viernes, enero 07, 2011

Era de madrugada, hacía frío y mientras me metía en la cama, tuve la certeza de que al pibe este, Juan -al que le acababa de abrir la puerta para que se fuera-, no lo iba a ver por un largo rato. No sólo porque ya se iba dibujando un perfil de desaparecedor sino porque recién en ese momento me di cuenta de que tal vez no había mostrado mi mejor costado a lo largo de la velada. Estaba muy borracha, demasiado. Una cosa es el halo de descaro y alegría que brinda un rico tinto en la justa medida, otra muy diferente es no acordarme bien de qué dije y qué pasó exactamente en el transcurso de la noche. Ya estar copeteada es algo que juguetea en la línea que divide lo divertido de lo patético, pero a esto se le sumó la sensación de que al tipo no le había gustado un carajo. Esa mirada de la que hablaba antes, una mezcla de desaprobación y enjuiciamiento.

Al par de semanas lo volví a ver conectado. Venía de una semana en la que me habían dejado plantada no una, sino dos veces. Ni siquiera la misma persona. No, dos flacos diferentes decidieron -en el lapso de cinco o seis días- proponer un encuentro para cancelármelo a última hora. Y yo me frustro rápido, baja tolerancia al fracaso le llaman; yo tengo de eso, para tirar al techo. Si un tipo me deja plantada, hago una rabieta, me fumo un porro y a las dos horas ya me olvidé del asunto. Si dos tipos me dejan plantada, asumo que el universo complota contra mi goce o que alguien me echó una maldición que impedirá que me vuelvan a tocar las tetas. No es que quiera justificar el hecho de haberle aceptado a Juan una invitación a cenar por sentirme plantoneada y amargada, ni que quiera menospreciar el entusiasmo con el que accedí al encuentro, pero ahora, mirando para atrás, puedo entender un poco por qué terminé poniéndole fichas al pibe este. OK, eso suena mal, le puse fichas por un montón de cosas que ya contaré, pero también porque todo, absolutamente todo, parecía disolverse antes de llegar a algo concreto. Si me gustaba un pibe, no podía verlo por una variedad de motivos de lo más extensa. Si otro me gustaba menos pero nos veíamos con relativa periodicidad, cada encuentro terminaba en problemas. Nadie me interesaba demasiado, nadie me hacía tener ganas de saber qué más podía haber. Tenía ganas de relacionarme pero me daba fiaca salir a conocer gente. Bueno, al fin y al cabo, era ir a cenar nomás, tampoco me lo pensé tanto.
A la hora de pagar (las pastas caseras buenísimas que comimos) me encontré con que me rompía bastante las pelotas que el tipo ni siquiera hubiese amagado invitarme. No me gusta mucho que paguen lo mío, no por una cuestión de igualdad sino de neurosis recalcitrante, pero así como escucho a mis amigos decir que, si invitan a salir a una chica, pretenden que la mina por lo menos haga la escenita de sacar la billetera, yo también quise que me mintieran un cachito. También me rompió las pelotas que me rompiera las pelotas, a mí, justo a mí que soy tan desprendida de lo material, tan etérea, tan libre, tan desapegada. Yo, que carezco de ambiciones materiales y desprecio la codicia que el dinero genera en las pobres, débiles y aburguesadas almas. ¿Podía acaso sentirme ofendida? Decidí en ese momento que no, que tal nimiedad no podía generarme conflicto alguno y puse los billetes sobre la mesa.
Después fuimos a su casa, que quedaba a unas cuadras. A mí estas cosas no me suelen pasar, porque posta que no me fijo mucho en cuestiones de status o pertenencias de los hombres con quienes estoy -lo que, al parecer, amerita las críticas ininterrumpidas de mi madre capricorniana-, pero cuando entré a la casa de Juan sentí eso que deben sentir algunas cuando el galán de turno les dice que tiene un Alfa Romeo (o alguno de esos autos caros, me parece que mi ejemplo fue muy menemista). ¿Era una de esas torres careta con millones de pisos y amenitis? No. ¿Era un semipiso con vista al río y muebles de diseño? Tampoco. Era un ph de techos altísimos y colores cálidos, que me encantó. Y creo que él me empezó a gustar un poco más por su casa. Y sus gatos. Y sus besos. Y las caricias que me hacía en la cabeza todo el tiempo hasta que mi pelo quedara hecho una maraña.
Cogimos en el sillón del living y fue mucho mejor que la vez anterior. Dicen que la primera vez siempre apesta y no estoy de acuerdo. A veces incluso la primera vez le pasa el trapo al resto de las venideras. Pero sí es cierto que si la primera no deslumbra, hay que ir a por una segunda sin dudarlo. En esta segunda en particular tuve la certeza de que con más confianza la cosa no podía más que seguir mejorando. Eso sí, en un momento determinado, la miradita esa. Está bien, me pasa que algunas veces, después de acabar, entro en una especie de trance en el que me baja la presión y debo verme medio freak, pero ya era la tercera vez que me echaba una de esas miradas y me sentí muy tonta. Por suerte, las endorfinas orgásmicas no me dejaron ponerme demasiado mal.
Me tomé un taxi hasta mi casa y dormí profundamente hasta el mediodía del día siguiente. Cuando me desperté ya sabía que quería volver a verlo.

3 comentarios:

Amarula dijo...

Concuerdo totalmente con lo siguiente: "Dicen que la primera vez siempre apesta y no estoy de acuerdo. A veces incluso la primera vez le pasa el trapo al resto de las venideras. Pero sí es cierto que si la primera no deslumbra, hay que ir a por una segunda sin dudarlo."


Adoro el romance polìticamente incorrecto de tus anècdotas.

Saludos

Lucercita dijo...

A veces quisiera que no fuera tan complicado eso de las citas.

Que estuvieramos marcados y fuera fácil encontrar nuestro par. Ese con el que podamos hablar mucho sin aburrirnos, que nos haga reir y con el que embonemos perfecto sexualmente.

Pero parece que se tiene que escoger una de las 3, o si bien te va 2 de las 3... pero nunca puede tenerlo todo.

Por lo menos este tipo tiene un PH de techos altos. Si puedes no lo sueltes.

Cel dijo...

Amarula, y si las primeras dos no funcionaron, una accede a la tercera en momentos de necesidad y urgencia.

Lucercita, el tema es que hacen faltan unas cuantas cosas más para que un hombre sea mi par. en general salgo con hombres que me hacen reír mucho, que me estimulan intelectualmente y con los que el sexo es bueno... pweo hay otras variables que intervienen.
el todo es una utopía y hay que asumirlo.
este tipo se soltó solo, ya vendrá el resto de la historia.