La primera canción que grabé con Juan, mi primer profesor de canto, fue Dancing Barefoot, de Patti Smith. Él quería que yo me animara al speech en voz trash del final, pero, claro, hacía sólo un par de meses que nos conocíamos y él me gustaba un poquito, no me iba a atrever; bastante que accedía a agarrar un micrófono y dejarme grabar.
Juan moldeó gran parte de mi gusto musical actual. Yo llegaba a las clases sin saber con qué engrosar el repertorio y él siempre tenía algo para recomendarme que terminaba encantándome. Con el tiempo, nos fuimos volviendo amigos y esa influencia dejó de limitarse al espacio de profesor-alumna y empezó a invadirlo todo. Pasábamos mucho tiempo juntos; él vivía a pocas cuadras de lo de mis abuelos y yo tenía las tardes libres. Mientras llenábamos ceniceros con colillas y tomábamos cantidades industriales de té, la música sonaba y yo me iba maravillando de a poco. Neil Young, Redd Kross, Bob Dylan, Cat Power, Le Tigre y Patti. Oh, Patti.
Y a medida que la amistad se estrechaba, más nos soltábamos nosotros, mirando videos de Cristian Castro o haciendo covers de Britney Spears en los cumpleaños. Con él, cualquier cosa se convertía en juego o arte; la habilidad de Juan de explorarlo todo desde lo lúdica y creativo me generaba admiración pero también me inhibía un poco, sentía que no estaba a la altura. Sin embargo, me incluía, me invitaba, me hacía sentir parte-de en esas reuniones en las que de repente estaba sentada en una mesa con un concertista de piano, un escultor erotómano y un escritor freak, hablando de one hit wonders de los 90's.
Con Juan, con sus amigos, no sólo descubrí que había mucha gente -como yo- que guardaba una cantitdad absurda de información trivial y vital al mismo tiempo, sino que también entendí que había otro camino para hacer las cosas. A mis 21años, cursando materias de psico, ya no estaba tan segura de querer ser psicoanalista, las dudas respecto de lo vocacional cada vez eran más frecuentes y no tenía ni idea de qué podía llegar a hacer de mi vida si abandonaba la facultad. A lo largo de los últimos años me había planteado a mí misma un solo camino, un solo objetivo, pero esa ruta ya marcada no me convencía. Sabía que iba a mandar todo al carajo, lo que no sabía era qué tenía ganas de hacer después. Entonces, escuchaba programas en am de solos y solas en esa casa enorme de Villa Crespo, con Juan y sus roomates; jugábamos al pump-it-up en los videojuegos de Scalabrini y Camargo; preparábamos ñoquis para 12; comprábamos chucherías importadas de China por Lavalle; comprábamos baldes de pochoclo para acompañar pelis malísimas en el cine. Así, durante un par de años en los que grabamos muchas más canciones y nos desvelamos infinidad de madrugadas.
Después, no sé bien qué pasó. No sé si fue que yo empecé mi vida de empleada en multinacional o que el se puso de novio con una chica muy celosa. Nos dejamos de ver, él se mudó a microcentro, yo me fui para caballito. Nos dejamos de ver y si bien al principio me dolió un poco, también supe que era una etapa llegando a su fin; ya sabía que nunca iba a ser psicóloga y que lo que más me gustaba era la lectura, que mi carrera tenía que tener que ver con eso. De alguna forma, supe que Juan y sus amigos me habían ayudado a llegar a ese lugar y me fui olvidando de todo eso de a poquito. Hasta hace unos días.
El fin de semana saqué de la librería el último libro de Patti Smith, en el que relata su llegada a Nueva York a fines de los 60's y describe con un amor que conmueve su relación con Robert Mapplethorpe. Quizás porque fue Juan quien me hizo saber de ella, tal vez porque el retrato que ella hace de Mapplethorpe me hace hace acordar mucho a él, la cosa es que lloro cada 50 páginas, un poco por lo que leo y otro poco por nostalgia al recordar esa època. Lloro de emoción nomás, de hormonal, porque no hay tristeza implicada en los recuerdos que tengo de esos tiempos. Lloro y sonrío al mismo tiempo.
En una pared de la habitación de Lau hay una foto que alguien sacó en 2005. Juan y yo nos abrazamos, miramos a la cámara mejilla contra mejilla. Se nos ve felices, seguro que yo estaba borrachísima, se me nota en la mirada. En esa reunión conocí a
Amarula, ella todavía se acuerda de nuestra versión de Baby One More Time. Cada vez que miro esa foto sé que ya se me pasó el cuarto de hora para algunas cosas. Por ejemplo, para tener un amistad cargadísima de tensión sexual y nunca terminar de hacer nada al respecto; para admirar y adorar a un hombre y no expresárselo; para jugar al pump-it-up; para tomar café hasta que se hace de día.
Éramos unos niños.