lunes, junio 20, 2011

No me gusta el contacto físico con la gente extraña. No hablo de estar apretada en el bondi, eso no le gusta a nadie. Más bien me refiero a todo el despliegue de camaradería que se suele tener con personas con las que uno no comparte más que circunstancias espacio-temporales. Hablo de besos en la mejilla, palmadas en la espalda e incluso abrazos. Hablo de compañeros de trabajo, de facultad, clientes y personas que me encuentro por la calle que alguna vez formaron parte efímera de mi vida.
Cuando hacía vida de oficina y trabajaba con un equipo de cerca de quince personas, sufría mientras subía en el ascensor al saber que se acercaba el momento de saludarlos A TODOS con un beso en la mejilla. Era una locura. Todos los días. Un beso en la mejilla. Al llegar y al irse. A todos. Todos los días. O pienso en mi primer año en el profesorado; no saludé a nadie -salvo a La Secretaria y a Amarula, obvio- hasta noviembre más o menos, porque si bien soy bastante tímida y estoy segura de que la gente nunca registra mi presencia, también está esta cosa de negarme a andar besuqueando a la gente, entonces quedo como una antipática, amarga, misántropa, Daria, lalala lalá.
El saludo con beso en mejilla por compromiso me parece una invasión al espacio privado. Un avasallamiento a la intimidad. Un atrevimiento innecesario. Una regla de urbanidad inútil. Un horror. Y ni hablar de cuando me cruzo con esa gente que ni me conoce pero me abraza. O sea, ME ABRAZA. Digo, para mí, el abrazo es una muestra de cariño sincera que valoro mucho cuando viene de alguien cercano, o que brindo cuando me puede la ternura; pero que venga fulana o mengano a rodearme con sus brazos es algo que me crispa los nervios.
De más está decir que la gente esa que va a los parques, con sus carteles de "abrazos gratis" me parecen directamente macabros. No te acepto un abrazo de un desconocido ni que me paguen. Y me pasó algo terrible respecto a esto hace muy poco. Había un pibe que me gustaba mucho desde hacía un tiempo. Alguna vez terminamos los dos en un sillón, hablando muy de cerca, con su manaza masajeándome el cuello; alguna otra vez hablamos durante horas sobre libros y astrología; y aunque nunca haya pasado nada, siempre tuve la certeza de que sólo era cuestión de tiempo. Hasta que. Hasta que un día abrí mi facebook y ahí estaba él, el grandote que me re cabía, etiquetado en un album que se llamaba "abrazos gratis"; ahí estaba, con una sonrisa y abrazando gente desconocida en Plaza Francia; ahí estaba mi deseo, siendo chupado por un agujero negro para nunca jamás volver. Y todos dirán, "pero, nena, ¿qué problema tenés?" o "salí de la pose"; pero yo les digo que me tienen las pelotas llenas con la sobrevaloración de la sociabilidad y el contacto físico. Mirá si voy a dejar que alguien que no me conoce me toque. ¿Qué bienestar me puede generar pegotearme con un extraño?


Ah, me olvidaba, todo esto no aplica cuando se trata de ancianitos o infantes. Ahí sí, soy una más del montón.

5 comentarios:

Lucercita dijo...

Me identifique ya que ODIO saludar a la gente de mi oficina de beso.

Vamos... ni si quiera me siento cómoda dando apretones de manos, y he sentido que decir "Buenas tardes" a veces está de mas.

Cel dijo...

Lucercita, eso! ¿para qué TANTO saludo?

Anónimo dijo...

a qué edad se empieza a ser ancianito para vos?

Viejo Verde

Carlos Lucero dijo...

claro
el dulce de leche, que nos recuerda nuestra más tierna infancia....

Cel dijo...

Viejo Verde, ancianito es que el que puede ser mi abuelo.

Allá, no entendí lo del dulce de leche...