir que igual no me prestaran demasiada atención, que en cualquier momento volvía al drama y que dios me libre de convertirme en una de esas personas sanas y estables que "aprovechan" las mañanas y les gusta "ir a pasear"; pero quién sabe.

miércoles, julio 28, 2010

Chicos, me acabo de comer un yogurt Sancor Vida con duraznos que estaba vencido. No sé por qué se me ocurrió leer la tapita después de terminado. Tampoco sé por qué no se me ocurrió leer esa misna tapita cuando lo compré.

Si me muero:
- Necesito que alguien vaya a prender fuego las heladeras del chino de Alberdi y Calasanz.
- Le dejo mis escritos inéditos (pilas de cuadernos, diarios íntimos y unos archivos con cuentos eróticos que son medio chotos literariamente, pero que calentar, calientan) a quien quiera leerlos.
- Regalo mis libros. Por favor cuídenmelos.
- Exijo que, si me entierran, me pongan El Maestro y Margarita sobre el pecho.
- Quiero que inviten al funeral a todos mis ex-amantes (no se preocupen, están separados en un grupo del msn: been there) así se ponen a contar anécdotas graciosas sobre mí.
"Bienvenida al mundo" me dijo mi madre mientras revolvía el café. También hizo una retrospectiva de mi historial académico-laboral ponderando mi capacidad de elegir placer sobre deber.
Durante tres días me olvidé del culebrón kafkiano que es mi vida no-romántica.
Nadie me dijo que iba a ser así.

viernes, julio 23, 2010

Llega un momento en el que con leer una historia de ficción no alcanza. Necesito un nivel más elevado de abstracción. Necesito fórmulas, cuadros sinópticos, memorización de reglas y protocolos de investigación. Y esta necesidad no surge de mi sed de conocimiento -curiosidad mis polainas-, necesito esto porque de otra manera me empiezo a manijear hasta decretar que mi vida apesta, que el universo atenta contra mí y que no hay esperanzas de salvación.
El estudio me rescata del dramatismo y del autoflagelo.
Hace dos semanas que terminaron las clases (promocioné Latín con 10, que se sepa, a la mierda con la modestia) y no veo la hora de empezar de vuelta.
Necesito sintaxis, declinaciones y conjugaciones, reglas de puntuación y fechas de entrega. Quiero ver a mi profesora de Latín y pensar "cuando sea grande, quiero ser como ella; pelotuda, tenés 27 años, dejá de decir 'cuando sea grande'". Quiero conmoverme con el amor a la literatura que tiene la de Expresión Oral y Escrita. Quiero. Necesito.
Es que no soy nerd. Soy una neurótica con un mecanismo de defensa socialmente funcional.

jueves, julio 22, 2010

Tenía el pelo más largo que ahora. Mucho bucle, mucha onda; muy lindo. Primero leía unos apuntes de epistemología -me parece que todavía estudiaba psico y estaba cursando metodología de la investigación- y después de comprar galletitas de manteca en un supermercado, me ponía en pelotas y salía a trotar.
Corría desnuda por Palermo y los rulos se me despeinaban.
Como Lady Godiva pero sin caballo.
Al principio me daba un poco de vergüenza, más que nada porque no quería escandalizar a las viejas paquetas del Boulevard Charcas, pero cuando veía que a nadie le importaba demasiado empezaba a disfrutarlo realmente.

Ahora me siento liviana.

miércoles, julio 21, 2010

- Mmmñla.
- ¿Cel?
- Msé. ¿Quién habla?
- Estoy en la puerta de tu casa. ¿Me venís a abrir?
- Pero, ¿quién habla?
- No lo puedo creer. Está bien que hace como un año que no te hago visitas matutinas, pero de ahí a que te hayas olvidado de mi voz al teléfono... Dale, abrime que hace frío.
- Tenés la voz diferente, no parecías vos. Pero ¿cómo que estás en la puerta? Es de noche.
- No es de noche, son las nueve, tenés los postigos cerrados.
- Ah, debe ser eso. Qué linda sorpresa. ¿Estás en la puerta en serio?
- Esperando que vengas a abrirme.
- Pero mi cuarto está desordenado.
- No me importa.
- Y mi pijama es jogging, una remera de Faith No More y un cangurito.
- Sabés que me encanta.
- Pero hace frío, me da fiaca levantarme.
- Ya sé que hace frío, el que está a la intemperie soy yo.
- ¿Y me trajiste algo rico para desayunar?
- Nos traje facturas. Con crema pastelera para vos. ¿Podemos tener esta conversación en tu cuarto? Me estoy congelando la mano.
- ¡Te acordaste de que me gustan con crema pastelera!
- La última vez que me equivoqué lo publicaste en el blog.
- Es verdad.
- Ahora deberías publicar que me acordé.
- Bueno.
- Bueno ¿qué?
- Bueno: ahí me pongo las pantuflas y te abro.

Al mediodía le fui a abrir la puerta de vuelta, esta vez para que se fuera. Y mientras pensaba que toda mi vida se está convirtiendo en una gran repetición del año pasado -las visitas mañaneras de cierto sujeto, la falta de feedback de cierto otro-, abrí los mails. Había uno de un tipo con el que estuve una vez, hace justo un año. Claro que no era un mail dedicado a mí, sino una invitación a un taller de nosequé. El misterio es cómo llegó mi dirección de correo a él. Coincidencia. El cosmos que me quiere poner a un barbudo que abraza como oso en el camino a toda costa.
Todavía no sé si contestárselo, decirle "hola, me recordarás del día del amigo 2009, te traje a casa en taxi y te fuiste a las 7 y media a dar clase" o algo así.
Era muy lindo. Y guitarrista.
Ay, los guitarristas.

martes, julio 20, 2010

Primero me dijo "feliz día" la mina de la imprenta que nos trae las tarjetas y los talonarios de facturas. Después, un compañero del profesorado que sólo me habló dos veces por msn para preguntarme qué era un acento enclítico. A la primera le sonreí y balbuceé algo parecido a "feliz día para vos también" porque me tomó desprevenida, al segundo ni le contesté el saludo fraternal y le respondí la pregunta que me estaba haciendo.
Todo bien, pero para que yo le diga felizdìa a alguien, tiene que ser amigo de verdad. Como Dedé, que me cocina milanesas de berenjena, me arma porros y le saca la numerología a los chicos que me gustan. O Lau, que siempre tiene ganas de tomar cerveza, ir a comer afuera, probar de cocinar recetas exóticas y mirar fotos de tipos lindos en Google. O amigo y consejero que me atiende el teléfono a las 12 y media de la noche aunque esté borracha, quejosa e insoportable.

Eso sí, a Lili, mi clienta octogenaria que se lleva novelas románticas, se pinta los labios de un rojo divino y usa unas hebillitas de lo más simpáticas para agarrarse las pocas mechas que tiene, sí le dije felizdía. Porque no somos amigas, es cierto, pero si yo hubiese nacido cincuenta años antes, lo seríamos.

lunes, julio 19, 2010

Estoy hace una hora escribiendo y borrando posts.
Uno sobre mi inocencia al expresarle a la gente lo que me genera y no recibir respuesta alguna, solo indiferencia. Otro sobre el paseo facebookiano por mi pasado romántico que le hice a Lau ayer a la noche. Uno más sobre un tipo que quiere venir a mi casa y que le cocine.
La cagada es que todos terminaban igual. Mi discapacidad emocional, blabla. Este domingo de angustia, blabla. Quiero vivir en una isla desierta blabla. Hace cinco días que no puedo dormir, blabla.
Así que eso, blabla.
Una mierda. Todo.

sábado, julio 17, 2010

Me acuerdo perfecto, creo que hasta puedo tirar la fecha y todo. Enero, 13 o 14, de 2008. Era domingo y estábamos en la cocina de casa, cn Nat, tomando jugo de pomelo y leyendo el libro de las lunas de Carutti. La luna en Acuario nos reunió esa tarde y nos tuvo hablando hasta que se empezó a hacer de noche. Y al que no le importe la astrología que deje de leer en este instante.
El señor este dice que si te tocó la luna esta, te jodés. Bueno, no lo dice así, pero más o menos. Acostumbrate al abandono, a que los afectos desaparezcan repentinamente. Que esto genera que cortes vos los vínculos antes de tiempo, si total, tarde o temprano se va a terminar. También dice que es una luna que no sabe sentir sin pensar previamente y que lo que para cualquiera, a nivel emocional, es una brisa, para la luna acuariana es un tornado que se lleva todo puesto.
Con Nat hablamos de nuestras infancias, pubertades y adolescencias; de nuestras familias, romances y amistades. Encontramos puntos en común, relacionamos, analizamos y armamos un plan de acción para poder experimentar esta luna con un poco más de placidez. Nos preparamos un fernet y brindamos por el cosmos. Ese fernet se convirtió en dos, en tres y en mucho más. Cuatro horas después, yo había llenado mi cuarto de velitas y buscaba un marcador para dibujar las paredes. Un marcador. Para escribir las paredes.

"El único refugio es la ausencia de refugio"

Esa frase escribí a los pies de mi cama, y esa frase fue la que lei cada día al levantarme durante tres meses hasta que pintamos toda la casa y terminó cubierta de pintura color cremita.
La gente entraba al cuarto y preguntaba por qué, por qué justamente eso. ¿Y cómo explicales? Preferí convertirlo en una anécdota de borrachera, de tomé mucho fernet y me pintó escribir las paredes. Pero no, no se trató sólo de agarrar un marcador y ponerme a rayar la pared. Fue la necesidad de convencerme de que no me queda otra, tengo que cruzar la línea, tengo que confiar en la absoluta falta de certeza. Saber que esa sensación de desprotección constante es sólo eso, percepción. Que sólo me voy a sentir refugiada cuando entienda es el todo lo que me cobija.

Hace unas semanas escribí esa misma frase en un post-it y lo pegué en el espejo, al lado del alfabeto cirílico. Todos los días práctico la fonética de las letras rusas, todos los días me recuerdo que no hay refugio.