miércoles, octubre 11, 2006

Tal vez no era el más inteligente, ni el más lindo ni el más nada. Pero le ponía onda, eso era un hecho.
Me dejaba pintarle los ojos, tirarme en su cama toda borrachienta, tomarme todo su café y hablarle de astrología durante larguísimas horas.
Y capaz no era el más atento y caballero, pero me decía que estiraba el cuello de una manera exquisita y daba unos besos de lo más lindos.
Sí, se pasaba un poco de egocéntrico y tenía una concepción un tanto deforme de su propio talento, pero era protector y me hacía sentir contenida.
Hacía como que me enseñaba cosas (que yo ya sabía de antemano) y se ponía celoso de la nada.
Tenía ojos negros moros y unas canas medio escondidas le crecían en las sienes.
Eran casi dos metros de pura proyección de padre ausente.

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