viernes, marzo 23, 2012

Si de categorizaciones hablamos, puedo decir que tuve muchos romances de novela.
Fulanito fue una experiencia levreriana: mística, melancólica, luminosa. Menganito, muchos cuentos de Salinger: en apariencia inocente e ingenuo, pero con un trasfondo de angustia y reflexión. Ese de hace muchos años fue lo más parecido a Houellebecq: frío por fuera, intenso por dentro; con una sombra de nihilismo que nunca pudimos despejar. Este de más acá, Laiseca: el humor al servicio de lo perverso y viceversa. Aquel que tanto me perturbó, una de Auster, pero de las que terminan más o menos bien: una espiral de eventos desafortunados que decantan en la epifanía, la comodidad y la paz. Ese que se me escurría todo el tiempo fue claramente un caso McEwan: demasiado moderno, demasiado canchero y al final, medio que la nada. Y este otro, tan presente en el recuerdo, muy Faulkner todo, porque a veces la clave no está en el contenido sino en la forma, esa forma tan enredada, poética y asfixiante. Hasta hay uno que podría ser tranquilamente una de Highsmith: motivaciones extrañas, misterio y peligro.
Que nadie se sorprenda, entonces, cuando hablo de mis libros como si fueran personas. Que nadie me juzgue cuando adorno demasiado el relato de unos tragos compartidos y unos besos.

Ahora entiendo por qué es que me gusta dormir con los libros que me gustan debajo de la almohada.

2 comentarios:

La Criatura dijo...

¿ningún paulocohelista?

Cel dijo...

Criatura, no, pero ahora que lo pienso sí hubo una especie de Siddharta; muy interesante, te diré.