lunes, abril 11, 2011

Ayer estuve muchas horas tirada en la cama leyendo. Soy de quedarme dormida mientras leo; cada treinta o cuarenta páginas se me va la cabeza a cualquier lado y entro en un sopor que deviene en una siesta mínima, repleta de imágenes relacionadas con la lectura y las sensaciones que me haya transmitido. Ayer me la pasé en la cama con Mario Levrero y La Novela Luminosa. Llegué a un tope poco saludable de angustia a eso de las 3 am, sabiendo que en cinco horas tenía que estar duchándome para empezar otra semana monótona y llena de hastío.
Apagué la luz pensando en Levrero, en ese diario que es un 90% del libro y que me tiene agarrada del nudo de la garganta desde hace unos días. Me quedé dando vueltas en la cama, a oscuras, hasta quién sabe qué hora, intentando aplacar la compulsión de enunciar a medias lo que me genera terror, el éxtasis de la neurosis. Claro que no pude, a veces me pongo como un perro que su propia cola y me obsesiono circularmente, hago una y mil veces el mismo caminito que me lleva al mismo lugarcito sórdido y espantoso. Quizás el mecanismo se activó al meterme en la intimidad del autor, descubriendo su rosario de manías y paranoias, sintiendo el potencial de identificación; porque sé que ahora no soy así, pero quién te dice, sé que tengo buena pasta para convertirme en uno de esos personajes aislados, un poco ausentes. Bah, lo de ausente es acotación exclusivamente personal, pura proyección. La cosa es que me dormí mal, entre enojada y triste; muy ansiosa.
Después de soñar con la búsqueda infructuosa de uno de los volúmenes de En Busca del Tiempo Perdido de Proust, me desperté de un humor aun peor que el que tenía antes de dormir. Pero mal mal mal mal, eh. Un malestar que ya había olvidado que era capaz de experimentar. Fastidiosa, me pegué una ducha mientras lloraba sin saber bien por qué. Y mientras me enjuagaba el acondicionador decidí que mi vida es algo que ya no tiene remedio y para qué me gasto en tratar de hacerla un poco más pasable si al final siempre es lo mismo, la misma angustia, las mismas reacciones de los otros y la misma sensación de estar persiguiendo la zanahoria y nunca pegar el mordisco. Dramatizo porque es fácil y gratis.
Subí al 141 y me decepcioné, de lejos parecía que venía vacío, pero no; así que me apoyé al costado de la puerta del medio con La Novela Luminosa y sólo levanté la vista una vez antes de encontrar asiento: el tipo que estaba sentado justo en frente de mí hablaba por celular y, al mismo tiempo, sacaba todos los papelitos que tenía dentro de la billetera y los apoyaba sobre su maletín. Hablaba rápido pero con modulación casi perfecta, como los pibes yanquis que están en clubs de debate. Había una pila de tarjetas personales y papeluchos escritos todos con la misma tinta y la misma letra sobre su regazo y los ordenaba con un criterio que no intenté descifrar; le decía a su interlocutor que esa tarde tenía que dar una clase pero que después blabla. "Blabla" porque no escuché más, ahí me lo empecé a imaginar al frente de una clase, hablando rápido pero correctamente y con la billetera a punto de explotar de tantos papelitos; un poco me gustó. Para cuando se desocupó un asiento adelante de todo, Levrero contaba un episodio de necrofilia entre palomas, eso también me angustió, para variar; las palomas me parecen unos bichos horrendos, de aura gris, pero también me dan pena porque se comen el arroz crudo de los recién casados y les explota todo por dentro o porque son una peste infame que a nadie le importa.
Mientras metía el señalador entre las páginas a medio leer, alguien me tocó el hombro: el chico de los papelitos. Me señáló el libro y me dijo que era buenísimo; le contesté que opinaba igual. Me preguntó qué era lo que me gustaba al mismo tiempo que el bondi cruzó Mansilla y titubeé antes de empezar a hablar; él, rápido como en su discurso telefónico, me preguntó si me gustaba por sentirme identificada. Me sentí un poco avasallada, si le decía que sí, el desconocido del colectivo con la billetera llena de papelitos iba a pensar que soy una hipocondríaca neurótica hasta la médula y a mí me pesa demasiado la mirada del otro -más cuando esa mirada es proyección de la propia-. Así que le dije que me conmovía muchísimo poder adentrarme en ese mundo de las miserias del escritor y me levanté para tocar el timbre. Lo saludé y bajé ya sintiéndome medio boluda por no quedarme arriba del colectivo para charlar más sobre Levrero y las palomas necrofílicas.

Caminé las pocas cuadras hasta la librería en un estado de ira profunda. Las palomas, los escritores talentosos que se mueren de aneurismas en la aorta, la incertidumbre, los miedos, el yogurt casero, los tipos de ojos claros y traje que hablan rápido, la falta de sueño, los domingos deprimentes, los lunes deprimentes, los 141 llenos, las oportunidades deshechadas, la falta de incentivo, los .doc incompletos, la palabra ajena, la falta de respuesta ajena, la inminencia de ciertas decisiones, Umberto Eco, las fichas de lectura, el cansancio en la espalda, la falta de sexo, las pesadillas, los ex, los que no serán, las uñas despintadas y los platos sucios apilados en la pileta de la cocina.
A veces es como si me fuera a explotar la cabeza. A veces quiero agarrar alguna de esas herramientas de nombre desconocido por mí y extirparme la partecita esta de adelante de la cabeza, el lóbulo prefrontal. A veces quiero la amnesia más efectiva; la lobotomía.
A veces no aguanto más.

5 comentarios:

Matías dijo...

vos decís «Dramatizo porque es fácil y gratis», cuando en realidad te angustiás porque es fácil y gratis. De hecho lo es; es mucho más sencillo darle rienda libre a los pensamientos impregnados de nostalgia, dolor, pena; es sencillo dejarse estar, no lavar los platos o estar "presentable".
Pero son sensaciones, frutos de la experiencia, cosas indispensables que hay que sentir para vivir en plenitud (y no como algunos zombies que ante la mínima exposición al dolor, de pronto se vuelven inmunes a él). No tomes esto como una prédica, como una opinión ni como un consejo; simplemente inhalalo: no hay que hacer de la angustia una costumbre.

PD: ¿las palomas son necrófilas? de ser así, mis posibilidades de embocarla se han incrementado exponencialmente.

La Criatura dijo...

si vas a escribir así cuando te angustias, por favor, angustiate más seguido (y no te olvides de escribir)

Cel dijo...

Matías, la angustia, como tantas otras cosas, es un estímulo para ver qué hay detrás de las sensaciones. si no hay angustia, no hay inquietud; si no hay inquietud, no hay reflexión. es verdad que no se debe hacer una costumbre, porque no hay necesidad de reflexionarlo todo, pero cuando aparece me entrego y le doy espacio. sin ir más lejos, ayer a la noche empezó a desaparecer de a poquito, después de haber escrito un buen rato.
pd: algunas palomas que sobrevolaban Montevideo hace 10 años parecían ser necrófilas. y también parece que vos dramatizás porque es fácil y gratis.

Criatura, ojito, que lo pedís y lo tenés, eh.

Unknown dijo...

¿dramatizo por el comentario o por mis posibilidades de embocarla? :P

saludos!

Cel dijo...

Auslender, sobre tus posibilidades desconozco, así que no puedo decir nada respecto de eso.