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jueves, enero 27, 2011

Me está invadiendo la comodidad y no me gusta un carajo.
Por un lado, siento ganas de que los ejes burgueses de mi existencia se queden clavados donde están aunque haya una parte de mi que se inquiete y empiece a mover los barrotes de la jaula donde la tuve guardada estos últimos años al grito de GUARDIA, como Diego Torres en esa película de hace mil años.
Mi vida sentimental es un desfile de refritos en el que el único con el que valía la pena el revival no quiere estar conmigo. De mi vida sexual ni me ocupo, el 2010 terminó a todo trapo, pero en lo que va de este año, sólo tengo espacio para pensar -o sentir, en mi mundo parecen ser sinónimos- que del otro lado no hay tanto deseo como de mi parte. Tengo clarísimo que no me voy a sacar el corpiño delante de nadie que no comparta mi búsqueda del deseo en su estado más primitivo, pero también sé que está exigencia me va a dejar sentada esperando durante un largo rato.
En el trabajo se va gestando la temporada escolar y el simple hecho de saber que de vuelta me esperan dos meses de trabajo full time, agresión gratuita y stress casi permanente, me agota. Aunque con mi jefe hayamos quedado en que no me voy a someter a estados insalubres, sé que pasada la vorágine de libros de texto voy a tener que ponerme a buscar otra cosa, que me dé más plata y horarios más convenientes. Y eso me agota más aún.
Espero el comienzo de clases con una ansiedad sospechosa. Incluso le pegué una repasada a los apuntes de Latín, no sea cosa que me vaya a olvidar de las declinaciones. Quiero dedicarle este año al estudio. Necesito recibirme, la posibilidad de un trabajo más estimulante. Aunque me falten millones de materias y no pueda visualizarme como profesora ante una horda de adolescentes amenazantes.
Esquivo pensar sobre mi casa, pero las ideas fatalistas se me escurren y todo lo invaden. Tengo miedo a la posibilidad de que el contrato no se renueve y tenga que salir a buscar un nuevo lugar por ahí, quién sabe dónde, quién sabe con quién. Aunque tenga en claro que la vida en comunidad ya no me genera tanto placer y que bien preferiría un espacio para mí sola.
Voy haciéndome a la idea de que los melones se van acomodando con la marcha, sí. Acepto que esto es la vida y que aunque nadie me haya avisado nunca que las cosas serían así de movilizantes y agitadas, voy armando -no sin tropezarme- algo que cada vez siento más como propio.
No me queda otra más que esperar. Que el dueño de casa se decida a renovar o no. Que empiecen las clases. Que sea mayo para salir a buscar trabajo. Que conozca a un hombre que me guste y le guste. No me queda otra y en el medio me como las uñas, trato de no aislarme del entorno, miro muchas series, escribo, canto, juego con la gata y desespero.
Es como si durante muchísimo tiempo me hubiese estado preparando y ensayando para este momento.
Y tengo pánico escénico.

domingo, diciembre 12, 2010

Me pasé el día de ayer en balcones.
En el primero miré, respiré la lluvia. También lo miré a él, muy de reojo, mientras prendía un pucho tras otro y rompía la mitad de las leyes del Código de Señoritas-que-saben-qué-decir.
En el segundo espié a los vecinos de Sol y me sentí entre entera y despedazada. Fuerte, sí, pero hasta cierto punto ajena de tan hipersensible.
En el tercero, piso 17, miré hacia abajo mucho tiempo. Miré también hacia adelante, miré todas las luces, las antenas, los murciélagos, las nubes, los edificios. Miré durante horas y pensé muchas cosas. Lloré apenitas, porque si no se me corría el delineador.

Esto también va a pasar.
Eso me dije mientras se hacía de día.

martes, octubre 26, 2010

Algo que realmente me gustaría es agarrar y viajar hasta el año 2003 y ver cómo me comportaba en ese momento, poder tener acceso a esas miradas que seguramente me devolvía pero a las que nunca me pude enfrentar porque estaba demasiado ocupada mirándome el ombligo.
De todos modos, durante estos años guardé en algún rincón unas cuantas imágenes desde una subjetiva que dispara escenas en tonos fríos. Un dedo paseándose por mi remera rayada; mi mano acariciándole el pelo en la oscuridad; él yendose una madrugada lluviosa; su mano levantando mi pollera violeta.
Me agarra una especie de nostalgia y contrasto esos recuerdos resignificados con un presente que nos reencuentra un poco cansados del enrosque. A los 20 años la neura era una necesidad, llegando a los 28 es un accesorio del que estoy re podrida.
Ahora es como si todo fuera verde. O tonos tierra. Es olor a tierra mojada, que avisa que se viene la lluvia, que dice que la tormenta siempre viene acompañada de sensaciones que intoxican los sentidos.
Y si cierro los ojos todo es negro. Pero los abro, porque no puedo dejar de mirar, ya no puedo permitírmelo.