viernes, diciembre 16, 2011

Hace un tiempo hablaba con un flaco de todo el tema este de estar en pareja o quedarse solo o resignarse a estar con alguien a pesar de no querer armar proyectos en común. Es probable que yo le haya comentado de la desesperación que me ataca a la altura del cuello cuando intento imaginar la misma cara todos los días del otro lado de la cama y él me contó alguna cosa de su última relación que no termina de venir al caso. También dijo que quizás todos nos hacemos mucho la cabeza con el asunto de la soledad, pero que si hiciéramos la cuenta de cuánto tiempo real nos consume sufrir por no tener a nadie al lado, sería muchísimo menos de lo que imaginamos. Le di la razón.

Hace un par de domingos una prima lejana fue a visitar a mi abuela. Habían pasado como diez años desde la última vez que nos habíamos visto. La vi cambiadísima. Más linda, más extrovertida, más luminosa. Mientras le servía una porción de pizza, me preguntó si estaba sola. Podría haberme puesto en mi rol de cancherita y haber contestado: 1."Siempre estamos solos, no importa a quién tengamos al lado" o bien, 2."Nunca estoy sola, siempre tengo gente a quien quiero alrededor"; pero decidí limitarme a lo ella realmente me quería preguntar: si estaba de novia. Le contesté que no. Después de eso, me contó que ella se había separado hacía muy poco, que su ex marido la trataba muy mal y que al dejarlo se había dado cuenta de toda la libertad que tenía a su disposición y que hasta ese momento había elegido ignorar. También me dijo que hacía bien, que para qué embarcarse en el proyecto de armar una familia siendo tan joven y todas esas cosas. Le di la razón.

Hace un par de meses en análisis conté un sueño. Se me fue toda la hora hablando de mi incapacidad para sentir un contacto real con el prójimo. Lloré mucho y la analista me hizo pasear por un montón de pedazos de mi vida que en general satirizo, pero que en ese ámbito dieron lugar a la angustia. Justo antes de su clásico "bueno, podemos cortar acá", me dijo algo que me dejó casi temblando. Que, en algún punto, yo me había quedado chiquita en lo que a afectos correspondía. Le di la razón.


Yo no sé bien por qué me pasa esto que me pasa. A veces pienso que tal vez exijo demasiado del mundo emocional y que por eso es imposible llegar al nivel de mis expectativas. Otras veces se me ocurre que soy súper normal, funcional y adaptada y que, en realidad, mi percepción tergiversa los hechos para no aburrirme tanto. Lo que sí sé es que guardo una intensidad que me desborda cuando la dejo salir a la luz. Me quema sentir al otro, me desarma exponerme de ese modo; me pongo eufórica, pierdo la compostura.
No sé cómo se hace para que algo supuestamente normal no me revolee contra la pared de mis defensas.

6 comentarios:

Guillermo Altayrac dijo...

Bueno, Sol en Escorpio. ¿Dónde tenías a Neptuno?

Abrazo.

Cel dijo...

Guillermo, a Neptuno lo tengo en Sagitario, en 10. acá el temita es la Luna en Acuario, el Sol ese y el Asc. en Piscis; te juro, mi cabeza es un ring y todos los días se arma bondi.

Lacrymology dijo...

Así sin conocerte me animo a preguntarte.. qué tanto darle la razón al otro? no será una forma de no involucrarte en la relación?

Perdón por el facilismo.

Cel dijo...

Lacrymology, di la razón porque tuvieron razón, pero es lo que va más allá de la razón lo que a mí me afecta.

Guillermo Altayrac dijo...

Claro, el ascendente en Piscis.

Abrazo grande, Cel.

Eu dijo...

Creo que iba a hacer algún comentario semi pertinente, pero nada.
Me gustó mucho este post, creo que a muchos nos pasa lo mismo. Por ahí no porque algo sea «supuestamente normal» deja de costarnos...
Feliz año!