miércoles, septiembre 29, 2010

Cuando lo cotidiano me agobia, cuando las personas cercanas me presionan y juzgan, cuando surgen emociones que no sé controlar, me voy de vacaciones a un lugar que puede ser tan maravilloso como nefasto: mi cabeza.
Es un viaje con escalas, eso sí. No es que de repente, pumba, estoy metida para adentro. De hecho, a veces quedo a medio camino porque me necesitan en el mundo real y no me queda otra más que volver.
A continuación un breve recorrido por el tour que me hago cada dos o tres años.

1. Iniciando la travesía
Se despierta el interés por material de lectura que no estimule la imaginación sino que la organice. Por ejemplo, abandono las novelas para agarrar los libros de física que leo una y otra vez porque no hay manera de meterme la información en la bocha.

2. Mirando por la ventanilla del micro
Empieza a producirse el desprendimiento de la realidad per se. Esto es, comienzo a verlo todo desde una especie de afuera imaginario. Como si estuviera en un zoológico, miro al resto de la gente como si perteneciera a una especie diferente de la mía.

3. Uh, cagamos, se rompió no sé qué pendorcho, nos tenemos que quedar esperando el respueto en la ruta
El conflicto se presenta en forma de angustia inexplicable e insoportable. El mal humor se hace constante, lloro a escondidas y hago una retrospectiva de mi vida amorosa para convencerme de que no estoy hecha para relacionarme con el resto de los seres humanos.

4. El viajar es un placer
Se estabilizan los ànimos y me entrego al vicio, absolutamente convencida de que la única satisfacción posible es la que se obtiene a través de los sentidos. Me hundo en una nebulosa de scotch, sexo sin sentido, drogas blandas y delicias de oriente.

5. Houston...
Los seres queridos notan la distancia y la frialdad y arman la campaña del "¿y vos cómo estás?". Mientras mi entorno cuchichea a mis espaldas acerca de mi cambio de conducta, yo me encargo de repetir el mantra "me chupan todos un huevo, no necesito a nadie".

6. Un paisaje inquietante
Todo lo que no responde a la lógica deja de tener sentido y valor. Me encierro en mi casa y nadie me ve el pelo. Mientras disfruto de la soledad, aspiro a una vida sin ataduras sentimentales de ningún tipo. La autosuficiencia se eleva como la cualidad más atractiva y la única pregunta que le hago al universo es ¿qué sentido tiene acercarse a la gente?

7. No quiero volver nunca más
Se niega todo atisbo de emoción. Las relaciones interpersonales se limitan a conversaciones superficiales y sexo con desconocidos de los que no quiero saber ni el nombre. Todo lo que sucede, sucede en mi cabeza. No necesito nada del afuera. Me manejo con aparente soltura en la esfera de lo cotidiano, escondiendo el terrible secreto: estoy absolutamente ausente.


Hace unos días me subí al micro, los estoy mirando a todos desde la ventanilla.
Me quiero bajar. YA.

lunes, septiembre 27, 2010

No viene al caso cuál es la serie o los actores, la cosa es que la mina, muy linda ella, le dice al tipo con el que vino saliento durante el último tiempo que podrían haber sido una pareja maravillosa pero que no, tal vez en otra vida. Ella vuelve al flaco anterior, que la tuvo como amante durante cinco años y acaba de dejar a la esposa. Él es cínico y le tira un par de verdades un poco crueles. Se miran. Están en la cocina del departamento de él; es de mañana y el sol entra de manera exquisita. Se miran con mucho cariño y una pizca de resignación. Se besan y el la agarra del culo para sentarla en la mesada. Funde a negro y después se lo ve al tipo, sentado en el piso, solo. El sol sigue colándose por la ventana y baña todo de un color maíz de lo más acogedor.

La punzada. Horrible y al mismo tiempo inexplicable. Sin entender por qué, la angustia me fue cortando la respiración. ¿Existe lo contrario de la nostalgia? ¿El "todo tiempo pasado fue peor" y "Aquellos años infelices" vueltos sensación?

Yo sabía que cada vez que él se iba era porque pensaba que iba a encontrar algo mejor, más satisfactorio. No importaba cuánto lo adornara, cuánto quisiera protegerme de su propia crueldad y egoísmo; yo sabía y aceptaba resignada, intuyendo que ahí no se terminaba, que ya iba a volver convencido de que yo era la intemperie más segura. Cuando salía a la calle a parar un taxi lloraba de impotencia, porque no podía lograr ser suficiente para él. Ahora lloro por haberme permitido creer que quizás nunca voy a tener la capacidad de ser suficiente, sentirme en deuda y desventaja ante cada gesto cálido que recibo; por haber dejado que esa idea se fundiera con la imagen que tengo de mí.
Rota.

viernes, septiembre 24, 2010

Después de tantos años este asunto del blog dejó de tener un poco de sentido. Porque ¿para qué un blog? En serio, honestamente: ¿para qué? Y esta es una pregunta que me hago a mí, cada uno tendrá sus motivos. Con sinceridad me respondo. Pero me respondo en silencio, no es algo que tenga ganas de andar publicando. Aunque sí confieso que hasta hace un tiempo cada vez que me hice esa pregunta la respuesta tuvo un poco que ver con levantar tipos y otro poco con recibir aprobación ajena, pero, bueno, esos son simplemente los titulares. La realidad, más allá de ciertas motivaciones que ya perdieron vigencia, es que cada día que pasa me veo más limitada. A esta altura del partido, ¿para quién escribo?, ¿por qué este formato?, ¿aporta?
Ya no escribo para mí ni para un otro, me limito a encriptar y esconder. O, lo que es más común, tomar una pequeñísima parte de la cotidianeidad y adornarla, llenarla de merengue y puntilla; eso no está mal, me divierte, pero no es lo que quiero. Lo que yo quiero es soltar amarras y contarle a quien quiera leer que estoy maravillada con ciertos aspectos de la vida; que estos últimos seis o siete meses me zarandearon tanto que ahora me siento un poco mareada, pero feliz, muy feliz; que aunque la satisfacción vaya colándose por los tajos que ha ido abriendo la neurosis, tengo que seguir en mi lucha activa contra la supremacía del ego, porque se me revira y a la primera que le saco el ojo de encima, me arma quilombo. Quiero escribir sobre reencuentros que me sanan y me hacen brillar la mirada de un modo distinto; y sobre situaciones turbias que sacan lo peor de mí: la manipulación, los celos y las ganas de hacer reventar a todos con sólo abrir la boca y decir un par de cosas.

Elijo, muy a conciencia, callarme. Elijo seguir adornando lo nimio en pos de esconder lo importante. Elijo, con premeditación y tranquilidad, porque sé que se viene la revolución. La siento venir. Si apoyo la oreja en el suelo, siento cómo retumba mi cabeza.
De brazos abiertos la espero.

miércoles, septiembre 22, 2010

Cuenta mi madre que la hora de la comida era un suplicio. Yo no quería comer nada que no fueran caramelos o queso de rallar. Nada, eh. Nada de nada. Tengo un vago recuerdo incluso: un plato lleno de algo -probablemente carne, siempre hubo mucha carne en casa-, la expresión severa de mi mamá y un puñado de caramelos masticables en la punta de la mesa. Parece que ya de chiquita negociaba. Tres bocados decentes por cada caramelo. También cuenta que la mayoría de las veces terminaba armando berrinches tremendos que me dejaban los ojos hinchados de tanto llorar y la boca toda pegoteada de sugus de menta, que eran mis preferidos.
El romance con el queso sardo era otro asunto de preocupación, porque a la primera de cambio me lo afanaba de donde fuera que lo hubieran escondido y era capaz de zamparme medio kilo. Dejaba la cáscara negra tirada por el patio y mi abuela me perseguía para retarme, aunque la escena siempre terminara conmigo abrazándole una pierna y diciéndole "abuelita, te quiero mucho" y ella haciéndose la dura sin impartir castigo.

Lo terrible de que una nena de cuatro años sólo coma caramelos y queso es que eventualmente esto tiene repercusión en su peso. Dos kilos por debajo del ideal. A los cuatro años, dos kilos es un montón. Ahí mi mamá se empezó a preocupar. Tenía a su cargo a una nenita caprichosísima que no hacía absolutamente nada que no quisiera hacer, flaquita, ojerosa y absolutamente negada a la comida. Fue entonces que empezó el tour por todos los médicos y curanderos disponibles. Tengo decenas de recuerdos de salas de espera, viajes larguísimos en colectivo y señoras parecidas al Jorobado de Notre Dame que tiraban el cuerito. Finalmente, apareció el homeópata milagroso y no paré de comer durante los siguientes 23 años.

Mañana, en la casa del muchacho este, voy a cocinar canelones. Porque me salen ricos, porque hace un par de semanas que tengo ganas y porque hay que aprovechar antes del calor. Por todo eso y porque, como cuando tenía 4 años, si tengo ganas de algo, no puedo permitirme no hacerlo.

lunes, septiembre 20, 2010

Tengo una especie de bloqueo culinario. Es algo terrible.
Resulta que tengo muchas muchas ganas de cocinar para un hombre, pero no se me ocurre qué. Esto pasa porque mi fuerte son los platos invernales, apenas empieza a ponerse primaveral, cagué, no se me cae ni una idea Y no, no voy a hacer cualquier cosa. Primero, porque incluso cuando cocino para mí sola me seduzco con despliegues culinarios innecesarios pero absolutamente gratificantes. Segundo, porque siento que debo retribuirle a este muchacho todas las atenciones que tiene conmigo.

Entonces, vos, lector o lectora de It's my party and I cry if I want to (¿no te empieza a sonar la cancioncita en la cabeza? Porque a mí sí), copate, ayudá a esta humilde servidora que quiere agasajar a un señor de lo más apuesto, sensible, perceptivo y extremadamente observador.
¿Qué le cocino?
Hay gente que cuando se pone de moda algo lo rechaza por el simple hecho de que todo el mundo lo pondera. Hay gente que se suma a las tendencias sin ningún tipo de pudor. Hay gente que se jacta de haber sido pionera y su frase de cabecera es "cuando nadie sabía siquiera que x-cosa existía yo ya..."
Y hay gente que, dependiendo del caso, es de una clase u otra. Como yo.
Por eso odio los cupcakes de manera irracional sólo porque asocio el frosting de las tortitas estas con treintañeras al pedo con ilusiones de armar su propio emprendimiento y que después terminan haciendo el catering en los cumpleaños de sus sobrinos y nada más.
Por eso ayer me deleité con 7 capitulos al hilo de Mad Men. Una maravilla. Primero, y porque soy muy pajera, el protagonista. Segundo, la dirección de arte. Tercero, me parece un poco una maravilla y otro poco muy terrible que haya existido una época en la que la gente fumara en cualquier espacio público y chupara whisky o vodka en horario laboral. Cuarto, el guión; hacía bastante que una historia no me llevaba de la mano tan plácidamente.
También puedo ser de esas que dicen "yo ya usaba twitter en el 2007", pero en general me callo porque no me gusta pecar de pelotuda.

sábado, septiembre 18, 2010

Me duele una muela. El dolor va trepándome la cabeza. El oído, la sien, el lado derecho de la frente. Tengo la cabeza tomada por un dolor horrible y por la duda. No puedo convivir con la duda, ni con el dolor de muela.
Cuando salga de acá me voy para la guardia. En un par de horas, no más dolor.
Lo de la duda se lo encomiendo al cosmos.

miércoles, septiembre 15, 2010

¿Saben qué hace la librera mientras todos los lectores de palermo atacan las librerías de los shoppings? Bueno, quizás no están en Cúspide chusmeando los libros de arte carísimos, como hice yo ayer antes de entrar al cine; tal vez algunos estén tomando sol en alguna plaza o paseando con su perro, no lo sé ni me interesa. La cosa es que hace tres horas que mi jefe se fue por ahí y yo me quedé acá, pintándome las uñas de azul marino ("como la malparida" dijo mi madre hace un tiempo; ahí, en ese preciso instante, descubrió que su hija tiene mucho más talento que la nieta de Mirtha Legrand para poner cara de malparida), y preparando el serum reparador para las puntas resecas.
El serum, además de ser un nominativo de la segunda declinación, es un aceitito que me pongo en las yemas de los dedos y embadurno en el pelo porque el señor con el que me voy a ir a revolcar en un rato me dijo hace un tiempo que tengo lindo pelo pero "no te lo cuidás". Y si bien una parte de mi ego todavía se incomoda ante el recuerdo del comentario, no puedo más que coincidir. Digo, sí me lo cuido -y el que no me crea, que venga a ver el estante que me tocó en el organizador del baño-, pero tengo que bancarme las consecuencias de haber oscilado entre los caobas y el casi-negro durante unos años.
¿Qué hago hablando de pelo?

Mejor hablo de libros.
Ayer descubrí a Mario Levrero y fue amor a primera vista. Digo, recién voy por la página 40 y ya hay asesinatos de lo más violentos, un jefe de policía enterrado vivo y un monje zen de incógnito; todo envuelto en una nube de absurdo y reminiscencias de peli de los 50's.

Llegó mi jefe. Seguiría escribiendo, pero tengo que discutir sobre la militancia de los adolescentes y la mejor pizza de Buenos Aires.

martes, septiembre 14, 2010

No sé para qué me metí en un cine a ver una comedia romántica si ya no tengo problemas para llorar. El trato conmigo misma era ese en su momento, como no había manera de llorar por motivos reales, una vez al mes elegía el chick flick de turno, sacaba entrada, compraba pochoclos y me sentaba en alguno de los laterales para poder moquear a mis anchas sin que nadie me tuviera que escuchar. Fui Renee, Julia, Kate, Cameron, Meg, Sarah Jessica y Drew. Fui todas y después de salir de la sala, con los ojos un poco hinchados, siempre me sentí aliviada; infeliz pero aliviada.
No sé para qué me metí en un cine a ver una comedia romántica si ya no tengo problemas para llorar. Será que Drew siempre me tienta y necesitaba el ritual de tarde a solas conmigo misma, escondiéndome detrás de unos lentes enormes que me hacen ver todo color sepia. La sala estaba vacía -salvo una parejita justo detrás de mí- y no me pude terminar los pochoclos. Desprecié el flequillo de Justin Long y también desprecié esta costumbre puta que tengo de quererlo todo pero no poder hacerme cargo de nada.

viernes, septiembre 10, 2010

Tengo planeadísima la primavera.

Martini bianco con ginger ale y Mondo Cane de fondo.
Smoothies.
Llegada de Saturno Schrödinger a la casa. Un gatito negro con ojos fosforescentes y caracter de mierda.
Campari con naranja en la hamaca paraguaya mientras atardece.
Pescado a la parrilla y terraza.
Remitirme a los hechos, solo a los hechos.
Fernet, coca y amigas.
Vacío, mollejas y chinchulines; verduras asadas para Dedé que no come carne.
Respetar las ganas. Primero las ganas.
Inducir a Dedé a que abandone el vegetarianismo. Estamos hablando de una vegetariana que habla de cordero al horno y se le ilumina la mirada.
Continuar con este proceso de aceptación del ascendente en Piscis.
Paseos de domingo.
Comprender, asumir, incorporarlo de una vez: el único refugio es la ausencia de refugio.

jueves, septiembre 09, 2010

Esos veranos en Pinamar fueron todos iguales, desde los 9 hasta los 16. Almuerzo en familia, playa, y a la noche, ayudar a mis tías con su puesto en la feria y dos o tres horas de Wonderboy o PacLand. Bueno, no, siempre iguales no. A los 14 dejé de ir a la playa y a los jueguitos y empecé a leer a un ritmo de 8 o 9 horas por día. A los 16 fui con cinco amigas e hice vida de adolescente con libertad. A los 18 fui en enero exclusivamente para juntar plata; volví en marzo, para comer camarones hasta hartarme y hacer todas las siestas posibles antes de empezar el CBC. Después de eso mi familia dejó de hacer temporada en la costa y se terminaron los veranos en comunidad.
Entonces, en ese verano del 96 yo usaba una malla color lila y me quería pegar un tiro. Odiaba ese nuevo cuerpo, odiaba mis tetas, odiaba mis caderas, los pelos por todos lados, las hormonas, la mirada de los viejos verdes, la angustia inexplicable, las ganas constantes de estar sola. Pero más que nada odiaba haberme metido en el baile de hacer un curso de ingreso que me iba a ocupar un mes entero de vacaciones con la posibilidad de que la institución me rebotara, mandándome a andá a saber qué escuelita, porque mi mamá, tan segura y orgullosa de su primogénita, se negaba a investigar segundas opciones. Un febrero entero levantándome antes de las 7am, eso era lo que me provocaba furia; el resto, lo estoico de rendir exámenes y estudiar como posesa a tan tierna edad, me abultaba el pecho con narcisismo y espíritu guerrero.
Dos días antes de volver a Buenos Aires vino un chico a comprar una camisola. Yo no sé qué pasaba en 1996, pero parece que los pibes de trece años se compraban camisolas de fibrana. Un espanto, pero el chico me pareció tan lindo que no juzgué su elección y se la vendí. Antes de irse me preguntó cómo me llamaba y cuántos años tenía. Después hubo un coqueteo púber y una especie de invitación de su parte a que nos encontráramos por ahí alguna de esas noches. Como siempre fui lerda, me limité a ponerme colorada y no tomar en serio su propuesta. Él se hizo el pistola y dijo que me iba a pasar a buscar al otro día, que no me le iba a escapar. Esa noche fantaseé con besos frente al mar y delaraciones románticas en la fila para subir al samba. El corazoncito romanticón se me estremecía cuando evocaba la imagen del rubio chetito que compraba camisolas horribles de fibrana.
Al día siguiente llegué al puesto a la hora de siempre, con una pizca de rimmel y el pelo suelto. Mi tía me halagó el arrebato de coquetería y me comentó que un chico había preguntado por mí hacía veinte minutos, que le había dicho que iba a volver a pasar al otro día. Mi tía le tuvo que decir que al otro día yo ya estaría en un micro, haciendo problemas de superficie y aprendiéndome los ríos de Argentina, rumbo a un Buenos Aires pegajoso y sacrificado.
Trunco quedó mi amor de verano y ahí comencé a entender cómo funcionaba eso del mal timing.
Mentira, pasaron casi quince años y sigo sin entender.


Extraño, ¿no?. Cómo la mente dispara imágenes a partir de prácticamente cualquier cosa.
Ayer, mientras la profesora de Expresión Oral y Escrita revelaba que el verbo "enredar" es regular mi cabeza se transportó automáticamente a un aula del segundo piso del pelle. Y ahí estaba la profesora de Lengua, que tenía el primer módulo de todas las mañanas del curso de ingreso. Era una viejita de rubio ceniza y brushing cada dos días. Esa mañana en particular estuvo muy soleado y yo me senté en los bancos del medio. La señora iba anotando la conjuganción en el modo indicativo y yo me enrulaba un mechón de pelo que se iba convirtiendo en bucle. Yo enredo, tu enredas, él o ella enreda, decía ella a medida que dibujaba las letras en el pizarrón. Y yo miraba por la ventana, enrulando con desgano, con el corazoncito romanticón reclamándome atención, exigiendo más espacio.
Tal cual ahora.
Tal cual.

lunes, septiembre 06, 2010

Ah, pero se largó la primavera con todo, eh.
El chico del videoclub de enfrente puso cuarteto a todo volumen y me tapa con Ro-ro-ro-rodrigo la música clásica que me obliga a poner el patrón todos los días. Todo bien con la música clásica, incluso con la ópera, cada vez me copa más; el problema es los sábados al mediodía, hay un programa de zarzuela y ópera española que me taladra el cráneo. Sigue Rodrigo y a mí se me mueve el piecito involuntariamente.
Surge desde un lugar desconocido un deseo genuino de alimentarme sanamente y hacer dieta. No sólo porque la ropa de la primavera pasada me queda un cacho ajustada sino porque septiembre me suele pegar así, sano. Debe ser el Sol en Virgo. Ya me estuve anotando una recetas -voy googleando en vez de trabajar, claro-; muero por hacer unas berenjenas con ajo, yogurt y eneldo. ¿Dónde consigo eneldo fresco?
Volvió la temporada-marihuana también. Era de esperarse. O no, no lo sé. Si sé que estuve como ocho meses sin fumar prácticamente y que ahora empiezo a pensar nuevamente que todo -absolutamente todo- es mil veces mejor si estoy fumada. Comer, beber, charlar, coger, cocinar, pasear, ducharme; todo.
Ayer inauguré la hamaca paraguaya, lástima que ya era medio tarde, el sol no terminaba de pegar en la terraza y me dio frío. De todos modos, subir la escalera con mi almohadón y mi librito, poner los ganchos, tirarme y mecerme me hizo sentir muy feliz, aunque esa felicidad haya durado solo diez minutos.

Mete miedo tanta satisfacción.

viernes, septiembre 03, 2010

A los catorce años encontré una campera de corderoy bordó (o bordeaux, lo que sea) y no me la saqué en dos años. Porque los adolescentes son así, les cuesta desprender. Tenía corte de campera de jean y cuando se terminó la primavera de 1998 mi mamá me la tiró porque los puños se estaban deshaciendo en hilachas. La combinaba con mis oxford azul oscurísimo que tenían las botamangas hechas bolsa y las All Star azul marino que tenían la suela escrita con bic azul. Linyera desde la más tierna juventud, sí, señores. Si hacía calor, remera lisa, manga corta y de color estridente; como mucho, rayas. Si refrescaba, suéter escote V -petróleo o verde botella- que robaba del placard de mi abuelo. Le robaba la ropa a mi abuelo. Linyera, muy linyera lo mío. También tenía un pullover naranja que tenía agujeritos hechos POR LAS POLILLAS que tenía que ponerme a escondidas de mi madre porque cada vez que me lo veía armaba un escándalo. Me pintaba los ojos de azul -rimmel y delineador- y abusaba del Angel Face. Y el pelo, qué tema el pelo. Elaine Benes, Felicity (season01), Shakira recién llegada a USA, Cher, Carrie Bradshaw, Medusa; una mezcla de todas ellas. Cada noche me hacía unos rodetitos a lo huérfana de Cris Morena en toda la cabeza y me los dejaba durante un par de horas. Después del tratamiento me quedaban unos bucles que no puedo explicar, una belleza. Siempre se cerraba el asunto con media cola bajita y unos mechoncitos del frente enmarcando la cara.

Hoy me miré al espejo antes de salir y ahí estaba yo, con el pelo igual de salvaje que a los quince: puro volumen y frizz.
Sonreí, porque es como si mi cabellera entendiera mis estados de ánimo y se comportara acorde a eso. Porque, últimamente, no adolezco, pero me vengo sosteniendo en un estado de ensoñación quinceañeril que genera ternura en todos los que me aguantan.
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