viernes, noviembre 26, 2010

Las cosas estaban mal. Yo estaba mal. Cumplía años -algo que siempre me cruza bastante- y había tenido una especie de pelea con Nico. Pero había que festejar. Flor y Nat me ayudaban con los preparativos y ya había mandado el mail invitando a bastante gente; así que no me quedaba otra, iba a tener que tirar la casa por la ventana de un modo u otro.
No recuerdo mucho, pero sí me acuerdo de que Dedé andaba con muletas porque se había accidentado en el laburo, que mi hermana nunca vino, que le tiré las cartas a un amigo del pibe que salía con Flor y que después me hice la linda con otro, incluso le encajé un beso, y que terminó pasando la noche con Nat. Después de darme cuenta de que me le había tirado encima al flaco que había venido chamuyando mi amiga durante toda la fiesta, me encerré en mi cuarto a llorar. Llamé a un lector del blog al que no conocía pero con el que nos mandábamos infinidad de mensajes textos diarios. Sí, cuando estoy borracha y triste me entro a desesperar y llamar a un tipo que no conozco a las seis de la mañana para que venga a mi casa a conocerme me parece de lo más correcto. Lo peor del asunto es que el pibe vino; era raro. Fuimos a comprar puchos, subimos a mi cuarto, nos recostamos en la cama y no pronunció palabra. Está claro que no le gusté ni un poco porque en algún momento atiné a acariciarle el pelo y prácticamente sálió disparado, pidiéndome que fuera a abrirle.
Ya era de día y no podía dormir, la mente me tiraba veinte pensamientos por segundo que se arborizaban en panoramas nefastos de futuros de soledad eterna y reseca. Era una máquina de llanto, no podía parar.
A las once de la mañana bajé a tomar agua y llamé a Nico. Después de mandarme a gritar a la terraza a modo de terapia de descargue, me dijo que quería seguir durmiendo, que cualquier cosa hablábamos más tarde. Seguí llorando hasta que atardeció. También lloré los días siguientes. Lloraba porque Nico cada día se alejaba más, porque nadie me elegía, porque no le podía gustar a nadie. Lloraba día y noche; en el trabajo, en el bondi o en mi casa. Lloraba imperceptiblemente y a lss gritos pelados. Lloré lo que quedaba de primavera y el verano, otoño e invierno siguientes.
Hoy me acordé de ese cumpleaños choto; de ese año choto. Era como si me lo estuvieran contando, como si yo no lo hubiese vivido. Y ahí supe por qué.
Es que soy otra. La misma, pero otra.

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