viernes, diciembre 30, 2011

Me voy al delta a pasar Año Nuevo. A leer cuentos de Alice Munro en un muelle cercano al Paraná. A compartir con amigas tiradas de tarot y porros. A escribir en un cuadernito todas esas cosas que me inspiran los grillos, el agua y las reposeras. A quemarme un poco las piernas. A tomar vino blanco durante la caída del sol. A comer asado. A hablar de pijas. A indagar hasta llegar al núcleo.
A explorar el hambre; que no es insatisfacción, no es deseo, sino la perfecta armonía que surge cuando ambos convergen.

viernes, diciembre 23, 2011

Y pensar que hubo un tiempo en el que era todo ya, todo ahora, me quemaban los dedos y llenaba cuadernitos y ventanitas de msn y posts de blogger y libretitas guardadas en un bolsillo de la cartera esa que llevaba para todos lados. Millones de palabras en letra obsesivamente prolija. Todas palabras que decían lo mismo de una y otra manera. Era la reina de la paráfrasis, la neurótica de la repetición, una cinta de moebius, una calesita y todas esas metáforas tan manoseadas acerca de lo circular.
Evidentemente, rompí algo, porque ya no puedo escribir si no es con nostalgia. Ya no tengo la capacidad de enunciar sin recordar. Bueh, no sé si para tanto; el don de la exageración me sigue acompañando.
No puedo reproducir sin la resignificación que brinda el tiempo.
No puedo codificar mis reacciones porque el cuerpo me responde con sorpresas.
La mente se me convirtió en zona erógena y cada vez que la toco me revienta una piñata rellena de imágenes y pedazos de diálogos que me hacen poner la piel de gallina; y así no se puede. O sí, pero diferente.

viernes, diciembre 16, 2011

Hace un tiempo hablaba con un flaco de todo el tema este de estar en pareja o quedarse solo o resignarse a estar con alguien a pesar de no querer armar proyectos en común. Es probable que yo le haya comentado de la desesperación que me ataca a la altura del cuello cuando intento imaginar la misma cara todos los días del otro lado de la cama y él me contó alguna cosa de su última relación que no termina de venir al caso. También dijo que quizás todos nos hacemos mucho la cabeza con el asunto de la soledad, pero que si hiciéramos la cuenta de cuánto tiempo real nos consume sufrir por no tener a nadie al lado, sería muchísimo menos de lo que imaginamos. Le di la razón.

Hace un par de domingos una prima lejana fue a visitar a mi abuela. Habían pasado como diez años desde la última vez que nos habíamos visto. La vi cambiadísima. Más linda, más extrovertida, más luminosa. Mientras le servía una porción de pizza, me preguntó si estaba sola. Podría haberme puesto en mi rol de cancherita y haber contestado: 1."Siempre estamos solos, no importa a quién tengamos al lado" o bien, 2."Nunca estoy sola, siempre tengo gente a quien quiero alrededor"; pero decidí limitarme a lo ella realmente me quería preguntar: si estaba de novia. Le contesté que no. Después de eso, me contó que ella se había separado hacía muy poco, que su ex marido la trataba muy mal y que al dejarlo se había dado cuenta de toda la libertad que tenía a su disposición y que hasta ese momento había elegido ignorar. También me dijo que hacía bien, que para qué embarcarse en el proyecto de armar una familia siendo tan joven y todas esas cosas. Le di la razón.

Hace un par de meses en análisis conté un sueño. Se me fue toda la hora hablando de mi incapacidad para sentir un contacto real con el prójimo. Lloré mucho y la analista me hizo pasear por un montón de pedazos de mi vida que en general satirizo, pero que en ese ámbito dieron lugar a la angustia. Justo antes de su clásico "bueno, podemos cortar acá", me dijo algo que me dejó casi temblando. Que, en algún punto, yo me había quedado chiquita en lo que a afectos correspondía. Le di la razón.


Yo no sé bien por qué me pasa esto que me pasa. A veces pienso que tal vez exijo demasiado del mundo emocional y que por eso es imposible llegar al nivel de mis expectativas. Otras veces se me ocurre que soy súper normal, funcional y adaptada y que, en realidad, mi percepción tergiversa los hechos para no aburrirme tanto. Lo que sí sé es que guardo una intensidad que me desborda cuando la dejo salir a la luz. Me quema sentir al otro, me desarma exponerme de ese modo; me pongo eufórica, pierdo la compostura.
No sé cómo se hace para que algo supuestamente normal no me revolee contra la pared de mis defensas.

viernes, diciembre 02, 2011

Hasta hace un año hubo un bar en Chaco y La Plata que era muy lindo. Supe la dirección después de haberme mudado al barrio. Antes de eso, siempre lo encontraba de casualidad, en esas caminatas larguísimas cuando salía con algún chico. Sabía que quedaba cerca de Parque Rivadavia, pero nunca me ocupaba de fijarme en qué calles; un poco porque me gustaba la idea de lugar mágico que aparece sólo cuando tiene que aparecer y otro poco porque estaba distraída con el flaco de turno.

Cuando Fulano me invitó a tomar una cerveza después de muchos años de no vernos, me dijo de encontrarnos en la esquina del bar ese. Con él había ido la primera vez, a sentarnos en el sillón enorme que estaba yendo para el fondo, un domingo que ya anochecía.
Hacía un frío que no puedo poner en palabras. Caminé las 10 cuadras a ritmo de maratonista, con los pies helados y las manos temblequeando. ¿Saben qué pasa cuando una llega a una esquina para encontrarse después de siete años con el primer chico con el que una se animó a algo más que revolcarse; el primero que se le presentó a las amigas; el primero que desestructuró el jenga de prejuicios y caprichos de pendeja tratando de escapar de la adolescencia? Nada sucede, salvo una sonrisa que transforma toda la cara y un abrazo fuerte en puntas de pie.
No nos pudimos sentar en el mismo sillón, había unos pibes ocupándolo. A veces es lindo ponerse al día con alguien después de tanto tiempo. Cuando lo que importa es la reflexión acerca del devenir y no la enumeración de éxitos, fracasos y anécdotas. Estructura por sobre contenido. Más tarde nos fuimos a casa, a tomar whisky para entrar un poco en calor. Él hablaba mientras yo iba poniendo excusas para acortar la distancia que había entre ambos. Él hablaba y yo no podía parar de mirarle la boca y dejarme encantar por el tono de su voz, grave -gravísimo- y acolchonado. Él hablaba y yo sabía que ninguno de los dos iba a dar el primer paso en lo que quedaba de madrugada, porque medirse reporta placer, porque la espera alimenta el deseo. Antes de pedirme que le fuera a abrir la puerta, me agarró de los hombros y me dijo "Ce, hay que pegar el salto".

Cuando cinco meses después estábamos en el balcón de su casa poniéndole fin al revival primaveral que habíamos venido teniendo, me habló de esa noche. De mi oscilación entre una vulnerabilidad -nueva en mí para él- que lo desarmaba y mis esfuerzos por mantener la guardia alta. Yo dejaba que un tercio de mi cuerpo colgara hacia abajo, mirando a la gente que caminaba por Juncal, sin contestarle nada pero pensando en que esa oscilación nunca había cesado, que el conflicto entre esas dos variables era una constante y que, en pocas palabras, con él la había cagado hasta el punto de no retorno. Pensé también en mi incapacidad para pegar saltos.
Preferí contarle que hacía unas semanas había pasado con el 15 por la cuadra del bar y que lo habían cerrado.

martes, noviembre 29, 2011

Hay un momento en el que es como si pegara un salto al costado. Es tan insoportable la sensación de ansiedad que me salgo de mí. Me doy la espalda, espero cinco minutos, respiro muy hondo y vuelvo a mirarme.
Me exijo una solución, cualquiera, no importa qué; sólo es necesario recontextualizar para no dejarme llevar por la vorágine del nunca conformarse, la espiral de la insatisfacción, el agujero negro de la desesperanza injustificada.
Entonces, empieza el brainstorming esquizo. Me tiro a mí misma propuestas de toda clase, perniciosas, inútiles. Me induzco a manotear cualquiera y a actuar en consecuencia. Me entrego y opongo resistencia al mismo tiempo; la paso mal, muy mal. De todos modos acciono -o reacciono-. Me desubico, tomo decisiones apresuradas, huyo, me aislo.
Después, salgo, me emborracho, cocino, cojo, como, bailo, canto, río, me drogo, duermo, escribo, me toco y pienso. Como si nada. Como si no supiera que al correr la cortina, levantar la alfombra, espiar por la cerradura, me voy a encontrar con eso, escondido a medias.
Me hago la boluda hasta que cualquier ruidito, alguna frase, una canción, echa luz sobre lo mismo de siempre.
Y de vuelta lo mismo.
Hasta que se toque China con África.

sábado, noviembre 19, 2011

Hace un par de años se me ocurrió una idea que en ese momento me pareció una genialidad: 12 cuentos eróticos, cada uno de ellos haciendo referencia a un signo del zodíaco. Comprendo que no es una idea brillante; en todo caso, podría haber sido un proyecto decente si hubiera tenido un poco más de constancia. Solamente llegué a terminar dos, Libra y Sagitario. Libra porque era el relato de una noche que había tenido hacía unos meses y Sagitario porque me cabe el signo.
Escribiendo, me di cuenta de que yo no sabía cómo se escribía un cuento. O, mejor dicho, que quizás era completamente incapaz de escribir uno. Releí estos dos hace un tiempo y me gustan, pero me gustan porque me calientan y porque me hacen recordar buenos momentos, pero no porque sean buenos. Son como una softporn. Una mínima introducción, gente que se coge un rato y una reflexión entre pretenciosa e inútil al final. Y listo. Una cagada, si me lo pongo a pensar un poquito.
Sigo sin saber cómo escribir un cuento. Hay decenas de .doc incompletos dando vueltas por ahí.

Me di cuenta de que hablo más del hecho de escribir que lo que escribo; y de que escribo más sobre garchar que lo que garcho. Y sin embargo, todo forma un núcleo discursivo que me termina definiendo.
Escribir me calienta, la calentura me hace escribir y me comunico mucho mejor cuando cojo que cuando hablo.

martes, noviembre 15, 2011

Hace un rato un amigo me contaba que la novia -y futura esposa- casi lo echa de la casa porque él había ido a almorzar con una conocida y no le había dicho nada a ella. Él sólo había ido a comer una tarta, pero su concubina asumió que se la quería garchar; a la conocida y a todas las mujeres del planeta. Y es cierto, mi amigo se quiere coger a todo lo que se mueva y porte tetas, pero el detalle está en que no lo hace. Podría, pero no lo hace. Y no, la verdad es que a mí no me mueve un pelo que el tipo decida quedarse con una loca enferma de celos que no le permite relacionarse con mujeres por no soportar la certeza de que él le quiere dar murra a todas. A todas. Él me decía que no entendía nada, que hacía ocho años que estaba con ella, que la elegía como su mujer y que por nada en el mundo iba a violar su confianza; que cómo podía ser que ella fuera capaz de mandar todo a la mierda por algo tan insignificante. Como no quería echar leña al fuego dando mi opinión real sobre el asunto, me pareció pertinente hacerle entender que los celos que sentía su novia no venían de la paranoia de imaginarlo a él siéndole infiel, sino de la inseguridad que le causaba tener al lado a un hombre que es un cúmulo de deseo constante. Toda relación es un triángulo -ya lo decía Lacan- y, a veces, esa tercera pata es simplemente un concepto. Mi amigo se hizo el pelotudo después de mi monólogo acerca de la triangularidad, los celos y las prisiones que impone la idea de amor romántico en estos tiempos. Siempre me hace lo mismo; menos mal que lo quiero mucho.
Me quedé un poco indignada con el asunto. ¿Cómo puede ser que la mina esta no se dé cuenta de que necesita una terapia urgentemente? ¿Por qué él sigue dándole soga a una comportamiento que sólo empeora si no es tratado? ¿Por qué la gente se embarca en relaciones que anulan esferas enteras de su personalidad? ¿En pos de qué? ¿Realmente se está priorizando "el amor" o es más cómodo hacer el caminito del casamiento, los hijitos y esconderle a la esposa las fantasías de promiscuidad orgiástica? Porque cuando me indigno por estos asuntos, me pongo muy Carrie Bradshaw con Luna en Acuario y tendencias a la vida en comunidad.

Unas horas después, abrí el facebook. Entré -como hago cada tanto- al muro del ex que es ex dos veces; el ex saturnino, que aparece cada 7 años y me perturba la vida. Y ahí estaba toda la información. Ella hace esas danzas extrañas y da masajes y es toda etérea y espiritual. Le publica canciones cursis y lo etiqueta en fotos en las que está sólo ella. Abrí grandes los ojos, la boca. Me convertí en Medusa y en Úrsula de La Sirenita. Me poseyó el despecho de todas las mujeres del mundo. Como en trance, empecé a recitar un mantra de exabruptos frente al monitor. Los celos nacidos de lo absurdo se apoderaron de mis sentidos. Me dejé ser en ese estado durante un rato; ya entendí que no tiene mucho sentido tratar de contener la avalancha de inseguridad, tristeza e ira. Se me pasó en cinco minutos, me acordé de por qué no estamos más juntos, de la distancia, de los baches, de las necesidades completamente dispares. Para sellar la reconciliación con mi espíritu y mi mente, le di un block eterno y cerré la pestaña.

Ahora estoy en paz. Conmigo, con mi doble ex y con mi amigo; pero especialmente, estoy en paz con la futura esposa que se vuelve loca de celos.
No la juzgo más.
Me quedo en el molde.
Lo prometo.

domingo, noviembre 06, 2011

Tenía el bar ese de la esquina que era el comodín. De día: licuado, apuntes de psico y avistaje de estudiantes de Ciencia Política. De noche: cerveza y citas.
Ahí lo llevé la primera vez que salí con Tomás. Nos tomamos siete Heineken y nos besamos como adolescentes desesperados. La camarera reponía el platito con maníes y nos miraba de reojo con un dejo de envidia. Tomás era muy lindo y a mí no me importaba que me mordieran el cuello en un lugar público.
Después, nos fuimos caminando por Río de Janeiro -hacia Rivadavia-, parando en cada mitad de cuadra para turnarnos en estampadas varias contra los umbrales de las casas. Cuando llegamos al telo nos dijeron que había cinco parejas esperando y que la demora era de, al menos, una hora. Horribles esos tiempos en los que vivía con mis abuelos y no quedaba otra más que hacer tiempo hasta la hora del pernocte. Tomás me propuso no esperar y tomar un taxi para el lado de Congreso -A.K.A teloland-; antes de parar un tacho, me llevó al costado de las vías del Sarmiento, me apoyó contra un enrejado y me sacó la bombacha. Se la guardó en el bolsillo del jean mientras sonreía y me acomodaba detrás de la oreja un mechón de pelo que me venía tapando la mitad de la cara.

Salimos del hotel al mediodía y caminamos por Independencia hasta encontrar un bar de viejos medio mugriento pero con mesas de madera. Los dos odiábamos la fórmica. Mientras tomaba el exprimido de pomelo me di cuenta de que con el sol los ojos se le ponían verdosos. Él me agarraba la mano que tenía libre y miraba para la calle, mientras la luz le jugueteaba en el iris, formando un dibujo de caleidoscopio color verdemiel.

Nos pusimos de novios. Yo me mudé a esta casa, él se fue para el lado de Nuñez. Me cuidó mientras estaba enferma, le cociné ravioles con estofado, vimos muchas películas tontas en el cine, jugamos partidas interminables de tutti frutti, escuchamos Le Tigre y Beastie Boys por decenas de horas, nos dimos panzadas grotescas con las milanesas que le preparaba la madre, cogimos a cualquier hora y en cualquier lugar. Me enseñó a descorchar botellas sin sacacorchos y el porqué de la caída de las tostadas sobre el lado de la manteca. Le expliqué su carta natal y le presté libros de Nick Hornby.

Un día me dejó.
Nunca más volví al bar que estaba a un par de cuadras de Sociales y del Parque Centenario.
Nunca más lo volví a ver a él. Mentira. Una vez, temprano a la mañana, desde un 141, parado en la esquina de Acoyte y Rivadavia. Barbudo, espléndido.

Menos mal que no usa Facebook.

sábado, octubre 29, 2011

Tenía cuatro años. Sé que a esa edad ya sabía que mi papá no era el biológico, que todos en la familia de él estaban al tanto de la situación y que trataban de hacerme sentir lo más cómoda posible. Era Navidad y yo no tenía ganas de estar ahí, me sentía lejana, ajena, angustiada. No pertenecía a esa parte de la familia; ni siquiera eran mi familia. Mi familia era otra cosa, más relajada, más alegre, más auténtica. Y, por sobre todas las cosas, en esa casa de gente que no era mi familia, yo no era el centro de atención; supongo que era eso lo que me más molestaba. No era la preferida de esos otros abuelos, tan distintos a los padres de mi mamá; a nadie le importaba qué me parecía interesante ni que me supiera de memoria la capital de Albania o los nombres de los planetas del sistema solar. Desde ese margen los observaba, triste.
A mi abuelo se le ocurrió que todos dejáramos un mensaje grabado en un aparato que mi tío acababa de comprar y con el que mis primos jugaban a darle al REC, putear sin sentido, rebobinar, escucharse y reír como monitos drogados. A mí me tocó última, porque era la más chica.
"Yo... Yo quiero decir que estoy muy emocionada y... y...".
Y ahí me largué a llorar.

Mi mamá me abrazó sin entender mucho qué era lo que me pasaba, nunca fue muy buena descifrando mis vaivenes emocionales.
Mi papá también me abrazó.
Mis primos me cargaron hasta que cumplí quince.
Pensaron que me había puesto así porque era la primera navidad que pasaba con ellos. Yo lloré porque empezaba a sentir el peso de una historia que no me pertenecía y aun así me afectaba más de lo que podía tolerar.

A veces solamente quiero decir que estoy muy emocionada, largarme a llorar y que alguien me abrace aunque no entienda del todo qué me pasa. Pero me quedo en el margen, un costado imaginario, y observo, triste.

martes, octubre 18, 2011

En el día de San Perón, pedí conocer a un hombre que tenga muchas ganas de comer mis recetas de medio oriente, que le guste dormir siestas largas y sea barbudo.





General, no me falles.

sábado, octubre 15, 2011

No quiero hacer apología a los libros de autoayuda ni nada parecido, solamente quiero contar una pequeña historia.
A principios de 2008, cuando decidí cortar con los trabajos en multinacionales, entré en un proceso de angustia muy intenso. No sabía qué quería hacer, no estaba segura de lo que iba a estudiar, me sentía absolutamente sola e incomprendida. Un garrón. También me sentía fuerte, porque por primera vez había tomado una decisión desde el convencimiento absoluto y me sentía capaz de sostenerla: la vida en empresa grande, con tres millones de jefes, exigencias de ponerse la camiseta y mística de "hacer carrera" no era para mí. En ese oscilar entre el orgullo y la desesperanza, hablé mucho con mi mamá, que para estas cosas es muy copada, porque es capricornio ascendente en capricornio y todo te lo convierte en un cuadro sinóptico. Ella me preguntaba qué quería hacer, más allá de mis estudios y posibilidades en ese momento, y yo lloraba desconsoladamente, porque nunca me había imaginado que iba a llegar a esa instancia de confusión. Un día, en otra entrega de mi lloriqueo neurótico, le dije a mi mamá y a una tía que estaba de visita "libros, me gustaría trabajar en una librería". Me dijeron que si eso era lo que quería, lo tenía que desear con mucha fuerza, visualizarlo todo el tiempo posible; imaginarme como librera. Las mandé a cagar, estaban tratando de evangelizarme en eso de El Secreto y yo no lo iba a permitir. Me hice la cacnherita y la rebelde, pero cada noche antes de dormir, fantaseaba con recomendarle libros a deconocidos.
Durante seis meses, no sé de qué viví. De dar clases de inglés, de tirar las cartas cada tanto, de cocinar, de agarrar cualquier changa. Ya no estaba tan compungida y estaba tan copada leyendo libros de física, que la sensación de entender las leyes del universo me daba una tranquilidad fantástica. Pero sabía que tenía que encontrar un trabajo fijo. No sólo por una cuestión de dinero, sino porque si no me imponen una rutina desde afuera, me convierto en un bardo. No por nada mi padre me apodó Barrileta.
En agosto empecé a trabajar en un local de ropa y accesorios. La madre de la amiga de una amiga necesitaba una empleada y caí yo. La pasé bien ahí. Me llevaba estupendo con mi jefa, la venta nunca me generó mucho conflicto y me la pasaba probándome anillos. Nunca, en los seis meses que estuve ahí, quise faltar. Iba contenta, dispuesta, pilas. El problema fue que a fines de febrero me tuve que ir. Bueh, mejor dicho, me echaron, por motivos que nada tuvieron que ver conmigo y no vienen al caso. Esa misma semana, el señor de la librería que quedaba a 10 metros se puso a buscar una empleada que lo ayudara con la temporada de textos escolares y mi ex jefa le habló de mí.
Empecé en la librería un sábado, el último de febrero. El trato era colaborar durante marzo, abril y parte de mayo, hasta que en los colegios dejaran de pedir libros. Era junio y todavía no se hablaba de que me fuera; mientras, ordené alfabéticamente todos los libros. Todos. Creo que nunca estuve tan mugrienta y tan feliz como cuando armaba pilas de mi misma altura para ir reacomodando. Me fui quedando, mi jefe fue relegando tareas y acá estoy, desde hace dos años y medio.
Me gusta mi trabajo. Me gusta mucho. Me gusta que las viejitas me digan que siempre les recomiendo bien. Me gusta que las madres me pregunten qué más pueden llevarle a sus hijos, porque lo último que les mandé les encantó. Me gusta leer contratapas, solapas y reseñas para tener una idea de lo que estoy vendiendo. Me gusta que ya me conozcan y confíen en mi criterio. Me gusta que mi jefe me halague cuando no estoy presente. Me gusta que me cuenten historias y charlar sobre literatura norteamericana con los clientes.

Aveces pienso que quizás mi mamá y mi tía tienen razón, que si uno desea algo mucho, aparece; como a mí me apareció -como caída del cielo- la oportunidad de empezar acá. Pero en el momento en que lo enuncio me siento un poco pelotuda, porque ¿quién soy yo como para emitir semejante máxima acerca de la vida?

viernes, octubre 14, 2011

¿Alquien se toma el 141 regularmente? ¿Alguien tuvo que sufrir el acoso psicológico del señor de los poemas? ¿No?
Bueno, la cosa es más o menos así. El tipo se sube en Scalabrini Ortiz y Córdoba y le cuenta a la gente que él escribe poemas, que la sensibilidad es un valor en desuso, que él de corazón te da su obra y que por favor se la aceptes amablemente. Avisa que todo esto es gratis, que si alguien quiere colaborar, él encantado, pero que si no, con una sonrisa le alcanza.
El tipo se te para al lado y te enchufa el papel, más allá de que le digas que no. Bueno, tampoco es que te lo encaja, pero dice cosas para que te sientas mal si no se lo agarrás. Y despuès no deja que se lo devuelvas. O sea, es un psicópata. ¿Cómo va a andar generando culpa de esa manera? Y no le importa nada; vos le podés decir que ya tenés, que no te interesa, que tu religión no te lo permite y el viejo se caga en tus límites y sigue tratando de convencerte. Y ponele que el viejo claudica y no te deja la papeleta, te sentís para el orto, culpable, porque sos la única persona en el bondi que no le da valor a la sensibilidad.
Para mí, no es poeta un carajo, es un sádico que disfruta con el malestar de los pasajeros que no tienen monedas o un billete chico para darle.

viernes, octubre 07, 2011

- ¿Sos romántica?
- Ay, esto parece una de esas entrevistas a gente medio famosita que aparecen en las revistas para minas.
- Sí. En mi tiempo libre entrevisto gente medio famosita para revistas.
- Esperaba más de vos.
- No me contestaste.
- ¿Si soy romántica?
- Eso.
- Ah... Bueno... Primero habría que definir "romántica". Porque yo diría que no, pero si me pongo a pensar, a veces me paso de romántica. Pero no romántica de pasacalles u oso de peluche; romántica de poeta decimonónico que se muere de tuberculosis.
- ...
- ...
- Entonces, no.
- No, no soy.

sábado, octubre 01, 2011

- Me hacés acordar a los pacientes de Freud cuando hablás de eso.
- ¿Si? ¿Te parece? ¿Alguna en particular?
- No... Màs bien me refería a los pacientes hombres.
- Ah...
- ...
- ¿Y cómo era que se curaban?
- Viste que medio que nunca se curaban, pero hacer sesión cinco días por semana durante un tiempo les venía bastante bien.


Siempre supe que era muy fálica,
pero la corroboración de la analista no me viene mal.
Ahora me resta curarme nomás.
Sería todo más fácil si fuera histérica,
a esas se les pasa todo garchando.

sábado, septiembre 24, 2011

Me subí al 140, me senté en uno de los asientos contra la ventana, me puse los lentes -que tienen el marco turquesa y me hacen lucir como un personaje de Gasalla-, cerré los ojos y empecé a quedarme dormida cuando me dio la sensación de que parte de mi pollera estaba ocupando el asiento de al lado. Si alguien quería sentarse, tenía que correr la pollera, o sentársele encima. Y si ese alguien era tan neurótico como yo, la iba a pasar mal. Entonces, estiré la mano para meter la tela que imaginaba sobrante debajo de la pierna y seguir durmiendo. Ni siquiera atiné a abrir los ojos, manoteé y listo.
De pedo que no le agarré el pito al pibe que se había sentado al lado mientras yo pensaba en todo el asunto de la pollera. Fue un roce intenso, pero de ahí no pasó.
Pobre, estaba de jogging él.

lunes, septiembre 19, 2011

A mí me parece que la tecnología como facilitadora del garche es lo mejor que pasó en los últimos años. Podrán tildarme de vaga, de amarga que no quiere salir y de muchas cosas más, pero -al menos desde mi punto de vista- poder levantarme a alguien desde la comodidad de mi hogar es un gol, algo que le agradezco infinitamente a la posmodernidad.
Abajo el prejuicio estúpido que dice "los que quieren conocer gente por internet son todos losers y feos"; es mentira. Nada más alejado de la realidad. Redes sociales, blogs y chats abundan en gente interesante con ganas de conocer a otras personas para revolcarse, ennoviarse o dejarse fluir en el devenir de los vínculos. Y si bien hay que tener paciencia, filtrar y estarse atento a los detalles, prefiero eso, toda la vida. En serio, ¿no es algo fantástico sentir nacer el interés por el otro mientras se comen papitas y se toma coca del pico?
Uno se vuelve creativo al relacionarse cibernéticamente. Se le encuentra el gusto a mostrarse por cam o a relatar escenas porno. Se estimula la escritura y el uso de la palabra se torna cada vez más poético. Se charla de cosas interesantísimas y se tiene acceso a personas a las que nunca hubiéramos cruzado de otro modo. Por ejemplo, ayer a la noche me hablaron del concepto de entropía y el big crunch. A ver, yo quiero que alguien me diga a cuál bar van los muchachos de exactas a levantarse minas explicando el principio de incertidumbre porque quiero pasar todas mis noches ahí; mientras tanto, gtalk, facebook chat y msn.
Para cuando llega el momento del encuentro, se sabe tanto del otro que es muy difícil pasarla mal. De hecho, las estadísticas arrojan que en 8 de cada 10 citas hay polvo; en 6 de cada 10 hay reincidencia. Esos números son demasiado buenos como para ignorarlos.
Después, sí, está todo el tema de pelearse y que el otro te siga leyendo el blog a escondidas o que trate de levantarse a otras/os y vos lo tengas que ver en tu timeline o muro; pero esos son avatares de las relaciones. Prefiero dejar de leer un blog o de postear acerca de ciertos asuntos antes que cruzarme todos los días en el laburo con un tipo con el que la cosa no funcionó.
Sin ir más lejos, este blog me trajo en bandeja a varios de los hombres más encantadores que haya tenido en mi cama; ni hablar de que me hizo conocer a mi amigo y consejero y reencontrarme después de varios años con mi amiga Lali, La Secretaria. Facebook me sirvió para ubicar ex's y deshecharlos a todos, salvo a uno, que me hizo tener una primavera de lo más pecaminosa el año pasado. Twitter es fuente de amores platónicos y admiración ilimitada; también es un garchadero y el momento en el que se recibe el DMdecoger es glorioso.
Abracemos esta era de Acuario y entreguémonos a los nuevos soportes facilitadores de garche.
Dejemos el prejuicio de lado y a tuitear con alegría.
Que la palabra nos caliente y haga explotar el cuerpo con fantasías.
Vamos, que saber que la contraparte no tiene faltas de ortografía NO TIENE PRECIO.

martes, septiembre 13, 2011

Primero entró la señora con pinta de freak que se llevó Las mujeres que aman demasiado y me contó que se lo iba a mandar por correo a un amigo suyo que estaba en psiquiátrico. Parece que hace como 40 años el tipo salía de un nosequé de meditación y justo había un enfrentamiento entre Montoneros y la policía y él cayó en la volteada, pero no se lo llevaron preso, lo metieron en el Borda. A los pocos meses lo dejaron salir, pero el pobre tipo ya había quedado del moño y nunca se pudo recuperar. Bueh, la cosa es que hace uno sños el flaco se enamoró de una mina que había conocido en uno de sus nosequé de meditación pero resultó ser que la mujer estaba más loca que él, así que terminó internado; por eso su amiga -mi clienta con pinta de freak- le estaba comprando el libro este. También andaba en la búsqueda de El arte de amar, pero ya no nos queda. La mina no registraba que estaba en una librería y no tomando un café con una amiga. Otra gente me pedía cosas mientras la señora narraba historias que no llegué a registrar porque me estaba poniendo de un pésimo humor.
Después, apareció uno que me preguntó por la trilogía de la fundación de Asimov, pero me costó entenderle porque en vez de "asimov" decía, "siminov". Este también me agarró de psicoanalista y me contó que él tenía toda la bibliografía de Asimov -o "siminov", para el caso es lo mismo- y también los seis tomos de Dune pero que después pasó una tragedia (sic). El tipo, no me explico por qué, se tuvo que mudar a la casa de su hermana hace unos cuantos años; se llevó todos sus libros y como a ella le parecía que ocupaban demasiado espacio, un día se los quemó. "¿Se los quemó? ¿En serio?", pregunté. "Llegué y había una caja con las cenizas", me respondió el fanático de siminov. Así que me conmoví, pero después se puso denso, preguntándome por mil títulos que no se consiguen ni en un universo paralelo, instándome a que los googleara y rastreara en Mercado Libre, y ya me puso de malhumor.
Entonces, sí, estoy de mal humor. No sólo por haber oficiado de oreja para estos dos sujetos carentes de ubicación, sino porque leí dos veces en lo que va del día el adverbio "altamente". "Altamente" es una aberración del idioma y quiero que todos los que lo usan se den el dedo chiquito del pie contra las patas de la mesa.

domingo, septiembre 11, 2011

Y aunque tenga que levantarme en cinco horas para tomarme una combi rumbo al lejano sur, me desvela la energía del sábado. Me mantengo despierta para no sentir que desperdicié "el finde". Me mantengo despierta revolviendo logs e historiales en busca de una conversación en particular llena de revelaciones; y sí, esto podría ser un eufemismo del desperdicio, pero no, esta vez no. Me mantengo despierta y encuentro lo que buscaba. También me encuentro a mí en un momento de mierda, de mucha tristeza y lo encuentro a él, mi ángel de la garcha desde hace casi una década. Si tuviera que escribir mi educación sentimental, él sería mi maestro, sin dudas.
Me levanto y huelo la tapa del desodorante Dove, porque me hace acordar a él, que siempre tenía olor a jaboncito y el pelo suave a lo Johnson&Johnson. Sigo leyendo logs y me río, me sonrío, me enrosco el pelo y me pongo contenta. Lo retuiteo, lo faveo y le mando un saludo por línea privada, creyendo que no se imagina la huella que imprimió en mi manera de definirme. Pero él sabe.
Nos mandamos besos, abrazos, nos prometemos cosas, rememoramos otras.
Un día voy a agarrar y ponerme a escribir toda nuestra historia como si fuera una novela para veinteañeras calenturientas que leen la cosmo, pero todavía no, no es el momento aún.


A veces me da la sensación de que tipeo más veces "un abrazo" que los abrazos que realmente doy. Pero no importa. Un DM, un emoticón, un post, un mail, también pueden ser gestos de amor. Y yo de amor estoy llena. Llenísima.

sábado, septiembre 10, 2011

Hay semanas tan cargadas de todo que ni tiempo dan para pensar; y cuando hablo de pensar no me refiero al análisis sintáctico de ablativos absolutos en latín sino al entramado de retrospectiva, observación de situaciones actuales y búsqueda de patrones conductuales, que viene siendo mi hobbie de los últimos 23 años más o menos. Al principio esa vorágine me hace sentir bien, productiva; me llena de energía levantarme y saber que tengo el día ocupado con cosas que me van a ser útiles. Hay un placer extraño al acostarme hecha percha y saber que me esperan pocas horas de sueño y un día lleno de actividades -tengo una faceta estoica que emerge cada tanto-, pero se me hace un cortocircuito cuando hay oportunidad de descanso. Como si millones de pequeñas ideas listas para ser desarrolladas hubieran quedado relegadas, latentes, y se amontonaran en algún umbral del inconsciente, preparadas para salir disparadas al menor indicio de tranquilidad.
Estos últimos días fueron agitados, largos, llenos de pequeñas responsabilidades impostergables. No estoy acostumbrada a esto, mi ritmo es otro; el compás me lo suelen marcar mi cabeza y mi deseo, no los turnos de médico de mi abuela, las fechas de entrega, las cursadas hasta entrada la noche o los trámites bancarios; pero, como dije antes, me adapto fácil a las nuevas reglas. El problema apareció ayer a la tarde, ya libre de obligaciones extra. Un tsunami de angustia se me vino encima. Una supernova de tristeza me estalló en el estómago. Todo junto: la soledad, las cuentas pendientes, la soledad, los problemas familiares, los asuntos de guita, la soledad, el escepticismo que me está costando frenar, la soledad, la expectativas académicas y laborales, la soledad. Llegué a mi casa al borde del llanto, con una bolsa con una cerveza negra colgándome del brazo y ganas de meterme en la cama sin cenar. Piqué algo en la cocina mientras trataba de tomar una decisión fundamental, ¿ponerme el pijama, cargar en cuevana una romántica lacrimógena que me hiciera sentir que nunca voy a sentirme capacitada para vivir el romance en todo su esplendor o abrir la cerveza, poner Bikini Kill al mango y ponerle onda a la vida? Como ya estoy re podrida de elegir la primera opción y embolarme, opté por la segunda. Para la una de la mañana los vecinos ya me habían llamado para pedirme que bajara la música (sin darse cuenta de que la música estaba baja, la que gritaba sobre Le Tigre era yo), se me había pasado la tristeza y estaba apenitas alegre de borrachera. A veces me olvido de que no hay mucho truco. La soledad es una constante, sólo tengo reencontrarme con la parte de mí que mejor me cae para no sentirla como un peso sino como algo inherente a la existencia. A veces me olvido de que, en general, yo soy la persona con quien mejor la paso. Y cuando me vuelvo a acordar, me inunda la satisfacción.
Después, me tomé un taxi hasta Villa Urquiza para garchar un rato, porque no hay mejor manera de festejar el reencuentro con la propia esencia que pegarse un buen revolcón con un amante rendidor.
O bien, no hay mejor manera de festejar. Lo que fuere que se festeje.
O bien, no hay mejor.

viernes, septiembre 09, 2011

I wish I could drink like a lady
I can take one or two at the most
Three and I’m under the table
Four and I’m under the host
Dorothy Parker

Si bien ando muy sana y natural, desayunando licuados de frutilla con naranja y esquivándole al alcohol los días de semana, quiero darle la bienvenida a la temporada de aperitivos en la terraza, cervecitas a la salida del profesorado, juntadas con amigos regadas de fernet y, por qué no, veladas calenturientas maridadas con old fashioned y negronis.
Salú.