Todo bien, pero esto de la relajación no me funciona del todo.
Me encantaría descorchar un tempranillo, tirarme en el pasto y leer un rato, pero no. Resulta que a Mendoza se le dio por estar toda llovida, garúa finita insoportable, y superpoblada de estudiantes del secundario.
Mochilas de Callejeros por todos lados, charcos, zanjas enormes a los costados de cada vereda y una avenida de bares que es una especie de Palermo meets San Isidro. Creo que estoy al borde del acabose. Y no, no es todo mi prejuicio de chancha burguesa que es chancha burguesa por revelarse con sus padres artesanos, es otra cosa, algo que poco tiene que ver con los adolescentes mirones, la tonada a veces inentendible o las conservas en cada vidriera. Soy yo, que pensé que cambiando de aire me iba a escapar de mí misma. A veces soy más pelotuda que el nivel saludable.
Ni hablar de los días de camping, menos mal que me traje sobredosis de Salinger para apalear un poco la sensación esa de "oh dios, son las 10 de la noche y no hay nada que hacer". De acá ramifico en 3. Primero, que el comentario sobre Salinger no apunta a la presunción de nada. Segundo, que el comentario primero no es cola de paja. Tercero, que mirar las estrellas (todas las estrellas) es de las cosas más lindas que hay, pero al rato la tierra dura te pasa factura sobre el descuido sistemático de los últimos años hacia tu espalda y cuello.
Y el quilombo que dejé en las horas anteriores a tomarme el micro...
Y el hecho de que me afanaran el celular a la media hora de haber llegado...
Y dejar a mi abuela con un pico de presión...
Y darme cuenta de que el cuadernito que me traje en caso de que se me diera por escribir está lleno de cartas inconclusas a Mr. Blonde...
Y que mi amiga no sepa lo que es disfrutar un poco de las pequeñas cosas, que prefiera convertir el diálogo en un continuo rosario de quejas y críticas de todos los tamaños y colores...
Y que la tarjeta de crédito se me haya desmagnetizado...
Y extrañar a Chico no tan Nuevo, conectarme y que no esté, por lo menos para charlar un rato.
Y haber comprado aceitunas de todo tipo para regalar, tenerlas al lado y no poder abrir ningún frasco.
Y la culpa. La culpa por haber hecho algo terrible, imperdonable. Estoy hablando de algo analogicamente cercano al crimen de Raskolnikov. Y en realidad es eso, las otras cosas son nimiedades. Es la culpa que me carcome y no me deja un segundo tranquila.