viernes, diciembre 21, 2007

Me parece que me gusta un chico. Así, todo furtivo, susurrándolo, bien bajito, no sea cosa que me escuche. En realidad es algo que se veía venir. Tuve la prudencia de ir dosificando todo el deseo a lo largo de los años para no despertarme un día agarrándome la cabeza y diciendo "¿en qué me metí?". O sea, sí, estoy metida lo mismo, pero fue más conciente, menos arrebatado. Esta vez, decido meterme en la boca del lobo (y juro que tipée "loco" en vez de "lobo", es en estos momentos donde reivindico la teoría del psicoanálisis).
Era tan, pero TAN, obvio. De hecho, sé cuál fue el momento exacto que determinó todo esto (es que me encanta la idea de poder agarrar una momento, un escena, y convertirla en causa de todas las consecuencias). Estábamos muy cansados, él tenía apoyada su cabeza en mi regazo y yo le acariciaba el pelo, que esa época estaba más largo. Y de repente (no tan de repente en realidad, nos habíamos acordado de Charlie Kaufman y Adaptation) me estaba diciendo que a veces sentía que nadie iba a poder quererlo, nunca. Después de eso, el silencio. Me resultó increíble, se convirtió en humano, porque hasta ese momento era una especie de semidios que se llevaba el mundo por delante sin importarle nada. Y ahí supe que no me iba a poder despegar facilmente, que iba a surgir mi necesidad de protegerlo y de hacerle sentir que lo que creía era absurdo. De eso hasta ahora pasó más de un año y medio.
Sí, a veces tengo ganas de estrangularlo, le pido coherencia a gritos y me saca de quicio que se asuste (y que de hecho lo diga: "me das miedo a veces") cada vez que tengo una demostración de aprecio, pero me gusta todo el resto. Me gusta porque oscila entre la apatía absoluta con respecto al resto del universo y un delirio místico que lo lleva a buscarle el sentido a todo. Y podría hacer una lista inmensa que incluya todas las cosas que me gustan de él, pero tengo que ser sincera, me gusta basicamente, porque siempre parece que se va a ir, que se me va a escapar. Lo loco es que no, se queda, a su manera; y a mi manera le hago entender que quiero que se quede.
Alguna vez lo llamé "un regalo del cielo en forma de rubio pisando los treinta". Tecnicamente, la definición ya no le queda, hace rato dejó de pisar los treinta. Y "regalo del cielo" es una expresión de lo más chota. Sólo le queda lo rubio entonces. Y no, no es Mr Blonde.

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