Papá se sentaba al piano y me decía "vení, vení, sentate acá". El taburete alcanzaba para los dos. Me hacía cantar la canción de Faivel, que era la única que a mi gustaba de su repertorio. Me miraba mientras tocaba y sonreía.
En esa época todavía no lo llamaba "papá" y recién hace unos pocos años pude entender lo mucho que debe haber sufrido por no haber sido una imagen paterna con todas las letras. Ermitaño, neurótico obsesionado con la ropa de color verde militar y artista, pero nunca un padre de esos que te dicen "no vas nada a la casa de pirulita".
Y de Faivel pasamos al rock nacional sin escalas, una pubertad pidiéndole que tocara Charly, Serú o Fito Páez. El accedía a cambio de que me aprendiera algo de Sui Generis y me decía que tenía una voz muy linda.
Ahora, Sinatra, As time goes by, algo de Norah Jones, Joni Mitchell, Joe Cocker, Rolling Stones y Beatles. Sigo insistiendo, pero parece que nunca me va a hacer caso y darme el gusto de hacer algo de Fiona Apple.
Todavía sigue pidiéndome que cante Desconfío, mientras yo invoco al espíritu de Pappo y le ruego que el piano se desafine mágicamente. Todavía sigo emocionándome con la sonrisa que se le dibuja cuando le digo "papá".
No me sale llamarlo "eso"
Hace 12 años.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario