viernes, mayo 15, 2009

Ayer venía para casa en el 36 y el libro que estoy leyendo, uno de Amis, decía algo acerca de los hombres que lloran a la noche, cuando nadie los está viendo. Entonces me puse a pensar en estos últimos tiempos, en mi incapacidad de llanto, en la histeria que se me atraviesa y no me deja hacer nada salvo tener náuseas.
Me bajé del colectivo con un nudo en el estómago y cara de Pantriste, caminé un par de cuadras hasta un supermercado y terminé lo que me quedaba del camino a casa. Cuando llegué a la puerta, mi llave no andaba. Ese era un momento justo para llorar. Yo, a las 9 de la noche, en la puerta de mi casa, llamando a Nat para ver si estaba adentro, cagándome de frío, cagándome de hambre y con una llave que no anda en la mano. Pero no pude, no me salió. Después de infinitos llamados, Nat me dijo que estaba en la ducha, que por eso no me había atendido.
La idea era llegar a mi cuarto, olvidarme de la cena, meterme debajo de las colchas y dormir hasta hoy al mediodía. Porque la tristeza estaba (está) y a veces me regocijo en ella, y me quedo hasta las 4 de la mañana hablándole a las paredes, contándoles lo mal que me trata la vida; pero eso cuando puedo llorar, cuando me ahogo y me sofoco, y vomito, y bajo al baño a lavarme la cara y a espantarme cuando me veo la cara destruida en el espejo, ahí hay un goce, de lo más masoquista, pero goce al fin. Si no hay llanto, no vale la pena todo el trámite.
Como tenía un paquete de espinaca que se iba a pudrir en la heladera, tenía más ganas de comer que de dormir y Nat estaba comiendo en la cocina, me puse a hacer canelones. Para el momento en el que metía el relleno en el panqueque, ya estaba en un estado de ira profunda.
Lo que es la palabra, eh. Durante semanas no hablo de nada relevante con nadie y así pasa todo, sin dejar marcas, sin poder registrar nada, pero a alguien se le ocurre preguntar “¿cómo estás?” (con verdadera intención de saber cómo estoy, estoy podrida de tratar de responder sinceramente a la pregunta y ver la mueca de desinterés del otro) y las palabras salen, y el tono de voz sube, y le apunto con el cuchillo con el que corto el ajo a la nada y me empiezo a sentir un poco viva, que no es poco.
Los canelones estaban demasiado buenos. Debo haber liberado endorfinas o algo así, porque me dormí tranquila, tuve sueños felices, y me desperté de relativo buen humor.
Por algún motivo me puse a escribir esto, y de vuelta el nudo en la boca del estómago, y de vuelta la desilusión, la frustración, la ansiedad descontrolada y sin canal a la vista.
Escucho desde lejos, dentro de mi cabeza, el sonido de una alarma.

2 comentarios:

nadie dijo...

triste, triste, es la espinaca

si empezamos por ahí, vamos a estar mucho mejor. Papas fritas con huevo... por más bueno que esté después el canelón, la digestión te retrotrae en dos segundos a ese nivel de angustia

clavate una milanga a caballo, santo remedio..

Si freud hubiese vivido en argentina, qué complejo de edipo ni ocho cuartos, ...falla en las cenas familiares..."mucha espinaca y déficit de carbohidrátos"

Cel dijo...

Tacho: Ay... no entendiste nada. Esos canelones eran una porción de paraíso, si hubieses estado ahí para probarlos, me habrías dado la razón. La espinaca es lo de menos, los que valen son el queso y la crema, corazón.