martes, noviembre 27, 2012

I
Los zombies ya aparecieron en la tierra y los que no fuimos infectados nos juntamos en grupos enormes y vivimos en comunidad. Por suerte, gran parte de mi familia, amigos y mi novio estamos bien, habitando una escuela. El sueño se divide en tres escenas que tienen un hilo conductor: son los festejos de Noche Vieja de tres años diferentes, asumo que consecutivos. El primero es sobrio, con las ventanas del edificio tapadas con cartones y un par de sidras garroneadas de andá a saber dónde. El segundo es un poco más festivo y a la hora de brindis estamos todos muy emocionados por estar haber estado sobreviviendo la catástrofe durante tanto tiempo. El tercero, el definitivo, es una fiesta a todo chancho, de disfraces y con la música al palo. Es en esa instancia en la que se me revela (a mi yo espectador del sueño, claro) un detalle muy curioso: si bien los zombies andan dando vueltas por ahí y hay que cortarles la cabeza para que mueran definitivamente, hay una subespecie peligrosísima, que se presenta como un doble y al que hay que hay que engañar para poder asesinar.
Estando en la mesa cenando, aparece el doppelganger de una de las chicas que vive con nosotros y ella sale corriendo a su habitación para vestirse de Ricky Martin. ¿Por qué? Porque Ricky es su cantante favorito y sabe que de esa manera seduce a su doble, le baila sensualmente y la atrae hacia ella para clavarle un machete en el cuello. Yo temo por el momento en el que aparezca mi versión muerta-viva porque realmente no sé cómo embaucarme a mí misma. Aunque ahora lo pienso y creo que mostrándole unos alfajores ya tendría la mitad de la tarea hecha.
Por algún motivo, es de noche pero el cielo está iluminado. Nos acercamos todos a la puerta de la escuela cuando empieza a sonar Carmina Burana, muy fuerte, desde algún equipo de sonido que no sabemos dónde está ubicado. Corre ese tipo de viento que anticipa tormentas y en ese momento comprendo que llegó el fin, que los zombies encontraron una manera de hacernos cagar a todos. Respiro hondo y veo que a lo lejos, desde la línea del horizonte, se eleva una especie de ola gigante, colorida, que avanza rapidísimo. Cuando llega hasta donde estoy, me doy cuenta de que son caramelos. Millones y millones de caramelos, inundándolo todo, haciéndonos resbalar.
Agarro uno, de frutilla, y pienso "qué hijos de puta, nos van a matar con caramelos".
Y me despierto.

1 comentario:

lali balbi dijo...

cuando se venga el ataque quiero estar cerca de tí y tu alimento