Masala ahumado, curry picante, "garrapinola" (creo que compré por el nombre nada más, no me cabe mucho la granola), portobellos secos, gírgolas, arroz yamaní, porotos negros, mostaza ahumada, salsa de soja, hamburguesas de trigo burgol, salsa barbacoa y chocoarroces.
Volví del barrio chino en el 55, leyendo una de esas novelitas chotísimas con las que me vengo castigando últimamente. Caminé las cuatro cuadras hasta casa pensando en que iba a hidratar los hongos con un poco de vino, saltar cebolla, agregarle el masala; todo con un poco de arroz que me había sobrado de ayer y qué rico, pero qué rico.
Terminé llorando sobre los portobellos, sobre el arroz, sobre las pastillas de levadura de cerveza, sobre el plato y sobre la almohada. Todo lo lloré, sin saber bien por qué. Capaz porque nunca me respondieron un mail que mandé hace una semana y que pensaba que merecía una contestación al menos breve; o porque me gustaría cocinarle a alguien alguna vez; porque me quiero cambiar de trabajo y no sé bien por dónde empezar; por pasarme la tarde recordando estupideces; por lo inconveniente de mi deseo. Probablemente, por todo eso junto.
Un gran llanto condimentado con especias de India, exquisito, suculento.
Estoy que reviento.