viernes, julio 24, 2009

En mi cama, después de cerrar algún libro y apagar la luz del velador. En el trayecto Primera Junta - Perú, en algún vagón viejo y medio vacío de la línea A, con luces que van y vienen y ese traqueteo incesante. En un 141 a tope de gente que se amontona y no me deja pasar al fondo. En la cocina de casa, tomando la tercera copa de vino, mientras espero que se termine de preparar la comida. En el puf, sentada, pasando las hojas de un libro sin prestar demasiada atención, con el gato en el regazo y la cabeza en las nubes. En mis sueños, de vez en cuando, haciendo que la línea con la vigilia sea atravesada con una sonrisa.
Me agarra así, repentinamente, cuando no lo espero. Me toma por sorpresa. Me invade y yo no opongo resistencias.

Me gusta. Que se haga el difícil, que ponga excusas, que histeriquee. Que me haga buscar mil maneras de encontrarle el punto débil. Que se convierta en la figura estelar de mis fantasías. Que se deje perseguir y que al mismo tiempo me haga sentir perseguida. Que lea esto y se le dibuje una media sonrisa al saber que es de él de quien hablo.

No hay ansiedad, el deseo se recicla en mil escenas. Lo pienso y, ay... cuántas sensaciones.

Como un postre sobre la mesada de la cocina. Sé que me lo voy a comer con las manos, que me voy a chupar los dedos antes de terminar. Que no voy a dejar nada de nada.

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