Un rato después de las 12 empezó la competencia de fuegos artificiales en alguna manzana cercana a casa. Desde la terraza lo pudimos ver casi todo.
Al principio fue sutil. Uno chiquito verde por acá, otro blanco, un poco más grande, por allá. Pero fue pasando el tiempo y el despliegue pirotécnico fue creciendo hasta dejarnos a los seis con la boca abierta.
Ahí, a metros de mis ojos, racimos de luces coloridas. Círculos, cometas, ramos de coronita de novia, palmeras. Y me sentí una niña. Creo que ni siendo una nena me sentí tan maravillada. Probablemente porque de chiquita era mucho más cínica que ahora.
Los ojos abiertos bien grandes y el corazón latiéndome más rápido que lo usal. Una sonrisa dibujándose en la boca y una sensación difícil de poner en palabras. ¿Ilusión? ¿Esperanza?
Todo eso a partir de fuegos de colores. Todo eso y una emoción que no siempre sé cómo manejar.
Como si tuviera que manejarla.
Como si no alcanzara con dejarme atravesar por los colores y ya.
No me sale llamarlo "eso"
Hace 12 años.
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