martes, julio 14, 2009

Hoy venía caminando por Charcas y pensaba que capaz el problema es que siempre ubico a las personas en lugares que no les corresponden, que les quedan demasiado grandes. A continuación, pasé a tener una conversación imaginaria con Mr. Blonde.
Es necesario confesar que me la paso teniendo conversaciones imaginarias con absolutamente todo el mundo. Con mi madre, mi hermana, mis amigas, un chico lindo que vi desde el colectivo, la cajera del supermercado que tiene unas cejas increíbles, los vecinos que le pegan a los hijos, chicos con los que estuve alguna vez, chicos con los que estoy, chicos con los que me gustaría estar. Y no, en general no me luzco demasiado en esas fantasías charladas, la cosa viene más por el lado del otro sorprendiéndome y yo tratando de tener una contestación decente.
Entonces, como dije, iba yo por Charcas teniendo una conversación imaginaria con Mr. Blonde, en la que le decía que nosotros nunca deberíamos haber tenido sexo, que deberíamos haber sido solamente amigos; amigos que cogen un par de veces por año cuando están muy borrachos, ponele, pero no más que eso. Él me decía algo así como que si querìa hacerle saber que no me había gustado coger con él, podría haber sido más sutil, y yo lo trataba de tontito y le decía que no, que el problema no había sido ese, sino que habría sido genial quedarnos con la afinidad intelectual y la contención emocional, que de haber sido así, seguiríamos estando el uno para el otro, que a veces me daba la sensación de que la única persona que alguna vez me entendió había sido él. También le decía que aunque no lo extrañaba más, a veces me daba pena la forma en la que se habían terminado las cosas.
Todas ese diálogo iba teniendo en la cabeza cuando tuve que doblar en Jerónimo Salguero y ponerme en librería mode. Como iba mirando para abajo, completamente distraída, me choqué con un muchacho. Durante dos segundos pensé que era él, los colores de la ropa que llevaba, el color de piel, el color de pelo, la altura, todo encajaba más o menos. Y durante dos segundos sentí un alivio enorme, porque le iba a poder decir todas las cosas que le estaba diciendo a su otro yo que vive en mi cabeza, cosas que de otro modo nunca le diría. Pero no era él, el tipo ni siquiera era parecido.
Para cuando me quise dar cuenta, ya estaba en la puerta de la librería. Así que abrí, saludé a mi jefe y me tragué la angustia como si fuera una pastilla.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Rumbo a la psicosis.

Cel dijo...

anónimo: puede ser, quién sabe.