jueves, abril 28, 2011

Siguiendo lo que empecé el fin de semana pasado con Sex, Lies & Videotapes -ver qué onda las pelis que mis padres no me dejaban ver de nena-, ayer me puse a ver NUEVE SEMANAS Y MEDIA. Me acuerdo de que a principios de los 90's en Telefé pasaban los súper estrenos los lunes a la noche. Me acuerdo también de que en la propaganda de la película esta mostraban un cacho del striptease y la panza chatísima de Kim Basinger con un hielo en la mano de Mickey Rourke por encima. Y la pasaban una y otra vez y yo me moría de ganas de verla porque: 1) sabía que no me iban a dejar. 2) estaba segurísima de que me iba a encantar y 3) medio que me calentaba con las pocas imágenes que mostraban en la publicidad, porque eso del período de latencia a mí no me pasó; fui calentona desde la teta de mi madre en adelante, non-stop.
Bueh, la cuestión es que ayer terminé la primera temporada de Fringe (no sé si notaron, pero es "primera temporada" y no "primer temporada", a ver si nos vamos ilustrando un poco, eh) y después de un rato del juego ese de las burbujitas que explotan y leer Levrero (cómo le quiero a Levrero) ("le quiero" me suena a un amor menos egoísta que "lo quiero", no sé si se entiende la diferencia; como que el "lo quiero" implica posesión) abrí Cuevana y ahí estaba, entre las últimas películas. Así que la culpa la tiene Cuevana. Mentira, la culpa la tengo yo, que con miles de pelis y series a mi disposición fantaseé con que tal vez me re calentaba y me ahorraba andar buscando porno. Me jodo por pajera; pajera en cualquiera de los sentidos. Me jodo porque perdí una hora de mi vida -no, no la terminé de ver- mirando un larguísimo videoclip ochentoso con Kim Basinger y Mickey Rourke de protagonistas. Y no me calenté ni un poco; bah, un cacho cuando él le tira miel por las piernas y después se le tira encima. Loco, la sinopsis decía que era una relación perturbadora. ¿Por qué? ¿Porque el tipo se hace el misterioso y no quiere formar parte de la vida cotidiana de ella? ¿Porque va desplegando un manual de perversiones políticamente correctas? Déjense de joder, a mí lo que me pareció perturbador es que haya como 10 escenas -y eso que miré la mitad nada más- en las que los tipos corren. Corren porque los persiguen unos tipos, corren porque persiguen a unos nenes. Corren porque él la subió a un juego y ella se enoja. La gente no corre tanto en la vida real. La corté antes de llegar al striptease; total, eso sí que lo había visto.

De todos modos, quiero seguir con esto. Lo que me falta ahora es recordar qué otra cosa no me dejaban ver por tener supuesto contenido para adultos.
¿Me ayudan a recordar?
- ...con esos ojos negros tan lindos que tenés.
- Mis ojos no son negros.
- Ya sé, pero en el auto se veían negros. Son medio verdosos.
- No, son marrones.

Y en ese momento, aunque hubiera podido, no me puse a pensar en lo terrible que es que alguien que me vio en pelotas ni sepa de qué color tengo los ojos; más bien me puse a recordar miradas en particular. Miradas de hombres de ojos -esta vez sí- verdosos. Miradas un poco achinadas de ojos que sonreían. Miradas de porro, ausentes pero cálidas. Miradas esquivas que no querían encontrar la mía, llena de reproches. Miradas que decían "qué lindo que estés acá" y otras que estaba segura de que me gritaban "no te vayas nunca". Miradas pícaras que me hacían cómplice de maldades de las que no me arrepiento.
Y una, una muy en particular, que evoco y me hace calentar. Una que me scaneaba desde los tobillos a la frente y que cuando se clavaba en mi escote, en el cuello o mis ojos me hacía poner un poco colorada. Era la mirada de veinte camioneros libidinosos después de haber estado cinco años sin garchar; la mirada de cien obreros de la construcción ante un culo perfecto apenas cubierto por una minifalda; la mirada de quinientos quinceañeros ante las tetas asomadas por la abertura entre los botones de la camisa de la profesora de geografía.
Una mirada que me emborrachaba mucho más que el whisky que me servía sin permitir nunca que los hielos quedaran solos en el vaso.
Lástima la resaca del día siguiente.

lunes, abril 25, 2011

No hay peor tortura que la indecisión; ese tira y afloje eterno que me hace sentir estancada, estúpida. Ojo, que así como decido una cosa hoy, mañana decido lo opuesto, no tengo problemas para cambiar de parecer. Acá lo angustiante es no poder elegir entre A y B, que ninguna de las dos partes me genere la suficiente repelencia o el deseo de tomarla.
Ayer estuve seis horas tratando de decidir si iba a la clase de latín o no. La clase dura tres horas y pico y yo estuve debatiéndome durante SEIS. Esas cosas me enferman, me enojo mucho conmigo misma cuando caigo en esos loops neuróticos del quéhagoquéhagoquéhago. Al final, cuando salí de la librería, me mandé para la parada de 12, que me deja a una cuadra del profesorado. Después de esperar eternamente el ascensor y subir los 10 pisos, me merendé con que la muy forra de la profesora había faltado. O sea, no sólo pasé seis horas envuelta en la nube pisciana de la duda al pedo, sino que además me tomé un 12 hasta las bolas y esperé un ascensor durante cinco minutos, todo PARA NADA.
Llegué a mi casa malhumorada, pero me fui neutralizando con un par de capítulos de Fringe y el sobrante recalnetado de una feijoada que hice hace unos días. Después, jugué un rato al jueguito ese de las burbujas que se explotan cuando juntás tres del mismo color, me fijé qué entrada quiero para Mondo Cane -y ahí no tuve problemas de decisión, pullman y ya, sin vueltas-, comí trigo inflado con más capítulos de Fringe y apagué todo para irme a dormir a eso de las 2am.
En la oscuridad y el silencio traté de sentir algo, cualquier cosa. Frustración, tristeza, ansiedad, esperanza, exasperación, algo; pero nada. Un poco de calentura, la suficiente como para tocarme y quedarme dormida hasta hoy a las once de la mañana.

Y cuando me preguntan cómo estoy, no puedo responder otra cosa que un "bien" en voz bastante aguda, resignado, medio falso. La verdad es que no estoy mal, ni bien, ni triste, ni contenta, ni exasperada, ni satisfecha, ni nada; bah, quizás un poco caliente, lo suficiente como para que la paja sea una distracción placentera.
Sí hay peor tortura que la indecisión: esta nada.

sábado, abril 23, 2011

Ayer el dueño de casa me dijo que se podía renovar contrato y me sacó un peso enorme de encima. Ayer también, fui a famacity y compré una tintura que si hubiera sido rubia, me habría quedado la cabeza hecha un fuego; como no soy rubia, tengo dejo cobrizo muy sentador.
Hoy fui a trabajar y después a visitar a mi abuela. Dormí la siesta en el sillón del living y vi America's Next Top Model, me fui antes de que empezara Top Chef porque cada vez que veo ese programa fantaseo con patinarme un sueldo en cuchillos. A la vuelta, mientras caminaba por la cuadra de casa, me resbalé en la bajada de un garage y me caí apoyada en un codo -el izquierdo- y me duele mucho. Ahora espero que se cargue en Cuevana Sex, Lies & Videotapes que es una de esas películas que cuando era una nena me imaginaba que eran re porno y nunca pude ver. Acabo de darme cuenta de que me confundí a Soderbergh con Cronenberg, por lo menos está James Spader que me calienta muchísimo.
Qué aburrimiento. Como el que sentía cuando era una nena y no me dejaban ver películas como Sex, Lies & Videotapes.

martes, abril 19, 2011

Estoy en una de esas épocas en la que no puedo ser demasiado expresiva y me callo todo. Tomo distancia y me evado la mayor parte del tiempo. Evito emociones fuertes y le esquivo a los vínculos que más me movilizan. Es como si tuviera una compuerta en la garganta, que controla todo lo que digo y no deja salir más que un "bien" cuando me preguntan cómo estoy. Y no es que esté mal; no estoy, o estoy en un lugar muy llano en el que no pasa nunca nada, la pampa de las emociones, la estepa del alma. La estepa del alma, qué boluda.
Pero bueno, la cosa es que reaparece mi fantasía de cabecera: aislamiento total y autosuficiencia absoluta. En este estado no puedo entender cómo durante el resto del año le pongo tanta energía a las relaciones interpersonales. Y sé que dentro de un par de días voy a volver a mi estado natural y voy a ver a la Celeste de este instante como a una especie de mosntruo individualista y egomaníaco, pero la verdad es que en este preciso momento no comprendo el instinto gregario y sus consecuencias.
A veces todo es tan nada que lo único que se me ocurre es teñirme el pelo de naranja. Siempre quise ser pelirroja.

domingo, abril 17, 2011

- ... Entonces me contó que fueron con fulanita al barrio chino y la mina se puso a llorar porque se quería comprar ropa y nada le entraba.
- ¿A llorar?
- Sí, pobre, yo la re entiendo. Es que, viste, ella es re tetona. No le entra nada.
- ¿Se puso a llorar porque es TETONA?
- Sí... - Qué tarada. Eso es de tarada. No podés llorar por ser TETONA. Ponele, yo nunca en la vida pude usar una camisa porque los botones salen volando, incluso estando mucho más flaca. ¿Te pensás que me amarga? No, nena. Cualquiera puede vivir sin ropita que no cede, pero ¿vivir sin TETAS? ¿elegir camisa antes que TETAS? ¡Estamos todos locos! Esa mina no merece portar esas tetas. ¿Para qué quiero la camisa si puedo andar en tetas? De hecho, si tenés tetas, ¿quién te mira la camisa? Dejame de joder.

Auspicia este post la remera que hoy llevo puesta. Es como si las entregara con moño, literalmente.

martes, abril 12, 2011

Me torran mis compañeras del profesorado que se autodenominan "antitecnología".
"Prefiero la máquina de escribir", dijo una. Y yo realmente entiendo a la gente a la que no le copa del todo la Gran Madre Hipertextual -internés, para los amigos-, pero cuando ya saltan con el discurso ese en el que le roban la nostalgia a otras generaciones, me irrita un poco. Esta piba tiene, como mucho, 25 años y yo realmente dudo que alguna vez se haya puesto delante de una máquina de escribir el tiempo suficiente como para preferirla a un procesador de texto y un teclado. Más allá de la mística y de que todos queremos ser Hemingway (ah, ¿todos no?), que se deje de joder con la melancolía improductiva.
"Mi abuela tiene Facebook y yo ni siquiera sé lo que es", dijo otra. Y ahí sí que me enojé en serio. Ese desdén con el que lo dicen es lo que me enerva, como si le estuvieran haciendo un favor a la humanidad al no crearse una cuenta en Twitter o desconocer la nueva dimensión que adquirió el verbo "etiquetar" en los últimos tres años.
Como decía ayer La Secretaria camino al subte, no es que ser pro-tecnología quiera decir que sepamos de lenguaje HTML, la brutalidad y la ignorancia son variables en juego, pero sí está bueno disfrutar de los beneficios que brinda una herramienta. Por ejemplo, revivir a un ex desde el Facebook, saldar cuentas pendientes y sanar viejas heridas con un romance primaveral e inolvidable. Por ejemplo, atravesar la brecha y conocer lectores de este blog con quienes compartí momentos geniales. Por ejemplo, saber cuándo entra Juan a leerme el blog (aunque haya desaparecido de vuelta y no sea capaz de contestarme un mail) (ya ni me enojo, lo tomo como un ejercicio de la paciencia). Y lo mismo con Lucas. Y con Nicolás. Y con Alejandro.

lunes, abril 11, 2011

Ayer estuve muchas horas tirada en la cama leyendo. Soy de quedarme dormida mientras leo; cada treinta o cuarenta páginas se me va la cabeza a cualquier lado y entro en un sopor que deviene en una siesta mínima, repleta de imágenes relacionadas con la lectura y las sensaciones que me haya transmitido. Ayer me la pasé en la cama con Mario Levrero y La Novela Luminosa. Llegué a un tope poco saludable de angustia a eso de las 3 am, sabiendo que en cinco horas tenía que estar duchándome para empezar otra semana monótona y llena de hastío.
Apagué la luz pensando en Levrero, en ese diario que es un 90% del libro y que me tiene agarrada del nudo de la garganta desde hace unos días. Me quedé dando vueltas en la cama, a oscuras, hasta quién sabe qué hora, intentando aplacar la compulsión de enunciar a medias lo que me genera terror, el éxtasis de la neurosis. Claro que no pude, a veces me pongo como un perro que su propia cola y me obsesiono circularmente, hago una y mil veces el mismo caminito que me lleva al mismo lugarcito sórdido y espantoso. Quizás el mecanismo se activó al meterme en la intimidad del autor, descubriendo su rosario de manías y paranoias, sintiendo el potencial de identificación; porque sé que ahora no soy así, pero quién te dice, sé que tengo buena pasta para convertirme en uno de esos personajes aislados, un poco ausentes. Bah, lo de ausente es acotación exclusivamente personal, pura proyección. La cosa es que me dormí mal, entre enojada y triste; muy ansiosa.
Después de soñar con la búsqueda infructuosa de uno de los volúmenes de En Busca del Tiempo Perdido de Proust, me desperté de un humor aun peor que el que tenía antes de dormir. Pero mal mal mal mal, eh. Un malestar que ya había olvidado que era capaz de experimentar. Fastidiosa, me pegué una ducha mientras lloraba sin saber bien por qué. Y mientras me enjuagaba el acondicionador decidí que mi vida es algo que ya no tiene remedio y para qué me gasto en tratar de hacerla un poco más pasable si al final siempre es lo mismo, la misma angustia, las mismas reacciones de los otros y la misma sensación de estar persiguiendo la zanahoria y nunca pegar el mordisco. Dramatizo porque es fácil y gratis.
Subí al 141 y me decepcioné, de lejos parecía que venía vacío, pero no; así que me apoyé al costado de la puerta del medio con La Novela Luminosa y sólo levanté la vista una vez antes de encontrar asiento: el tipo que estaba sentado justo en frente de mí hablaba por celular y, al mismo tiempo, sacaba todos los papelitos que tenía dentro de la billetera y los apoyaba sobre su maletín. Hablaba rápido pero con modulación casi perfecta, como los pibes yanquis que están en clubs de debate. Había una pila de tarjetas personales y papeluchos escritos todos con la misma tinta y la misma letra sobre su regazo y los ordenaba con un criterio que no intenté descifrar; le decía a su interlocutor que esa tarde tenía que dar una clase pero que después blabla. "Blabla" porque no escuché más, ahí me lo empecé a imaginar al frente de una clase, hablando rápido pero correctamente y con la billetera a punto de explotar de tantos papelitos; un poco me gustó. Para cuando se desocupó un asiento adelante de todo, Levrero contaba un episodio de necrofilia entre palomas, eso también me angustió, para variar; las palomas me parecen unos bichos horrendos, de aura gris, pero también me dan pena porque se comen el arroz crudo de los recién casados y les explota todo por dentro o porque son una peste infame que a nadie le importa.
Mientras metía el señalador entre las páginas a medio leer, alguien me tocó el hombro: el chico de los papelitos. Me señáló el libro y me dijo que era buenísimo; le contesté que opinaba igual. Me preguntó qué era lo que me gustaba al mismo tiempo que el bondi cruzó Mansilla y titubeé antes de empezar a hablar; él, rápido como en su discurso telefónico, me preguntó si me gustaba por sentirme identificada. Me sentí un poco avasallada, si le decía que sí, el desconocido del colectivo con la billetera llena de papelitos iba a pensar que soy una hipocondríaca neurótica hasta la médula y a mí me pesa demasiado la mirada del otro -más cuando esa mirada es proyección de la propia-. Así que le dije que me conmovía muchísimo poder adentrarme en ese mundo de las miserias del escritor y me levanté para tocar el timbre. Lo saludé y bajé ya sintiéndome medio boluda por no quedarme arriba del colectivo para charlar más sobre Levrero y las palomas necrofílicas.

Caminé las pocas cuadras hasta la librería en un estado de ira profunda. Las palomas, los escritores talentosos que se mueren de aneurismas en la aorta, la incertidumbre, los miedos, el yogurt casero, los tipos de ojos claros y traje que hablan rápido, la falta de sueño, los domingos deprimentes, los lunes deprimentes, los 141 llenos, las oportunidades deshechadas, la falta de incentivo, los .doc incompletos, la palabra ajena, la falta de respuesta ajena, la inminencia de ciertas decisiones, Umberto Eco, las fichas de lectura, el cansancio en la espalda, la falta de sexo, las pesadillas, los ex, los que no serán, las uñas despintadas y los platos sucios apilados en la pileta de la cocina.
A veces es como si me fuera a explotar la cabeza. A veces quiero agarrar alguna de esas herramientas de nombre desconocido por mí y extirparme la partecita esta de adelante de la cabeza, el lóbulo prefrontal. A veces quiero la amnesia más efectiva; la lobotomía.
A veces no aguanto más.

viernes, abril 08, 2011

- ¿Tenés algo de Danielle Steel? Es para una chica de doce años.
- ¿Doce años? ¿Danielle Steel?
- Sí.
- Pero... ¿No es demasiado melodramático para una nena de doce años?
- Nah, para nada. Se leyó El Conde de Montecristo, con eso te digo todo.
- Bueno, cuando dije "melodramático" quizás quise decir "malo". Si esta chica leyó El Conde de Montecristo, me parece que está para más que Danielle Steel.
- ...
- ...
- ...
- Ehm... No, bueno, sí, hay muchos de esta mujer: Accidente, Milagro, Deseos Concedidos...
- Accidente no lo tiene, me llevo ese.

Y se lo llevó nomás. Y también, quizás, las esperanzas de que una nena de doce años vaya por el buen camino literario.
Margaritas a los chanchos. Y ya sabemos quién es "los chanchos".

jueves, abril 07, 2011

Esos ex-novios de amigas que tienen una carrera súper exitosa y que una ve desde lejos y un poco contenta se pone. No sólo por el éxito en sí, sino porque cuando éramos jóvenes e inocentes, compartíamos cenas, salidas y espacios y después, plaf, esos noviazgos se terminan y una guarda la admiración en un cajón.
Hasta que.
Hasta que una amiga nos invita a una fiesta de apertura de festival de cine internacional e independiente y, después de dos fernets, una cerveza y un batido de gancia con andá a saber qué, nos cruzamos con el ex-novio en cuestión y además de variados temas de conversación, él pregunta si seguimos escribiendo.
Entonces, decimos que sí, que escribimos mucho sin que nadie lo sepa. Y emociona, en algún punto, que alguien nos identifique con la escritura; habiendo tantas anécdotas con las cuales asociarnos, esta persona nos une al acto de escribir. Acelera el pulso y nos hace sonreír.

También me afané un vasito de shot en el que venía un gazpacho buenísimo.
Ahora tengo de dónde tomar tequila.