lunes, noviembre 29, 2010

Una mezcla de nostalgia, angustia, calentura y hormonazo. Eso siento. Me imagino una escena de sexo en este preciso instante, con este mismo estado de ánimo, y apuesto mis pocas pertenencias a que me convierto en una de esas que lloran cuando cogen. Una sola vez lloré después de acabar, el tipo ni se dio cuenta -como no se dio cuenta de nada, nunca, pero ese es otro asunto-; claro que fue parte de la puesta en escena que me había armado para mí misma: el tormento del amor inefable y nunca correspondido sólo podía ser cristalizado de un solo modo, llorando en silencio después del éxtasis de la intimidad, después de mirarlo a los ojos mientras el orgasmo nos atravesaba el cuerpo. O sea, puro blabla, pero de vez en cuando me gusta armarme shows para hacerme creer que soy una de esas mujeres intensas e inolvidables. Cada cual con su neurosis, no me pidan más que esto, hago lo que puedo.
El problemaa de este estado es que no queda otra más que esperar que decante y yo soy muy ansiosa. Y además, va a terminar mal. Nada bueno sale de la mezcla de nostalgia, angustia, calentura y hormonazo. En el mejor de los casos, me indispongo antes de tiempo. En el peor, salgo desesperada a encamarme con cualquiera para después sentirme vacía y desamparada. En el medio, se despliega un abanico de confusión, ataques de quinceañerismo y activación de los mágicos poderes de la Luna en Acuario.
Tengo el cuerpo impregnado de él. Su olor en mi ropa. La sensación en las uñas de la aspereza de su barba. Flashbacks, cientos de cuadros que forman secuencias, que foman escenas, que recrean momentos. Y todo eso me conmueve, me angustia, me calienta, me alborota.
La nostalgia es un bonus track que me manda la vida, porque es perra.

sábado, noviembre 27, 2010

Divino. Sin darme cuenta, volví a caer en el estado este que me hace sentir absolutamente incomprendida y sola. La palabra clave es SOLEDAD.
Porque claro, soy súper especial; mis sentimientos atraviesan matices desconocidos por el resto de los mortales.
Por eso, cuando trato de explicar qué me sucede nadie me entiende, nadie quiere comprender, todos miran para un costado. Oh, pobre de mí. Pobre insatisfecha salitaria.
Entonces -como siempre, mis mecanismos de defensa son siempre los mismos- el resaltador es el arma con la que batallo contra este estado; o mejor, dicho, es la herramienta que uso para evadirlo y negarlo. Estudio. Estudio unos apuntes de cognitivismo cultural que están hechos para subnormales. Estudio Las Doce Casas de Sasportas y me maravillo con los misterios de la astrología psicológica. Repaso en mi mente las desinencias de la tercera declinación. Conjugo el verbo "satifacer" en el modo subjuntivo. Aunque las clases hayan terminado, aunque ya no haya necesidad. Ocupo mi mente en repasar e incoporar información porque le tengo pavor a empezar de vuelta a pensar en todas esas cosas en las que termino pensando cuando me siento sola e incomprendida.
En los libros que leo no enseñan cómo pedir un abrazo.

viernes, noviembre 26, 2010

Las cosas estaban mal. Yo estaba mal. Cumplía años -algo que siempre me cruza bastante- y había tenido una especie de pelea con Nico. Pero había que festejar. Flor y Nat me ayudaban con los preparativos y ya había mandado el mail invitando a bastante gente; así que no me quedaba otra, iba a tener que tirar la casa por la ventana de un modo u otro.
No recuerdo mucho, pero sí me acuerdo de que Dedé andaba con muletas porque se había accidentado en el laburo, que mi hermana nunca vino, que le tiré las cartas a un amigo del pibe que salía con Flor y que después me hice la linda con otro, incluso le encajé un beso, y que terminó pasando la noche con Nat. Después de darme cuenta de que me le había tirado encima al flaco que había venido chamuyando mi amiga durante toda la fiesta, me encerré en mi cuarto a llorar. Llamé a un lector del blog al que no conocía pero con el que nos mandábamos infinidad de mensajes textos diarios. Sí, cuando estoy borracha y triste me entro a desesperar y llamar a un tipo que no conozco a las seis de la mañana para que venga a mi casa a conocerme me parece de lo más correcto. Lo peor del asunto es que el pibe vino; era raro. Fuimos a comprar puchos, subimos a mi cuarto, nos recostamos en la cama y no pronunció palabra. Está claro que no le gusté ni un poco porque en algún momento atiné a acariciarle el pelo y prácticamente sálió disparado, pidiéndome que fuera a abrirle.
Ya era de día y no podía dormir, la mente me tiraba veinte pensamientos por segundo que se arborizaban en panoramas nefastos de futuros de soledad eterna y reseca. Era una máquina de llanto, no podía parar.
A las once de la mañana bajé a tomar agua y llamé a Nico. Después de mandarme a gritar a la terraza a modo de terapia de descargue, me dijo que quería seguir durmiendo, que cualquier cosa hablábamos más tarde. Seguí llorando hasta que atardeció. También lloré los días siguientes. Lloraba porque Nico cada día se alejaba más, porque nadie me elegía, porque no le podía gustar a nadie. Lloraba día y noche; en el trabajo, en el bondi o en mi casa. Lloraba imperceptiblemente y a lss gritos pelados. Lloré lo que quedaba de primavera y el verano, otoño e invierno siguientes.
Hoy me acordé de ese cumpleaños choto; de ese año choto. Era como si me lo estuvieran contando, como si yo no lo hubiese vivido. Y ahí supe por qué.
Es que soy otra. La misma, pero otra.

jueves, noviembre 25, 2010

Él me llamaba La Reina de la Retórica y yo sonreía de costado. No me quedaba otra. Estar enamorada de El Rey de la Manipulación Discursiva te lleva a ciertos lugares de los que después no podés volver. Volví de la tristeza como constante; volví de la absoluta falta de respeto a mis deseos; volví de la desesperanza arraigada en el cuerpo; pero del malabarismo semántico, no. Probablemente porque la cualidad ya estaba ahí, desde siempre. Mi relación con las palabras, con lo discursivo, fue siempre muy estrecha, intensa.
Si no lo digo no lo creo. Si no hay relato -en cualquiera de sus formatos-, no sucedió.
¿Y la palabra ajena? Ah, cierto, la palabra del otro. Esa queda en el limbo del "no te creo nada". Hasta que se demuestre lo contrario.

miércoles, noviembre 24, 2010

"Bastante lejos del convento está esta", dijo mi madre refiriéndose a mi laica soltería.
"Vos buscate DOS, siempre DOS", dijo mi abuela con respecto a las elecciones de maridos.
"También te voy a regalar una canción", dijo mi papá y peló armónica.
"Feliz cumpleaños", me dijeron mis padres, mis dos abuelas, mi abuelo, mis tres tías, mis cuatro tíos, mis cuatro primos, mi hermana, Dedé, una amiga de mi mamá y una prima segunda.
"28", decían las velas sobre la torta.
"Gracias" y "te quiero mucho", dije incontables veces a lo largo de la noche.

viernes, noviembre 19, 2010

El Morochón era una bomba. Medía como dos metros, le estaban empezando a salir canas y tenía una mirada de ojos bien moros que me dejaba pelotuda. Él quería hablar de su producción artística a como diera lugar y yo, con mis 22 recién cumplidos, lo miraba embelezada, proyectando un futuro juntos de bohemia, mientras él monologaba sobre instalaciones, fotografía, guiones y poemas. Sospechaba que era puro blablá, que de arte sólo tenía las ganas, pero no me importaba nada, porque me llevaba un montón de años, era enorme, seductor y cuando menos lo esperaba me decía que inclinaba el cuello de manera exquisita (sic) o que tenía ojos para ser mirados bien de cerca, a distancia beso.
Vivía lejos, en lo profundo de Zona Norte, pero tampoco me importaba eso. Cargaba el morral con algún libro y hacía la combinación subte y 59 que me dejaba casi en la puerta de su casa y me bancaba la hora y media de viaje. El problema era a la vuelta, a altas horas de la madrugada, porque en esa época no había manera de hacerme dormir acompañada. Me pedía un remis y yo bajaba la ventanilla para tirarle un beso mientras el auto arrancaba.
Me dejaba sentarme en su regazo para que le pintara los ojos, me armaba porros y playlists maravillosas. Me besaba durante horas, me leía fragmentos de escritores beat y yo me sentía absolutamente deseada y cuidada; probablemente por eso nunca terminó de conmoverme el Morochón. No me movía ni un pelo a nivel emocional. No hubo caso.
Fui desapareciendo de a poco y aunque en algún momento pidió explicaciones, fueron de compromiso; la realidad es que me dejó ir sin problemas.
Hace un tiempo me lo sugirió el facebook. Pero no, cuarentones no. Todavía me siguen gustando los treintañeros.

martes, noviembre 16, 2010

- Uy, mirá, ahí tenés una cana.
- ¿¿¿Dónde???
- Uh, no. Mejor no te digo, te la vas a querer arrancar.
- No, no. DECIME.
- Acá.
- ME QUIERO MORIR. ESTOY VIEJA. ¡OTRA CANA! Y TENGO ARRUGAS, ¿ME ENTENDÉS? ¡TENGO ARRUGAS!
- ¿Dónde tenés arrugas, Ce?
- Acá. mirá, en la frente. No lo puedo creer. Me salen canas. Tengo arrugas. Es horrible.
- Te van a quedar bien las canas a vos...
- No. Esto es terrible. ¿Y sabés qué va a pasar un día? ¡SE ME VAN A CAER LAS TETAS!

Siempre que estoy por cumplir años, psicotizo. Pero este año es diferente, eh. Porque en realidad la arruga que tengo en la frente me la veo yo sola, la cana ni se nota y mis tetas todavía le vienen ganando a la gravedad. Aparte ayer me cortaron el pelo y parezco más joven.
El retorno de Saturno me va a agarrar hecha una piba.
Busqué el reloj durante tres horas.
Me acabo de dar cuenta de que lo tengo puesto.

No sé si son las endorfinas en sangre o que la memorización de declinaciones me quemó la bocha.

viernes, noviembre 12, 2010

El pletzalej con pastrón y pepino levanta cualquier mediodía.
Sí al hombre con rodete. Sí sí sí.
Mi padre fue todo un visionario al empezar a llamarme Barrileta.
yogurt natural + jugo de naranja + frutillas /duraznos + hielo + licuadora = desayuno de campeona
El ascendente es el signo que se alza en el horizonte en el momento del nacimiento.
Cada día me caen mejor mis compañeros de profesorado.
Los planetas son el qué, los signos son el cómo, las casas dónde/cuándo.
El que se fue sin que lo echen, vuelve sin que lo llamen.
Hace años que no me paso un peine.
is - is - em - is - i - e (sustantivos de 3era declinación, tema en i, masculinos/femeninos, singular)
es - es/is - es - ium - ibus - ibus (plural)
I'm easy. Like Sunday morning.

Y esas fueron las enseñanzas y conclusiones de la semana.

jueves, noviembre 11, 2010

Paso a inaugurar una nueva sección de este blog: A los veinte años me re cabían los treintañeros.
Ahora también me re caben, pero no es ese el punto.

Vamos a inventarle un nombre. Juan Carlos, ponele. Nunca me acosté con nadie llamado Juan Carlos, de hecho, el flaco este tenía un nombre súper lindo, pero en los blogs se acostumbra poner una inicial o un seudónimo y yo respeto el código blogger. Bah, salvo cuando empecé a llamar al Innombrable por su nombre, Nicolás; pero eso es porque dejó de ser un personaje y necesitaba dotarlo de realidad. Que fuera bien clarito para todas las instancias de psiquis: no fue Mr. Blonde quien me rompió el corazón sistemáticamente durante un lustro, no fue El Innombrable el que me dejó hecha una piltrafa célibe; fue Nicolás. Pero nada, estaba hablando de Juan Carlos.

Juan Carlos acababa de cumplir treinta años cuando lo conocí. Noviembre de 2003. Yo salía con un pisciano melanco que siempre me llevaba a Mundo Bizarro a pesar de mis quejas y no podía entender cómo yo prefería que fuéramos a la plaza a fumar un porrito y tomar una cerveza antes que echarme en un sillón de cuerina a beber en copitas triangulares tragos de colores. Y todo bien con el pisciano melanco, pero yo quería más. ¿Más qué? No sé, pero más. Otra cosa. Necesitaba que me sorprendieran. Y Juan Carlos se presentó como todo lo que se suponía que yo quería en un hombre: carisma, inteligencia, pasión, sentido del humor y una profesión que yo pudiera admirar (a esa edad todo el asunto de la profesión me tenía obsesionadísima). Es verdad, era medio banana. Recuerdo que tenía un sweater color natural que lo hacía recién salido de un velero, pero a mí no me importaba, porque era psicólogo, me contaba de sus pacientes y me garchaba en el diván del consultorio. Y ¿qué más podía querer una estudiante de psicología que escenificar la cristalización de sus pulsiones en un ámbito tan emblemático como "el consultorio"? Aparte, no era cualquier tipo de psicólogo, era psicólogo jungiano. Creo que durante lo poco que duró el romance me sentí mi propia ídola. Mentira, había un dejo de "dale, boluda, ¿no querías esto, vos? ¿no encaja con el perfil acaso?".
A decir verdad, era todo muy básico. Me tomaba el taxi, tocaba el timbre, nos manoseábamos en el ascensor, nos revolcábamos apenas él abría la puerta, hablábamos de sus pacientes o mis materias y volvíamos a coger. Después yo hojeaba libros un ratito y le pedía que me llamara un taxi. En la semana chateábamos o nos mandábamos mails softporn para alimentar el deseo y así, siempre lo mismo. ¿Por qué dije "básico"? No sé lo que es básico. Lo que tenía con Juan Carlos era divertido pero poco emocionante, no me satisfacía más que desde un lugar ficticio: "este tipo de hombre es el que vos querés, Cel", me decía a mí misma. Claro que en esa época también me decía que tenía que ser psicóloga y ya sabemos todos en qué terminó ese proyecto.
A él le debe haber pasado algo similar, porque de un día para el otro dejamos de hablarnos. Seguí entonces con el pisciano melanco, con el que teníamos discusiones inverosímiles acerca de nuestra relación y que con el tiempo se convirtió en Francisco-no-da-besos, un personaje monstruoso que me limó el cerebro con sus vaivenes y me dejó lo suficientemente hecha mierda como para que yo considerara que la única opción viable era el amor líquido. Pero esa es otra historia.
A Juan Carlos lo volví a ver un sábado a la mañana mientras esperaba el 124 en Corrientes. Si la memoria no me falla, era invierno de 2006. Iba con una chica de la mano y se lo notaba satisfecho. Ella era una de esas de pelo lacio divino y tenía pinta de ser psicóloga como él. Iban abrigados y felices. Yo andaba con resaca y los lentes me tapaban la mitad de la cara. Esconderme detrás de los vidrios oscuros me dio la libertad para inspeccionarlo de pies a cabeza.
No sentí absolutamente nada.

miércoles, noviembre 10, 2010

- Pero yo tenía la sensación de que te caía bien.
- ¡Obvio que me caías bien!
- ¿Si?
- ¡Claro!
- Y sí, a mí me parecía...
- ...
- Odiabas a todo el mundo. A mí por lo menos no me tratabas mal...

Y ese era el chico que me gustó durante todo segundo año y que mejor me caía de toda la división.
Siempre tuve problemas para demostrar interés, al parecer.

lunes, noviembre 08, 2010

Hay días en los que me reencuentro con ese alguien que fui alguna vez y me gusta el contraste, noto la evolución. Hay noches en las que llego a mi casa tan borracha que no puedo ni colgar las llaves en el ganchito. Hay días en los que llego tardísimo al trabajo y tardes que paso en pelotas, en la cama de un hombre que me gusta mucho. Hay días que arrancan con estudio pero que promediando el mediodía se transforman en bardo y no se apaga el porro hasta la hora de dormir. Hay tardes en las que el bajón viene en forma de licuados y chizitos. Hay días en los que el sueño me vence a las once de la noche y hay noches pobladas de sueños intensos.
Y hay tardes en las que me encierro en el baño de la librería para llorar.
Porque cumplo años en dos semanas y siempre me pegan para atrás los cumpleaños. Porque si no veo no creo y nunca veo nada. Porque -fiuuuu- me indispuse y suelo ponerme sensiblona. Porque sí. Quién sabe.
Hay días de mierda.

jueves, noviembre 04, 2010

En el asado con las chicas surgió el tema del cambio de nombres -tenemos varios ejemplos y anécdotas de gente cercana- y Flor planteó mi caso como algo "romántico" y si bien yo suelo tener una tendencia a subestimar o exagerarlo todo, esta vez me puse seria y dije que no. Cambiarse el apellido a los 18 años no es una cuestión romántica; tampoco es trágico, ojo, pero no le pongamos puntillas a lo que no se lo merece. Que mi papá -el biológico no, el que me crió-me haya querido dar el apellido desde que nací y que mi mamá lo haya esquivado hasta que ellos se casaron cuando yo cumplí 13 es algo que de romántico no tiene un pomo. Que yo me haya hecho la boluda hasta terminar el secundario tampoco tiene mucho de color rosa: estaba absolutamente conflictuada por tener que darle a mis compañeros explicaciones sobre mi pasado. Ahí está, lo dije. No me quise cambiar el apellido hasta terminado el colegio porque la simple idea de tener que pasar un informe acerca de mi situación genético-filial me hacía perder el aire. Claro que nadie me avisó que la entrega de diplomas iba a ser un año después de haber egresado y que las explicaciones las iba a tener que dar igual. Por suerte, para ese momento ya me sentía absolutamente cómoda con mi nuevo apellido y armé un speech explicativo muy canchero con el que todo el mundo quedó bastante conforme.
Así que romance las pelotas. Sí mucha duda, mucha reflexión y amor. No faltó amor. Aceptar el apellido de mi papá fue un acto de amor. Que se haya hecho cargo de mí fue un acto de amor. Que los cuatro sigamos comportándonos como familia es un acto de amor.
Tampoco me quiero poner a elaborar una digresión sobre la importancia del Nombre en cuanto a la identidad, el sentido de pertenencia y la mar en coche; si hace diez años elegí tomarme todo el asunto con la mayor naturalidad posible (porque una vez tomada la decisón fui al registro civil, hice los cambios pertinentes y se acabó el drama) no me voy a poner a neurotizar ahora. Sé que de algún modo me cambió la vida. Llamémoslo "ahora tenés un padre" o "según la numerología este apellido es más copado", o, no sé, a la gente le encanta conjeturar sobre las repercusiones que el hecho tuvo en mi vida. A mí nada más me importa que soy más feliz que cuando era Celeste Gòngora.

Aunque re garparía volver a tener el apellido de soltera de mi vieja para ser una profesora con apellido bien literario.

Mañana voy a la reunión de 10 años de egresados que organiza la escuela. Me dijo la tipa del departamento de alumnos que sigo figurando como Góngora.
Por una noche más vuelvo a ser la otra. Voy a agarrar a la anterior Celeste, esa que fui hasta los 18 y preguntarle "a ver ¿qué aprendiste en estos 10 años?".
Después les cuento qué onda.

miércoles, noviembre 03, 2010

El sábado me disfracé de madama para ir a una fiesta. Me puse un vestido que me prestó Dedé que no les puedo explicar cómo hace resaltar mis atributos delanteros, me calcé unos tacos altísimos -mentira, altísimos para mí que vivo al ras del suelo-, me encimé un coso que no sé cómo se llama pero re da madama y me maquillé un montón. Además de los accesorios de rigor, me llevé mi vaso de whisky, del que no me desprendí en toda la noche. Eso sí, vacío, pero no es ese el punto.

La gente pensó que estaba disfrazada de la viuda de Néstor.

lunes, noviembre 01, 2010

Cuando se acabó el diario para hacer el fuego del asado, bajé hasta mi cuarto, agarré esos dos que ya tenía en la mira y los llevé para arriba.
Lei una oración al azar por cada hoja arrancada, algo así como una manera de despedirme. Todo era sobre él. Mi mundo giraba en torno a una persona.
Fui haciendo bollitos y mirando cómo el fuego los iba consumiendo.
Ya al final él ni aparecía. Sí se nombraba a otros: sucesores, repetidores, receptáculos de proyección, aparentes santos griales, portadores de la salvación. Menos mal que hay otros.
Quemé mis diarios período 2007-2009, vórtices de mi neurosis. La mejor idea que me dieron en los últimos meses.