martes, enero 10, 2012

Era un sábado de marzo de 2002 y hacía calor. Mucho calor. The Roxy estaba hasta las manos. Se me pegoteaban los brazos con la espaldas húmedas de las otras personas. Me ubiqué cerca de la barra para poder pedir agua con hielo y me quedé bailando con una amiga. Desde un ángulo raro, el brazo de un extraño me puso una lata de cerveza helada sobre el hombro. Ni siquiera atiné a mirar quién me la estaba ofreciendo; tomé unos tragos, estiré la mano para atrás y seguí bailando. Fatboy Slim sonaba, Praise you. Al ratito, reapareció la mano con la lata. Cuando terminé de tomar, miré, lo miré. Era lindo, re lindo. Mientras esperaba a que se me acercara a hablar de una vez, él seguía dándome de sus cervezas y me sonreía. En algún tema de Moby, lo sentí justo detrás de mí: el calor en la espalda, el aliento en la nuca y un escalofrío cuando me mordió el lóbulo de la oreja izquierda. Si ahora no sé cómo es que funciona eso de la química entre dos personas, menos idea tenía a los 19 años, pero no pude enojarme ni hacerme la ofendida. Mientras mi amiga miraba sorprendida cómo un flaco, de la nada, me mordisqueaba el cuello, yo lo dejaba hacer, porque no concebía otra opción que no fuera esa.
Andrés se llamaba y los besos que me daba eran más lindos que su sonrisa encantadora. Me tocaba como si me conociera y eso ya era mucho decir; hasta ese momento nunca había disfrutado del todo del manoseo solapado contra alguna pared. Sí lo había experimentado, sí me habían calentado, pero nunca había sentido placer. Porque es esa la clave de todo: la calentura no es placer. La calentura es hambre, es necesidad de satisfacción; es lo que te atraviesa el cuerpo cuando sentís el olor que viene desde la parrilla mientras las mollejas hacen chispear el carbón. El placer es el bocado, el tinto a temperatura justa maridando con el vacío a la perfección, la salsa criolla en el pancito. El placer viene acompañado de más calentura, siempre, cuanto más placer se obtiene del objeto de deseo, más arremeten las ganas de seguir gozando. Keyword: más. Pero no es una relación bidireccional la que existe entre estas dos variables; a veces te quedás con hambre y nada más, no hay éxtasis; la tira de asado está dura, los chinchulines gomosos, no hay chimuchurri, esas cosas.
Andrés, el chico re lindo de sonrisa encantadora y cervezas siempre frías me hizo sentir por primera vez la retroalimentación del deseo. No entendía nada. Un chabón que no conocía me estaba tocando detrás de una cortina símil terciopelo, en el medio de un boliche que estallaba de gente y yo sólo podía registrar el camino que hacían sus manos y su boca sobre mí. Andrés, el chico re lindo de sonrisa encantadora me hizo acabar por primera vez. Porque, claro, yo tenía 19 años y era virgen. Sabía lo que era un orgasmo, pero no de esa manera, no con otra persona como el causante.
Cuando un patovica nos pidió que frenáramos con el exhibicionismo, nos dimos cuenta de que ya era de día. Me pidió el teléfono mientras retiraba mi cartera del guardarropas. No sé si se lo escribí mal de borracha (esas cosas pasan; o me pasaban a mí en la era pre telefonía móvil)o si el tipo no tuvo ganas de verme de vuelta, pero la cosa es que nunca llamó. Me puse un poco triste, más que nada porque para el lunes a la tarde ya había decidido que si arreglábamos para encontrarnos, me lo iba a coger sin dudarlo. Volví a The Roxy, como cada sábado hasta ese momento, mirando de vez en cuando a los chicos con pelo castaño muy cortito. Nunca más lo vi.

Después de Andrés pasaron muchos años hasta volver a sentir algo parecido. Sí me pasaron otras cosas, igual de significativas e intensas, pero cuando nuevamente sentí eso, eso de no querer quitar las manos del cuerpo del otro, eso de borrar por completo el escenario y que todo se convierta en un latido frente al más mínimo roce, supe que por ahí iba y venía la mano. Y quizás, a lo largo de todo este tiempo haya intentado engañarme muchas veces, diciéndome que con la atracción, la conexión intelectual o la contención emocional alcanza; pero no. Cada vez se torna más claro y es más fácil ser consecuente con la premisa: mi constante es el hambre, la búsqueda del objeto; y el deseo llano no es la meta sino lo otro, el bocado que llama al otro bocado, la dentellada que embadurna de avidez el cuerpo. Masticar, saborear, tragar. Querer más después de haber probado.

2 comentarios:

Guillermo Altayrac dijo...

Dios, qué escorpiana que estás hoy...
Das miedo.

Escribís muy lindo, Cel.
Abrazo.

Cel dijo...

Guillermo, ¿qué pensabas que había detrás de todo lo que se vé de afuera? no estoy escorpiana, mi querido, soy.
besote!