Ayer le abrí mi corazón a Sol y se me cagó de risa en la cara. Le estaba ventilando los trapos más sucios de mi psiquis y la flaca se agarraba la panza mientras carcajeaba y me decía "ay, Cel, no podés ser tan monga". Monga de torpe, de personaje de reparto de película; la disfuncional, medio chistosa, amiga de la protagonista. Así que yo también me reí un poco, porque la verdad es que cuando me pongo a analizar fríamente ciertos mecanismos, puedo verles el costado torpe y satirizar para que el relato sea más entretenido. Es sano reírse sin burlarse de la propia naturaleza, el problema aparece cuando más allá de lo histriónico, la anécdota y el remate, hay algo sobre lo que no se tiene control, que coquetea con lo compulsivo.
Después Sol entendió y escuchó y abrió los ojos muy grandes porque a veces no entiende mis motivaciones ni mi capacidad de disimularlo todo. Entonces quedamos en que no queda otra más que bailar, escribir, cambiar los muebles de lugar y cantar. Más que nada, cantar. Por eso, arreglamos trueque: yo le voy a dar clases de inglés y ella me vuelve a dar clases de canto.
Después de hacer el trato, apagamos la luz para dormir. Yo luché durante mucho rato para poder organizar mi cabeza y hacer un plan de acción que no me desvíe del deseo. Y mientras, tarareé mentalmente una de Etta James para aquietar la fiera.
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