Hace varios años, un tiempo después de abrir el primer blog, se me ocurrió que tenía que darle algún tipo de estructura a mis textos y me puse a tomar clases con un chongo que vivía en lejísimos de mi casa. Yo estaba segura de que era graciosa, cómica, ocurrente y creía que dándole un poco de forma a mi modo de escribir, podía terminar escribiendo una sitcom o algún delirio similar.
La cuestión es que el viernes a la noche me puse a hacer limpieza de mi cuenta de gmail y encontré cosas que escribía en esa época para el taller que hacía con mi amante de zona norte. Una bazofia. Algo realmente desastroso. Más allá de errores de sintaxis, puntuación y coherencia, escribía cosas que no podían hacer reír a nadie salvo a mí. Un juntadero de anécdotas -insólitas algunas, mediocres otras- narradas sin consistencia ni ritmo. Y lo digo con la mayor objetividad posible; pasaron como siete años, puedo darme el lujo de criticarme sin sentir que me estoy atacando. Entonces, agarré y me puse a leer, en orden cronológico, todos los archivos de todos mis blogs. Horas tardé, pero finalmente pude identificar los diferentes momentos, los estilos distintos, qué elegí contar, qué tono decidí aplicar y todas esas cosas que pueden interesarme sólo a mí para mantenerme activa en el ejercicio de la neurosis. Desde el primer momento en el que tomé el espacio como diario íntimo, el intermedio en el que me aboqué a la crónica de lo cotidiano hasta ahora, que ya no me da el cuero para contar con quién garché, qué me dijo fulanito cuando me dejó o hacer un relatominucioso, lleno de reflexiones, acerca de mi sábado a la tarde en plaza francia con Lau y su perra.
Desde la mirada más técnica, hay una evolución. También cambió el rol de la escritura en un costado más íntimo, pero cada vez que estoy frente al cuadrado en blanco de "nueva entrada" me pregunto por qué este blog, para quién, con qué finalidad. Tengo decenas de borradores que nunca me animé a publicar por miedo a herir susceptibilidades; ideas que me parecerían desperdiciadas si las usara para un post y no para un cuento; teorías larry-david-wannabe que prefiero compartir en reuniones con amigas; llantos melodramáticos impublicables.
No sé, no quiero decir con todo esto "entonces voy a cerrar el blog", porque no es la intención, pero sí noto que me da lo mismo escribir acá como no hacerlo; no tengo una motivación. Hay demasiada gente que me conoce que lo lee y después vienen los quilombos del "porque en tu blog vos dijiste x cosa de mí/de fulano/a". Y yo no digo nada de nadie. Hablo de mí y solamente de mí, todos los personajes que aparecen son eso: personajes. Convertir una experiencia en literaria es ficcionalizarla, para mí es algo clarísimo pero, evidentemente, no es así para todos. La verdad es que, en este momento, me dan más ganas de contarle un mail a un amigo sobre con quién me acosté hace dos días, limitarme a los 140 caracteres de twitter o escribir un cuento antes que medir lo que pongo y lo que no. Y el que diga que no me tiene que importar la opinión ajena, no me conoce ni un poco; me importa y no quiero que nadie me rompa las bolas en la misma medida que no quiero romperle las bolas a nadie.
Así que llego a este punto en el que me doy cuenta de que haber tenido un blog durante tanto tiempo me ayudó a crear el hábito de la escritura, pero que ya no me es necesario. Ahora escribo para otros espacios, para el profesorado y en mis .doc que todavía no me animo a mostrar. Se rompió la asociación entre el acto de escribir y la existencia del blog, porque escribir se convirtió en otra cosa, alejada de la descarga y la necesidad de poner en texto los soliloquios que me manijean. Volví a terapía, ya tengo una escena de catarsis.
Y ahora, quién sabe. Quizás me empiecen a pasar cosas absurdas y vuelva a sentir que soy graciosa como para postear acá. O tal vez vuelva a ese estado de observación permanente y vuelva al relato minucioso de lo más cotidiano. Me encantaría hacerme la canchera, poder decir que tengo demasiada vida allá afuera como para perder el tiempo acá (mentira, no lo haría, me encantaría sentirlo, pero no lo haría), pero la realidad es que todo sigue más o menos igual. Sigo resucitando hombres, sigo vendiendo libros, sigo queriendo ser profesora de literatura, sigo viviendo con amigas, sigo tomando whisky, sigo pintándome las uñas de azul. Hay algo que sí empezó a cambiar de un tiempo hasta acá, pero aún no lo tengo del todo identificado. Por lo pronto, sé que escribir ahora representa otras cosas, con eso me alcanza y tengo laburo para rato.