sábado, julio 30, 2011

Hace un rato entró una señora con cara de orto la librería y me preguntó si tenía Lo Siniestro, de Freud. Le dije que no, que de Freud algún tomo suelto, pero que en ninguno estaba Lo Siniestro. Me preguntó si estaba segura. Odio, detesto, me llena de ira que me pregunten si estoy segura. Claro que no todo el mundo tiene que saber que si no estoy segura me levanto y busco mientras enuncio, para que no queden dudas, "no estoy segura, me voy a fijar...". Le contesté que estaba segurísima porque ese era mi texto favorito de Freud y la mina puso una cara de "¿ese?" que me hizo inundar el cuerpo de indignación. ¿Qué tiene que no curta el greatest hits de Sigmund? Mi texto favorito es Lo Siniestro ¿y qué? Ya sé que no llega a ningún lado, que no desarrolla ninguna idea en especial, no me interesa, me parece genial por lo literario, por el análisis lingüístico, por retratar algo que me pasa todo el tiempo y confundo con superstición. Entonces, decía, la mina con cara de orto me increpaba acerca de mi competencia como librera mientras sacaba una libretita donde tenía anotado qué editorial había editado Lo Siniestro para ver si lo tenía. Le tuve que explicar, nuevamente: no-lo-tengo, no-está, no-vendemos-libros-de-psicología.
Y ahí pasó algo terrible.
Me di cuenta de que la señora con cara de orto había sido MI ANALISTA durante 6 meses, allá por el 2004.
Lo que me molestaba como paciente era que tenía cara de amargura y que siempre parecía que tenía el pelo sucio. No me caía bien, pero en ese momento necesitaba tratamiento a como diera lugar y me ayudó un poco. Cuando me alivié un poco de la angustia, huí, desaparecí.
Sigue teniendo cara de agria. Sigue yendo por la vida con el pelo engrasado.
¿Me habrá reconocido?

miércoles, julio 27, 2011

Buah, resulta que al final la transacción por la venta de la librería se cayó. El comprador tenía un problema con la garantía para el alquiler y blablabla; se fue todo al carajo. También se fueron al carajo mis ilusiones de indemnización y, con ellas, la plata para pagar Pearl Jam. Así que estoy entre frustrada y ansiosa mandando cvs.
La búsqueda laboral se me está tornando un tanto extraña en este momento. Hace casi tres años que no busco trabajo ni tengo una entrevista. Mis prioridades cambiaron desde la última vez que pasé por esto y hay un montón de cosas que no estoy dispuesta a hacer por un sueldo. Necesito un trabajo que me deje el suficiente tiempo para cursar la mayor cantidad de materias posible, así me recibo y listo.
Quiero trabajar desde casa, más allá de que muchos digan que no está tan bueno como suena, es lo que quiero. Quiero manejar mis tiempos y hacer de la joggineta un uniforme. Quiero poder prepararme el almuerzo todos los días y salir a la calle por deseo y no por obligación. Quiero, quiero, quiero.
Así que si alguien sabe de algo, por favor le pido que me chifle. A cambio le regalo algo. No sé qué, un pastel de papas, una clase de latín, una linda versión de The man I love; no tengo mucho más para ofrecer.

lunes, julio 25, 2011

Hace varios años, un tiempo después de abrir el primer blog, se me ocurrió que tenía que darle algún tipo de estructura a mis textos y me puse a tomar clases con un chongo que vivía en lejísimos de mi casa. Yo estaba segura de que era graciosa, cómica, ocurrente y creía que dándole un poco de forma a mi modo de escribir, podía terminar escribiendo una sitcom o algún delirio similar.
La cuestión es que el viernes a la noche me puse a hacer limpieza de mi cuenta de gmail y encontré cosas que escribía en esa época para el taller que hacía con mi amante de zona norte. Una bazofia. Algo realmente desastroso. Más allá de errores de sintaxis, puntuación y coherencia, escribía cosas que no podían hacer reír a nadie salvo a mí. Un juntadero de anécdotas -insólitas algunas, mediocres otras- narradas sin consistencia ni ritmo. Y lo digo con la mayor objetividad posible; pasaron como siete años, puedo darme el lujo de criticarme sin sentir que me estoy atacando. Entonces, agarré y me puse a leer, en orden cronológico, todos los archivos de todos mis blogs. Horas tardé, pero finalmente pude identificar los diferentes momentos, los estilos distintos, qué elegí contar, qué tono decidí aplicar y todas esas cosas que pueden interesarme sólo a mí para mantenerme activa en el ejercicio de la neurosis. Desde el primer momento en el que tomé el espacio como diario íntimo, el intermedio en el que me aboqué a la crónica de lo cotidiano hasta ahora, que ya no me da el cuero para contar con quién garché, qué me dijo fulanito cuando me dejó o hacer un relatominucioso, lleno de reflexiones, acerca de mi sábado a la tarde en plaza francia con Lau y su perra.
Desde la mirada más técnica, hay una evolución. También cambió el rol de la escritura en un costado más íntimo, pero cada vez que estoy frente al cuadrado en blanco de "nueva entrada" me pregunto por qué este blog, para quién, con qué finalidad. Tengo decenas de borradores que nunca me animé a publicar por miedo a herir susceptibilidades; ideas que me parecerían desperdiciadas si las usara para un post y no para un cuento; teorías larry-david-wannabe que prefiero compartir en reuniones con amigas; llantos melodramáticos impublicables.
No sé, no quiero decir con todo esto "entonces voy a cerrar el blog", porque no es la intención, pero sí noto que me da lo mismo escribir acá como no hacerlo; no tengo una motivación. Hay demasiada gente que me conoce que lo lee y después vienen los quilombos del "porque en tu blog vos dijiste x cosa de mí/de fulano/a". Y yo no digo nada de nadie. Hablo de mí y solamente de mí, todos los personajes que aparecen son eso: personajes. Convertir una experiencia en literaria es ficcionalizarla, para mí es algo clarísimo pero, evidentemente, no es así para todos. La verdad es que, en este momento, me dan más ganas de contarle un mail a un amigo sobre con quién me acosté hace dos días, limitarme a los 140 caracteres de twitter o escribir un cuento antes que medir lo que pongo y lo que no. Y el que diga que no me tiene que importar la opinión ajena, no me conoce ni un poco; me importa y no quiero que nadie me rompa las bolas en la misma medida que no quiero romperle las bolas a nadie.
Así que llego a este punto en el que me doy cuenta de que haber tenido un blog durante tanto tiempo me ayudó a crear el hábito de la escritura, pero que ya no me es necesario. Ahora escribo para otros espacios, para el profesorado y en mis .doc que todavía no me animo a mostrar. Se rompió la asociación entre el acto de escribir y la existencia del blog, porque escribir se convirtió en otra cosa, alejada de la descarga y la necesidad de poner en texto los soliloquios que me manijean. Volví a terapía, ya tengo una escena de catarsis.
Y ahora, quién sabe. Quizás me empiecen a pasar cosas absurdas y vuelva a sentir que soy graciosa como para postear acá. O tal vez vuelva a ese estado de observación permanente y vuelva al relato minucioso de lo más cotidiano. Me encantaría hacerme la canchera, poder decir que tengo demasiada vida allá afuera como para perder el tiempo acá (mentira, no lo haría, me encantaría sentirlo, pero no lo haría), pero la realidad es que todo sigue más o menos igual. Sigo resucitando hombres, sigo vendiendo libros, sigo queriendo ser profesora de literatura, sigo viviendo con amigas, sigo tomando whisky, sigo pintándome las uñas de azul. Hay algo que sí empezó a cambiar de un tiempo hasta acá, pero aún no lo tengo del todo identificado. Por lo pronto, sé que escribir ahora representa otras cosas, con eso me alcanza y tengo laburo para rato.

jueves, julio 21, 2011

La analista sugiere que tal vez me cuesta sostener una relación convencional a través del tiempo porque, en el fondo, quiero algo que se salga de ese molde. Evado darle una respuesta en concreto y me embarco en un relato de mi vida romántico-amoroso-sexual en los últimos 8 años. En resumidas cuentas, yendo a los puntos conflictivos de cada vínculo, me doy cuenta de que tiendo a reciclar, suelo huir en los momentos menos oportunos y desconfío profundamente de la capacidad ajena de brindarme seguridad. Entonces, me escucho y sueno a persona difícil de complacer, una jodida, una histérica. También sueno a despreocupación, diversificación prácticamente involuntaria, enojo efímero y búsqueda sostenida en el ámbito de lo sexual. Termino reconociendo que sí, que en algún punto sigo queriendo lo mismo que a los veinte en materia de afectos-un ideal acuarianísimo-, pero que me fue tan mal las anteriores veces que quise darle forma y aplicarlo que me da un poco de miedo. Ella me corrige, me marca que, a partir de lo que le conté en la última hora. la empecé a pasar mal en el preciso instante en el que traté de volverme convencional.
¿Cómo es que nadie me lo hizo notar antes? ¿Cómo no me di cuenta? ¿Cómo tardé tanto en volver a terapia?

sábado, julio 16, 2011

Me gustaba Tito porque tenía cara de insatisfacción. Tito no se llamaba Tito, tenía un nombre inadecuado para un pibe de 15 años en 1998; pero a mí no me importaba ese nombre de viejo que llevaba, ni que su pelo fuera una masa medio mugrienta con vida propia, ni que siempre tuviera puesto el mismo buzo, porque una vez a principios de tercer año soñé que caminábamos juntos por una plaza y al otro día, al entrar al aula y verlo, supe que me gustaba mucho.
Yo me sentaba al lado de uno de los amigos de Tito, un chico lindísimo que me robaba las biromes y usaba un piloto gris aunque hiciera calor sofocante. El amigo de Tito me cargaba por tener una foto de Leonardo Di Caprio en la carpeta y por escuchar a los BackStreet Boys, aunque yo le dijera que era una etapa superada en mi vida -eso había sido en segundo año, las vacaciones me habían transformado-, que ya no más boys bands y le mostrara la carpeta ausente de fotos, sólo inscripciones en liquidpaper. Todos me cargaban por eso, de hecho, menos Tito, que siempre estaba sumido en su melancolía y Nirvana, con su maraña de pelos horrenda llena de bolitas de papel que le tiraban desde los bancos del costado y su buzo azul con gris que tenía las mangas un poco cortas.
Con el chico del piloto nos sentábamos atrás de todo, última fila a la derecha; Tito se sentaba con un petiso fanático de Pearl Jam que era el más gracioso de la división, anteúltimafila del medio. No presté atención en todo el año, me limité a mantener mi cabeza apenas orientada hacia la izquierda para mirarle en el cuello a Tito y enredar en su porra inexplicable mis fantasías de compartir los auriculares del walkman. Me gustaba de un modo que nunca más, ni antes ni después. Yo quería cuidarlo, escucharlo, cantarle bajito Crystal ship, quería que se sintiera mejor, que dejara de tener tanta tristeza en la mirada. Pero no hacía nada, salvo mirarlo. Mirarlo en el aula, en el recreo, en la puerta antes de entrar, a la salida, los viernes a la noche en la plaza frente al Pizzurno, en el pool de Santa Fe y Larrea. Y no me daba cuenta de que todo el mundo se daba cuenta de cuánto lo miraba; porque siempre -y más en esa época- me sentí medio invisible, como si nadie terminara de registrar mi presencia.
Obviamente, hay algo trágico en la historia. Bueno, trágico para una piba de 15 años que escribía cuentos sobre suicidas y se sentía invisible. La típica, un día sus amigos le dijeron a mis amigas que Tito gustaba de mí y propusieron armar celestinaje. Ellas aceptaron entusiasmadas, intentaron entusiasmarme a mí -sólo lograron ponerme nerviosa- y a los pocos días ellos dijeron que era todo mentira y me dejaron tan expuesta que no me animé a mirar más que al pizarrón durante el resto del año.
Y sí, sufrí mucho y me quedé dormida llorando muchas noches y tuve muchas ganas de no ir a la escuela infinidad de veces y le conté a mi madre que sólo me aconsejó que me alejara de los virginianos; pero lo importante vino después. Nuestro (no)vínculo se instituyó en los recreos. Una vigilancia de su parte que en un principio interpreté como hostigamiento y humillación, hasta que le noté en los ojos la misma melancolía que le espiaba en las clases de contabilidad cuando éramos compañeros. Me miraba a mí, durante los recreos, en la plaza los sábados a la noche, en las fiestas canilla libre de los viernes, en las marchas, en los pasillos, al lado de las máquinas de golosinas, en el anfiteatro, en los antros, subsuelos y galpones con techos sudados donde nos emborrachábamos con tequila de cincuenta centavos el shot. Nos mirábamos y limitábamos el contacto verbal a pedirnos cigarrillos o alcanzarnos cervezas de la heladera del kiosco. Fumaba esos parissienes -el sabor repugnante, el humo espeso, un asco- y tomaba del pico de esas cervezas con una entrega como de bruja en un ritual mágico que nunca más, sólo a los 16 o 17, sólo por Tito.


La entrega de diplomas fue un año después de egresar. A la mañana, tempranísimo, en el salón de actos de la Facultad de Derecho. Un torre absoluto del que escapé a los quince minutos para ir a fumarme un pucho a la puerta. Y sobre una de las columnas enormes que están antes de la escalinata, estaba apoyado Tito, con uno de sus parissienes colgándole de los dedos. Le pedí fuego, nos preguntamos cómo andábamos, nos quedamos en silencio tirando humo. Él había empezado a abrir la boca para decir algo cuando sentí la voz de mi madre taladrándome los tímpanos. Que tenía que entrar ya porque había salido mejor compañera y me tenían que dar la medallita. Puse cara de sorpresa, puso cara de sorpresa, mi mamá siguió gritando y entré casi corriendo.
En algunas de las fotos de ese día, se me puede ver al lado de mis amigas, con el diploma en la mano y el pelo larguísimo. Y a lo lejos, apoyado sobre una columna, Tito mirando al objetivo de la cámara.

domingo, julio 10, 2011

Me puse los lentes, el abrigo y caminé hasta Parque Centenario para votar en la escuela donde hice cuarto y quinto grado. Me busqué en los listados, me encontré y entré.
En la puerta del aula donde me tocaba había un cartel grande, blanco, con letras negras:

CUARTO OSCURO PARA PERSONAS CON NECESIDADES DIFERENTES

Y ahí me sentí re comprendida.

sábado, julio 09, 2011

Doce horas. Doce horas pasaron nada más desde que tengo celular -después de un año y medio sin- y ya recibí un mensaje que me trastornó la cabeza.
Genial.
Fantástico.
Divino.

viernes, julio 08, 2011

El fin de una era: se vendió la librería.

En más o menos un mes, tenemos que organizar este despelote como para que el nuevo dueño pueda encontrar un libro con un criterio más o menos razonable. Hasta ahora, nos manejamos con el método de la memoria y del "debe estar por allá". En más o menos un mes, voy a tener que definir si me quiero quedar bajo las órdenes de un nuevo jefe o si me aventuro a ver qué hay allá afuera. En realidad, está todo bastante definido, me voy a ir. Este lugar ya cumplió su ciclo. O yo me aburrí, lo que es muy probable también. O las dos cosas.

lunes, junio 27, 2011

Ayer cuando me desperté como a las cuatro de la tarde me desilusioné un poco. No tenía resaca, no estaba engripada después de haber chupado mucho frío la noche anterior, ni sentía remordimientos por comportamientos vergonzosos. Me desilusioné porque en el momento en el que abrí los ojos supe que iba a ser un domingo cliché y quería tener al menos una excusa para estar tirada todo el día fumando metida en la cama.
Así que miré la pared mucho tiempo, seguí con la lectura de El Pasado, miré Ghost World, escribí y sentí La Nada en su estado más opresivo y repugnante.
Hoy me desperté peor, al borde del llanto constantemente. Llegué a la librería, me vine para mi compu que está atrás de todod y me cubre de la mirada de los otros para poder llorar tranquila. En un momento vi que mi jefe se levantó para decirme algo y apenas pude pasarme las palmas de las manos por las mejillas para secarme un poco, pero el tipo, como ni enterado de mis ojos rojos e hinchados siguió hablándome como si nada de unos cheques. Por un instante me llené de bronca. ¿Cómo no me preguntaba qué me pasaba? ¿Cómo podía ser tan desalmado? Pero inmediatamente me di cuenta de que es lo mejor que puede suceder. Porque ¿qué le iba a decir? ¿Que me estoy por indisponer y que probablemente era algo hormonal? ¿Que me gustaría que me llame un chico pero como no lo hace me frustro? ¿Que a veces me desbordo emocionalmente porque el resto del tiempo no me permito bajar la guardia ni por un segundo? Entonces, mejor que no le importe, porque realmente no estoy interesada en que mi jefe conozca mis problemas, menos cuando no puedo ni explicarlos.
Después me quedé sola y me calmé, hablé por teléfono con mi mamá, me pasó una erceta de puchero y me dijo que me quería mucho. Puchereé después de cortar, porque a veces me emociona que me quieran así de mucho. Y ahora se me llenan los ojos de lágrimas mientras escribo esto porque estoy convertida en un ser ultrasensible que se conmueve con absolutamente todo.
Esto es insoportable, que alguien me usurpe las hormonas.

sábado, junio 25, 2011

Tengo una sola palabra para decir: moussaka.
Aunque me haya salido todo medio desarmado, aunque me haya quedado apenas corta con el yogurt, aunque hubiéramos comido sushi -hecho por Dedé- antes porque ya había pintado el bajón.
La carne de sabor contundente, con mucha paprika; las berenjenas cremosas, suaves; la acidez del yogurt.
Y mientras esperábamos que gratinara en el horno, recordamos las carnes a la cerveza, la sopa de ajo, los ñoquis rellenos, las feijoadas y los guisos. Porque sí, seremos bajoneras, pero hay una realidad, la comida invernal es una maravilla.
No veo la hora de llegar a casa, poner a cargar Game of Thrones, calentarme una porción y preparar el cuerpo para una siesta épica.
La satisfacción en lo simple.

lunes, junio 20, 2011

No me gusta el contacto físico con la gente extraña. No hablo de estar apretada en el bondi, eso no le gusta a nadie. Más bien me refiero a todo el despliegue de camaradería que se suele tener con personas con las que uno no comparte más que circunstancias espacio-temporales. Hablo de besos en la mejilla, palmadas en la espalda e incluso abrazos. Hablo de compañeros de trabajo, de facultad, clientes y personas que me encuentro por la calle que alguna vez formaron parte efímera de mi vida.
Cuando hacía vida de oficina y trabajaba con un equipo de cerca de quince personas, sufría mientras subía en el ascensor al saber que se acercaba el momento de saludarlos A TODOS con un beso en la mejilla. Era una locura. Todos los días. Un beso en la mejilla. Al llegar y al irse. A todos. Todos los días. O pienso en mi primer año en el profesorado; no saludé a nadie -salvo a La Secretaria y a Amarula, obvio- hasta noviembre más o menos, porque si bien soy bastante tímida y estoy segura de que la gente nunca registra mi presencia, también está esta cosa de negarme a andar besuqueando a la gente, entonces quedo como una antipática, amarga, misántropa, Daria, lalala lalá.
El saludo con beso en mejilla por compromiso me parece una invasión al espacio privado. Un avasallamiento a la intimidad. Un atrevimiento innecesario. Una regla de urbanidad inútil. Un horror. Y ni hablar de cuando me cruzo con esa gente que ni me conoce pero me abraza. O sea, ME ABRAZA. Digo, para mí, el abrazo es una muestra de cariño sincera que valoro mucho cuando viene de alguien cercano, o que brindo cuando me puede la ternura; pero que venga fulana o mengano a rodearme con sus brazos es algo que me crispa los nervios.
De más está decir que la gente esa que va a los parques, con sus carteles de "abrazos gratis" me parecen directamente macabros. No te acepto un abrazo de un desconocido ni que me paguen. Y me pasó algo terrible respecto a esto hace muy poco. Había un pibe que me gustaba mucho desde hacía un tiempo. Alguna vez terminamos los dos en un sillón, hablando muy de cerca, con su manaza masajeándome el cuello; alguna otra vez hablamos durante horas sobre libros y astrología; y aunque nunca haya pasado nada, siempre tuve la certeza de que sólo era cuestión de tiempo. Hasta que. Hasta que un día abrí mi facebook y ahí estaba él, el grandote que me re cabía, etiquetado en un album que se llamaba "abrazos gratis"; ahí estaba, con una sonrisa y abrazando gente desconocida en Plaza Francia; ahí estaba mi deseo, siendo chupado por un agujero negro para nunca jamás volver. Y todos dirán, "pero, nena, ¿qué problema tenés?" o "salí de la pose"; pero yo les digo que me tienen las pelotas llenas con la sobrevaloración de la sociabilidad y el contacto físico. Mirá si voy a dejar que alguien que no me conoce me toque. ¿Qué bienestar me puede generar pegotearme con un extraño?


Ah, me olvidaba, todo esto no aplica cuando se trata de ancianitos o infantes. Ahí sí, soy una más del montón.

viernes, junio 17, 2011

Soy la única impresentable a la que le gusta el yogurt de dulce de leche, ¿verdad?
Es que me hace acordar a la mezcla de mendicrim y dulce de leche de la chocotorta.

viernes, junio 10, 2011

Mail de Jefe:
Blabla blabla blabla... Ayer llegamos a Boston y mañana vamos a visitar Harvard y el MIT blablabla Blablabla. Vendé mucho.

Respuesta a mail de Jefe:
Blablabla blablabla bla bla... Uh, traeme uno del MIT, que me re caben los científicos blablaba Blabla bla. Besos.


Entro en períodos en los que me convierto en algo así como el análogo femenino de cualquier pajero que le mira el culo a todas las minas por la calle. Claro que lo mío es otra cosa, no ando relojeando bultos por la vía pública. Son épocas en las que el "me gustan todos" se acerca a la realidad. Y no se trata de querer encamarme con todos, eh; no, simplemente me pasa que los veo a todos mucho más atractivos.
El chico que hace un rato estaba haciendo un depósito en el cajero de al lado en el banco. El cerrajero de al lado que tiene una espalda maravillosa. El carnicero del chino de Guayaquil. El muchacho que hace un rato pidió Demian, de Hesse. Todo el cast de la última de X-men (menos el rubio con pinta de mariscal de campo). Uno de los personajes de la novela que estoy leyendo. T-O-D-O-S.
Entonces me pongo coqueta y flirteo -porque yo nunca flirteo, no me sale- con los clientes, el chofer del bondi y el verdulero. "Qué puta", me dijo Dedé el otro día, con cariño, pero no, ser puta es otra cosa; esto es como si, de repente, todo se volviera bello y no me quedara otra más que contemplar con una sonrisa. Y qué lindos son todos.
Eso sí, pedirle a mi jefe que me traiga un pibe del MIT porque me caben los científicos, es un error de registro imperdonable.

jueves, junio 09, 2011

Hace un rato un amigo me contó que le va a proponer casamiento a la novia. Me puse muy contenta por él, que es romántico, le gusta ser romántico, disfruta teniendo ese tipo de gestos y lo está haciendo con absoluta seguridad y convencimiento. Pero, claro, el mundo gira alrededor de mí, mi ombligo es un centro gravitatorio, así que no pude evitar empezar a pensar en el asunto desde mi perspectiva; lo ficticio que me parece hacer una propuesta así, el disparate de gastarse dos lucas en un anillo de compromiso, lo absurdo de preparar una fiesta que vale una fortuna -mucho más que lo que pueden juntar en regalos, dejémonos de joder con esa excusa-. También me di cuenta -como lo hago un par de veces por mes- de que nosotros dos vivimos en dimensiones paralelas, que lo que nos une es una comodidad en presencia del otro, pero nada más. Y qué jodido esto de estar feliz por alguien a quien quiero, pero al mismo tiempo tener este cúmulo de juicios de valor a punto de escaparse por la punta del índice acusador. Porque sí, entiendo que pertenecemos a mundos completamente opuestos, porque él eligió abandonar su música y meterse a estudiar una carrera gris en una facultad nefasta y porque yo nunca pude más que hacer sólo lo que me gusta y gratifica, a riesgo de ser la persona que menos se esfuerza en el mundo. Comprendo que él haya elegido eso, porque es sano, bueno, poco neurótico y viene de una de esas familias con almuerzos todos los domingos a la misma hora y una madre amorosa que le puso el límite a los alcances del Edipo en el punto justo. Y también me comprendo a mí y mis elecciones, porque TODO lo convierto en objeto de análisis exhaustivo y vengo de una familia que es un clan de gitanos, con una madre que nunca pudo pasar un domingo conmigo, ni llevarme a un cumpleaños y me mandó a vivir con mi abuela la mitad de mi infancia, y un padre biológico del que no sé ni el apellido, que está escondido detrás de todas las mentiras de mi madre y las versiones de los hechos de mis tías. Así, que sí, entiendo, entiendo todo y por eso me pongo contenta por mi amigo y me dan ganas de abrazarlo, aunque me tenga que conformar con llenarle de emoticones el messenger.
Entonces, quizás ninguno de los dos esté eligiendo mal, ¿no?. Aunque yo piense que se está condenando desde hace diez años a una vida que le queda chica. Aunque él nunca deje de decirme que me complico demasiado con variables desubicadas a su parecer. Aunque él se entregue a la búsqueda de un estilo de vida que a veces me resulta frívolo (ok, a veces se lo envidio, lo reconozco). Aunque él no entienda que no tolero condiciones por fuera de mis ideales y que eso da por resultado una vida austera y sin muchas ambiciones de corte material (ok, a veces me lo envidia, lo reconoce). Y es en este juego de contrastes tan notorios que me encuentro un poco a mí misma y a la gente que quiero. Porque más allá de los antagonismos obvios, hay algo más allá: la capacidad y voluntad de poner amor en cada acto. Y en eso sí somos iguales. El amor con el que él encara su relación de pareja me hace tener esperanza en la humanidad toda. El amor que yo le puse (y pienso seguir poniendo) a cada una de esas decisiones que tomé y me cambiaron la vida, me hace tener fe en mí.
Si me pongo en boba, me imagino una escena muy cursi, muy de peli yanqui, en la que yo hago tintinear una cucharita contra una copa de champagne, para pedir silencio y despacharme con un discurso parecido -no tan narcisista, claro- a lo que escribí acá arriba el día de la boda.
Pero, claro, a ninguna novia le cabe que entre los invitados esté la minita que su flamante esposo se garchaba antes de conocerla.

martes, junio 07, 2011

Hasta hace muy poco, pensaba que "apretar" era un verbo regular. Decía "uh, no me apretes".

Hasta terminada la adolescencia, estaba segura de que "documental" era un sustantivo femenino; "miré una documental", decía.

Una vez, no hace mucho, no garché con un tipo que no estaba nada mal porque me contó que no había podido aprobar Semiología del CBC y no pude no deserotizarme hasta la apatía.

Siempre me confundo y escribo "pretensioso" en lugar de "pretencioso".

Recién el año pasado me enteré de que "capaz" NO es sinónimo de "quizás" o "tal vez". Todavía no me recupero del shock.

Si un tipo escribe sin faltas de ortografía, ya tiene un cuarto del camino hecho. Si, además, tilda con corrección, soy suya.

Después de terminar el curso de ingreso al secundario, me madre me mandó a Pinamar en micro, sola. Para leer en el viaje, me llevé un diccionario.

#listolodije

lunes, junio 06, 2011

Hoy soñé que estaba en mi cama, tal como me había quedado dormida, que tenía los ojos cerrados y que si estiraba las manos, podía tocar la cara de un hombre con barba y labios carnosos. Sabía que estaba soñando y, por eso, también sabía que si abría los ojos, seguramente me iba a encontrar solamente con una pared frente a mí; así que seguía palpando, le acariciaba el labio inferior con la mano izquierda, mientras que apoyaba en su cuello la derecha. Lo que tienen de particular este tipo de sueños son las texturas. Yo no soñé que tocaba un rostro con una barba de tres días, toqué esa cara, sentí la aspereza, todavía lo siento en las manos. Es lo más cercano a la realidad y lo más despojado de simbolismo que puedo experimentar mientras duermo, por eso no quise abrir los ojos; porque cada vez que me sucedió algo así, el querer agregar un sentido a la experiencia dio como resultado el retorno brusco a vigilia. Pero, por otro lado, tenía que saber a quién estaba tocando, mi curiosidad actúa antes que yo muchas veces. Entonces, en el sueño, abrí los ojos. Y ahí estaba, alguien a quien nunca vi. Un hombre de treinta y pocos, muy blanco, ojos marrones y una boca que daban ganas de morder. Él me miraba fijo, sin ninguna expresión definida, dejándose manosear la cara con una calma sorprendente.
Me asusté. Lo tengo que reconocer, me cagué de miedo. De repente, no supe si estaba soñando o si un flaco re lindo se había materializado en mi cama mientras dormía la siesta. El tipo estaba ahí, lo sentía ahí, emanaba calor, me estaba empezando a mordisquear el pulgar que yo tenía a medio meter en su boca y no pude más que hacer un esfuerzo grandísimo por despertarme.
Y claro, me desperté. Abrí los ojos -esta vez los ojos-vigilia, no los ojos-sueño-, miré la pared blanca, me puse triste y volví a cerrarlos, intentando volver al estado anterior, a la barba, la boca, el chico, mis manos y su calor; obviamente, no pude. No tuve mejor idea que recordar. Otras barbas, otros chicos, otros calores. Otras cercanías, otras miradas; algunas verdes, otras negras, otras como delineadas, otras casi transparentes. Otros olores, otras expresiones y otros sentimientos, muy distantes de la tristeza.
Hice el mismo camino que hago siempre cuando decido entregarme a la nostalgia. Y cuando hablo de camino, lo digo casi literalmente. Camino por esa calle en la que corre un viento asesino sea verano o invierno, termino mi cigarrillo en la puerta, muerdo el caramelo que traigo en la boca y trago los pedacitos, toco el timbre y espero. Espero a que abra la puerta, pero también espero el momento ese en el que ya estamos cansados de coger y puedo quedarme dormida aunque me esté abrazando y mi cara esté pegada a su pecho. Espero poder recrear al menos una mínima parte de la sensación que siempre me generó tenerlo cerca; una mezcla de deseo inconmensurable, sentirme muy estúpida y muy chiquita. Como era de esperarse, logré la parte de la estupidez y un poco la del deseo, lo que me dejó en un estado de frustración un poco difícil de quitar, que no se fue con tocarme, aunque quise. Porque él no me tocaba, directamente me penetraba. Desde el momento en el que abría la puerta -en la vida real y en mis recreaciones a ojos cerrados-, se me metía adentro y no salía hasta despedirnos al otro día. Como si la puerta de esa casa fuera el mismo límite de mi cuerpo, parte de mi dignidad y mi deseo. Entrar ahí era dejar que él se diera el lujo de invadirme, penetrarme y someterme; de la misma manera en la que pensarlo es dejarme invadir, penetrar y someter por la imagen que me queda de él.
Extraño, no sé si lo extraño a él. Extraño su manera tan exquisita de faltarme el respeto. La liviandad con la que pasaba por alto mi discurso neurótico y apelaba a lo más primitivo que hay en mi, de la forma más chabacana y divertida. Extraño la saciedad después de haber pasado una noche con él y también extraño las ganas imposibles de aplacar que solo lo tenían a él como objeto; extraño no poder reemplazarlo con nada ni con nadie. Por eso siempre el mismo caminito, la búsqueda de esa intensidad sin llegarle ni a los talones; las mismas escenas, imaginarme las mismas miradas, obsesionarme con las mismas frases, una y otra vez. Noches y noches y noches intentando algo que solo es posible si entro en esa casa, no con mi mente, sino con mis piernas, mis pies y toda yo. Solo posible si me dejo avasallar por sus faltas de respeto que ofenden por lo inofensivas, por su liviandad inherente y por su habilidad para hacerme sentir deseada, estúpida, sometida y maravillosa, todo al mismo tiempo.

Cómo será de fuerte que ya perdí el hilo de lo que quería contar. Lo que quería contar era que soñé con un tipo, un desconocido, pero terminé poniendo la carga del sueño en otro, que sí conozco, y que se me arruinó un cacho del domingo.
Después puse Talking Heads y me sentí mucho mejor.

viernes, junio 03, 2011

***** dice:
a ver... ordena los signos solares con los que tengas más afinidad, del más al menos

Ce dice:
piscis, libra, géminis, escorpio, acuario, sagitario, virgo, tauro, aries, capricornio, leo, cáncer

***** dice:
los de piscis son todos maracas

Ce dice:
jjajaaj sí, son RE maracas

***** dice:
cáncer son trastornados
libra, todo bien, pero hay veces que no saben lo que quieren
geminis: mentirosos

Ce dice:
seeee
MUY mentirosos

***** dice:
escorpio, un gran signo, pero te tenes que saber adaptar, tienen un carácter fuerte y puden ser indomables
acuario: liberales de cuarta

Ce dice:
jajaajaaaaaa

*****dice:
sagitario: solo quieren ir de viaje, no ven más allá del día de hoy

Ce dice:
mmm ahí no sé si estoy tan de acuerdo
pero seguí

***** dice:
virgo: todo lo bello del análisis termina siendo insoportable para el prójimo
tauro = aburrido
aries: intolerantes
capricornio: paranoicos TODOS
y leo... primero yo, después yo, después yo... al final, yo

Ce dice:
sí, totalmente
entonces, *****? no se salva nadie?

***** dice:
jaja
ehhh
no

Ce dice:
qué virginiano lo tuyo

***** dice:
digo lo bueno

Ce dice:
eso, queremos lo bueno

***** dice:
bueno, te hago la parte positiva
a ver
piscis: entienden el sufrimiento, te podés apoyar SOLO para compartir
libra, grandes intelectuales
géminis, son buenos escritores, aprenden rápido
escorpio, te defienden a muerte
acuario, linda combinación de un ser positivo y racional
sagitario, es bueno conocer gente optimista
virgo, siempre están para ayudar
tauro, tienen los pies en la tierra
aries, no se caen nunca
capricornio, siempre consiguen lo que quieren
leo, te protegen
cáncer, son muy afectuosos

Ce dice:
clap clap clap, amo la síntesis virginiana






Creo que está todo dicho.

jueves, junio 02, 2011

Tenía 15 y un cassette de The Doors. Antes de dormir lo metía en el walkman y ponía el lado que tenía Unknown soldier, Love her madly y L.A. woman. También tenía Riders on the storm. Si no te acordás, hacé memoria, porque no voy a subir la canción ni el video; quiero memoria. El ruido de lluvia, el piano de Manzarek; y era como si todo de repente se volviera gris y se llenara de neblina. Me ponía paranoica, supongo que porque there's a killer on the road y if you give this man a ride, sweet family will die. Algo me hacía sentir ajena, sin saber muy bien ajena a qué; pero de eso se trata la adolescencia, ¿no?
A veces -cuando me rateaba de computación-, me tiraba en las escaleras de la plaza que está frente al Pizzurno, me enchufaba los auriculares y cerraba los ojos para sentir que no había nada alrededor, que estaba suspendida en la nada, sintiéndome ajena incluso a mí misma, mientras Jim Morrison me cantaba al oído. En esa época la angustia era una constante real, tangible, una presencia sofocante; no había momentos felices, no había satisfacción de ninguna clase, no había nada, salvo una tristeza que lo envolvía todo y a todos. Y Jim Morrison, y Riders on the storm.

lunes, mayo 30, 2011

- Lo mejor de todo esto es que me acabo de dar cuenta de que no sos buena persona.
- ¿Cómo que no soy buena persona?
- No sos la encarnación del mal, boludo, no digo eso. Digo que no sos bueno. En el sentido mas Heidi del concepto, claro.
- Ah, obvio. ¿Vos pensaste que era bueno? Para ser tan desconfiada, le pifiás mucho.
- Qué tarada, ¿no? Años poniendo las manos en el fuego por tu bondad y resulta que nada que ver. Es la cara la que engaña. ¿Vos sabés que un día una amiga te vio en una foto y dijo que tenías cara de cura?
- No, la cara engaña la primera media hora. Vos pensaste que era un pobre muchacho que buscaba amor de maneras equivocadas y que sólo necesitaba un golpe de efecto del destino para encontrarme con una mujer fantástica, sanadora; la única capaz de entenderme, de captar mi esencia y ponerme de vuelta en mi eje. Como una especie de hada madrina.
- Claro, pero más puta. En vez de varita, una fusta.
- Vos no pensabas que yo fuera bueno, pensabas que era tu equivalente masculino.

sábado, mayo 28, 2011

Esto de estar trabajando sola durante diez horas por día se está convirtiendo en una experiencia rara. Por un lado, me encanta. Tengo los papeles ordenados, escucho la música que quiero, puedo leer sin culpa ciertos libros -y nunca voy a confesar de qué libros hablo, NUNCA- y hablar por teléfono tranquila cuando no hay gente. Pero por otro lado, son demasiadas horas en silencio conmigo misma; más allá de la música, de mi criterio del orden y de los libros pésimos a mi entera disposición, está ese silencio que es como un agujero negro. No sé bien qué hay del otro lado, pero mete miedo.
Entonces el día transcurre sin sobresaltos, o al menos eso parece. Hasta que me subo al bondi, me siento, leo un par de páginas del libro que llevo en la cartera y una frase me dispara hacia 28 pensamientos diferentes, paralelos, versiones más o menos adornadas de exactamente lo mismo; como una piñata de neurosis estallándome en el pecho, en el cerebro, en lo ojos.
Después, lo usual. El llanto disimulado, la careteada constante, los apuntes como herramienta de evasión, los sueños perturbadores, el encierro, la retrospectiva como búsqueda de sentido y fuente de obsesión; el kit de angustia que llevo en una valijita desde que mi mundo es mi mundo.
Me sorprende lo sádica que puedo ser conmigo misma y al mismo tiempo me explico el por qué de muchas cosas. Hay algo en el castigo que es el núcleo de mi esencia, enviste todo lo que soy y hago; que es como una planta carnívora, magnífica, bella, enorme, hipnótica, y se come a los pajaritos inocentes que le revolotean alrededor. Eso y el agujero negro. Meten miedo.