domingo, junio 14, 2009

Como oxidada. Así estoy. Mis últimos encuentros fueron revolcones charladísimos y planeadísimos o bien explosiones libidinales por haber andado bailando ritmos latinos emergentes, las caderas pegadas, el bamboleo, esas cosas. Todo muy rápido, a los bifes de una. Me gustan los bifes de una.
El problema aparece cuando me doy cuenta de que estoy sentada desde hace casi seis horas en un bar, con un muchacho que es gracioso, tiene un modo de hablar que transmite paz y se vuelve de lo más apetecible cada vez que sonríe. Aparece también el más claro indicio de que el otro me gusta un poco, una ñoñez que no puedo evitar: me imagino despertándome al lado de ese otro, me imagino satisfecha al ver su cara. Ahí aparecen, además, los interrogantes, todos juntos, me invaden, me hacen perder por un par de segundos la mirada y la atención.
¿Qué onda el flaco? ¿Le gusto? Son como las 5 de la mañana y estamos acá desde las 11 y media, ¿se supone que es una señal de que está todo bien? ¿Todo el mundo se maneja con mis parámetros de tolerancia? ¿Por qué me embarco en estas cosas? ¿El chabón se bancaría 6 horas de charla si no le gustara? ¿Este no será el que googleaba mi mail? ¿Me mira buena onda o me mira libidinosamente? ¿Qué onda? ¿Qué onda?
Ya en la calle, me ofrece un caramelo, se come uno él y me acuerdo de alguna compañera del secundario exponiendo la teoría esa que dice que si un pibe te da un caramelo o un chicle, en un contexto que dé a pensar que podría llegar a haber atracción, es porque planea besarte en breve. Todo demasiado montaña rusa, ¡peor! todo demasiado clave de sol. Si a los 26 años me puedo dar el lujo de creer en este tipo de señales pelotudísimas, mejor es que siga con los revolcones planeados y los a-los-bifes-de-una.
Miento y digo que me voy a tomar el colectivo, sólo para ver si en el par de cuadras hasta la parada me sorprende con algo; hace demasiado frío, termino parando un taxi.
Mientras camino por el pasillo oscurísimo que me lleva hasta la puerta de casa, pienso un poco más, pero ya no me pregunto.
Ponele que el tipo es tímido.
No, mejor ponele que, simplemente, no le gusto tanto.

7 comentarios:

Garrobito Alado dijo...

Cel, cel.. dos anos no te lei y vuelvo y te encuentro parada en el mismo lugar...
Si, no me digas nada.. el 60 tiene parada por alla... y va pa' tigre..
suerte!

Lucila dijo...

Obvio que le gustas, sino no se queda hasta las cinco de la mañana. Además, como llegaron a estar solos en un bar?
Es tímido y muy inseguro, o tiene algún motivo en particular para no haberte besado(es decir, un histérico, si están los dos ahí es para que pase algo).

pd. pasate por mi blog si querés, estoy de estreno

Cel dijo...

garrobito alado: No. No en el mismo lugar, capaz uno parecido, pero no el mismo. De todos modos, me perturban los cambios climáticos.

Lucila: Prefiero pensar que no le gusto. Es la opción que más me tranquiliza, que no dispara ninguna ansiedad.
Saludos.

Botona dijo...

Yo pienso, no? cuánto nos durará esta nueva postura en la vida post-simplemente-no-te-quiere

Porque mi querida, en cuanto nos hayamos convencido tiembla la industria editorial cosmogólica, bajan las cuentas telefonicas con amigas y quien te dice, quien te dice, la tasa de psicoanalizadas

Cel dijo...

Botona: Entonces, compañera, a terminar de convencerse. Es medio desangelado todo el asunto, pero efectivo.

Amarula dijo...

Qué onda?¿?¿ Qué onda¿?¿?¿

Tu última frase entristece un poco y al mismo tiempo da ánimos para mirar a otro lado.

Lo que se busca no es gustar, es que haya sinceridad... me miento, te miento, nos mentimos... yo sé que buscamos situaciones de películas de Meg Ryan... en fin.

Arist dijo...

Era puto el chabón.

La vida es así.

¡Mucha chocola-ta-ta-ta!