martes, marzo 30, 2010

- Soy medio rompepelotas con algunas cosas...
- Ajá...
- Ciertos detalles...
- Mmmh.
- Por ejemplo, mis cejas no son así...
- ...
- Porque cuando era más chico iba a plancharme el pelo y las minas de la peluquería me convencieron de que me sacara un poco de ceja.
- Mmmh..

A veces, cuando estamos con Lau y no hay gente alrededor decimos cosas como uh, eso me baja la pija. Es que no hay otra manera de describir en un par de palabras ciertas sensaciones.
Porque además de no terminar de aceptar que tengo un útero y envidiar el falo ajeno, realmente creo que existen esos momentos en los que un gesto, una frase, un movimiento, cualquier detalle, hace desaparecer por completo la calentura. En ese momento sólo soy un ser humano frente a otro que me está contando que cuando era más pendejo se planchaba el pelo y no hay otra sensación más que ganas de salir corriendo.
Se-planchaba-el-pelo.
Me enamoré de tus tetas.

Esto es lo más parecido al amor que he tenido en los últimos meses.
No me quejo, eh. No me quejo.
Cosecho mi siembra.

viernes, marzo 26, 2010

Ese Año Nuevo no sabíamos que hacer, había un par de fiestas pero ninguna resultaba convincente. Un mensaje de texto de él me hizo terminar de decidir y arrastrar a las amigas con las que estaba a un lugar por costanera.
Lo vi apenas llegué, estaba apoyado contra una baranda, fumando un pucho. Seguramente quería dar una imagen de tipo misterioso, que se abstrae del mundo mientras el resto se emborracha y festeja. Me acerqué y le toqué la espalda; nos abrazamos muy fuerte.
Cuando el sol terminó de salir, metí una mano por debajo de su camisa y le pedí que nos fuéramos juntos a su casa. Miró hacia la nada, esperó unos segundos y asintió con la cabeza. Me desperté todavía acostada sobre él, con una resaca que me taladraba el cerebro pero que no me impedía creer que ese 2006 no podía ser malo, no si lo estaba recibiendo en su cama, encima de él. Veníamos de una época extraña, en la que yo le había pedido que por favor no nos viéramos más por un tiempo. El receso que habíamos acordado se nos interrumpió con la llegada de las fiestas, por la nostalgia que trajo ese diciembre.
A la tarde, cociné unos ravioles con crema y nos quedamos mirando la tele. Ya de noche, nos bañamos y salimos por ahí a buscar un lugar donde cenar. Las sandalias me habían sacado ampollas y lo único que esperaba era sentarme para desabrochármelas y tener los pies libres de vuelta. Terminamos en un Pippo por el centro, a diez cuadras de su casa, los talones me latían de dolor.
Mientras esperábamos la comida, lo dijo por fin. Que no estaba bueno que nos hubiésemos ido juntos de la fiesta esa, que él esperaba el momento en el que dejáramos de recurrir el uno al otro, que realmente quería otra cosa; que sabía que no me elegía pero que aún así, no podía evitar llamarme cada vez que quedábamos en poner un poco de distancia. "Pensé que esta vez iba a a ser diferente, pero al final caí en lo mismo de siempre". Lo mismo de siempre era yo. Como si se hubiese estado quejando con la madre de que siempre comían milanesas. Como si me hubiese estado contando de lo podrido que estaba de tomarse el subte todos los días. Lo mismo de siempre. Yo quería un siempre con él. Él trataba de evitarlo sin éxito.
Llegaron mis pastas y apenas pude probar bocado. Cambié de tema porque no sabía qué decir, porque ante la posibilidad de estrolarle el plato de sorrentinos en la jeta me acobardé, con tal de creer que existía la posibilidad de un "siempre" me callé y tragué infinidad de sorrentinos a lo largo de los años.
Terminamos de cenar y volvimos a su departamento. Los talones seguían en carne viva, pero mi poder de negación abarcó incluso el dolor físico.
Esa noche ni nos tocamos.
A la semana siguiente, planteó distancia.
El primer fin de semana de febrero, estábamos cogiendo en la pileta de la casa de mi tía.

Y cuando ese siempre, unos años después, dejó de serlo, cuando se convirtió en un de vez en cuando, sufrí; dolió que ya no volviera una y otra vez, como arrepentido pero aún así presente. Con el tiempo la situación decantó en un nunca y ahí sí, se terminó.

A veces me pregunto si se acuerda de mí, si tiene recuerdos más gratos que los que a mí se me vienen a la mente cuando lo evoco. Porque cuando entendí que yo era para él como las milanesas de todas las noches, o el transporte público y agobiante de cada mañana, todo se tiñó de negro, ya no lo pude querer a pesar de todo, como alguna vez le había prometido que iba a ser. Ahí fue cuando decidí enfrentarme a todos esos platos de sorrentinos que nunca le había estampado en la cara.
Como para alimentar a todos los nenitos desnutridos del mundo.
Ya me olvidé de la última vez que vi a mi papá.
Solemos tener estos distanciamientos, no vernos por semanas, a veces hasta meses. Simplemente sucede que no nos cruzamos, yo hago alguna de mis paradas por la casa matriz y, por un motivo u otro, él no está; salió con algún amigo, se peleó con mi hermana y se fue a caminar por ahí, esas cosas.
Mi mamá me cuenta de sus novedades y le debe transmitir un breve resumen de lo que va siendo mi vida a él. Hay que ver qué le cuenta, claro. Con qué tinte, cómo lo adorna. Prefiero no enterarme.
Cuando lo estaban por operar de una pierna que se le fracturó por hacerse el Superman, iba a visitarlo al hospital dos veces por semana, siempre los sábados y algún que otro mediodía antes de tomarme el 59 hasta Vicente López y caminar las diez cuadras que me separaban de donde trabajaba en ese momento. Se ponía contento cuando iba, le hacía chistes, le llevaba libros y le comentaba los últimos estrenos de la cartelera; me decía que me veía feliz. Creo que era bastante feliz en ese momento. Después, el post operatorio en una cama que mi mamá puso al lado de la ventana del living de su casa. Él pintaba, leía y rompía las pelotas. Los sábados, cuando mi mamá se iba a la feria, yo me quedaba sentada al lado de él, le llevaba la comida en una bandeja y nos quedábamos charlando hasta que empezaba a bajar el sol. Una de esas tardes me explicó por qué María Celeste. Por qué ese nombre para mí. El recién llegaba de Rosario, tenía veintitantos y estaba empezando a conocer gente. En una de las tertulias con sus nuevos amigos, alguien dijo "ahora en un rato viene María Celeste" y a él le quedó picando el nombre en la cabeza, y, según mis propios cálculos, también la muchacha en cuestión; parece que era muy linda.
Extraño a mi papá, extraño que me diga que soy una barrileta mientras me agarra de la oreja y me sacude toda. Extraño que me cuente los mega guiones -con cast hollywoodense incluído- que idea de madrugada, cuando lo asalta el insmnio y no tiene ganas de seguir haciendo zapping. Extraño su histrionismo y que se siente al piano y me haga cantar un rato.
En momentos como este, entiendo por qué mi mamá lo eligió.

jueves, marzo 25, 2010

El chico de ojos increíbles es bueno en los papeles pero en la realidad, no sé. Realmente no lo sé. Pasó más de un mes y todavía no me decido. Entonces, como no me decido, tanteo. Lo tanteo como amigo y responde. Lo tanteo como hombre y también parece funcionar. Me parece que estoy ante un posible amigarchi.
Es como si papanuel me hubiese traído mi regalo con tres meses de atraso.

martes, marzo 23, 2010

No había profesor asignado para la primera materia del día, con la que estrenábamos nueva carrera, así que nos fuimos al bar de la esquina a tomar unas cervezas. Llegamos casi tarde a la segunda clase y un poco borrachas. Así comenzamos esta nueva etapa con La Secretaria y Amarula.

Terminada la jornada académica, salimos a la calle y nos burlamos de la chica que había dicho que de llevarse un solo libro a una isla, sería La Tregua de Benedetti; no hacen falta explicaciones. Y también de la que dijo que Rayuela; por apología al cliché.

Vaticino una cursada espléndida.

lunes, marzo 22, 2010

Al chico de ojos increíbles lo dejé de ver porque empezó la temporada nefasta en la librería y el simple hecho de pensar en maquillarme para lucir presentable me agotaba; también porque había algo que no me cerraba -y la vez que algo sí me cierre explota todo, así que que crucen los dedos para que siga tal como está porque si no ya saben, it's the end of the world as we know it-. Pero sí seguimos hablando, porque es inteligente, buena onda y entra en la categoría de hombre-colchón. Los hombres-colchón son esos que reciben los embates de histeria actuando como un sommier recién comprado, oponiendo resistencia, sí, pero la mínima e indispensable, de esta manera una no rebota y vuelve al punto de partida casi en el instante (véase hombre-cama-elástica) ni queda llena de moretones (véase hombre-colchoneta-de-gimnasio). El hombre colchón escucha, deja que una diga, pregunta, repregunta, comprende, aguarda y cobija.
Como con los hombres-colchón me permito explorar los grises del vasto mundo de las relaciones humanas, lo llamé para invitarlo al cine a ver Shutter Island hoy a la noche sin tener en claro si tenía ganas de traérmelo para casa después o no. A veces prefiero ir acompañada al cine.

Con su auto estacionado en la puerta de casa y después de una amena velada en la que no hubo ningún signo que indicara intenciones de su parte de dejarse arrastrar hacia mi cama, seguía yo en la disyuntiva. ¿Decirle "no querés pasar a tomar un Campari" o no? ¿Acercar mi mano a su muslo, casi llegando a la ingle, y tirar alguna barrabasada o no? Bueno, no. De repente, más que como colchón, lo vi como una pileta vacía; sentarme en el borde y que me cuelguen las patitas, nada más. Así que pregunté la hora y enuncié las frases pertinentes en una despedida. Me dio un beso que no pude entender si era de compromiso o no. Yo no meto mi lengua en un beso si es de compromiso, pero andá a saber cómo funcionan la gente-colchón en ese tipo de situaciones, siempre me vi más como silla mecedora, a algunas personas les copa la idea de tener una, pero nadie se queda mucho tiempo en ellas, el vaivén se vuelve un poco insoportable después de un rato.
Me bajé del coche, saqué las llaves de la cartera y entré.
Por ahora, me quedo sentada en el suelo.

viernes, marzo 19, 2010

Iba en el 36, ya llegando tarde a la librería. Estaba angustiada, porque hacía dos noches que no dormía; dos días que no comía. Y mientras el bondi hacía unas cuadras por José María Moreno, lo único que podía repetirme era "renuncio, yo renuncio y a la mierda".
Cuando atravesó Rivadavia y todo se convirtió en Acoyte, miré por la ventanilla, hacia la derecha. Vi un chico alto, medio despeinado, con barba, mirando su celular. Me olvidé de mi mantra de trabajadora angustiada y pensé que sí, que yo quería un chico exactamente así, tan lindo. Pasaron tres segundos y me di cuenta, hace unos años yo había tenido un chico exactamente así, a ese mismo chico que ahora levantaba la cabeza y empezaba a cruzar la avenida, mostrándome su perfil, que se fue alejando a la vez que yo trataba de girar la cabeza como Linda Blair.
Me cagó el día. Verlo, me cagó el día. Y no porque me haya roto el corazón ni porque lo extrañe, porque, vamos, ya pasaron casi tres años, soy melancólica pero no tanto, sino porque me acordé de lo mucho que me gustaba ser yo misma cuando estábamos juntos. Eso que todo el mundo siente a diario, a mí sólo me pasó con él. Y me cagó el día, y la semana, porque no sé si alguna vez me va a pasar lo mismo, si me voy a sentir lo suficientemente cómoda y con la guardia baja como para permitirme ser esa persona de vuelta. Quiero ser esa persona. Me gustaba serlo. No sé si puedo.
Y quiero poder, de veras que quiero, pero también me repito que renuncio, que yo renuncio.

miércoles, marzo 17, 2010

Cuando le pregunté hace unas semanas a Geneve si su amigo belga que venía a Argentina por un par de meses y se quedaba a vivir en casa estaba bueno, me contestó que no.
Evidentemente, tenemos gustos bastante diferentes.


Este chico es de esos que me dan ganas de mirar durante horas. Que me ponen en un mode extraño.
Mirarlo y sonreír. Me inspira. Me saca la ficha instantaneamente y me arenga a salir al mundo, a proyectar, a entregarme. Es luz.
Me abraza y me da un beso en la mejilla, ruidoso, mientras esperamos que el automático de la cámara de fotos dispare. Después, cada uno a su cuarto y yo me siento revitalizada. Motivada. Energizada. Un poco enamorada.
Enamorada en el sentido más simple del término, enamorada de querer dar amor.

domingo, marzo 14, 2010

En algún momento, entre los 18 y los 20 años, no recuerdo bien cuándo, decidí que nunca más -porque me encanta proponerme cosas con nunca máses y siempres- me iba a gustar un chico que no me diera bola; y respeté la decisión.
Hasta ahora.
Me siento de quince. Mirando pelis con Jason Bateman sólo porque me hace acordar al geminiano este que me tiene así, deshojando la margarita como pelotuda.
"¿Un geminiano?" diría mi madre.
Qué se le va a hacer.

viernes, marzo 12, 2010

Sentir que ya no puedo estar parada, pero tener que seguir, hay que seguir. Ir al baño cada dos horas, bajar la tapa del inodoro y sentarme durante tres minutos, sólo eso, sentarme. Lidiar con doscientas personas por día que no entienden razones y me insultan, en general con la mirada, el resto de las veces, pocas, a viva voz. Tratar de entender el sistema de organización de mi jefe, o sea, tratar de entender el más absoluto caos, la entropía.
Y en uno de mis escapadas al fondo para tomar agua, un ibuprofeno y contestar algún sms, el patroncito se me pone a hablar y me informa de un par de situaciones complicadas y discutimos posibles métodos para poner un poco de orden. La conversación termina con la frase lapidaria.

Cele, andá preparándote, esta es mi última temporada, el año que viene te hacés cargo vos de todo esto.


Porque el miedo al compromiso no es algo que se limite a lo romántico.

martes, marzo 09, 2010

Me fijé cuánto salía el de Groucho que tenía en la mano. Y ahí, con el librito debajo del lector de código de barras, la recordé. Mi tarjeta de puntos; esa que no usé durante este último año porque trabajé en la librería. Revolví en la billetera hasta encontrarla.
687 puntos.
Después, una sala de cine vacía para mí sola. Para mí sola. Y la última de los Coen.

Hacerse la enferma para no ir al trabajo, garpa.

lunes, marzo 08, 2010

Ya van como tres discusiones acerca de lo mismo en lo que va del día.
Los clientes se ponen a hablar de lo contentos que están porque *ganamos* el Oscar. Y yo les digo que yo no gané nada, que me alegro profundamente por Campanella y cía pero que realmente dudo que El Secreto de sus Ojos sea mejor que las otras pelis extranjeras nominadas.
Lo que me llama la atención, es que haya ganado PABLO RAGO. ¿No es algo muy twilight zone? Digo, viajemos en el tiempo. Vayamos al año, no sé, 2004 o a 1999. Si alguien te preguntaba hace 6 u 11 años atrás cuál de los de Clave de Sol tenía la posibilidad de participar en una película ganadora de Oscar, ¿quién se te ocurría? Leonardo Sbaraglia, obvio, recontra obvio. Pero no, vino Pablo Rago, puso cara de viudo compungido y tomá.

jueves, marzo 04, 2010

- ... Entonces al principio fui muy cuidadosa, despacio. Pero después, cada vez más fuerte.
- ¿Pero qué se siente?
- Es como... no sé, es lo mejor del mundo. Porque sí, es muy muy duro, pero al principio, el primer contacto, no. Como goma ¿entendés?
- Más o menos. ¿Como morder un pedazo de goma?
- Sí... no sé, no sé cómo explicarte.
- ¿Como silicona?
- No. La silicona debe ser blanda.
- Claro.... Qué bueno, che.
- Sí, se lo recomendaría a todas.
- Y sí... pero ¿quién se presta a eso? Los frikis estos que salen con vos nomás.


Ahí, el peladito que estaba delante nuestro en la fila para comprar pochoclos se dio vuelta muy lentamente, con una cara que era la mezcla del horror y la curiosidad.
Nuentras caras de vergüenza nos delataron.
Sí, pelado. Eso mismo que estabas pensando.

miércoles, marzo 03, 2010

Ya está, ya es oficial.
Ya podemos decir que marzo es marzo.
Me acabo de pelear con la primera vieja conchuda que arma un escándalo por razones absurdas. En esta ocasión, porque no tenemos un manual que se usa EN RIO CUARTO.
Rio Cuarto, vieja de mierda, explicame por qué tengo que tener un manual que usan en Córdoba en plena Capital Federal.
Está bien. Lo reconozco.
Uso el Facebook de la librería para agregar a gente que no pondría en el mío.
Y les espío la vida sin culpa.

martes, marzo 02, 2010

- ¿Por qué no me llamaste para decirme que estabas enferma?
- Ehm... no sé, tampoco es que estaba enferma.
- Cele, tenías una infección, no podías mover el brazo. Y unos días antes te habías caído y lastimado toda... ¿cómo no me llamaste?
- Ehmm... no sé.

¿Cómo decirle a mi madre que no se me ocurrió llamarla? Que, de hecho, no se me ocurrió llamar a nadie. Que hablé con mi abuela recién el viernes porque ella me llamó. Nunca se me ocurre, no se me pasa por la cabeza, no me entra. No entiendo bien cómo funciona esto de vivir en una familia que es un clan. Desde afuera lo veo como algo genial, porque alguien necesita una mano y tiene quince, siempre dispuestas. Desde afuera los quiero, como conjunto y a cada uno por separado -bah, a un par no, ¿para qué mentir?- pero no puedo terminar de involucrarme. No es rechazo, no los esquivo, me gusta pasar tiempo en familia, pero no surge lo otro, el pedir ayuda, el mantenerme en contacto, el mostrarme vulnerable.
Es como si recién ahora me diera cuenta de lo espesa que es la capa que me separa del resto del mundo. Yo pensaba que era con los hombres. Pensaba que era con las amistades. Pensaba que podía manejarlo, que era una elección. Bueno, no; pensé todo mal.
No elijo nada, estoy tan predispuesta al aislamiento que ni siquiera me planteo el contacto con un otro como una opción.
Me desconozco por completo. No me entiendo. No me cazo.
Es de las sensaciones más raras que alguna vez haya experimentado. Me dejé a mí misma sin palabras.
Bien por mí.

lunes, marzo 01, 2010

Me comía un filet de merluza con ensalada, miraba una peli y pensaba que qué raro, porque Jason Bateman me encanta. Pero me encanta, me e-n-c-a-n-t-a, me encanta, me ENCANTA. Y sí, es raro, porque mucho no dice, ¿no? Tiene como mucha cara de yanqui y no sé, no es feo, pero tampoco es lindo y medio que la nada; pero yo le doy play a cualquier película con él y me empiezan a efervescer las hormonas -cosa que, bien lo sabemos todos, tampoco es tan complicada-.

Me terminaba el filet, ponía agua en la pava para un té de yuyos y ahí empecé.
Claro, a mí el Bateman este me hace acordar a alguien. ¿A quién me hace acordar?

Agarraba la taza, daba sorbitos y miraba fijamente el monitor.
¿A quién? Tiene como un aire a... no sé, no sé a quién. Pará. La nariz, es la nariz. Bah, la forma de la cara en general, pero sobre todo la nariz.

Apoyaba la taza vacía en el suelo, prendía un pucho y seguía mirando al chaboncito este.
Changos, ya sé a quién.

Sonreí.

Es como cuando estaba convencida de que Nico era parecido a Facundo Arana. O que LlaveInglsa tenía un look muy Vince Vaughn, que sólo le sobraba nariz -¿la nariz de V. Vaughn no es demasiado pequeña?- y le faltaban diez centímetros.
Porque me gusta encontrar parecidos entre los tipos que me gustan y esos otros tipos que me gustan.
Aunque claro, nunca me gustó Facundo Arana.
Con el comienzo de clases, empieza también la temporada de libros de texto 2010.
Y con eso, el fin de mis trasnochadas; diez horas de trabajo corrido, parada; madres histéricas; niños confusos; mi jefe en un estado de constante estrés; bastante plata; ausencia de vida social; domingos que no alcanzan; contracturas en músculos que una ni sabía que existían; discusiones; algún que otro padre más o menos lindo a la vista; y hartazgo, sueño, cansancio.
Probablemente, también, una merma en el posteo que venía de lo más constante y periódico.
Sabrán disculparme.