Ayer entré a mi edificio y sentí olor a Navidad. No sé bien cómo describir el olor ese, como a hall fresquito mezclado con pollo frío. Un asco.
Y la verdad es que si venía deseando desde hace unos meses que las fiestas pasaran desapercibidas, se me dio. Mi papá está con su pierna rota y no se puede mover, así que la pasaremos los 4 (madre, padre, hermana y yo) en el departamento de ellos. Si hace unos años me decían que tenía que pasar el 24 a la noche sin el resto de la familia, me agarraba un ataque de angustia. La realidad es que no me molesta, de hecho, creo que prefiero eso antes que tener la misma charla que tenemos todos los años.
Entonces este año me toca cocinar. Y pasar el domingo en Maschwitz.
En realidad, no podría importarme menos la Navidad... El tema es que si empiezo a hablar de lo que realmente me está chupando la energía... Bueno, pasaría que este se convertiría en el blog de una chica cursi, melosa y cliché.
Y no, no gracias. Les ahorro sonrisas pelotudas y frases esperanzadoras.
Sí, sí. Mañana pongo el poste en el medio del living y festejo Festivus.
No me sale llamarlo "eso"
Hace 12 años.
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