jueves, agosto 20, 2009

Después de un día de no ir a trabajar, de levantarme temprano y enojada, de andar de acá para allá, de tomar sol y hacer números en la terraza, de sentir el malhumor en todo el cuerpo, de recibir una visita prácticamente inesperada y de quedarme con ganas; me saqué las zapatillas y el pantalón, después, me metí en la cama, mirando para la ventana, viendo cómo de a poco se iba haciendo de noche, sintiendo el ronroneo de Plutón en la espalda.
Después de un buen rato de estar completamente a oscuras, prendí el velador y colgué mirándome las manos un rato, pensando que a veces no sé cómo sentirme, que me encuentro demasiado seguido en ese estado de lo más raro que hace que no sienta mi cuerpo como propio, como si tuviera once años y me estuvieran creciendo las tetas, algo así. Para evitar mayores confusiones, salí de la cama y agarré el libro de Bukowski que vengo leyendo desde hace unos días. Y en esa penumbra que es mi cuarto ahora, me imaginé mostrándole las piernas a Charles -porque en en mis fantasías a los escritores sí los llamo por el nombre de pila- cruzándolas y levantándolas. Seguí leyendo un rato más, hasta que la angustia me superó.
No es tristeza, es otra cosa, es angustia. Es saber que deberia saber algo y no saber qué. El deber de la certeza por sobre la búsqueda de alguna verdad. También hay un poco de melancolía, darle más importancia a las sombras que a los objetos que las generan. La música tampoco ayuda, hay momentos en los que la playlist Mirah-TheShins-Juno'sSoundtrack no es de lo más recomendable.
En breve, volver al libro. Meterme en la adolescencia de Henry Chinaski hasta sentirla como la propia; y si no me sale, darle play a The Brown Bunny, porque Vincent Gallo siempre es un buen plan.
Y mañana... mañana será viernes.

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