A las tres y media de la tarde siento puntadas en la panza y sé que no lo puedo evitar más. Algo voy a tener que comer.
Ahora estoy sentada con una galleta de arroz en la mano y una taza con sopa instantánea de zapallo apoyada en el escritorio.
El cuello me duele cada vez más y sé que si me tomo un diclofenac, voy a caer rendida de sueño en esta misma silla, así que me aguanto. De última, duele por una buena causa, me digo a mí misma tratando de consolarme.
Tengo una charla que incluye la frase "...un cocainómano que quería que hiciéramos un trío con un travesti. El tipo que mejor me trató en la vida, lo adoro". Y me dan ganas de reirme, porque lo peor de todo es que es verdad. Entonces lloro, porque es verdad.
Arreglo mi mañana de mañana para terminarla en Retiro, comprando pasajes para la semana que viene. Si no me voy urgentemente, se pudre el rancho.
No me sale llamarlo "eso"
Hace 12 años.
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