La idea original era tomar unos vinos en lo de Lau con Ani. Nada más. Cuatro horas más tarde, éramos nosotras tres y cuatro más, las mismas de la época del secundario, pero en vez de la paja neurótica con el profesor de historia, hablamos de esas cosas de grandes, mudanzas, parejas, impuestos, carreras y familia.
Después de varias cervezas los ánimos se exaltaron y decidimos llevar la velada a algún lugar más festivo, en este caso, el antro del Abasto, ese en el que se hacen fiestas los lunes, pasan música cachengue y está lleno de jipis. Y como ya me siento como en casa después de tantos lunes bailando y tantos martes prometiéndome que nunca más alcohol los días de semana, iba yo saludando a varias gentes, repartiendo abrazos y preguntando si alguien conocía a algún potencial cohabitante porque Nat se nos va a vivir con su novio. Encantadoramente simpática me paseaba entre la barra y la pista de baile, charlando con los mexicanos, abrazando a mis amigas, saludando más gente que llegaba, pasándola maravillosamente bien.
Y de repente, estaba hablando con este hombre, este sujeto de mirada cálida y esa buena onda que tienen los jipis que te compra. Por algún motivo que ya no recuerdo le decía "¿de dónde saliste vos? explicame de dónde saliste" mientras él se reía y me preguntaba lo mismo a mí. Y de repente de vuelta, nos estábamos dando un beso, y eso que a mí no me gusta andar besuqueándome en lugares a los que voy tan asiduamente, así de mucho me caía bien el muchacho este.
En un arranque de masculinidad, fui, agarré al tipo de la mano, le dije "nos vamos" y a los 5 minutos, después de haber discutido sobre si en-tu-casa-o-en-la-mía, estábamos en un taxi. Destino, Caballito.
Después, después no importa, bah, salvo que lo miraba y pensaba que qué loco, cómo se ha definido mi tipo de hombre en estos últimos meses. Y el flaco era exactamente mi tipo, la barba rojiza, el pelo medio largo, la contextura contundente, los ojos grandes.
A las 7:17 am, me acuerdo de la pantallita del celular y mi confusión por el hecho de que un extraño me estuviera despertando cuando afuera era noche cerrada, me pidió que le fuera a abrir. Manoteé un jogging, un cangurito y las pantuflas; antes de abrir la puerta del cuarto me quedé parada, renuente a salir a la intemperie, a la lluvia imparable. No sé qué habrá interpretado, porque me abrazó, y no con cualquier abrazo, un abrazo de verdad, de los que contienen. Me quedé un ratito con la cabeza apoyada en su pecho y le pregunté qué hacía de su vida que tenía que irse de la cama tan temprano. Cuando me terminó de contestar, ya estaba abriendo la puerta, agarrando las llaves de la puerta de calle.
Lo miré detenidamente una vez antes de que se fuera. Qué lindo chico.
Así sí da gusto tener sexo casual.