sábado, enero 30, 2010

Cerca de la una de la mañana del presente, apareció el ya-no-sé-qué-número (creo que fue el sexto, pero no quiero arriesgar) ataque de minita del año. El último había acontecido hace poco más de dos semanas, en presencia de Lau y Flor que me decían que no lo podían creer, que no me podía poner así. Me pongo así, siempre, el tema es que en general no tengo público. Hago lo posible para ahorrarle a los seres queridos el horror de verme absolutamente conflictuada por cuestiones que debería tener resueltas desde la pubertad.
Mi única solución posible en el momento, eran las tranquilizadoras y sabias palabras de mi amigo y consejero, pero estaba en el cine, así que tuve que resolverlo yo solita. Bah, "resolverlo". Resolver, no resolví nada. Resolver no es mi especialidad. Pero por lo menos no empecé a toser como desquiciada (síntoma #1) ni a sentir un pelota de andá a saber qué rebotando en el estómago (síntoma #2).
Menos mal que en dos días vuelvo al trabajo y empiezo el profesorado; si sigo con este ritmo de meta pensar pelotudeces y tomármelas como cosas serias, me va a recalentar el cerebro y voy a terminar con una embolia.
Era tan joven, van a decir.

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