Esos veranos en Pinamar fueron todos iguales, desde los 9 hasta los 16. Almuerzo en familia, playa, y a la noche, ayudar a mis tías con su puesto en la feria y dos o tres horas de Wonderboy o PacLand. Bueno, no, siempre iguales no. A los 14 dejé de ir a la playa y a los jueguitos y empecé a leer a un ritmo de 8 o 9 horas por día. A los 16 fui con cinco amigas e hice vida de adolescente con libertad. A los 18 fui en enero exclusivamente para juntar plata; volví en marzo, para comer camarones hasta hartarme y hacer todas las siestas posibles antes de empezar el CBC. Después de eso mi familia dejó de hacer temporada en la costa y se terminaron los veranos en comunidad.
Entonces, en ese verano del 96 yo usaba una malla color lila y me quería pegar un tiro. Odiaba ese nuevo cuerpo, odiaba mis tetas, odiaba mis caderas, los pelos por todos lados, las hormonas, la mirada de los viejos verdes, la angustia inexplicable, las ganas constantes de estar sola. Pero más que nada odiaba haberme metido en el baile de hacer un curso de ingreso que me iba a ocupar un mes entero de vacaciones con la posibilidad de que la institución me rebotara, mandándome a andá a saber qué escuelita, porque mi mamá, tan segura y orgullosa de su primogénita, se negaba a investigar segundas opciones. Un febrero entero levantándome antes de las 7am, eso era lo que me provocaba furia; el resto, lo estoico de rendir exámenes y estudiar como posesa a tan tierna edad, me abultaba el pecho con narcisismo y espíritu guerrero.
Dos días antes de volver a Buenos Aires vino un chico a comprar una camisola. Yo no sé qué pasaba en 1996, pero parece que los pibes de trece años se compraban camisolas de fibrana. Un espanto, pero el chico me pareció tan lindo que no juzgué su elección y se la vendí. Antes de irse me preguntó cómo me llamaba y cuántos años tenía. Después hubo un coqueteo púber y una especie de invitación de su parte a que nos encontráramos por ahí alguna de esas noches. Como siempre fui lerda, me limité a ponerme colorada y no tomar en serio su propuesta. Él se hizo el pistola y dijo que me iba a pasar a buscar al otro día, que no me le iba a escapar. Esa noche fantaseé con besos frente al mar y delaraciones románticas en la fila para subir al samba. El corazoncito romanticón se me estremecía cuando evocaba la imagen del rubio chetito que compraba camisolas horribles de fibrana.
Al día siguiente llegué al puesto a la hora de siempre, con una pizca de rimmel y el pelo suelto. Mi tía me halagó el arrebato de coquetería y me comentó que un chico había preguntado por mí hacía veinte minutos, que le había dicho que iba a volver a pasar al otro día. Mi tía le tuvo que decir que al otro día yo ya estaría en un micro, haciendo problemas de superficie y aprendiéndome los ríos de Argentina, rumbo a un Buenos Aires pegajoso y sacrificado.
Trunco quedó mi amor de verano y ahí comencé a entender cómo funcionaba eso del mal timing.
Mentira, pasaron casi quince años y sigo sin entender.
Extraño, ¿no?. Cómo la mente dispara imágenes a partir de prácticamente cualquier cosa.
Ayer, mientras la profesora de Expresión Oral y Escrita revelaba que el verbo "enredar" es regular mi cabeza se transportó automáticamente a un aula del segundo piso del pelle. Y ahí estaba la profesora de Lengua, que tenía el primer módulo de todas las mañanas del curso de ingreso. Era una viejita de rubio ceniza y brushing cada dos días. Esa mañana en particular estuvo muy soleado y yo me senté en los bancos del medio. La señora iba anotando la conjuganción en el modo indicativo y yo me enrulaba un mechón de pelo que se iba convirtiendo en bucle. Yo enredo, tu enredas, él o ella enreda, decía ella a medida que dibujaba las letras en el pizarrón. Y yo miraba por la ventana, enrulando con desgano, con el corazoncito romanticón reclamándome atención, exigiendo más espacio.
Tal cual ahora.
Tal cual.
No me sale llamarlo "eso"
Hace 12 años.
4 comentarios:
tengo una teoria bien boluda: cuanto más sabes conjugar los verbos, más solo te quedas.
(me encantó el relato recuerdo nostalgia karma)
otro de tus posts que me gusta mucho.
es un placer leertre
Criatura, así de una te digo que sí, que tenés razón; después, si la pienso un poco encuentro argumentos para refutar... pero en el fondo sé que voy a tener que reprimir a la maestra ciruela que vive en mí para que la gente me siga queriendo.
Soria, a vos te gusta cuando me pongo a recordar. qué bueno, porque a mí me gusta recordar.
carlos, gracias =)
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