miércoles, agosto 19, 2009

No alcanzó con que me despertara a las 5 de la mañana, absolutamente desvelada, pensando boludeces. No, tuve que esperar hasta que amaneciera para poder dormirme de vuelta; pero claro, últimamente hay un complot cósmico que impide mi descanso, así que a las 8 y media alguien se colgó del timbre del portero eléctrico y me sacó de la cama con los pelos revueltos y un pijama de lo más choto. Era la vecina de enfrente, con Plutón en brazos. Parece que el gato aventurero se va a la manzana de enfrente a andá a saber qué, la vecina lo rescata de su patio y viene a tocarme el timbre antes de irse a trabajar, ya es la segunda vez que pasa esto. Cuando sonó el despertador a las 9 y media quise revolear todo, pero me comí una manzana y salí de casa. Ya a la tarde, yendo a la librería me di cuenta de que me había olvidado el voucher con las entradas del pepsi rock y que había arreglado con Lau para ir a canjearlas; de paso, al 110 se subió el viejo manipulador que escribe poemas horribles y no permite que le devuelvas la fotocopia. Le dije que ya tenía, que la semana pasada me había encajado su arte en el 141 -no utilicé el verbo "encajar" y mucho menos el término "arte", lo confieso- y que para qué quería más, que se lo diera a otro pasajero; oídos sordos del otro lado, me enchufó los poemitas como siempre. Cuando me bajé del bondi llovía, y un auto me salpicó los pantalones. En el supermercado no tenían las galletitas que me gustan y en este preciso instante tengo frío en los pies.
Y de todas maneras, tengo un buen humor que me sorprende a cada instante. Así, como en mis mejores momentos.

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