jueves, enero 13, 2011

Algún día de la semana siguiente, después de salir del trabajo, pasé por los chinos para comprar un vino y caminé hasta la parada del bondi que me llevaba a lo de Juan. Si no hubiese quemado mis diarios, podría haberme fijado qué tuve para decir en ese momento respecto de esa noche, pero las hojas esas iniciaron el fuego del asado de día de brujas, así que voy a tener que apelar a la memoria.
Me acuerdo de que le llevé unos sahumerios de regalo y que cocinó pizza. También recuerdo que me senté en el sillón de un solo cuerpo porque tengo jodidos problemas para generar acercamiento. Y tengo muy presente la sensación de estar escuchándolo y admirarme ante su falta de cinismo. Mientras me hacía reír con alguna anécdota sobre su padre, pensaba que tal vez me encontraba ante una persona sana. Sano por oposición al resto, claro. No había signos de resentimiento, se mostraba auténtico, sonaba sincero. Nada que ver a lo que venía acostumbrada. Nada que ver conmigo. Y yo, que venía de unos meses de intensa introspección con respecto a mi forma de posicionarme frente al mundo, lo vi como un ejemplo de que se podía ser sin estar en pose. Había algo en su manera de exponerse que me conmovía por lo honesto, por su transparencia.
Esa noche el sexo fue muchísimo mejor que las dos veces anteriores. Surgió eso que me nubla el criterio y hace mermar mis capacidades intelectuales cada vez que aparece: la necesidad de contacto, la satisfacción al acariciar al otro, la búsqueda de la mirada del otro; y que esa mirada sólo produzca una sonrisa.
El sexo nunca es sólo sexo. Aunque se trate de algo de una noche, aunque no estemos interesados en comprometernos emocionalmente con la otra persona, aunque nos jactemos de poder separar los revolcones del amor. Porque lo que está alrededor del sexo poco tiene que ver con el amor. Así, como núcleo de estructuras psíquicas, el sexo no tiene verbo, no hay manera de poner en palabras un orgasmo, es imposible pasar el éxtasis al espacio del discurso. Por eso ponemos capa sobre capa al asunto. Lo vestimos de relaciones humanas, lo presentamos en forma de monólogos divertidos a los amigos, lo convertimos en sesiones de análisis; pero esos son intentos de cargarlo de sentido, cada cual tendrá la suya -que lo hará sentir mejor o peor-, eso en algún punto nos define, pero la realidad es que cuando nos referimos al sexo, ya estamos en el plano de la resignificación. Como cuando nos acordamos de un sueño de angustia, lo recordado no hace a un todo que justifique la sensación en el cuerpo, el reflejo de lo orgánico. Por eso no puedo escribir acerca de cómo cogía con Juan -o con cualquier otro, dado el caso-. Porque cualquier intento encasillaría la situación en un género. Coger con Juan no era comedia, ni drama, ni romance. Era la mente aquietada después de acabar, el cuerpo satisfecho, el plexo relajado, la falta de palabra.
Nos vimos un par de veces más (¿dos?, ¿tres? Ya no me acuerdo) y en el transcurso de esas semanas se me fueron las ganas de ver a otros. Cuando alguien me gusta no puedo diversificarme, me agota tener que poner energía en más de un lugar -o persona, en este caso-, me disperso y termino estando ausente todo el tiempo, con cada uno de los involucrados. Esa limitación disfrazada de protomonogamia me asustó un poco, sí, pero también me hizo sentir bien. No sólo me gustaba Juan -como no me había gustado un hombre en mucho tiempo-, me gustaba que me gustase de esa manera. Me gustaba cuando cocinaba, cuando contaba historias familiares, cuando me traía un jugo de pomelo a la mañana; me gustaba de una forma tan simple que cuando mis amigas me preguntaban que qué onda, sólo podía responder "todo bien" mientras sonreía.
Me sentía segura. Segura de que tenía ganas de seguir conociéndolo y de que me gustaba lo suficiente como para no andar picoteando por ahí. Segura, sin enroscarme en el me-dijo-le-dije. Segura al punto de poner en stand by todas las inseguridades que cargo a diario para poder experimentar un poco de un vínculo sin enroscarme con cada puta cosa. Por estar segura no me hice problema cuando le mandé un mensaje y tardó dos días en contestármelo. Por estar segura no sospeché nada cuando le dije de vernos y me contestó que estaba con mucho laburo. Por estar segura tardé diez días en darme cuenta de que hacía rato que no lo veía conectado en el msn. Por estar segura me agarró por sorpresa la revelación: el chabón se había borrado.
Y sí, el chabón se borró.


4 comentarios:

ene dijo...

decime por favor que la historia no termina aca, que el tipo no es un inseguro como tantos otros que pululan por ahi..

Cel dijo...

ene, no, no termina acá, falta lo más sustancioso todavía.

Lucercita dijo...

Cabrón.

Como casi todos.

Dicen que hay unos que no lo son, pero nunca me ha tocado uno. Dicen.

Cel dijo...

Lucercita, a mí me tocaron, pero no funcionó. quizás la cabrona sea yo.