lunes, septiembre 14, 2009

Mi Oma siempre fue viejita. Cuando yo nací ella ya había pasado los ochenta años, así que el recuerdo que tengo a lo largo de mi infancia es más o menos parejo; digo, siempre me pareció una viejita muy linda, no pude notar el paso del tiempo en su cara. Yo tocaba la puerta del departamento -ellos vivían en el séptimo y nosotros en el noveno- ella preguntaba "quién es" y abría sin esperar a que le contestase. La cocina era diminuta y las hornallas siempre tenían encima dos o tres ollas echando humo. Me daba alguna galletita bañada en chocolate y unos caramelos para que me guardara en el bolsillo. Falleció cuando yo tenía once años, me lo contó mi mamá por teléfono, porque yo estaba de vacaciones con el resto de mi familia.
Era hermosa. Alta, imponente, unas tetas enooormes que, según cuentan por ahí, eran la locura de todos los hombres. Inteligente, filosa, orgullosa y dedicada. Y excelente cocinera; tenía un toque mágico. No importaba si estaba preparando chucrut o si sólo había hervido unos repollitos de bruselas, todo era exquisito. Si hubiese sido un olor, habría sido el de las galletitas de manteca recién salidas del horno; si se hubiera convertido en textura, habría sido el crumble -que ella me nombraba en alemán y yo no sé cómo se escribe- que ponía por encima de su torta de ciruela. Ella y sus ollas humeantes, siempre.

Ayer me desperté, ordené mi cuarto, me quejé del dolor de garganta y me fui al supermercado. Compré jengibre y limón para hacerme té, mucha cebolla, puerro y unos pedazos importantes de carne. Porque a medida que avanzaba con el changuito, lo supe; había que aprovechar la última semana de invierno y hacer un goulash.
Corté las cebollas y la carne, en cubos. Sellé, doré, olí, sonreí y me armé de paciencia. Después de tres horas a fuego lento, el toque final, la fécula para que todo se vuelva espeso.
Ani aplaudió y limpió con el pancito hasta que el plato volvió a su blanco original; mi hermana felicitó y devoró todo en dos segundos; Genève no paró con su "qué rico olor" en toda la tarde. Yo me comí lo que quedó al mediodía, antes de venirme para la librería.

Mary se llamaba mi Oma, una grande.

1 comentario:

Cel dijo...

ger: la veía todos los días, sí, y a mi Opa también... eso sí, eran bisabuelos, no abuelos.
A mis abuelos les sigo rompiendo las pelotas como cuando era chica.