No soy de enojarme, siempre que pasa algo malo me entristezco, me indigno, me angustio o lo que sea, pero el enojo no es una de las variables en juego cuando las circunstancias no están a mi favor.
Si tengo que hacer memoria, me acuerdo de solamente 3 momentos en los que me enojé, y me enojé fiero.
1. Cuando me fui de la casa de mis padres. Después de una pelea horrible con mi mamá me fui a lo de mi abuela con lo puesto y 5 pesos en el bolsillo. Estaba tan enojada que cada vez que mi madre me llamaba para pedirme que volviera, le escupía un rosario de puteadas y reproches contenidos durante 20 años. Tardé tres meses en volver a ese departamento para buscar un poco de ropa y empezar a arreglar el vínculo ese que tenemos, por demás conflictivo.
2. Cuando después de organizar una movida "queremos un aumento" con mis compañeros del laburo, me dejaron sola hablando con la gerente, lavándose las manos olímpicamente. Me dejaron pagando de tal manera que empecé a considerar la posibilidad de irme de la empresa. Por suerte el aumentó llegó y ya no vivo con la soga atada al cuello.
3. Cuando me dejó Muchacho. Me citó en su casa para decirme que le parecía que no me quería... y nada más. Se quedaba callado, movía los ojos de un lado para otro. Primero trataba de extirparle las explicaciones pertinentes muy despacio, con paciencia... Después de 10 minutos la sangre se me había convertido lava, quería tatuarle el cuerpo con quemaduras de cigarrillo y colgarlo de la soga de colgar ropa de mi terraza para usarlo de puching ball. Salí de su casa disparada, caminando por Ugarte como desquiciada, llamando a toda persona querida para pedirle un poco de soporte.
Eran tres hasta ayer a la noche...
Ayer el muy turro de Muchacho me hizo enojar de vuelta. Me hizo enojar muchísimo.
Si bien la que tiró la primera piedra - un mensaje en el que le contaba cuánto extrañaba coger con él - fui yo, lo que recibí como respuesta me dejó helada. Primero, una excusa chota del tipo "no nos lastimemos" y después, ante mi intención de pasar de los sms al teléfono, su mariconeada de no querer contestar. A mis pedidos de "por favor atendé el teléfono", me respondía con infantiles "no no y no".
Aclaremos, un rechazo a mi propuesta indecente hubiese provocado muchísima tristeza y una escapada al kiosco más cercano para atiborrarme de chocolates, ese no fue el problema. El asunto es la ligereza con la que decidió no contestar ese puto telefonito y tener la osadía de seguir contestando mis mensajes. El otro asunto es que detesto que me anulen, que no me dejen comunicar.
Digo, el tipo me deja de un día para el otro, se queda con mis cosas, después de un par de semanas se compromete a juntarnos a hablar y me deja plantada y no es capaz de darme cinco putos minutos por teléfono? Y no sólo eso, encima me psicopatea por mensajes de texto. Si no querés garchar conmigo, hablar conmigo, lo que sea conmigo, ni-con-tes-tes!
Finalmente, con la batería del celular descargada, le dejé un mensaje por demás verborrágico que terminaba en "y ojalá que nunca más toques a una mina, porque sos una peste".
Por momentos pensé en tomarme un taxi hasta su casa, hacerlo bajar y pegarle una patada en los huevos, pero la verdad es que no quiero convertirme en mi madre, así que terminé llorándole a Flor por Muchacho, por mi papá, por la gente, por la gente que me quiere y la que no.
Lo peor es que sigo enojada, muy enojada. Es de esos enojos que incitan a la venganza. Quiero que sufra, que se arrepienta de haberme conocido, que se arrepienta de ser heterosexual.
No me di cuenta y me transformé en Medusa.
Que alguien me ayude.