A Juan lo conocí hace más o menos un año y medio. Salimos un sábado a la noche, charlamos unas cuantas horas y terminé yéndome a casa en un taxi, sola, suponiendo que nunca más iba a verlo en mi vida. No porque no me hubiese gustado, sino porque en ningún momento de la noche el flaco dio algún indicio de interés. Todo muy ameno y un diálogo relativamente fluido, pero no mucho más que eso. Mentira, sí hubo algo más. Algo que en ese momento noté pero no cobró relevancia hasta hace bastante poco: una mirada que me resulta dificilísimo describir. Una mirada que al aparecer siempre me hizo sentir desubicada, distanciada, un poco rechazada. Como si yo estuviera haciendo o diciendo algo inmensamente ridículo y él se horrorizara por verme o escucharme.
Caminando por el pasillo de entrada de mi casa esa madrugada me dije a mí misma que sí, que el muchacho me había gustado, pero que toda la situación me gritaba HE'S JUST NOT THAT INTO YOU, así que decidí no poner ni media ficha y seguir en la mía. En ese momento acababa de salir de un duelo de 6 meses con forma de celibato y, para qué mentir, me estaba poniendo al día por el tiempo perdido.
Para cuando volvió a aparecer yo ya prácticamente me había olvidado de quién era. El tipo mandó un mensaje dos meses después de no haber tenido ningún tipo de contacto y a los pocos minutos de ida vuelta de sms se estaba invitando a mi casa a comer guiso de lentejas casero. Acepté porque estaba en la misma situación que él: caliente y con ganas de comer guiso de lentejas. También porque tenía ganas de cocinarle a un hombre. Aunque supiera que este tal Juan no se merecía (por paracaidista) el placer mezclado con stress que me representa cocinar para un otro, mis ganas de hacerme creer que podía jugar a la casita un rato ganaron. Necesitaba cocinarle a alguien después de tanto tiempo; a alguien que no fuera Nicolás.
Al otro día después de trabajar fui a comprar las cosas para cocinar y me fui para casa. Ani se había ido a lo del novio y Nat estaba de viaje, así que tenía la casa para mí sola. Me bañé, me encremé y me metí en la cocina. Abrí un tinto porque me estaba empezando a poner nerviosa y me puse a cortar, saltear, hervir y guisar. Para el momento en el que el guiso estaba encaminado y él tenía que estar tocando el timbre, yo ya estaba medio borracha, sí, pero bastante más relajada. Tan relajada que no me di cuenta de que no había dejado el fuego al mínimo para que la preparación redujera y pasó lo peor de lo peor: se me quemó el guiso de lentejas. Se me quemó. No hay peor tragedia que se me queme algo; y si es algo que cocino para otro, el sufrimiento es peor.
Ante la desventura culinaria, opté por reprimir mis más puros instintos melodramáticos y me dediqué a seguir entrándole al vino para olvidarme del desastre.
El sexo fue raro. Raro bien, pero raro. Tal vez yo venía demasiado acostumbrada a otro tipo de encuentros, con otro tipo de gente, pero lo que más recuerdo fue la sorpresa -grata- ante su dulzura. No me había parecido en ningún momento un tipo dulce o cariñoso, hasta que me desperté con una caricia muy suave a lo largo de mi brazo y su voz, tranquilísima, diciéndome que se iba.
Recorrí el pasillo de entrada de mi casa como aquella vez hacía dos meses, tratando de ordenar la situación en mi cabeza. Llegué a la misma conclusión que la vez anterior: no poner ni una ficha, seguir con mis cosas; aunque el tipo me gustara. Había algo que no cerraba por ningún costado.
Continuará...
Quiero informar que esto está escrito para el mismo Juan, que, a pesar de haberle pedido que no lea más mi blog, sigue entrando.
Ya está, eh. Leé cuando quieras. De hecho, me dieron ganas de que tuvieras mi percepción de los hechos. Digo, si tantas ganas tenés de saber qué tengo para escribir cada día -aunque no tengas deseos de lidiar con mi presencia en vivo y en directo-, te doy algo para que leas y te sientas literalmente identificado.
No me sale llamarlo "eso"
Hace 12 años.