sábado, junio 06, 2009

Entonces cuando me vienen con eso de "seguro que antes te lastimaron mucho..." seguido de algún "pero" y una promesa de cuidarme o lo que sea que piensen que necesito. Yo asiento y después digo algo bien trillado, algo bien de despechada, como para no desentonar. Revivo en ese momento un montón de cosas, se me aparecen imágenes, caras, diálogos en stereo, sensaciones, nudos de angustia. Me pongo mal en serio y, claro, así es imposible que pueda seguir una conversación coherente; ya subí la guardia, estamos todos perdidos.
Esta última vez, algo cambió. Digo, vinieron las sensaciones, los recuerdos, el dolor, el dedo metiéndose en la llaga; pero un par de horas después, la revelación. No me lastimaron tanto. Eso, así de simple. No-me-lastimaron-tanto. Mi sufrimiento no es proporcional al daño real que me puedan haber hecho; de hecho, siempre fui yo la que lastimó peor. Y, oh sorpresa, qué negadora que soy que nunca hablo de esas cagadas que me mandé yo.
Puedo decir "Tomás me dejó de un día para el otro". Nunca me acuerdo de que el último día que nos vimos antes de que me cortara, había leído el diario que a veces dejo debajo de la almohada; el diario que decía que hacía 3 meses había cogido con Mr. Blonde, entre otras cosas.
También puedo decir "Mr. Blonde nunca me valoró lo suficiente". Nunca saco a colación que lo nuestro entró en verdadera cuesta abajo cuando encontró en su computadora historiales de msn míos, hablando guarradas irrepetibles con LlaveInglesa. Tampoco tengo en cuenta que cada vez que hice algo que sabía que lo lastimaría, desaparecí. Me borré.
Una vez Mr. Blonde fue muy gráfico al respecto. Es como si no pudiera caminar sin tener que tropezarme cada tanto. Eso soy, una chica que tropieza. No me tiro al suelo, tampoco me deslizo, fluída, por la vida. Me trastabillo, me mando cagadas y después me cuesta hacerme cargo. No puedo entender que al otro realmente le afecte lo que yo haga o deje de hacer, por eso voy doblando la apuesta, me mando cagadas cada vez peores, sólo para ver si el otro reacciona o no. Lo más trágico del asunto es que siempre reaccionan, y cuando lo hacen, me olvidó automáticamente del hecho que causó la reacción.
Por eso, ahora lo entiendo, cuando vienen con la cháchara del "yo te voy a cuidar" se me revoluciona todo. Porque siempre supe que no son ellos los que se tienen que manejar con delicadeza. Siempre supe que si un tipo se disponía a "cuidarme" iba a tener que aprender a cuidarme a mí de mí misma. Y ahí, agarrate Catalina.

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