lunes, agosto 31, 2009

Antes, los domingos eran despertarse en algún momento entre las dos y las cuatro de la tarde, arrastrarse hasta la panadería, volver e instalarnos en el cuarto de Flor a ver pelis hasta las doce de la noche. Flor hacía panqueques, a la noche se pedía delivery y si era veranito, nos tomábamos unos fernets en el patio de abajo.
Ahora, los domingos son despertarme tipo 12, ir hasta la panadería a comprar algún sandwich, volver a mi cuarto y ver alguna serie hasta que las conversaciones de las chicas no dejan que me concentre. Limpian; ellas, los domingos, limpian. Si a mí pasar un domingo en la cama con alguna peli o un libro me resulta de lo más terapéutico, ellas no comparten; a ellas les hace bien limpiar.
Ayer, me arrastraron hasta la terraza. Mientras yo me fumaba uno, ellas baldeaban y lavaban las botellas de cerveza -cincuenta aproximadamente- que están ahí desde que se empezó a alquilar la casa. Y mientras flasheaba con el agua, el escobillón y la rejilla, ellas dale que te dale con la pulcritud. De repente, miré la terraza, cómo mejoró, lo linda que está y me puse contenta.
Mañana voy con mi tío a comprar unos estantes y una parrilla. Porque eso es lo que siempre le faltó a casa, una parrilla.
También nos falta un parrillero, pero eso es lo de menos.

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