Compartir afición por la literatura y el cine no significa más que eso. Lo veo más claro desde que empecé a trabajar en una librería. Antes -ilusa-, estaba segura de que una especie de Hada-Madrina-Lectora-Cinéfila nos había hermanado, pasando la varita mágica por encima de la cabeza de todos nosotros: los que de niños usamos lentes y nos hicimos amigos del bibliotecario del colegio; los hijos de grandes lectores y amantes del cine de autor empeñados en traspasarle el hábito a su progenie; los que -sin nadie entender bien por qué- un día manotearon de los estantes de la biblioteca o del videoclub algo que les llamó la atención y nunca más pararon. Una logia sin registro de asociados. Una complicidad deschavada con comentarios sutiles y miradas intensas y fugaces. Pero no.
Compartir afición por la literatura y el cine no significa más que eso, pero a veces los lectores nos embarcamos en empresas destinadas al fracaso por cuestiones que exceden el ámbito de lo intelectual. Por ejemplo, los cupones de descuento.
Resulta que hace un par de semanas mi amigo P. (no sea cosa de dejar al descubierto su identidad, aunque tenga el nombre más común de nuestra generación) me comentó que le había llegado una oferta de cupones para Un tranvía llamado deseo, de Daniel Veronese. O, mejor dicho, de Tennessee Williams en versión de Veronese. Por 140 pesos íbamos los dos. Nos salía la mitad y, encima, nos tocaba una muy buena ubicación. Acepté no sólo porque la oferta caducaba en un par de horas sino porque había visto unos afiches en la calle y me habían dado ganas de ir, a pesar de ir al teatro muy de vez en cuando.
Vale aclarar que mis referencias de Un tranvía llamado deseo dan cuenta de que soy una hija de la televisión:
- La película con Marlon Brando y Vivian Leigh, dirigida -tanto en el teatro como en el cine- por Elia Kazan, que sé que vi de muy pequeña y ya casi no recuerdo.
- Un capítulo de Los Simpson en el que Marge se mete a hacer teatro y le toca el papel de protagonista de la obra. Como nota de color, Flanders se la pasa con el torso desnudo e interpreta a un hombre pasional y violento.
- Un episodio de Seinfeld en el que Elaine toma calmantes muy fuertes para aliviar un dolor de espalda y se pasa de dosis justo antes de ir a un evento en honor al padre de Jerry. Se la ve completamente dopada, riéndose de todo y aullando "Stellaaaaa... Stellaaaaa", que es lo que le grita todo el tiempo el personaje de Marlon Brando a su esposa.
Compartir afición por la literatura y el cine no significa más que eso y yo, en mi afán de ahorrarme 70 mangos y tener planes para el viernes a la noche, había aceptado ir al teatro con P., que es un tipo que se la pasa leyendo y mirando películas., pero nunca coincide conmigo. Nunca. Y si bien, técnicamente, una obra teatral no entra en ninguna de las categorías de conflicto, se trata, esencialmente, de lo mismo.
Compartir afición por la literatura y el cine no significa más que eso y por no recordarlo, estaba frente a un enigma del calibre del de Schrödinger y su gato. Uno de los dos la iba a pasar mal ese viernes. Uno de los dos iba a salir indignado del teatro, despotricando contra el director, los actores y la forma de tratar el argumento. Uno de los dos iba a tratar de convencer al otro de que no era tan así, pidiendo un poco menos de dramatismo y exageración. Uno de los dos iba a volver a su casa lamentando haber estado sentado dos horas en el Teatro Apolo y era imposible saber quién, si él o yo. Me entregué a Fortuna con resignación y me olvidé del asunto hasta el día de la función.
Quizás yo sea más fácil de contentar que mi amigo P., porque a mí la obra me encantó. Erica Rivas en el rol de la negadora, coqueta, narcisa y alcohólica Blanche es exquisita. El polaco Kowalski interpretado por Diego Peretti se ve un poco opacado por las actrices que lo acompañan, pero aun así, conmueve cuando está solo en escena. Paola Barrientos en el papel de Stella se destaca, aporta siempre la medida justa de dulzura, desinterés o violencia para que la tensión no derive en desastre. Me reí durante dos horas como uno puede reirse de ese pariente medio loco que lleva una vida muy triste, pero que de todos modos se satiriza a sí mismo y nunca muestra su dolor; una risa que tapa angustia e incomprensión. A P., en cambio, le resultó tibia, ruidosa, poco humana, "un sketch de Gasalla". Se quejó de la puesta en escena, de ciertos elementos de la escenografía, de la falta de compromiso respecto de la problemática central de la obra y de Peretti.
Fue inevitable llevar la discusión al campo de la literatura y el cine, porque somos belicosos y nos gusta argumentar en contra de los gustos del otro. Él esperaba que el conflicto fuera punzante, que mostrara las miserias de los personajes con seriedad y crudeza; quería a Faulkner, Hemingway y David Lynch. Yo quedé encantada con el sufrimiento perfumado, adornado con tiaras, puntillas y whiskey; me llevé a Capote, Bukowski y Tarantino.
Hasta las cuatro de la mañana nos quedamos charlando com P. acerca de mujeres, scotch, hombres, poetas, posguerras, machismo, psicoanalistas, salud mental y todas esas cosas en las que sí coincidimos. Porque compartir afición por la literatura y el cine no significa nada más, es cierto, pero a veces sostiene relaciones, amistades, noches largas, universos.
Algún mes primaveral de 2011