Once años tenía cuando empecé mi primera terapia y duró hasta un poco después de cumplir los trece. Me tomaba el 64 todos los jueves a la salida de la escuela, me bajaba en el Alto Palermo y caminaba hasta el consultorio, a veces me acompañaba mi mamá, pero trataba de evitar que fuera así, estaba segura de que apoyaba la oreja en la pared para poder escuchar mi sesión. El sillón estaba a la derecha de la puerta y en las paredes había colgados muchos cuadros que yo me quedaba mirando cuando no tenía ganas de reaccionar frente a las cosas que me decía y me hacían doler la llaga.
A esa edad yo no tenía en claro muchas cosas. Por qué no le decía "papá" a mi papá; por qué lloraba tanto y nunca le quería contar a nadie las razones de ese llanto; por qué siempre sentía que no alcanzaba, que toda la atención que me daban nunca era suficiente; por qué tanta soledad. A lo largo de esos dos años que duró el tratamiento fuimos desenmarañando de a poco el misterio del quilombo impenetrable que era mi neurosis en plena pubertad; siempre a través del mismo ritual: yo me tiraba en el sillón, me enroscaba el pelo y lloraba a mares durante veinte minutos, después empezaban el juego de preguntas y respuestas, un poco más de llanto y la promesa de tratar de pensar en todo lo charlado durante los siete días siguientes.
Unas vueltas extrañas del destino hicieron que él decidiera dar por terminada la terapia. Por cuestiones de parentezco casi imposibles de enunciar nos íbamos cruzando en reuniones familiares y mi cara de espanto ante todo eso le hizo tomar la decisión. Claro que nos seguimos encontrando, tuve a su hijo en brazos, compartimos tardes de playa, cuando tenía quince años le conté que quería ser psicóloga y hasta me acuerdo de una vez en la que me dijo que no leyera Paulo Coelho después de verme con El Alquimista en las manos. Se convirtió en un pariente lejanísimo pero mucho más cercano que cualquiera que me viera todos los días. Me gustaba la idea de saber que compartíamos un secreto. Ël me saludaba, me agarraba la cara con las dos manos y me miraba muy fijo. "¿Cómo estás, Celeste?", me preguntaba y yo sabía que realmente le interesaba saber, que podía leerme fácilmente, que me conocía.
Se fue a vivir a Córdoba hace varios años y se perdió el contacto hasta que hace seis meses surgió la posibilidad de vernos una vez al mes. No por motivos terapéuticos o familiares, sino de índole... ¿cómo decirlo sin sonar estúpida?...Espiritual.
Cambié el 64 por el 36 y me bajé en Charcas. Entrar después de quince años al consultorio ese me hizo bajar la presión. El sillón, el ventanal, la biblioteca, todo parecía mucho más chico. Volví a la enroscada de pelo, al llanto exagerado y a los porqués sin respuesta. A papá ya le digo "papá", la soledad aprieta pero no ahoga y sigo sintiendo que no alcanza; ahora los problemas importantes son otros. Desde hace seis meses que el primer jueves de cada mes le toco el timbre y pasamos una hora en esa habitación que fue testigo de mi primer enfrentanmiento con mis monstruos. Él me intima a que deje de pensar y yo le revoleo los ojos y le contesto "sí, claro, qué fácil". Después nos despedimos y me agarra la cara mientras me mira fijo. "Cuidate mucho, linda" y yo le digo que sí, y que muchas gracias.
Chupate esa mandarina, transferencia.
No me sale llamarlo "eso"
Hace 12 años.
7 comentarios:
Me haces acordar cuando estabamos en la carpa del famoso campamento y dormías tocandote el pelo. Te acordás de Romina y la carta del suicidio, oh por dios!
Me alegra mucho que te encuentres con este hombre! Te quiero mucho amiga.
Cena ¿para cuándo?
ANI, desde chiquitita me toco el pelo antes de dormir... imposible dejar el hábito. y claro que me acuerdo de la carta. me acuerdo de eso y de Bar poniendo el cassette de Radiohead una y otra vez. bellos recuerdos.
Cena después del martes que viene, que ya voy a ser una estudiante libre al fin.
sí, definitivamente es por este tipo de posts que sigo tu blog.
fa, qué historia cel.
igual, aunque el texto te lo pedía, no la hiciste triste.
Soria, ah, yo pensé que por mi carisma y encanto.
Criatura, es que no tiene mucho de triste, tal vez las cosas que están alrededor, pero la historia en sí con este hombre es de lo más feliz.
Cualquier persona que te diga que no leas a Paulo Coelho es muy grosa! Beso,
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