Cuando lo cotidiano me agobia, cuando las personas cercanas me presionan y juzgan, cuando surgen emociones que no sé controlar, me voy de vacaciones a un lugar que puede ser tan maravilloso como nefasto: mi cabeza.
Es un viaje con escalas, eso sí. No es que de repente, pumba, estoy metida para adentro. De hecho, a veces quedo a medio camino porque me necesitan en el mundo real y no me queda otra más que volver.
A continuación un breve recorrido por el tour que me hago cada dos o tres años.
1. Iniciando la travesía
Se despierta el interés por material de lectura que no estimule la imaginación sino que la organice. Por ejemplo, abandono las novelas para agarrar los libros de física que leo una y otra vez porque no hay manera de meterme la información en la bocha.
2. Mirando por la ventanilla del micro
Empieza a producirse el desprendimiento de la realidad per se. Esto es, comienzo a verlo todo desde una especie de afuera imaginario. Como si estuviera en un zoológico, miro al resto de la gente como si perteneciera a una especie diferente de la mía.
3. Uh, cagamos, se rompió no sé qué pendorcho, nos tenemos que quedar esperando el respueto en la ruta
El conflicto se presenta en forma de angustia inexplicable e insoportable. El mal humor se hace constante, lloro a escondidas y hago una retrospectiva de mi vida amorosa para convencerme de que no estoy hecha para relacionarme con el resto de los seres humanos.
4. El viajar es un placer
Se estabilizan los ànimos y me entrego al vicio, absolutamente convencida de que la única satisfacción posible es la que se obtiene a través de los sentidos. Me hundo en una nebulosa de scotch, sexo sin sentido, drogas blandas y delicias de oriente.
5. Houston...
Los seres queridos notan la distancia y la frialdad y arman la campaña del "¿y vos cómo estás?". Mientras mi entorno cuchichea a mis espaldas acerca de mi cambio de conducta, yo me encargo de repetir el mantra "me chupan todos un huevo, no necesito a nadie".
6. Un paisaje inquietante
Todo lo que no responde a la lógica deja de tener sentido y valor. Me encierro en mi casa y nadie me ve el pelo. Mientras disfruto de la soledad, aspiro a una vida sin ataduras sentimentales de ningún tipo. La autosuficiencia se eleva como la cualidad más atractiva y la única pregunta que le hago al universo es ¿qué sentido tiene acercarse a la gente?
7. No quiero volver nunca más
Se niega todo atisbo de emoción. Las relaciones interpersonales se limitan a conversaciones superficiales y sexo con desconocidos de los que no quiero saber ni el nombre. Todo lo que sucede, sucede en mi cabeza. No necesito nada del afuera. Me manejo con aparente soltura en la esfera de lo cotidiano, escondiendo el terrible secreto: estoy absolutamente ausente.
Hace unos días me subí al micro, los estoy mirando a todos desde la ventanilla.
Me quiero bajar. YA.
No me sale llamarlo "eso"
Hace 12 años.