Imaginemos que estoy con un chico que conocí hace unas pocas horas y me llevó a su casa con la excusa de *vamos a tomar unos mates*. Claro que la única que sabe que no tomo mate soy yo. Un poco de *mirá lo que estuve haciendo*, *te gusta Hendrix?*, * por qué psicología?*, * soy de Acuario* y el momento de los papeles se acerca sigiloso como bicho predador del Africa. Él es el extremo de la timidez pero en un rapto de valentía se anima a esbozar un tipo de intento de hacer algo, claro que lo hace hablando y no de la forma de cháchara tradicional (léase: te agarro la manito, te pongo la mano sobre la pierna, te toco el pelo, bleh). Es entonces cuando el bicho queda paralizado, escuchando la conversación de dos neuróticos inseguros acerca de en qué condiciones conviene darse ese esperado beso.
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