miércoles, septiembre 22, 2010

Cuenta mi madre que la hora de la comida era un suplicio. Yo no quería comer nada que no fueran caramelos o queso de rallar. Nada, eh. Nada de nada. Tengo un vago recuerdo incluso: un plato lleno de algo -probablemente carne, siempre hubo mucha carne en casa-, la expresión severa de mi mamá y un puñado de caramelos masticables en la punta de la mesa. Parece que ya de chiquita negociaba. Tres bocados decentes por cada caramelo. También cuenta que la mayoría de las veces terminaba armando berrinches tremendos que me dejaban los ojos hinchados de tanto llorar y la boca toda pegoteada de sugus de menta, que eran mis preferidos.
El romance con el queso sardo era otro asunto de preocupación, porque a la primera de cambio me lo afanaba de donde fuera que lo hubieran escondido y era capaz de zamparme medio kilo. Dejaba la cáscara negra tirada por el patio y mi abuela me perseguía para retarme, aunque la escena siempre terminara conmigo abrazándole una pierna y diciéndole "abuelita, te quiero mucho" y ella haciéndose la dura sin impartir castigo.

Lo terrible de que una nena de cuatro años sólo coma caramelos y queso es que eventualmente esto tiene repercusión en su peso. Dos kilos por debajo del ideal. A los cuatro años, dos kilos es un montón. Ahí mi mamá se empezó a preocupar. Tenía a su cargo a una nenita caprichosísima que no hacía absolutamente nada que no quisiera hacer, flaquita, ojerosa y absolutamente negada a la comida. Fue entonces que empezó el tour por todos los médicos y curanderos disponibles. Tengo decenas de recuerdos de salas de espera, viajes larguísimos en colectivo y señoras parecidas al Jorobado de Notre Dame que tiraban el cuerito. Finalmente, apareció el homeópata milagroso y no paré de comer durante los siguientes 23 años.

Mañana, en la casa del muchacho este, voy a cocinar canelones. Porque me salen ricos, porque hace un par de semanas que tengo ganas y porque hay que aprovechar antes del calor. Por todo eso y porque, como cuando tenía 4 años, si tengo ganas de algo, no puedo permitirme no hacerlo.

3 comentarios:

carlos dijo...

cel a todos nos pasa que uno de chico no come la comida come caramelos. a mi eso me solia suceder el tema es que uno cuando va creciendo empieza a comer mas comida y tiene tendencia a engordar no en todos los casos besos

Soria dijo...

como dicen en Futurama cuando aparece un homeópata: "¡usted tiene un doctorado en tonterías!" seguido de un brutal chorro de agua.
¿me podés explicar en que consiste, que mi chica lo intenta y no lo logra? yo lo veo como una mezcla de medicina natural y superstición....
eso sí, te banco con el queso de rallar.

Cel dijo...

cel. seguro que si tengo hijos me tocan caprichosos anti-vegetales. qué horror.

Soria, uy, argumentarle a un geminiano... no sé si me quiero meter en eso. la cosa es que el homeópata ES médico, es una especialidad de la carrera; eso para los que se piensan que se aprende en un cursito. después, sí, es medicina natural, es verdad, y es necesario tomarlo como un tratamiento, no es que te vas a curar en dos días con una pastillita. es la antítesis de la medicina tradicional, que quiere desaparecer síntomas sin, tal vez, ir a la raíz del asunto.
no entendí qué trata tu chica y no logra (hay chica? essssa =)) pero desde ya decile que pruebe con medicina china, que la rompe.
beso!