Primero me dijo "feliz día" la mina de la imprenta que nos trae las tarjetas y los talonarios de facturas. Después, un compañero del profesorado que sólo me habló dos veces por msn para preguntarme qué era un acento enclítico. A la primera le sonreí y balbuceé algo parecido a "feliz día para vos también" porque me tomó desprevenida, al segundo ni le contesté el saludo fraternal y le respondí la pregunta que me estaba haciendo.
Todo bien, pero para que yo le diga felizdìa a alguien, tiene que ser amigo de verdad. Como Dedé, que me cocina milanesas de berenjena, me arma porros y le saca la numerología a los chicos que me gustan. O Lau, que siempre tiene ganas de tomar cerveza, ir a comer afuera, probar de cocinar recetas exóticas y mirar fotos de tipos lindos en Google. O amigo y consejero que me atiende el teléfono a las 12 y media de la noche aunque esté borracha, quejosa e insoportable.
Eso sí, a Lili, mi clienta octogenaria que se lleva novelas románticas, se pinta los labios de un rojo divino y usa unas hebillitas de lo más simpáticas para agarrarse las pocas mechas que tiene, sí le dije felizdía. Porque no somos amigas, es cierto, pero si yo hubiese nacido cincuenta años antes, lo seríamos.
No me sale llamarlo "eso"
Hace 13 años.