viernes, noviembre 30, 2007

Estoy enamorada de Seymour Glass.
Obvio, era obvio que de todos los Glass me iba a gustar el ex niño precoz, más precoz que el resto de sus hermanos. El que tenía frio en los pies cuando no dormía. El hombre que se suicidó en Florida, el que escribía haikus sobre Yates. El que no quería hacer psicoanálisis. Pero por sobre todas las cosas, el que casi deja plantada a su prometida el día de su boda.
O capaz que me enamoré de J. D. Salinger, todavía no sé.
¿Por qué no escribió más?

jueves, noviembre 29, 2007

I can’t take this, Carrie thinks, waking up one morning. She lies there, watching Mr. Big until he open his eyes. Instead of kissing her, he gets up to go to the bathroom. That’s it, she thinks.
When he comes back to bed, she says “Listen, I’ve been thinking”.
“Yeah?” says Mr. Big.
“If you’re not totally in love with me and crazy about me, and if you don’t think I’m the most beautiful woman you’ve ever seen in your life, then I think I should leave”.
“Uh huh” says Mr. Big.
“Really, it’s no problem”.
“Okay” Mr. Big says, somewhat cautiously.
“Soooooo… is that what you want?”
“Is it what you want?” says Mr. Big.
“No, not really. But I do want to be with someone who’s in love with me” says Carrie.
“Well, I just can’t make any guarantees right now. But if I were you, I’d hang around. See what happens.”
Carrie lies back against the pillows. It’s Sunday. It would be sort of a drag to have to go. What would she do the rest of the day?
“Okay” she says, “but just for now. I don’t have forever, you know. I’m probably going to die soon. Like in fifteen years or something.” She lights up a cigarette.
“Okay” says Mr. Big. “But in the meantime, could you make some coffee? Please?”


La que no se haya sentido Carrie en algún momento, que arroje la primera piedra.

miércoles, noviembre 28, 2007

Juro que en el momento en el que se me ocurrió tenía todo el sentido del mundo.
Ahora ya no importa, sólo quiero ver si se puede.
Me autoimpongo un período indefinido de celibato.

Por cómo viene la racha, no lo veo muy complicado.

martes, noviembre 27, 2007

El domingo a la noche salí a comprar una Coca Cola al kiosco con mi amiga Sol. Estábamos en la esquina de Güemes y Bulnes esperando para cruzar cuando pasó un camión con un montón de gente encima y nos tiraron una naranja. A mí me salpicó nada más. A ella le pegó casi en el ojo y se le hizo un raspón al costado del tabique.

Mientras yo me angustiaba por vivir en una ciudad, en un mundo, en el que pasan estas cosas, en el que la violencia se proyecta de las formas más sorpresivas (me acordé de la vez que le tiraron una piedra a flor, de los vecinos que la madrugada del sábado nos tiraron un par de huevos por el ruido de la fiesta que estábamos haciendo) Sol resumía la situación MUY a su manera: "Lo que pasa es que cuando una está bien, luminosa -porque yo sé que soy luminosa- te pasan estas cosas, te tiran fruta". Eso y tener que escucharla durante 3 horas reprocharse por qué salió a la calle sin lentes de contacto, sabiendo que cuando está tan desprotegida pasan cosas espantosas, lo que sea que eso signifique.

Hace un ratito Dedé me dijo que había hecho un dibujo de mí con cara de horror, otro de un camión y uno más de una toronja volando.

lunes, noviembre 26, 2007

Hace un par de años escuchaba voces antes de quedarme dormida. Una amiga me decía que le contara a la psicóloga de turno porque eso de las voces era re esquizoide, claro que era mi amiga que venía de familia con tremendo historial de psicosis y ante cualquier alteración de cualquier conducta veía potenciales aberraciones de la mente. Así que nunca le conté a esa psicóloga que veía en ese momento lo de las voces. Capaz me daba un poco de miedo eso de la esquizofrenia.

Entonces, ¿qué me decían las voces? La verdad es que mucho mucho no me acuerdo, salvo una vez, fue una voz de hombre que me dijo que uno vive las mismas situaciones una y otra vez. Como si este momento de escribir este mismo post mientras escucho música en el laburo ya hubiese sucedido, como si los deja vu no fuesen sólo un cortocircuito cerebral. También me decía que me quedara tranquila, que uno tenía infinitas oportunidades, siempre.

Me acordé de todo el asunto éste ayer a la noche, en la casa de Dedé, mientras hablábamos de viajes astrales, sueños lúcidos y revoluciones solares. Hay algo en el cuarto de Dedé que te lleva, obliga, a pensar en esas cosas.

Y digo ahora, es una cualquierada considerar que cada momento se repite infinitamente. La voz esa no tenía nada de sabia, solamente me estaba recordando lo cíclico, la neurosis de la repetición, el "no puedo creer que me esté pasando lo mismo". Y sí, probablemente sea cierto que oportunidades sobran (el "probablemente" es producto de mi dramatismo actual, sé, con seguridad, que oportunidades existen siempre) pero tengo la sensación de que el goce de verme una y otra vez en las mismas situaciones es más fuerte que el deseo de probar pasturas más verdes. No sé, o capaz no hay goce en la repetición de momentos ni pasturas más verdes y yo obtengo placer de esta masturbación mental constante.

La cuestión es que estoy angustiadísima. Ayer, cuando terminamos de ver Garden State con Nat(creo que voy por la décima vez, Zach Braff me puede y no quiero comentarios al respecto) me agarró un ataque de llanto desconsolado que nos sorprendió a las dos. Primero porque hasta hace un rato atrás habíamos estado riéndonos del mundo y de nosotras. Segundo porque me había dedicado especialmente a no caer en ese estado patético de drama queen incomprendida, de convocada de la infelicidad, de sentirme la más fea del mundo, pero fea no como Betty la fea que tiene la fealdad de máscara, sentirme fea sin remedio. Y cuando lloro porque me siento así pego una especie de gritos que a mí me suenan muy desgarradores pero seguro que al otro le causan mucha gracia, y también digo muy bajito "nopuedomásnopuedomás" mientras pienso que soy el ser más infeliz sobre la faz del planeta, porque lo pienso, no lo siento.
Tal vez ahí esté la raíz del problema: cuando alguien me dice "¿qué sentís?" yo contesto "yo pienso que...". O tal vez todo sea culpa de la gente que nunca me dijo "No, Cel, no estudies psicología".

viernes, noviembre 23, 2007

En el aire...
5 días hábiles de vacaciones y no hice nada, nada de nada. Tampoco es que se pueda hacer algo, o sí, no sé. No hablo de tejerme una chalina, bañar a la perra, hacer manualidades con goma eva, tener un viaje astral, caminar por la costanera ni escribir poemas. Es como si los últimos 7 días no hubiesen existido. Y sí, festejé en familia y con amigos la llegada de los 25 y fue genial. Y también dormí en exceso y pasé tiempo con amigas. Me puse al día con un par de libros y miré muchos capítulos de Heroes.
Igual, es como si no estuviese. No pienso, ni siento.
Cuando vuelva a la tierra, les chiflo.

martes, noviembre 20, 2007

Y entonces no puedo hacer nada porque se supone que no debería tomar decisiones importantes dentro de los 56 días previos a mi cumpleaños.
Y si nunca le hice caso a esa regla astrológica y siempre, siempre siempre siempre, me fue pésimo, bueno, tal vez sea hora de cambiar el modo de operar. Quién sabe.
Así que me quedo pancha hasta el 22 a las 00.01, cuando seguramente toda esta intensidad, fuerza y energía que siento que DEBO apuntar y disparar hacia ESE blanco, se esfume.

Ah, y resulta que me vengo a dar cuenta de que mi analista tenía razón TODO el tiempo. Y yo que pensaba que la tenía tan clara y que era él el que no podía llegar a entenderme nunca. Claro, yo que soy tan especial, única e incomprensible.
Pelotuda.

martes, noviembre 13, 2007

El taxista no sabía cómo llegar a la dirección que yo le había dado. Yo tampoco. Fuimos por toda Rivadavia preguntando dónde era que quedaba esa calle y nadie la conocía. Ya al 10.000 un grupo de pibes nos dio las indicaciones. El tipo tuvo que girar en U, la calle era de doble mano, para dejarme en la puerta. Quince pesos, cuando mi capital era de diecisiete.
Él me esperaba asomándose por la puertita. Cuando le vi bien la cara no pude más que recordar lo mucho que me gustaba en su momento. Me saludó con un abrazo cortito y me hizo pasar. Caminé por ese pasillo largo, tratando de acordarme de la última vez que me había llevado ahí, más de dos años atrás.
Me senté sobre la mesa y me quedaron las piernas colgando y la pollera subida por encima de la mitad de los muslos. Él acercó una banqueta alta, la puso enfrente de mí y se prendió un cigarrillo mientras enumeraba todos los cambios que iba notando. El pelo más largo, sin lentes, maquillaje que me hacía los ojos más grandes, ahora fumaba Camel, ya no tenía cara de nenita, las uñas un poco más largas, las piernas más descubiertas, la mirada más segura y la espalda más derecha.
Parecía que el tiempo sin vernos le había afectado raro. Bastante menos ego y mucho misticismo. Me contó de Castaneda, de su viaje a México, de la merca en exceso y sus consecuencias, del horóscopo Maya, de los chamanes, la sincronicidad, la sincronización, y de su psicóloga. Me hizo hablar del tarot, de la astrología, de Jung, del I Ching, de las líneas de la mano y del color de las auras. Me dijo que yo estaba entre azul y violeta. Estaba clarísimo para los dos que él era azul casi eléctrico.
Agarró mi mano y se impulsó para que las rueditas de la banqueta giraran hasta la mesa, hasta mis piernas. Me miró los ojos, no “a los ojos”, la boca y me apretó la nuca. Mientras me recuperaba del primer beso, que me había dejado sin aire, me dijo despacito al oído “vos antes no eras así”.
Me cogió y lo cogí, mucho, mucho tiempo. Sobre la mesa, en la silla, en el piso. A veces parábamos y ahí sí que nos mirábamos a los ojos, después decía alguna barrabasada que me hacía largar una carcajada.
A las 3 de la mañana empezó a hacer frío, así que nos vestimos y seguimos hablando. De películas, de libros, de Charlie Kaufman, del milagro de P. Tinto, de Will Ferrell, de Kevin Smith, de bombachas, de novias paraguayas, del karma y de la tristeza crónica.
Cogimos de vuelta, ya mucho más relajados y distendidos. Haciendo personajes, hablando, riendo.
Le pedí que me llamara un taxi y mientras lo esperaba, de vuelta yo en la mesa, con las piernas colgando y él en la banqueta, apoyó su cabeza sobre mi regazo y le acaricié ese pelo finito, suave y con olor riquísimo que tiene. Cuando el taxista tocó el timbre me acompañó hasta la puerta. Me acorraló contra una pared y me dio un beso muy largo, mientras me pellizcaba el culo con una mano y me acariciaba la cabeza con la otra. Salí a la calle atontada, con una sonrisa de oreja a oreja.A las dos cuadras de haberme subido al coche, tuve que hacer volver al chofer. Toqué el timbre, me abrió la puerta y le pedí quince pesos para poder pagar el viaje de vuelta.

lunes, noviembre 12, 2007

Yo tenía una musculosa rayada, verde y blanca, y unos jeans muy viejos. Cuando todavía usaba jeans. Caminamos por una avenida que nunca sé cómo se llama, ancha, que de noche siempre está demasiado iluminada.
Nos metimos en un bar con esas mesas para cuatro, contra la pared, que en vez de sillas tienen silloncitos. Como de dinner yanqui. Y hablamos, siempre fuimos de hablarnos mucho. A veces sólo veía cómo movía la boca, cómo su barba iba formando diferentes figuras, cómo los dedos inquietos rompían la etiqueta de la botella de cerveza. Y él hablaba y hablaba y se reía y gesticulaba y movía las cejas. Y yo le miraba la boca, la boca y la barba, la barba y los ojos y no lo escuchaba, no podía.
El bar nos cerró y de vuelta en la avenida. Mientras cruzábamos las vías se me rompió el botón del jean, que además de viejo tenía el cierre falseado. Andaba yo por la avenida sosteniéndome la cintura del pantalón porque si no me quedaba en bolas. Mientras, él hablaba.
Llegamos a la parada de mi colectivo y me apoyé sobre el caño del cartel con el número, que estaba frío. Creo que era Octubre y hacía mucho calor. Lo frío del caño contra mi brazo y un pedazo de mi mejilla me hacía sentir escalofríos. Claro que él seguía hablando. Y yo le miraba el pelo, el cuello de la remera, las manos moviéndose, sustentando visualmente todo lo que decía y yo no podía escuchar por estar tan concentrada en su boca, su barba, sus pelos revueltos y sus ojos que a veces le sonríen.
Y de repente, se largó a llover, me desconcentré de su cara y lo escuché. Me decía que se sentía como en una primera cita. Esa incertidumbre, no saber cuándo dar el primer beso. Le toqué el pecho con la mano y dije alguna estupidez mientras me reía y se me hacía un nudo en la panza. Me besó y me llevó debajo del techo de un kiosco para protegernos de la lluvia.

jueves, noviembre 08, 2007

"Déjenme de joder, tu hermanito de 15 años está de novio y seguro garcha más que nosotras tres juntas, vos tenés a un pibe re bueno que te llama todos los días porque quiere verte y supuestamente vos lo re querés pero lo pateás y lo pateás como si no te interesara verlo. Voy por la calle y andan todos a los arrumacos y te juro que ya me estoy hartando de andar viendo tanto cariño, tanto cariño, y que a mí nadie me quiera agarrar la mano. No me pongas esa cara, lo de la mano es simbólico, vos sabés a qué voy. Fulano que me dice "y cuándo me vas a cocinar?" y qué soy yo, la puta madre? Tu mucama? Cocino cuando tengo ganas de cocinar, no cuando vos no tenés dónde caerte muerto y te sale más barato venir a mi casa que comprarte un choripán en la costanera. El otro boludo de Mengano se la pasa en Mendoza una semana, llamando todas las noches para tener sexo por teléfono y mandarme fotos por celular y cuando llega el sábado, se saca, se saca y se saca y quiere que nos encontremos a las 4 de la mañana. Quiere que yo me vaya del cumpleaños en el que la estoy pasando bien para tomarme un taxi hasta mi casa. Está chiflado? No puede esperar unnnn día acaso? Y después me dice que nunca me hago un tiempo para él, que siempre tengo algo mejor que hacer. Odio que me reclame cosas que no corresponden, como si yo no estuviese disponible para él... Vamos, un sábado a las 4 de la mañana? No me jodas. Y lo peor es que ahora se da el lujo de ofenderse. Harrrta me tienen, harrrrta. Qué? Ahora qué hice? No me mires así, boluda. Sí, ya sé, me los busco así a propósito, blah. Callate, no me digas nada."

Decía mientras agitaba el tenedor con lechuga con furia.
A veces pinta el discurso cliché de insatisfecha crónica.

lunes, noviembre 05, 2007

Hoy me acordé de que pasado mañana es el cumpleaños de Tomás (AKA Muchacho). Como no estoy segura de desearle un feliz cumpleaños, decidí ni llamar, ni mensajear, ni mailear por la ocasión y quedarme en el molde. Bueno, esta decisión también es fácil de tomar porque estoy más que segura de que el muy evasivo no me respondería en el caso de un mandarle un sms o un mail, y ni que hablar de llamarlo por teléfono, es obvio que haría despliegue de su más famoso acto: "ah, es Celeste, entonces no atiendo nada, lo dejo sonar". Y por último, vamos, si lo llamo/mensajeo/maileo es porque tengo todavía esperanzas de tener un revolcón de despedida y ya hace rato he dejado de pensar en eso, no por falta de ganas, sino por falta de feedback.
Bueno, me acordé de eso y después pensé "7 de noviembre... qué onda el 7 de noviembre?". Y ahí vino a la memoria este post.
Me alegró el día saber que las cosas cambiaron tan radicalmente.
Si mi analista siguiera viviendo en Buenos Aires, en la sesión del siguiente jueves le contaría lo sorprendida que estoy de creer y sentir que tengo una buena vida.

viernes, noviembre 02, 2007

"No, no está loca, Celeste es hormonal. Hor-mo-nal"

"Bueno, vos decís que no tenés ninguna pasión pero yo te veo como a una mina super apasionada con todo lo que hace, lo que dice..."

"Sos re curiosa, siempre con esos libritos de andá a saber qué en la cartera"

Que qué caracter de mierda que tengo, que parece que hago lo que quiero hacer y tengo cerca a las personas que quiero tener cerca, que me tomo todo con demasiado humor, que soy muy puta, que soy muy buena, que no quiero a nadie, que no rompa más las pelotas, que, ay, soy lo más, que me vaya a cagar.

Es una de esas épocas en las que no me encuentro ni un poco en la mirada del otro.
Todavía no decidí si está bueno o no.

En otro orden de cosas, hay un pibito laburando acá (22, 23 años como mucho) que me está fichando, o no sé si soy yo la que lo está fichando a él. No importa, lo miro cuando hace que no me ve y me mira cuando hago que no lo veo.
Estoy rezándole a la virgen para que me conceda un viaje en ascensor los dos solos. O no, mejor que nos crucemos en el cajero del subsuelo, eso quiero. El se da vuelta para salir después de retirar su dinero y se choca conmigo que estoy apoyada sobre el marco de la puerta, me pide perdón y yo lo miro desde abajo con cara de perrita y le digo "no, todo bien". El aprovecha para pispearme el escote porque claro, mide como 2 metros y tiene full visual access. En cuestión de segundos estamos cogiendo desaforadamente sobre la botonera y la pantalla que sigue pidiendo que se introduzca la tarjeta.
Qué lindo sería tener un amante en la oficina.
Qué calenturienta que ando ultimamente.
Es el Sol en Escorpio.

jueves, noviembre 01, 2007

Ayer Nat tenía fiebre así que nos instalamos en la cama de Flor para charlar sobre futuros proyectos, mirar libros y tirar ideas para salvarnos de la ruina.
Después vimos Sex & the City, ella con sus 39 grados y yo con un cansancio espantoso que me subía en forma de dolor por la piernas hasta instalarse en la zona lumbar. En un momento, Charlotte dice que una nunca conoce a las personas con las que se está acostando y Carrie, o su voz en off, afirma que la tarada esta a veces puede decir cosas muy zen. Ya me estoy hartando feo de Carrie Bradshaw y su grupete. Me pasa como con Amelie, si me limito a lo entretenido que veo en la pantalla, está todo bien, pero (ay) si me pongo a pensar en la idea de mujer que estos personajes representan, me angustio feo. Pero la cuestión es que Charlotte tenía un poco de razón, o no.
De repente, flashback a la mañana de ayer. Y flashback a la madrugada que precedió a la mañana de ayer. Y este pibe que conozco desde hace más 4 años y sigue siendo un interrogante. Se sabe en qué trabaja, con quién vive, qué películas se baja, con qué películas llora, qué cantante lo emociona, qué cosas lo hacen reír, qué le gustaría hacer en el caso de liberarse de ese trabajo siniestro que tiene y cuál es su lugar preferido en el mundo. Y aún así, sigue siendo impenetrable, tan hermético. O capaz es mi percepción amoldada, condicionada por lo predecible y la tibieza de sus anteriores y posteriores, que me hace saltar de perturbación cada vez que se me sale de mi estructura tan neura y tan prolija.
Él me agradece, muy sutilmente, la paciencia para soportar sus fluctuaciones, las ganas y predisposición para seguirle el juego.
Yo le agradezco, tácitamente, su capacidad de hacerme creer que todavía somos un misterio absoluto a los ojos del otro.

De cómo ver Sex & the City te hace hilar un montón de pensamientos y terminás dándote cuenta de todo lo que querés a alguien.
Ese habría sido el título de este post.